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Authors: Ernst Baltrusch

Tags: #Historia

Esparta: historia, sociedad y cultura

 

«Un día estaba yo pensando que Esparta, siendo como es una de las ciudades de menor población, sin embargo se ha convertido en la ciudad más poderosa y más célebre de Grecia… y me extrañaba de que así fuera. Luego pensé en las instituciones de los espartanos, e inmediatamente dejé de extrañarme». Con estas palabras expresaba su admiración por Esparta el escritor ateniense Jenofonte. Esparta como modelo forma parte del mito de la ciudad, pero también forma parte de dicho mito la imagen opuesta: el estatalismo, belicismo, inhumanidad e incultura de los espartanos. En estas páginas se pretende una aproximación a la realidad histórica de Esparta, con sus luces y sus sombras, frente al esplendor contemporáneo de Atenas, su gran rival.

Ernst Baltrusch es profesor de historia antigua en la Universidad Libre de Berlín. Sus especialidades son el Derecho de gentes en la Grecia antigua y la historia de los judíos en la antigüedad.

Ernst Baltrusch

Esparta

Historia, sociedad y cultura

ePUB v1.0

Dermus
24.07.12

Título original:
Sparta: Geschichte, Gesellschaft, Kultur

©1998, Baltrusch, Ernst

Traductor: María Dolores Ábalos

©2002, Acento

Diseño/retoque portada: Dermus, 2012

Editor original: Dermus (v1.0)

ePub base v2.0

A mis suegros, Anni y Lothar Schneider

Prólogo

En el presente libro he intentado describir, sobre la base del material de fuentes conservado, la historia, la sociedad y la cultura de la antigua Esparta, desde el año 900 hasta el 146 a. C., y lo he hecho con una brevedad lacónica pero procurando ser fiel a la verdad. Que haya alcanzado o no este objetivo es algo que solo podrían decidir los propios espartanos antiguos. Y en el caso de que no estuvieran satisfechos, no podrían quejarse, porque no nos pusieron las cosas nada fáciles a los historiadores. Ya Sócrates sospechaba que su propósito había sido el de engañar intencionadamente al mundo que los rodeaba, ya que si este hubiera conocido su fuerza y su sabiduría, se habría sentido tentado de imitarlos, con lo que su propia comunidad se habría visto debilitada. No obstante, espero haberles sonsacado alguna que otra cosa a los antiguos espartanos.

Tengo que agradecer por su apoyo a este proyecto al Instituto Friedrich Meinecke, de la Freie Universität de Berlín, y especialmente al Seminario de Historia Antigua, que gracias a su compañerismo me proporcionó las necesarias condiciones básicas para llevar adelante esta empresa.

Introducción

En torno al 380 a. C. el escritor ateniense y conocedor de Esparta Jenofonte escribió lo siguiente: «Un día estaba yo pensando que Esparta, siendo como es una de las ciudades de menor población, sin embargo se ha convertido en la ciudad más poderosa y más célebre de Grecia… y me extrañaba de que así fuera. Luego pensé en las instituciones de los espartanos, e inmediatamente dejé de extrañarme» (
El Estado de los lacedemonios
, 1,1). Lo mismo que a Jenofonte, les ocurrió a muchos de sus contemporáneos, y también a las generaciones posteriores. Todos admiraban el orden interno de Esparta, su estabilidad mantenida a lo largo de siglos, la vida sencilla y sobria de los ciudadanos espartanos, que rechazaba todo tipo de fasto superfluo para centrarse en la fortaleza, la constancia y el valor. Y consideraron que esto era la base de su éxito en materia de política exterior y el garante de su hegemonía sobre Grecia y el Peloponeso: Esparta como modelo para todos los demás. Frente a esta glorificación de Esparta se alzaban otras voces que expresaban crítica, aborrecimiento y hasta desprecio. Se hablaba de la orientación exclusiva de la vida espartana hacia la guerra, de su falta de humanidad, de represión, de incultura e incluso de analfabetismo. Esparta, entonces como ahora, era una provocación, y la fascinación que partía de esta pequeña ciudad situada a orillas del Eurotas, en el Peloponeso, se ha mantenido hasta la época más reciente.

La «gran época» de Esparta duró desde el 550, aproximadamente, hasta el 371 a. C. Actualmente, a esta etapa se la denomina la Época Clásica de Grecia, cuna de la civilización europea. Fue la época de la «Ilustración» griega, de Sócrates y Platón, la etapa de florecimiento de la tragedia y la comedia áticas, de la arquitectura, las artes plásticas y la historiografía, y fue también cuando se «inventó» la democracia. Los lugares de los que partió este desarrollo espiritual, cultural y político se llamaron Mileto, Corinto y Atenas. Esparta contribuyó a la Grecia clásica en un terreno diametralmente opuesto. Esta ciudad griega libre vivía con arreglo al siguiente principio: el individuo no es nada; la patria, la ciudad, lo es todo. La educación, la economía, la cultura y la religión se acomodaban a esa idea del Estado. Esparta fue el primer Estado totalitario de la historia universal, convirtiéndose así en modelo para los defensores, incluso modernos, de esta forma de gobierno.

La Grecia antigua abarcaba un espacio geográfico mayor que el actual. Además de la «metrópoli» (la actual Grecia), los griegos colonizaron numerosas islas del Egeo, el mar Negro, las franjas costeras del Asia Menor, África, Sicilia, el sur de Francia y España. «Como ranas alrededor de una charca», vivían los griegos en torno al mar Mediterráneo (así describe Platón [
Fedón
, 109 a] las colonias griegas del siglo V a. C.). Tras esta expansión de los griegos no había, como cabría sospechar, un afán de conquista por parte de todo un Estado griego, sino la política de colonización de diferentes ciudades (
poleis
) como Atenas, Corinto, Megara y también Esparta. Estas
poleis
, de las que había cientos, eran ciudades-estado políticamente autónomas, y formaban la estructura fundamental del mundo estatal griego. En este entorno, Esparta se erigió en una potencia griega de primer orden, e incluso en una potencia mundial. En el siguiente capítulo rastrearemos este ascenso de Esparta, analizaremos sus instituciones políticas, sociales, económicas, militares y culturales, y abordaremos la cuestión del origen y la supervivencia del mito de Esparta.

Plano de la ciudad de Esparta

(según R. Speich,
Peloponnes (Kunst- und Reiseführer mit Landeskunde)

Stuttgart-Berlín-Colonia, 1989 (2.ª ed., p. 278).p

1
El origen de la ciudad de Esparta
y el mito de Licurgo

Esparta está situada al sur de la península griega del Peloponeso, en Laconia, en la llanura del río Eurotas (a unos 200 m sobre el nivel del mar), que nace en Arcadia y desemboca en el golfo de Laconia. Esta llanura se halla enmarcada por dos cadenas montañosas: el Taigeto al oeste (máxima elevación: 2.407 m) y el Parnón al este (1.937 m). Al norte de Esparta comienza la meseta arcadia (Escirítide); 46 kilómetros al sur está el mar. Esparta limitaba directamente con Mesenia al oeste, Arcadia al norte y la ciudad de Argos al nordeste. La llanura del Eurotas era fértil. En ella se cultivaba principalmente cebada, pero también trigo y olivos; además, se practicaba la ganadería. Esparta se asemejaba a una fortaleza natural que, aun sin muralla, ofrecía protección frente a visitas indeseadas o a los ataques militares. La situación geográfica, así como la naturaleza de los espartanos —tan misteriosa como insondable para sus coetáneos— y de su sociedad, explica en gran parte el éxito de Esparta. El nombre actual para la ciudad es Esparta («la sembrada» o «la esparcida»), pero sus contemporáneos la conocían más como Lacedemón. Con ello incluían también en el concepto de estado a Laconia, la comarca que rodea a Esparta. En cambio, la designación oficial del estado espartano, tal y como aparece en los documentos (por ejemplo, en los acuerdos), era «los lacedemonios». Los habitantes de Esparta pertenecían a la tribu de los dorios, que se diferenciaba de otras tribus griegas, como los jonios o los eolios, en el dialecto, pero también en unas instituciones políticas y sociales peculiares. Los dorios se habían establecido en el sur del Peloponeso, en la costa sudoccidental del Asia Menor y en Creta.

La fundación de Esparta por los dorios se pierde en la oscuridad de la historia, pues forma parte de la «Edad Oscura» (aprox. desde 1050 hasta 800 a. C.). La
Ilíada
de Homero, el primer testimonio literario de la historia europea, habla de Menelao y Helena, la pareja real predoria de la «cóncava Lacedemón», como dice Homero a propósito de la situación de Esparta entre dos cordilleras. Menelao y Helena tuvieron una participación decisiva en la Guerra de Troya, que los griegos sostuvieron bajo el mando de Agamenón, hermano de Menelao y rey de Micenas, durante diez años contra Troya, situada en el Asia Menor. Homero, presumiblemente, escribió en el siglo VIII a. C. acerca de una época que se remontaba 500 años atrás y de la que no se conservaba ningún recuerdo, salvo los cantos heroicos y tal vez algunas ruinas o armas de bronce, En algún momento entre la Guerra de Troya y la supuesta época de redacción de las epopeyas homéricas tuvo que haberse fundado la Esparta doria.

Entre la Guerra de Troya y la época homérica hubo grandes cambios en todos los ámbitos, que transformaron por completo el semblante de Grecia. Suntuosos palacios reales, como los de Micenas y Tirinto, así como una economía, una burocracia y una escritura muy desarrolladas y orientadas a esos palacios, desaparecieron y fueron sustituidos por un fuerte descenso de la población, nuevas formas —más modestas— de colonización, una civilización sin escritura y, probablemente, la pobreza, como características de esta «Edad Oscura». Las causas de este proceso siguen siendo objeto de vivas y controvertidas discusiones, La explicación más probable es que la cultura «micénica» (así llamada por Micenas, una de las ciudades palaciegas del Peloponeso) fue destruida en torno al 1200 a. C. por campañas de saqueo de pueblos foráneos y, como consecuencia de esta destrucción, nuevas tribus del norte inmigraron a Grecia y se establecieron allí, expulsando o esclavizando a la población local. Esta oleada migratoria, conocida como «migración doria», también afectó al Peloponeso. Los dorios, sin embargo, no fueron los destructores de la cultura micénica, y tampoco entraron en formación cerrada, como lo hicieron las tribus germánicas de la época de la invasión de los bárbaros. Antes bien, llegaron poco a poco, en pequeños grupos procedentes de la Grecia noroccidental, y se establecieron en el Peloponeso, donde fundaron colonias, Fue probablemente en el transcurso del siglo X a. C. cuando los dorios llegaron hasta las regiones más meridionales de la península, hasta Laconia, donde, en torno al año 900, unieron cuatro aldeas de la llanura del Eurotas hasta formar una ciudad, Esparta, y redujeron a la población local al estatus social de siervos (ilotas). El hecho de que Esparta tuviera siempre dos reyes al mismo tiempo nos hace sospechar que en Esparta coincidieron dos oleadas migratorias: una de ellas se habría establecido en las aldeas cercanas al Eurotas, Limnai y Cinosura, y la otra en los pueblos occidentales de Mesoa y Pitane. Todas las tribus dorias estaban divididas en tres secciones llamadas
phylai
, que posteriormente también desempeñarían un papel en la división del ejército espartano (dimanes, hilios y pámfilos). El avance de los dorios hacia el sur fue detenido al principio por una fortaleza que aún quedaba sin destruir de la época micénica, Amiclas. Los arqueólogos han encontrado allí muchos objetos de la época «preespartana». Solo a finales del siglo VIII lograron los espartanos, bajo el mando de su rey Teleclos, conquistar Amiclas e incorporarla como quinta aldea a su estado; debido a su lejanía geográfica (unos 6 km) y a su tardía incorporación al estado espartano, Amidas ocupó siempre una posición especial. La actual Esparta, situada algo más al sur que la antigua, es pequeña (fundada de nuevo en 1834, unos 11.000 habitantes). También la antigua Esparta estuvo desde el principio poco poblada, En la primera época no debía de tener más de 8.000 habitantes, y en el siglo III a. C. tenía menos de 1.000 ciudadanos de pleno derecho capacitados para llevar armas, con lo que se puede calcular una población total de no más de 20.000 a 30.000 habitantes. Sin embargo, no hay que subestimar el número de los que vivían en la periferia (periecos) y de los siervos (ilotas). La arqueología moderna, que intenta descubrir los lugares de la antigua Esparta, puede confirmar lo que ya formulara en el siglo V a. C. Tucídides, el historiador más importante de la Antigüedad: «Si hoy fuera abandonada la ciudad de los lacedemonios y solo quedaran los santuarios y los cimientos de los edificios, las futuras generaciones se mostrarían muy incrédulas con respecto al poder y a la gloria de los espartanos» (1, 10). Esa es, en efecto, la impresión que se tiene hoy en día. Han sido excavados los santuarios y una acrópolis más bien atípica para Grecia, pero faltan templos suntuosos y edificios imponentes que permitan deducir la importancia de la antigua Esparta a partir de los restos materiales.

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