Read Ernesto Guevara, también conocido como el Che Online

Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

Ernesto Guevara, también conocido como el Che (8 page)

Aquel 7 de julio del 53, sus padres piensan que tras hacer un esfuerzo sobrehumano para graduarse lo ha arrojando todo al demonio. ¿En busca de qué?, se pregunta el padre. ¿De aventura? Un soldado de América, vale, pero, ¿de cuál de todas las guerras que se libran en el continente?

Calica Ferrer, su amigo de la infancia, parece reunir las condiciones indispensables que el doctor Guevara le pide a un acompañante. Ricardo Rojo, al que conocerá posteriormente a lo largo del periplo, las reseña: "El compañero de viaje debía estar dispuesto a caminar incesantemente, a despreciar cualquier preocupación por la forma de vestir y a soportar sin angustias la absoluta inexistencia del dinero."

Serán tres mil kilómetros de aburrida y árida pampa, ni siquiera en una ruta directa a La Paz, Bolivia, y viajarán en segunda con indios que vienen de los centrales cañeros de Jujuy; pero como dice Ferrer: "íbamos en asientos de segunda pero en compañía de gente más divertida." En el momento de salir llevan catorce bultos, la mayoría regalos de despedida y comida para el viaje.

Serán dos días de jornada atiborrándose de paisaje y leyendo mucho hasta la frontera boliviana, donde cambian de tren hacia La Paz, que ingenua, cándida como una muchachita provinciana muestra orgullosa sus maravillas edilicias.

En La Paz alquilan un cuarto en la calle Yanacocha; bastante miserable, con dos clavos en la pared para colgar sus cosas. Ernesto le escribe a sus padres el 24 de julio: No daba señales de vida porque estaba a la espera de un trabajo de un mes en una mina de estaño como médico, siendo Calica mi ayudante. Hemos desistido (porque el médico que les daba el trabajo desapareció,). Estoy un poco desilusionado de no poder quedarme, porque esto es un país muy interesante y vive un momento particularmente efervescente. El 2 de agosto se produce la reforma agraria y se anuncian batidas y bochinches en todo el país (...) Todos los días se escuchan tiros y hay heridos y muertos por armas de fuego. El gobierno muestra casi total inoperancia para detener o aun encauzar a las masas campesinas y mineras, pero éstas responden en cierta medida y no hay duda que en una revuelta armada de la Falange (el partido opositor) éstos estarán del lado del MNR.

No es fácil, incluso para el perspicaz médico argentino, a pesar de su curiosidad constante y sus habilidades de observador, casi profesional, definir a la revolución boliviana. A veces la percibe como una revolución fallida en la que la corrupción de los dirigentes los acabará arrojando a los brazos del imperialismo. Otras veces no puede dejar de respetar los tremendos combates de los mineros, los enfrentamientos que causaron dos mil bajas. Se ha luchado sin asco, le dirá en una carta a su eterna confidente Tita Infante. Simpatiza con la reforma agraria, pero no ve quién pueda llevarla hasta el final. En una caracterización del mnr, el partido triunfante, distingue tres alas: un ala derecha entreguista y conciliadora representada por Siles Suazo, un centro que está escurriéndose hacia la derecha encabezado por Paz Estensoro y la izquierda encabezada por Lechín, el dirigente de los mineros, personalmente es un advenedizo, mujeriego y parrandero. Piensa que la revolución puede resistir los embates externos, pero quebrará internamente a causa de sus disidencias. Lo que no sabe es que al paso de los años se reencontrará con esos tres personajes en condiciones absolutamente diferentes.

Mientras tanto, el vagabundeo no se limita a La Paz, sino que recorre el interior del país. En casa de un argentino rico, en La Paz, conoce al abogado Ricardo Rojo, exiliado político del peronismo. Rojo dirá del joven doctor: "No me impresionó de ningún modo especial la primera vez que lo vi. Hablaba poco, prefería escuchar la conversación de los demás y de pronto, con una tranquilizadora sonrisa, descargaba sobre el interlocutor una frase aplastante."

Ernesto observa, contempla el espectáculo social. Desde los animados cafés de la avenida 16 de julio hasta el mercado Camacho, donde gozaba las frutas tropicales, para terminar estacionándose en el bar del Sucre Palace Hotel, donde entraba luciendo su desarrapada presencia. Desde ahí contemplaba los movimientos de una ciudad invadida por obreros y campesinos, las manifestaciones. Era una manifestación pintoresca pero no viril. El paso cansino y la falta de entusiasmo de todos le quitaba fuerza y vitalidad, faltaban los rostros enérgicos de los mineros, decían los conocedores. Rojo registra: "Guevara podía vivir en los lugares más siniestros y conservar al mismo tiempo un humor que se canalizaba hacia el sarcasmo y la ironía."

Con Rojo visita al ministro de Asuntos Agrarios. En la entrada contempla cómo los campesinos son desinfectados con ddt utilizando un pulverizador Ñuflo Chaves, de la izquierda del MNR, les ofrece explicaciones racionales sobre la humillación que reciben los que lo visitan, Rojo y Ernesto salen descontentos. Partido sin cuadros, vacío burocrático, dirigentes que se divierten en cabarets mientras el pueblo hace guardias armadas.

Una vez los detienen en un retén campesino y cuando les preguntan de dónde vienen, Ernesto dice que: De llenarnos y luego añade, pues estábamos vacíos. Pero estar lleno no es lo habitual. Rojo cuenta: "Podía pasarse tres días sin alimentarse y también permanecer junto a una mesa surtida diez horas (...) Comía salvajemente cantidades difíciles de medir, se tomaba todo el tiempo que podía y disfrutaba con una sensualidad inocultable. Luego pasaba a un periodo ascético, que nunca elegía, por supuesto, sino que se le presentaba como resultado de su falta de dinero." Calica Ferrer lo confirma: "Cuando no tenía asma, era capaz de engullir cualquier cantidad de comida y entonces se convertía en un troglodita. Ernesto era como los camellos, llevaba la reserva puesta."

En una ocasión Calica le pide plata al tesorero del fondo común para bañarse y Ernesto muy serio le dice que eso es superfluo, primero la comida, luego la limpieza. Calica insiste y Guevara le dice que se va a perder el desayuno por andarse bañando. Horas más tarde Ferrer, bañado y repeinado, contempla a Ernesto tomando café con leche y galletas. Y así durante un rato, hasta que el doctor se compadece de su amigo y lo invita.

En los primeros días de agosto deciden continuar viaje. Ernesto confesará en una carta que estaba esperando el golpe de derecha y el contragolpe de la revolución que podría radicalizarla y empujarla a cambios más profundos, pero esto no se produce.

En su ruta de salida de Bolivia retorna a sus viejas pasiones arqueológicas. Visita las ruinas de Tihuanaco, y más tarde la Isla del Sol, en el Lago Titicaca. Le escribe a su madre: Se cumplió uno de mis más caros anhelos de explorador, encontré en un cementerio indígena una estatuita de mujer del tamaño de un dedo meñique.

Salen de Bolivia hacia Perú en la parte de trasera de un camión de carga rodeados de indígenas, animales y bultos. Rojo registra: "Entramos en un mundo hostil y quedamos prisioneros de un mundo de bultos y de personas que parecían bultos. Silencio, barquiznazos y silencio. Descubrimos que era inútil ensayar la simpatía de que nos sentíamos capaces con aquellos ojos escrutadores, metálicos, con aquellos labios que se cerraban imperiosamente y ni respondían a nuestras preguntas."

El 17 de agosto cruzan la frontera peruana por Yunguyo y son detenidos por los aduaneros que les revisan los libros y la propaganda agrarista boliviana.

—¿Son agitadores?

—Difícilmente, no hablamos una palabra de aymará o quechua —dirá Ernesto. Aún así me requisaron un libro boliviano diciendo que era rojo, no hubo manera de convencerlos de que se trataba de publicaciones científicas.

El 21 de agosto de vuelta a la arqueología. En Cuzco toma fotos con un fotógrafo alemán, luego las usaría para ilustrar un artículo que habría de escribir con materiales de su primer viaje a Machu Pichu, "El enigma de piedra." No sé cuantas veces más podré admirarlo, pero esas moles grises, esos picachos morados y de colores sobre los que resalta el claro de las ruinas grises, es uno de los espectáculos más maravillosos que pueda yo imaginar.

Los intereses arqueológicos de Ernesto son demasiado para Rojo, quien se separa del grupo y parte para Lima. Guevara insaciable visita ruinas y se maravilla. A Tita Infante le escribe que no deje de visitar alguna vez Cuzco, que no se va a arrepentir, y a su madre: Me di el gran gustazo por segunda vez. A sus viejas compañeras de laboratorio en Buenos Aires: Pobres infelices, vegetad en paz, morid bellamente saturadas de hastío o avanzada edad. Yo aquí gasto tranquilamente la divisa tan honradamente ganada.

Reporta la diferencia de viajar con Granado y con Calica, uno se tiraba en el pasto a soñar en casarse con princesas incas, el otro se queja de la mierda que pisa en el suelo en todas las calles: No huele esa impalpable materia evocativa que forma Cuzco, sino el olor a guiso y a bosta.

En Machu Pichu, de nuevo, escribe emocionado: Ciudadanos de Sudamérica reconquistad el pasado. En su artículo reseñará que un estadunidense dejó en el hotel un recado: "Soy afortunado de encontrar un lugar sin propaganda de cocacola" y protestará por los saqueos de los grandes museos.

En Lima, sin los fantasmas arqueológicos rondándole por la cabeza, observa los síntomas de descomposición política que genera la dictadura militar de Odría, represiva y ensangrentada. En una carta posterior describe el clima político como asfixiante y al gobierno como impopular sostenido por las bayonetas. Los planes no están claros. A Tita le dice; De mi vida futura sé poco en cuanto rumbos y menos en cuanto a tiempos. Visita de nuevo a su amiga Zoraida Boluarte y al doctor Hugo Pesce.

El 26 de septiembre se reanuda el movimiento perpetuo y viajan a Huasquillas en Ecuador, de ahí a Puerto Bolívar y de ahí a Guayaquil, donde encuentran nuevamente a Rojo, quien cuenta que Ernesto les ganó una apuesta diciendo que el calzoncillo que traía se paraba solo, que tenían tanta tierra solidificada de los caminos que lo haría. Se lo quita, lo pone en el suelo y así es. Ante la mirada sorprendida de sus amigos se mantiene parada una cosa de color indescifrable. En Guayaquil se relacionan con tres estudiantes argentinos de la Universidad de La Plata, uno de ellos, Gualo García. Muy escasos de plata, viven en una pensión miserable con dos camastros que se turnan. La falta de dinero los tiene atrapados.

Rojo contará que sugirió ir a Guatemala, donde una revolución con un fuerte contenido agrarista estaba en marcha. La versión de Ernesto es diferente: Planes deshechos y rehechos, angustias económicas y fobias guayaqueriles. Todo esto es el resultado de una broma hecha al pasar por García: ¿Muchachos, por qué no se van con nosotros a Guatemala? La idea estaba latente, faltaba ese empujoncito para que yo me decidiera.

Para poder pagar el viaje, o al menos su inicio, venden parte de la poca ropa que tienen, finalmente, el 24 de octubre, salen de Guayaquil para Panamá. Calica se separa, seguirá hacia Venezuela, lleva una nota de Ernesto para Alberto Granado: Mial, he resuelto irme a Guatemala, así que ni me esperes, Rojo se queda en el camino. Gualo y Ernesto viajarán en un carguero de la United Fruit con pasajes que les consiguió un abogado socialista ecuatoriano.

En Panamá viven gracias a la generosidad de un dirigente estudiantil, Rómulo Escobar, quien los invita a su casa porque no tienen para pagar la pensión. No es una vivienda apacible, porque la policía suele detenerlo por asuntos políticos. Ernesto visita un viejo restaurante, el Gato Negro, donde se come muy barato, centro de reunión de dirigentes estudiantiles y poetas locales. Allí se estrenará como periodista al colocar su artículo sobre Machu Pichu en la revista Siete.

Finalmente les consiguen un transporte que los lleve a Costa Rica, pero Ernesto, que respeta más que nada sus manías y a quien nunca le han angustiado ni las penurias ni las prisas, dice que no se irá de Panamá sin antes ver a la reina de Inglaterra, quien va a pasar por allá en una visita oficial.

Al inicio de diciembre llegan a Costa Rica, atrás se quedará la maleta de los libros que tantos problemas les ha causado en varias fronteras. Escobar será el encargado de preservarla y así lo hará durante años. Su primer mensaje desde San José irá destinado a la tía Beatriz en Buenos Aires, y con el tono de cortador de cabezas que utiliza a veces para asustar a sus parientes más conservadores, le cuenta que tuvo oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit convenciéndome una vez más de lo terribles que son estos pulpos capitalistas. He jurado ante una estampa del viejo y llorado camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos...

En San José, en el café del Soda Palace, conecta con un grupo de exiliados cubanos que acaban de enfrentarse a la dictadura de Batista asaltando el gran cuartel militar del Moncada. Cuando habla con Calixto García o Severino Rosell, parece escéptico de lo que le narran, la historia de Fidel Castro, el joven abogado que reúne con un discurso moral a lo mejor de la juventud y con pocas armas...

—Mejor cuénteme una de vaqueros.

En Costa Rica conoce a dos ilustres exiliados políticos, el venezolano Rómulo Betancourt y el dominicano Juan Bosch, Rómulo lo decepciona, un político con algunas firmes ideas en la cabeza y el resto ondeante y torcible para el lado de las mayores ventajas. Bosch le gusta, así como Mora Valverde, el dirigente sindical comunista costarricense, un hombre pausado, tranquilo.

Finalmente, en ruta hacía Guatemala. Después de la salida de San José nos fuimos a dedo hasta donde el camino lo permitió, desde allí caminamos unos 50 km hasta la frontera nicaragüense, ya que la ruta panamericana es una bella ilusión por estos parajes. Tiene el talón del pie lastimado a causa de un previo accidente donde se vio envuelto en la volcadura de un camión cuando viajaba con Gualo, de modo que lo pasé bastante mal, pero luego de vadear un río como diez veces y empaparnos por la lluvia que caía constantemente, llegamos a la frontera.

Será la parte más dura de todo el viaje. Aquí se acumulan las penurias, el tiempo muerto bajo la lluvia en el borde de la carretera esperando quien los lleve, el hambre...

En Nicaragua, una curandera le arregla el talón (yo no lo curo ni por equivocación) y cuando esperan en la carretera a alguien que los quiera llevar hasta Honduras, se aparece Rojo en un cochazo con los hermanos Beberaggi Allende. Sorpresa grata. En el coche viajan hasta Managua, donde Ernesto encuentra un telegrama de su padre ofreciéndole plata, lo que le causa un gran disgusto: Creo que ya tendrían que saber que así me esté muriendo no les voy a pedir guita.

Other books

The Gift by Kim Dare
The Kadin by Bertrice Small
Tarzán y el león de oro by Edgar Rice Burroughs
The Catalyst by Jardine, Angela
The Discoverer by Jan Kjaerstad
A Spy Like Me by Laura Pauling
Dark Journey Home by Shaw, Cherie


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024