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Authors: Gena Showalter

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Entrelazados (13 page)

—¿Quién es tu gente? ¿Dónde vives?

—Nací en Rumanía —dijo ella, ignorando la primera pregunta—. En Wallachia.

Aden frunció el ceño. Una vez, uno de sus tutores le había mandado hacer un trabajo sobre Rumanía. Sabía que Wallachia estaba al norte del Danubio y al sur de los Cárpatos, y que la ciudad ya no se llamaba así. También sabía que Mary Ann y él no podían haber generado un viento que llegara a un lugar tan lejano. ¿Verdad?

—¿Estabas allí cuando la energía te golpeó?

—Sí. Nos movemos mucho, pero acabábamos de volver a Rumanía. ¿A qué estás jugando con nosotros, Aden Stone? ¿Por qué querías que viniéramos?

No, él sólo quería que ella fuera a su lado.

—Si fui yo quien os lanzó esa energía, no fue intencionadamente.

Ella alzó la mano y posó las yemas de los dedos justo debajo de la oreja de Aden. Él cerró los ojos durante un instante, saboreándolo. Por fin. Contacto. La piel de Victoria era caliente como un relámpago. Ella lo arañó suavemente hacia abajo, hasta que llegó a la base de su cuello, donde le latía el pulso.

—Fuera o no fuera intencionado —dijo—, mi padre se puso furioso. Y créeme, su furia es algo terrorífico. Quería que murieras.

—¿Y por eso me has traído aquí? ¿Para matarme? Entenderás que no lo acepte con docilidad.

La dureza de su tono de voz debió de molestarla, porque se echó hacia atrás hasta que estuvo fuera del alcance de Aden. «Tenía que haberme callado», pensó él. ¿Cómo podría hacer que volviera?

—He dicho que mi padre quería que murieras —admitió ella suavemente, y miró al suelo—. Ya no quiere. Yo le convencí de que esperáramos, de que te estudiáramos. Después de todo, todavía sentimos las vibraciones de tu poder.

—¿Por qué?

Ella no eludió la pregunta. Él quería saber por qué lo había ayudado, por qué había ayudado a un chico a quien no conocía de nada.

—Me fascinas —dijo, y se ruborizó—. He sido una tonta por decir eso. Haz como si hubiera dicho otra cosa.

—No puedo —respondió Aden. Y tampoco quería—. Tú también me fascinas. No he podido dejar de pensar en ti desde el primer momento en que te vi. Y cuando me visitaste mientras estaba enfermo… No, no intentes negarlo —dijo, cuando ella abrió la boca para hablar—. Me cuidaste, sé que lo hiciste. Desde entonces, quiero estar contigo.

Ella negó con la cabeza.

—No podemos gustarnos el uno al otro. No podemos ser amigos.

—Me alegro, porque no quiero ser tu amigo. Quiero ser algo más.

Aquellas palabras se le escaparon sin que pudiera evitarlo. Lo que sentía por aquella chica era distinto de lo que hubiera sentido por cualquier otra persona. Era mucho más intenso.

Tal vez debería guardarse aquella información, al menos por el momento. Sin embargo, debido a la visión de Elijah, sabía que tenía los días contados.

—No lo dirías si supieras… ¿Sabes lo que soy, Aden? ¿Y lo que es mi padre?

—No.

Y no le importaba. Él tenía cuatro almas atrapadas en la cabeza. No podía quejarse por lo que era otra persona, ni por sus ancestros, fueran cuales fueran.

Antes de que pudiera pestañear, Victoria estaba de nuevo ante su cara, y lo empujó hacia atrás hasta que él se chocó contra el tronco de un árbol. Él quería que ella se le acercara, pero no así. No con ira.

Entonces, Victoria le mostró los dientes, y unos colmillos afilados y muy blancos.

—Sentirías terror si lo supieras.

Aquellos colmillos…

—Pero… no puede ser. Te he visto a la luz del sol.

—Cuanto mayores somos, más daño nos hace la luz del sol. Los jóvenes como yo podemos soportarla durante horas sin que nos afecte. ¿Lo entiendes ahora? Usamos a tu gente para alimentarnos. Son nuestra comida andante. Y si esa comida nos gusta, seguimos bebiendo de él hasta que el humano se convierte en nuestro esclavo de sangre. Pero nunca se convierten en amigos nuestros. Es inútil que nos preocupemos por ellos, porque se marchitarán y morirán, mientras que nosotros viviremos.

Él se preguntaba qué más podía haber ahí fuera, y ya lo sabía.

—No puedo… Quiero decir… Una vampira…

De repente, en su mente se abrió una de las visiones de Elijah, y vio la cabeza de Victoria apoyada en su hombro, con los dientes en su cuello. Vio como le fallaban las rodillas, y como su cuerpo sin vida caía al suelo. La vio apartarse de él con la boca manchada de sangre y una mirada de horror en los ojos.

Quería negar lo que estaba viendo, pero no podía. Sospechaba que la habilidad de Elijah estaba aumentando, y aquélla era una prueba. Victoria estaba allí, real, frente a él. Lo había llevado al bosque y le había acariciado la mejilla.

Un día, Victoria lo mordería. Bebería de él. No lo mataría, pero lo dejaría indefenso.

¿Podría impedir que sucediera aquello? ¿Quería impedirlo?

El tener a Victoria en su vida se había convertido en algo tan importante para Aden como respirar.

La visión desapareció, y Aden pestañeó. Seguía en el bosque, pero Victoria no estaba con él. Con un suspiro, volvió hacia la casa, aunque sabía de antemano que no iba a dormir.

Mary Ann llegó al instituto con una hora y media de antelación. Era la única que estaba fuera del edificio, y el sol estaba empezando a asomarse por entre las nubes. Bien. Estaba temblando y desarreglada. Se había pasado toda la noche delante del ordenador, buscando información sobre hombres lobo y sobre habilidades paranormales, recordando una y otra vez lo que había pasado en el bosque.

Aunque había impreso cientos de páginas, no había encontrado nada sustancial. Ambas cosas eran consideradas como de ficción. En aquellas ficciones, los hombres lobo podían pasar de animal a hombre, pero ninguno tenía la capacidad de insertar su voz en la mente humana. Sin embargo, ella sabía que aquel lobo le había hablado dentro de la mente.

La capacidad de hacer que un cuerpo desapareciera se llamaba «teletransporte», y ella también sabía que Aden se había desvanecido en el aire. Sabía que su cuerpo había atravesado el del lobo, y que no había salido por el otro lado. No se lo había imaginado. Su terror era demasiado real, y todavía sentía el pelaje del lobo en la mano.

¿Estaría bien el lobo? Aquella pregunta la había obsesionado durante toda la noche, y eso también le había provocado un fuerte sentimiento de culpabilidad. Debería preocuparse más por Aden. ¿Estaría bien? ¿Adónde había ido? ¿Había vuelto? ¿Podía volver? Mary Ann había buscado en el listín telefónico el número de Dan Reeves, pero no figuraba, así que ella había estado a punto de ir al rancho, pero no lo había hecho por si acaso le causaba problemas a Aden. Por eso, y porque tenía miedo de decir en voz alta lo que había pasado, y que le respondieran que había tenido alucinaciones.

«No estoy loca», se dijo mientras caminaba por delante de las puertas del instituto. Iba a pedirle respuestas a Aden. Si aparecía, claro. Y si él negaba su habilidad, ella, ¿qué? No sabía lo que podía hacer. Si se lo contaba a su padre, tal vez él la llevara a la consulta de uno de sus colegas, y tal vez la medicaran. Se había dado cuenta en el bosque, la primera vez que el lobo había hablado con ella. Y en aquel momento, también se daba cuenta de que sus amigas se reirían de ella, y tal vez la dejaran de lado.

Se puso a caminar de un lado a otro y miró hacia el bosque, en busca del lobo. Dio una patada contra el suelo. El lobo no. Aden. Estaba buscando a Aden con la mirada.

Pasó una eternidad hasta que empezaron a llegar los profesores y los estudiantes. Todos, menos Aden.

Penny entró en el aparcamiento en su Mustang y aparcó. Aquel día, llevaba un vestido color zafiro que hacía juego con sus ojos. Unos ojos enrojecidos, según notó Mary Ann. Llevaba el pelo recogido en una coleta, y estaba muy pálida.

Mary Ann fue a su encuentro.

—¿Qué te ocurre?

Aquella pregunta le arrancó una carcajada seca a su amiga.

—¿A mí? Nada. Tucker me llamó anoche, y me ha llamado esta mañana, para preguntarme si a ti te ocurría algo. Me dijo que ayer, después de clase, te comportaste de un modo raro. Me dijo que te había estado llamando por la noche, pero que no le respondiste.

Tucker no tenía importancia en aquel momento. Y menos aquel Tucker nuevo, que le hacía daño a la gente y amenazaba a sus amigos.

—Tucker va a tener que esperar —dijo, y miró nuevamente hacia el bosque.

Y por fin, tuvo su recompensa. Shannon apareció, grande y guapísimo; Aden podía estar muy cerca. Y no era decepción lo que sentía, se dijo. Ver al lobo no debería ser una de sus prioridades.

—Te llamaré después, ¿de acuerdo? —le dijo a Penny, y salió corriendo sin hacer caso de sus protestas.

La mochila le golpeaba la espalda, y los libros que había dentro estuvieron a punto de romperle la espina dorsal.

—¡Shannon! —gritó.

Al verla, él abrió unos ojos como platos, y aquellos ojos verdes hicieron que Mary Ann recordara al lobo nuevamente. Shannon intentó eludirla, pero ella se colocó delante de él y le cortó el paso.

—¿Va a venir Aden?

Él frunció el ceño.

—¿P-p-por qué t-te imp-porta?

Su lobo no tartamudeaba, pero lo cierto era que no hablaba con la boca. Dios, aquello era desconcertante. ¡Y extraño! Ver a un humano convirtiéndose en lobo no era normal.

Pero… ¿era Shannon su lobo, o no?

—Me importa —dijo Mary Ann por fin—. ¿Va a venir o no?

—Venía un poco después de mí.

Entonces, había vuelto a aparecer. Eso significaba que estaba vivo, y que estaba bien. Mary Ann sintió un enorme alivio. Sonrió y le dijo a Shannon:

—Gracias. Muchísimas gracias.

Él no respondió, pero la miró con curiosidad. Finalmente, la rodeó y se dirigió hacia la entrada de la escuela. Mary Ann siguió esperando fuera, y por fin, vio llegar a Aden.

Sintió el mismo golpe en el pecho, pero no tuvo el impulso de salir corriendo. En aquella ocasión no. Deseaba obtener respuestas.

—Hola, Aden.

Al verla, él estuvo a punto de tropezar. Su expresión se volvió de cautela, y miró a su alrededor como si se esperara el ataque de alguien. Ella también miró a su alrededor, pero no había ninguna otra señal de vida. Los insectos y los pájaros estaban callados. Era muy extraño.

—Mary Ann. ¿Qué estás haciendo aquí? Conmigo, quiero decir.

—Quiero saber lo que ocurrió ayer.

Él se rió nerviosamente.

—¿A qué te refieres? A alguien se le escapó un perro que te asustó mucho. Yo lo ahuyenté y me fui a casa.

«¡Mentiroso!».

—No sucedió eso, y lo sabes.

—Sí sucedió eso. Claro que sí. El miedo te ha distorsionado los recuerdos.

—Cuéntame lo que pasó, Aden. Por favor.

Por un momento, él se quedó callado. Después suspiró.

—Déjalo, Mary Ann.

—¡No! Tienes que saber una cosa de mí, Aden. Soy muy testaruda. O me das las respuestas que quiero, o las conseguiré de otro modo.

—Está bien —dijo él, mirándola fijamente—. ¿Qué crees tú que sucedió?

—Mira, yo no le he contado a nadie lo que vi —respondió Mary Ann, cruzándose de brazos—. Y no voy a hacerlo. Es nuestro secreto. Pero tienes que decirme lo que está pasando. Estoy en medio de algo de lo que no sé nada, estoy viendo cosas que me habrían parecido imposibles. No sé lo que tengo que hacer, ni cómo protegerme. En realidad, no sé de qué tengo que protegerme, o si necesito estar preocupada.

Aden miró hacia el instituto.

—Creo que no es el mejor momento para hablar de esto. Vamos a llegar tarde a la primera clase.

—Hagamos novillos. Vamos a mi casa; mi padre está trabajando, y podremos hablar a solas tranquilamente.

—No puedo —respondió él, negando con la cabeza—. Si hago novillos una sola vez… Está bien, mira, tengo que confesarte una cosa. Vivo en el Rancho D. y M. Si hago novillos, me echarán de allí. No quiero que me echen. Además, hoy es mi primer día. Mis profesores me están esperando.

Ella exhaló un suspiro.

—Entonces, no haremos novillos. Pero hablaremos.

Aden asintió de mala gana.

—Vamos, acompáñame al instituto. Hablaremos por el camino. Pero vigila lo que dices, ¿de acuerdo? Nunca se sabe quién, o qué, está acechando.

Aunque quería quedarse donde estaba para evitar que aquella conversación terminara, Mary Ann se giró y se dirigió hacia el instituto junto a Aden. Afortunadamente, todavía tenían un rato antes de verse entre la multitud de chicos que empezaban el día de clases.

—No tienes que empezar por el principio, ni nada de eso. Sólo dime algo, por favor —le rogó.

Hubo una pausa. Otro suspiro.

—¿Y si te dijera que hay un mundo entero de cuya existencia tú no sabías nada? ¿Un mundo lleno de… —Aden tragó saliva— vampiros, hombres lobo y gente que tiene habilidades inexplicables?

Un mundo nuevo. Lo mismo que le había dicho el lobo.

—Yo… te creería.

Aunque no quisiera hacerlo. Quería negarlo. Pese a todo lo que había presenciado, pese al hecho de que él estaba diciendo exactamente lo que ella esperaba que dijera, negarlo fue su primer impulso. La idea de que existieran de verdad los vampiros y los cambiadores de forma era algo horrible. En cuanto a la gente que poseía habilidades inexplicables le resultaba incomprensible, pero lo entendería. Estaba decidida.

—¿Y si te dijera que hay un chico que es un imán para esas cosas, que las atrae cada vez más? ¿Y que también tiene poderes extraños?

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