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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (16 page)

Más tranquila, Acacia reflexionó sobre las palabras de Iris. La siguió con la mirada mientras se levantaba y rebuscaba en su maletín.

—He pensado que te gustaría ver algunas fotografías —dijo al regresar a su lado—. Creo que no eres consciente de que lo que hizo tu madre fue algo de proporciones bíblicas. Nadie hubiera sospechado que era capaz de invocar ella sola, y en semejantes circunstancias, a un ente tan poderoso.

El corazón de Acacia comenzó a latir con fuerza cuando Iris le tendió una de las fotos y reconoció de inmediato a la hermosa mujer de brillantes cabellos rojos y ojos verdes de su sueño.

—Tu madre se llamaba Tegen Olde. Por desgracia, no llegué a conocerla tan bien como a tu padre.

Tegen. Tegen Olde. Parecía tan joven, inocente y llena de vida. Contemplando su piel traslucida, sus ojos límpidos y su sonrisa confiada sintió el penetrante dolor de la separación atravesándole el corazón. Muy a su pesar, notó que los ojos se le llenaban de lágrimas de tristeza y anhelo por una madre cuya ausencia le pesaba más cada día.

—¿De quién huía? —consiguió preguntar.

—No lo sabemos, querida —respondió Iris con suavidad.

Acacia se esforzó por continuar respirando y recuperar la calma. Se dio cuenta por primera vez de que quizás pudiera descubrir al asesino o asesinos de su madre y la idea de vengar su muerte se abrió paso en su mente.

—Este es tu padre, Kenan Beskeen —prosiguió Iris tendiéndole una fotografía con un joven de revueltos cabellos de color castaño claro en lo alto de un acantilado.

Acacia lo observó con curiosidad. Mientras a su madre la había visto en sueños en muchas ocasiones, esta era la primera vez que tenía frente a sí una imagen de su padre y que escuchaba su nombre.

Acacia Corrigan. Acacia Beskeen. Dos identidades divididas que solo ahora empezaban a confluir. Se preguntó qué nombre le habrían dado sus padres biológicos.

—Aquí estamos los tres, con apenas veintitrés años. Tu padre era estudiante de Literatura y Teología aquí, en Magdalen, mientras Ennor, el padre de Eric, se decantó por Historia Clásica y yo decidí especializarme en cardiología.

¿Era por eso que se había sentido tan impulsada a estudiar en Oxford?, se preguntó mientras observaba la instantánea, con el puente de los Suspiros de fondo, tres jóvenes sonrientes cuyo grado de intimidad trascendía la imagen.

—Tienes la sonrisa de tu padre —murmuró Iris con acento melancólico—. De pequeña eras rubia, ¿verdad?

Acacia asintió con sorpresa.

—Como Kenan. Ennor, Kenan y yo fuimos los mejores amigos desde niños. Aunque de raíces córnicas, nuestras familias pertenecían todas a la Orden y viajábamos con mucha frecuencia. No obstante, cada verano volvíamos a reunirnos en St. Agnes, una aldea en la preciosa costa norte de Cornualles.

Acacia estudió de nuevo el rostro de su padre, reconociendo que, como había señalado Iris, compartían la misma sonrisa y un innegable aire de familia. Eric, por lo contrario, no parecía guardar ninguna similitud física con sus padres. Ennor era rubio como Iris, con un cuerpo alto y delgado y un rostro ancho y confiado.

—Las cosas cambiaron entre nosotros cuando decidí casarme con Ennor —admitió Iris—. Kenan se marchó sin decir adónde se dirigía, pero el día antes de nuestra boda reapareció radiante junto a tu madre, Tegen, a la que había conocido en su viaje a las Islas de Scilli. Aunque no era académica como nosotros, su alma era la más pura que hubiera contemplado nunca y sus ojos reflejaban una sabiduría milenaria. Era evidente que se adoraban el uno al otro y me alegré tanto por Kenan. Se merecía ser feliz junto a alguien tan especial como tu madre.

Permanecieron un rato en silencio, Iris perdida en sus recuerdos y Acacia esforzándose por integrar la nueva información y reprimir los deseos de saltar a nuevas preguntas.

—¿Enstel encontró unos buenos padres adoptivos para ti? —quiso saber Iris.

—Los mejores.

Iris asintió pensativa.

—Eric tiene un mapa que quisiera que vieras. ¿Te importa si lo llamo?

—En absoluto. Y creo que a ti también te gustaría conocer a Enstel.

Cuando unos minutos más tarde Iris se giró hacia Acacia, el teléfono todavía en el aire después de haber hablado con Eric, la imagen de Enstel vibrando en todo su esplendor la dejó estupefacta. Lo contempló como hipnotizada durante unos momentos antes de hacer un gesto en señal de respetuoso saludo que Enstel imitó.

—¿Su resplandor siempre ha sido dorado? —preguntó en apenas un murmullo.

—Ha cambiado a lo largo de los años. Antes era más pálido, plateado, menos definido.

—Aunque he leído sobre ellos, solo he tenido oportunidad de ver en persona a un espíritu del mismo nivel. Me lo mostró mi padre una vez que fuimos a visitar a uno de sus amigos, un anticuario francés. A pesar de que su brillo era mucho más débil que el de Enstel, me pareció el ser más maravilloso, triste y trágico que había contemplado en mi vida.

Un golpe discreto en la puerta la sacó de su ensueño.

Eric saludó a su madre con un beso en la mejilla y se quedó mirándolos mientras movía nerviosamente una carpeta entre las manos.

—¿Cómo ha ido? —inquirió sin dirigir la pregunta a nadie en concreto.

—Bien —respondieron Iris y Acacia al mismo tiempo, lo que las hizo reír.

El rostro de Eric se relajó considerablemente y entonces Acacia cayó en la cuenta de que esa reunión también había sido muy importante para él, aunque no supiera exactamente por qué.

Eric aceptó la taza de té que le ofrecía su madre. Se giró hacia Enstel y lo saludó con una inclinación. Cuando Enstel le sonrió, la expresión de Eric reflejó tal sorpresa que Acacia se echó a reír.

—Cualquier día empezará a hablarte —le advirtió la joven con una sonrisa traviesa.

Eric se esforzó por ocultar su azoramiento, se sentó y abrió la carpeta, de la que extrajo un mapa del suroeste de Inglaterra.

—Creemos que el bosque en el que tu madre te dio a luz y donde invocó a Enstel podría estar en esta zona —dijo señalando un punto rojo en el mapa al sur de Truro, la única ciudad del condado de Cornualles—. Si consideramos la distancia que lo separa de Tavistock, alrededor de unas treinta y ocho millas, nos podemos hacer una idea del enorme esfuerzo que tuvo que realizar Enstel para trasladarte físicamente hasta Devon. Es un logro remarcable, sobre todo teniendo en cuenta que Enstel acababa de ser traído al mundo físico y solo se había alimentado de Tegen.

Acacia estudió el mapa y alzó la cabeza en dirección a Enstel, quien le devolvió una mirada cargada de pesar.

—No quisiera que te sientas como una rata de laboratorio —dijo Iris—, pero debes comprender que tu caso es único y no puedo dejar pasar esta oportunidad. Actualmente no creo que exista nadie con poder o motivación suficiente para invocar a un espíritu como Enstel.

—¿Por qué?

—Es mejor que no hablemos de eso ahora —intervino Eric en un tono que no admitía réplica.

Iris asintió y miró a Acacia con la promesa de que sería informada más adelante.

—¿Te parece bien que esté presente? —preguntó Eric—. Las preguntas pueden ser bastante personales.

—No me importa que te quedes —respondió Acacia con sinceridad.

En realidad, quería que Eric estuviese allí. Algo en ella la impulsaba a abrirles su corazón y desvelarles sus más oscuros secretos. Además de Enstel, nadie había tenido acceso a la parte de sí misma que se había visto forzada a mantener oculta a su familia y a sus amigos durante tantos años. Era además la primera vez que podía discutir abiertamente su relación con Enstel con otras personas y, aunque parte de ella quería proteger su privacidad, también se sentía aliviada de poder sincerarse sin temor a provocar miedo o rechazo. Había vivido entre sombras demasiado tiempo y algo le decía que ni Iris ni Eric serían rápidos en juzgarla.

—Muy bien —dijo Iris sacando una carpeta—. He abierto un informe con todo lo que Eric me ha contado, pero está claro que me gustaría conocer la información de primera mano. Dime, ¿fumas o bebes alcohol?

—Ya no fumo y ahora solo bebo en ocasiones. ¿Por qué lo preguntas?

—Son sustancias que alteran la conciencia e interfieren con nuestras capacidades. El talento que poseemos es natural, una predisposición casi genética, si lo prefieres. Compartes el interés académico de tu padre, pero estoy segura de que también has heredado el talento de tu madre, que era mucho más psíquico. No obstante, estas habilidades, para desarrollarse de modo adecuado y bajo control, requieren práctica y entrenamiento.

Acacia le había contado a Eric los trucos mentales con los que solía jugar de pequeña y su reluctancia a emplearlos a pesar de sentir que su poder se había incrementado.

—Acacia, querida, debes entender que tu poder no procede del diablo —le aseguró Iris con amabilidad— y que ni tu naturaleza, ni la de Enstel, es ni ha sido nunca perversa. Tus padres eran, en realidad, las mejores personas que he conocido nunca.

La joven asintió, tratando de no sentirse abrumada por todo lo que estaba sucediendo ese día. No albergaba duda alguna sobre la franqueza de Iris y, tras años de tenebrosas y descabelladas especulaciones sobre sus raíces, sus padres y el origen de Enstel, la sensación de liberación era embriagadora.

—Me gustaría mucho que vinieras a Cornualles durante las vacaciones de Pascua. Tenéis más de cuatro semanas libres, ¿verdad? Sería un privilegio ayudarte a desvelar tu potencial y guiarte en el mejor modo de emplear tus habilidades. Eric, claro está, podrá asistirte mientras tanto. ¿No es así, cariño?

—Estoy a tu disposición —corroboró el joven con seriedad.

—El privilegio es mío —respondió Acacia— y os estoy muy agradecida a los dos.

Si había de ser una buena bruja, pensó, su entrenamiento llevaba años de retraso y le beneficiaría toda ayuda disponible.

—También me gustaría trabajar con Enstel, si no hay inconveniente.

Mientras Iris volvía a concentrarse en la lista de preguntas de su informe, Acacia le lanzó una rápida mirada al espíritu, quien hizo un leve gesto de asentimiento.

—¿Tomas algún tipo de medicamento o droga?

—No, siempre he tenido una salud impecable y las drogas no nos sientan bien.

—¿Nos?

—A Enstel y a mí.

—¿Cómo le afecta a él lo que tú tomas? —preguntó Iris sin ocultar su sorpresa.

—No lo sé, pero parecemos estar interconectados. La última vez que bebí demasiado me desperté con una resaca horrorosa y Enstel apenas logró materializarse ese día. Desde entonces soy mucho más cuidadosa. No me gusta verlo sufrir por mi culpa.

Iris y Eric la miraron estupefactos.

—¿Qué ocurre?

—Según tenemos entendido, la naturaleza de la relación entre brujo y espíritu es muy diferente.

—¿En qué sentido?

—Todos los ejemplos que conocemos son de subyugación, de amo y esclavo.

Acacia recordó lo que había visto en la mente de Enstel, el grupo de hombres y mujeres de Avebury forzándolo con sus danzas ceremoniales y sus rituales de fuego, las imposiciones sexuales de la severa mujer egipcia, confusas escenas de intrigas, luchas y sometimiento, y otras muchas impresiones vagas teñidas de impotencia y desolación. Solamente el alquimista de Oxford lo había tratado como a un igual. Acacia sabía que la mayoría de las experiencias en el plano terrenal habían sido traumáticas para Enstel y que parte de él prefería mantenerlas en el olvido.

—Invocar a un espíritu de ese rango implica un gran riesgo —explicó Iris—. Los que lo intentan sin estar preparados perecen en el intento, consumidos por la propia fuerza que pretenden traer al mundo físico. No todos los que han sido capaces de realizarlo pertenecen a la Orden, claro está, ni tienen intenciones puras. Por desgracia, en ocasiones han sido personas llenas de ambición y codicia, cegadas por su ansia de poder, que buscan controlar a otros y utilizan estos entes para lograrlo.

—Los espíritus como Enstel —añadió Eric— se alimentan de sus dueños, que han aprendido a canalizar su energía. Aunque inmortales, una vez invocados necesitan absorber energía de modo constante o se debilitan y sufren terriblemente. Se crea una difícil relación de codependencia que es muy difícil de sobrellevar sin resultar afectado, de ahí que manejar a un ente tan poderoso requiera una gran fortaleza. Racionar la cantidad de energía que le proporciona al espíritu es uno más de los métodos que tiene el brujo de controlarlo y someterlo a su voluntad.

—¿Qué tipo de actos les obligaban a cometer? —preguntó Acacia con el corazón encogido. Odiaba el pensamiento de Enstel padeciendo cualquier tipo de vejación.

—La mayoría de las veces eran instrumentos destinados a establecer e incrementar el poder, la riqueza y la influencia de su amo —respondió Eric—. Eso incluía todo tipo de manipulaciones, extorsiones, amenazas, asesinatos, torturas, tomar parte en guerras… En ocasiones los convertían en esclavos sexuales. Pero quiero que sepas que no siempre fue así y que el número de personas cegadas por la ilusión del poder es limitado.

—Una especie de Golem sofisticado… —murmuró Acacia apesadumbrada.

—La relación entre el brujo y el ente suele ser precaria —apuntó Iris—, un forcejeo constante. El mago habita un cuerpo humano que se deteriora con la edad. En un momento de debilidad, el ente absorbe toda su energía vital y lo mata. Es la única oportunidad que tiene de liberarse de la esclavitud. Pero tu caso parecer ser muy, muy diferente.

—Enstel ha aprendido a alimentarse de otros y no depende de ti en ese sentido —añadió Eric—. Vuestra relación es insólita en muchos aspectos.

—Tu madre sabía que Enstel no podría absorber tu energía mientras fueras un bebé y fue capaz de establecer un vínculo entre vosotros, haciéndole mantener el pacto incluso después de que ella muriera. Tegen resultó ser una joven portentosa, con un talento y una habilidad mucho mayores de lo que nosotros lograremos jamás.

—Mira el mapa otra vez —le pidió Eric—. La hazaña de transportarte desde Cornualles a Devon debió extenuar a Enstel. Era algo muy peligroso para él. Si llega al extremo de estar demasiado débil para alimentarse, puede quedar atrapado en este plano, en una situación de tormento eterno.

Acacia y Enstel enlazaron la mirada, conscientes de las emociones que bullían en el interior del otro e incapaces por un momento de distinguirlas de las propias.

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