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Authors: Eduardo Punset

El viaje al amor (13 page)

BOOK: El viaje al amor
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Haciendo el amor se segrega oxitocina, que juega un papel fundamental en la conducta sexual, ya que está presente en todas sus fases: en el enamoramiento, en el posparto y en la lactancia. La leche contiene niveles altos de oxitocina y prolactina, que facilitan el vínculo entre la madre y el recién nacido. Los niveles de oxitocina se disparan en los enamorados y la segregan tanto los hombres como las mujeres al copular. En los primeros, se supone que facilita el transporte de los espermatozoides en la eyaculación. En ambos -tal vez por ello sea la más espiritual de las sustancias químicas, a pesar de estar involucrada en las tareas terrenales de la reproducción sexual- sustenta la fidelidad y la creación de vínculos afectivos en la pareja.

Junto con la vasopresina, ese péptido es un transmisor neurobiológico clave para el amor y la consolidación de la pareja. Según Tobias Esch y George B. Stefano, la vasopresina podría ser responsable del rechazo o la agresión tras la cópula, que algunos identifican con el acto sexual consumado sin vínculo afectivo. Pero la oxitocina actuaría de forma más contundente que la vasopresina.

La testosterona que, en el caso del amor, se comporta de manera diferente según los sexos, constituye un enigma. En el hombre enamorado disminuye, mientras que en las mujeres aumenta. A falta de una explicación científica, el lector le perdonará al autor si agarra por los pelos este dato y lo enarbola -como la pancarta de Raquel en el estadio de fútbol- como prueba concluyente del concepto de fusión entre dos seres que se ha manejado a lo largo del libro. Enamorarse equivale a querer fusionarse con el otro, a borrar las barreras físicas y de género, a igualar a los enamorados reduciendo rasgos típicamente masculinos en el hombre y aumentándolos en la mujer, incluyendo, claro está, un estilo más extrovertido y agresivo, característico de niveles específicos de testosterona.

En cuanto a la dopamina, es fundamental en la biología del amor, particularmente en lo que se refiere a los mecanismos de señalización y placer. Estudios realizados sobre animales indican que la elevada actividad de las neuronas vinculada a la dopamina podría desempeñar un papel determinante en la elección de pareja de los mamíferos. Cuando un ratón de la pradera hembra se aparea con un macho, desarrolla una marcada preferencia por ese macho, y cuando se le inyecta dopamina empieza a mostrar preferencia por el macho que estuviese presente en el momento del experimento, aunque no fuese su pareja.

Serotonina y desamor

La serotonina, por el contrario, encabeza la lista de las sustancias que modelan el desamor. Todo empezó en 1999, cuando Donatella Marazziti, psiquiatra de la Universidad de Pisa, empezó a indagar si existían razones bioquímicas para el llamado trastorno obsesivo compulsivo. El principal sospechoso era la serotonina, un neurotransmisor que tiene un efecto sedante sobre el cerebro. La falta de serotonina se ha relacionado con la agresividad, la depresión y la ansiedad. Las drogas de la familia del Prozac combaten estos estados elevando los niveles de serotonina en el cerebro. Así que Marazziti decidió comprobar los niveles de serotonina en el cerebro de las personas que padecían dicho trastorno.

Por métodos indirectos pero fiables se pudo comprobar que los niveles de serotonina eran inusualmente bajos en aquellas personas con trastorno obsesivo compulsivo. Pero de paso Marazziti comprobó algo sorprendente: estos pacientes tenían pensamientos obsesivos similares a los de las personas enamoradas. Tanto estos pacientes como los individuos enamorados pueden estar horas y horas ensimismados con un objeto o persona dados. Ambos grupos incluso pueden ser conscientes de que sus obsesiones son algo irracionales, pero no pueden liberarse de ellas. Así que Marazziti se preguntó si también disminuían abruptamente los niveles de serotonina de los enamorados.

Al explicar esos hallazgos, la divulgadora científica estadounidense Kathryn S. Brown recuerda que, para comprobarlos, Marazziti y su equipo se pusieron a la caza y captura del amor a través de estudiantes -chicos y chicas- de la facultad de medicina de la Universidad de Pisa que se hubieran enamorado en los últimos seis meses; se eligieron personas obsesionadas con su amor al menos cuatro horas al día, pero que no hubiesen mantenido aún relaciones sexuales con la persona amada. Se buscaban Romeos y Julietas con una pasión espontánea, sin las interferencias propias de las tormentas hormonales sexuales ni el sosiego del paso del tiempo. El equipo investigador también reclutó a veinte personas adicionales con diagnóstico de trastorno obsesivo compulsivo y otras veinte que ni estaban enamoradas ni sufrían trastornos psiquiátricos.

Las conclusiones del experimento confirmaron las sospechas iniciales: los estudiantes «normales» tenían niveles habituales de serotonina, mientras que los otros dos grupos -los que padecían trastornos obsesivos compulsivos y los que estaban enamorados- tenían niveles más bajos hasta en un 40 %.

Para confirmar su intuición de que los niveles de serotonina sólo se desploman durante las primeras fases del amor, y no después, los investigadores sometieron a seis de los estudiantes a las mismas pruebas un año después del inicio del estudio. Comprobaron, efectivamente, que los niveles de serotonina habían vuelto a la normalidad, y que un afecto más sutil hacia la pareja había reemplazado sus primeros sentimientos.

Las personas enamoradas arrojan índices de Cortisol más elevados, reflejando así el estrés que producen los estímulos asociados a los inicios de una relación sentimental. Hace falta un nivel moderado de estrés para iniciar una relación. El amor es un arma de doble filo. Enamorarse y ser correspondido nos hace sentir bien, eufóricos, obsesionados con la persona amada. A veces puede dar la impresión de que es un estado idéntico a las conductas obsesivas. La diferencia está en que, en estas últimas, la obsesión se concentra en alteraciones de conducta, mientras que enamorarse cambia, sobre todo, el pensamiento: sólo se piensa en la persona amada.

Lo que ocurre con la serotonina es intrigante porque es una hormona del placer. Pero la primera fase del amor no suele suscitar la calma mental propia de la serotonina. Un buen encuentro genera ansiedad porque, aunque se pueda empezar a estar enamorado y postergar la aversión a los extraños, de entrada tampoco se quiere experimentar ese amor en particular.

¿Qué lector de sexo masculino no ha experimentado la frustración que causan las reticencias y los aplazamientos consecutivos -la promesa de otra cena dentro de una semana, o de tomar un café pasado mañana- de la hembra potencialmente enamorada? Esta actitud femenina que rebota en la mente del seductor tiene claros perfiles genéticos; se trata de la precaución lógica de quien tiene más que perder en una inversión parental precipitada, del papel activador de un grado moderado de incertidumbre en el circuito cerebral de recompensa y, con toda probabilidad, de la mayor componente mental que biológica en la libido femenina.

Según Bartels, resulta útil recordar que las regiones cerebrales ricas en oxitocina y vasopresina, las hormonas del amor, se superponen con fuerza sobre aquellas ricas en dopamina, el neurotransmisor tradicionalmente asociado con el circuito de recompensa del cerebro. Se ha sugerido que las preferencias mostradas por una pareja dada, a largo plazo, se deben a los circuitos de la vasopresina que, de alguna manera, conectan con los circuitos de la dopamina, por lo que un animal asociará a una determinada pareja con una sensación de recompensa. En aquellas regiones del cerebro de los mamíferos monógamos ricas en dopamina, los llamados receptores V1 de la vasopresina son más abundantes que en los mamíferos promiscuos. Su elevado nivel podría ser la causa o una de las causas evolutivas que propiciaron la conexión entre circuitos. Como subraya Bartels, «creo que empieza a concretarse que el mecanismo afectivo de preferencias utiliza el circuito de la dopamina para que las experiencias de apego sean satisfactorias».

Las zonas que coinciden, incluyendo las áreas de oxitocina y vasopresina, representan claramente un «sistema de apego básico», con lo que, en los humanos, a esas zonas se las podría calificar de «sustrato neuronal del amor puro». El azar quiso que se unificaran los circuitos para identificar a la pareja elegida con los del placer y de ahí naciera el amor irresistible.

Por tanto, la fase temprana del amor se asemeja a una montaña rusa hormonal, con subidas y bajadas bruscas que inducen los distintos estados necesarios para que una buena relación pueda estabilizarse más adelante. ¿Quién no se reconoce en una situación como ésta, característica del flechazo improvisado? Es algo químico y repentino, pero que ya tiene todo el potencial del amor absoluto. No es el momento adecuado para la calma. Bajan los niveles de serotonina. Simultáneamente, surge un rechazo a dejarse arrastrar inmediatamente por estímulos nuevos que trastocan compromisos ya adquiridos. Sube la concentración de vasopresina. ¿Quién gana o pierde la partida? Tiene más posibilidades de ganar aquel de los dos en la pareja que sea consciente de cabalgar en una montaña rusa y sepa esperar a que suene el silbato del final de esta vuelta. Para reiniciar el camino después de la tormenta hormonal.

El amor no resiste el olvido

Sin embargo, es la nueva ciencia de la mente -surgida de la conjunción de la neurobiología, la psicología y la biología molecular- la que está arrancando los últimos velos al misterio del amor. El amor, nos dice la ciencia de la mente, está efectivamente codificado en el cerebro.

Los efectos del paso del tiempo eran imprevisibles hasta que la biología molecular ha permitido a los neurocientíficos penetrar en algunos de sus secretos. Se sabía que el paso del tiempo mata el dolor. A los seis meses de un gran contratiempo personal, la mente lo ha digerido y la vida que parecía inconcebible tras la desgracia empieza a perfilarse de nuevo y renace la esperanza. Sabíamos, también, que cuando no ha ocurrido nada sino todo lo contrario, es decir, cuando al final del camino se está convencido de que se experimentará una emoción positiva -una boda, un nacimiento-, el mayor error que puede cometerse es desperdiciar la felicidad que rezuma todo el proceso de la búsqueda. La felicidad está en la sala de espera de la felicidad.

Lo que se ignoraba es que la ausencia física durante mucho tiempo mata el amor. El amor romántico parece eterno o no es amor. «Te querré siempre», se dicen los enamorados. Pero las investigaciones moleculares del científico lord Edgar Douglas Adrian, realizadas hace más de treinta años, apuntaban en dirección contraria. Ahora sabemos que tenía razón. ¿Por qué?

Las señales eléctricas que utilizan las células nerviosas para comunicarse son muy parecidas unas a otras, al margen de la fuerza, duración o localización del estímulo exterior que las provoca. Cuando se rebasa el umbral para producir la señal, ocurre la descarga. Si ella o él no es capaz de generar la señal en el sistema nervioso del otro, no pasa nada. Pero cuando ocurre, los potenciales de acción son siempre similares. El lector se preguntará enseguida cómo se transmite, entonces, la intensidad del estímulo. ¿De qué manera una neurona informa de la intensidad del estímulo que la hace vibrar?

Lo siento, querido lector, pero la intensidad transmitida no depende del tipo de señal de alarma o deseo generado por el estímulo exterior, sino de su frecuencia. La duración del estímulo se codifica en los circuitos neuronales en la duración de la activación, mientras que la intensidad del estímulo se codifica en la frecuencia de la activación. También la duración de la sensación viene determinada por el periodo de tiempo durante el que se sigue generando el potencial de acción. Si todos los estímulos se agolpan conjuntamente, la sensación será intensa; si se espacian en el tiempo, la sensación será débil.

Es más, no sólo la intensidad experimentada depende de la frecuencia con que se produce el estímulo, sino que el tipo de información transmitida depende de la clase de fibras nerviosas activadas y de los sistemas cerebrales específicos a los que están conectadas esas fibras. La información visual es distinta de la información auditiva porque transcurre por canales distintos. Estamos sugiriendo que lo que está en el origen de una sensación -ya sea visual, táctil o auditiva, los ladrillos del amor- es indiferente. Lo único que cuenta es la frecuencia de los impulsos y los canales de comunicación utilizados por el cerebro.

¿Cómo es posible que en la vida cotidiana seamos tan desconsiderados con el impacto del tiempo, de las ausencias y las frecuencias? ¿Por qué prescindimos de ellas tan olímpicamente, olvidando los desvaríos que genera esta actitud en la vida de la gente?

Si científicos precursores, como lord Edgar Douglas Adrian hace treinta años y seguidores suyos actuales, como el premio Nobel Eric R. Kandel, han demostrado la importancia de la frecuencia de los estímulos a nivel celular para definir la intensidad de una emoción, ¿por qué sigue habiendo tantos padres que no tienen tiempo de conversar con sus hijos o enamorados que remiten a las calendas griegas el roce de sus manos o de sus labios? La única excusa que tenemos es que nadie, o casi nadie, ha dedicado tiempo a activar su capacidad metafórica para deducir, de las investigaciones más recientes de la biología molecular, sus implicaciones en la vida cotidiana.

La escritora norteamericana Sylvia Plath.

Lo que no tenemos es la supuesta componente cognitiva del amor desbocado, que brilla por su ausencia en los microscopios y resonancias, a pesar de la abundante producción literaria que ha generado. Pamela Norris, escritora y especialista en el periodo renacentista, atribuye parte de la culpa a que son los hombres, sobre todo, los que han reflexionado sobre el amor. La verdad es que cuando se analiza la contribución femenina al tema, la de grandes mujeres apasionadas e inteligentes, desde Safo en Grecia, pasando por Eloísa en la Edad Media a la norteamericana Sylvia Plath, el sentimiento de espanto y tristeza conjurado por el amor no puede ser más terrorífico.

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