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Authors: Agatha Christie

El testigo mudo

 

Tras sufrir un accidente en su propia casa, Emily Arundell redacta un nuevo testamento desheredando a sus sobrinos y escribe una carta a Hércules Poirot. El detective la recibirá dos meses después de la muerte, aparentemente natural, de la anciana e inmediatamente empieza a investigar. Poco a poco se irán revelando las intrigas que rodean el misterioso caso.

Agatha Christie

El testigo mudo

ePUB v1.0

Ormi
17.09.11

Título original:
Dumb Witness

Traducción: A. Soler Crespo

Agatha Christie, 1937

Edición 1975 - Editorial Molino - 255 páginas

ISBN: 8427201427

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

ANGUS
: Viejo jardinero de Emily Arundell.

ANNIE
: Cocinera de la mentada señorita.

ARUNDELL
(Charles): Joven abogado poco escrupuloso; sobrino de la señorita Emily Arundell.

ARUNDELL
(Emily): Vieja solterona y con una cuantiosa fortuna.

ARUNDELL
(Theresa): Sobrina de la anterior y hermana de Charles. Muchacha joven, bella y muy moderna.

CARRUTHERS
: Mujer de mediana edad, enfermera de Emily en su última dolencia.

DONALDSON
(Rex): Joven médico, novio de Theresa Arundell.

ELLEN
: Antigua doncella de Emily.

GABLER
: De la firma Gabler y Strecher, corredores de fincas.

GEORGE
: Criado inglés de Hércules Poirot.

GRAINGER
: Médico de cabecera de Emily Arundell.

HASTINGS
: Antiguo amigo y colaborador de Poirot.

JENKINS
: Empleada de Gabler y Strecher.

JONES
: Tendero en el pueblo de Market Basing, lugar de la acción de esta novela.

LAMPHEREY
: Encargada d« una estafeta de correos, del citado pueblo.

LAWSON
(Wilhelmina): Señora de compañía de Emily Arundell.

PEABODY
(Carolina): Vieja solterona, amiga y vecina de la repetida Emily.

POIROT
(Hércules): Célebre detective belga, protagonista de esta novela.

PURVIS
(William): Abogado de Emily.

TANIOS
(Bella): Sobrina carnal de Emily.

TANIOS
(Jacob): Médico griego, esposo de Bella.

TRIPP
(Isabel y Julia): Hermanas, ambas espiritistas, solteronas, vegetarianas y amigas de Wilhelmina Lawson.

Capítulo I
-
La dueña de Littlegreen House

La señorita Arundell murió el día primero de mayo. Aunque la enfermedad fue corta, su muerte no causó mucha sorpresa en la pequeña ciudad de Market Basing, donde había vivido desde que era una muchacha de dieciséis años. Porque, de una parte, Emily Arundell, la única sobreviviente de cinco hermanos, había rebasado ya los setenta, y, de otra, había disfrutado de poca salud durante muchos años. Además, unos dieciocho meses antes estuvo a punto de morir a causa de un ataque similar al que acabó con su existencia.

Pero si la muerte de la señorita Arundell no extrañó a muchos, ocurrió algo relacionado con ella que causó sensación. Las disposiciones de su testamento levantaron las más variadas emociones: asombro, cólera, profundo disgusto, rabia, enojo, indignación y comentarios para todos los gustos. Durante semanas y tal vez meses, no se habló de otra cosa en Market Basing. Cada cual aportó su opinión al asunto, desde el señor Jones, el tendero, quien sostenía que «la sangre es más espesa que el agua», hasta la señora Lampherey, de la estafeta de Correos, quien repetía «ad nauseam» que «había algo detrás de todo aquello, ¡estaba segura! Que recordaran el día en que lo decía».

Y añadió sabor a las especulaciones sobre el caso, la circunstancia de que el testamento había sido otorgado el día 2 de abril último. Sumando a esto el que los parientes más próximos de Emily Arundell habían pasado con ella la Pascua de Resurrección, pocos días antes, puede suponerse con qué facilidad tomaron cuerpo las más escandalosas suposiciones, rompiendo la monotonía de la vida diaria de Market Basing.

Existía una persona de quien con fundamento se sospechaba que conocía mucho más el asunto de lo que ella misma admitía. Era la señorita Wilhelmina Lawson, señora de compañía de Emily. Pero insistía en que sabía tanto como cualquier otro sobre el caso y añadía que se quedó muda de estupor cuando se hizo público el contenido del testamento.

Mucha gente no lo creyó, desde luego. No obstante, tanto si la señorita Lawson estaba enterada como si no, lo cierto era que solamente una persona conocía la verdad. Y ésta era la difunta señorita Arundell. Pero incluso ni a su propio abogado dijo una sola palabra acerca de los motivos que originaron su acción. Se limitó a dejar bien sentados sus deseos.

En esta discreción podía encontrarse la clave del carácter de Emily Arundell. En todos los aspectos, era un producto típico de su generación. Tenía sus virtudes y sus vicios. Era autocrática y a menudo despótica y, sin embargo, afectuosa. Tenía lengua dura, pero modales amables. Exteriormente parecía sentimental, aunque en su fuero interno anidaba la sagacidad. Tuvo gran cantidad de señoras de compañía a quienes trató despiadadamente, si bien las gratificó luego con esplendidez. Poseía, en fin, un gran sentido de las obligaciones familiares.

El viernes antes de Pascua, Emily Arundell se encontraba en el vestíbulo de Littlegreen House, dando varias órdenes a la señorita Lawson.

Emily había sido una muchacha agraciada y ahora era una señora bien conservada, de espalda erguida y ademanes vivos. El ligero tinte amarillento de su tez constituía un aviso sobre el peligro que representaba para ella el comer según qué manjares.

—Vamos a ver, Minnie —dijo la señorita Arundell—. ¿Dónde ha colocado a los invitados?

—Pues, espero..., creo haberlo hecho bien. Al doctor Tanios y su señora en el dormitorio de roble y a Theresa en el cuarto azul. Al señorito Charles en la antigua habitación de los niños...

Su señora la interrumpió.

—Theresa puede dormir en el cuarto de los chicos y el señorito Charles que se quede en la habitación azul.

—Oh, sí... lo siento. Creí que el cuarto de los chicos sería algo inconveniente para...

—A Theresa le gustará.

En los tiempos de la señorita Arundell las mujeres ocupaban siempre el segundo lugar. Los hombres eran los más importantes.

—No sabe cuánto siento que no vengan los niños —murmuró la señorita Lawson sentimentalmente.

Le gustaban los niños, aunque era incapaz de manejarlos.

—Cuatro huéspedes son más que suficientes —dijo la señorita Arundell—. Además, Bella está malcriando demasiado a los pequeños. Nunca hacen lo que se les manda; ni soñarlo.

Minnie Lawson opinó:

—La señora Tanios es una madre cariñosa.

—Bella es una buena mujer —añadió Emily como aprobando tal afirmación.

—Debe ser muy duro para ella vivir en una ciudad tan remota como Esmirna —contestó la señora Lawson dando un suspiro.

—Puesto que ha escogido la cama, que duerma en ella —replicó la señora.

V una vez pronunciada esta vieja sentencia de la época victoriana, añadió:

—Me voy al pueblo. Tengo que hacer varios encargos para este fin de semana.

—Oh, señorita Arundell, deje que vaya yo. Quiero decir...

—¡Tonterías! Prefiero ir yo. Rogers necesita que le diga algo fuerte. Lo malo de usted, Minnie, es que no resulta bastante enérgica. ¡
Bob
! ¿Dónde está el perro?

Un terrier de pelo duro bajó corriendo la escalera y empezó a dar vueltas alrededor de su ama, mientras lanzaba cortos y agudos ladridos de alegría, como si esperara algo.

La mujer y el perro salieron juntos por la puerta principal y siguieron la pequeña senda hasta la cancela.

Minnie Lawson se quedó observándolos, sonriendo vagamente con la boca un poco entreabierta. Detrás de ella sonó una voz agria:

—Las fundas de almohada que me dio usted no pertenecen al mismo par.

—¿Qué? Pero qué tonta soy...

Volvió a enfrascarse en la rutina de los trabajos domésticos.

Entretanto, Emily Arundell, acompañada de
Bob
, avanzaba con el aire de una reina por la calle principal de Market Basing.

Era innegable que tenía un porte señorial. En todas las tiendas donde entraba, el dueño salía a su encuentro precipitadamente para servirla.

No en balde era la señorita Arundell de Littlegreen House. «Una de nuestras más antiguas clientes.» «Una señora educada a la vieja usanza; de las pocas que quedan hoy.»

—Buenos días, señorita. ¿En qué puedo tener el placer de servirla? ¿Que no estaba tierno? No sabe cuánto siento oírle decir eso. Creí que estaba muy bien aquel solomillo. Sí; desde luego, señorita Arundell. Si usted lo dice, así será... No; le aseguro que no pensaba despacharle ningún género de calidad inferior, señorita Arundell... Sí; ya me doy cuenta, señorita Arundell.

Bob y Spot,
el perro propiedad del carnicero, estaban entretanto dando vueltas uno alrededor del otro, con los pelos tiesos y profiriendo gruñidos en voz baja.
Spot
era un perro corpulento de raza indefinida. Sabía que no debía pelearse con los perros que acompañaban a los clientes; pero se permitía darles a conocer, con sutiles indirectas, la clase de picadillo en que exactamente los convertiría si lo dejaran.

Bob
, que se preciaba de valiente, contestaba con determinación.

Emily Arundell lanzó un seco
¡
Bob! y salió de la tienda.

En la verdulería encontró una reunión de voluminosas damas. Una señora de contornos esféricos, pero de porte distinguido y majestuoso, la saludó:

—Buenos días, Emily.

—Buenos días, Carolina.

—¿Esperas a los chicos? —preguntó Carolina Peabody.

—Sí; a todos ellos. Theresa, Charles y Bella.

—Entonces, Bella está aquí, ¿verdad? ¿Su marido también está?

—Sí.

Fue un simple monosílabo; pero en el fondo las dos se comprendieron perfectamente.

Porque Bella Winter, la sobrina de Emily, estaba casada con un griego y la familia Arundell, conocida como «toda al servicio del pueblo», nunca había admitido a ningún griego en su seno.

A manera de consuelo, porque desde luego, la cosa no podía ser tratada abiertamente, dijo la señorita Peabody:

—El marido de Bella es inteligente. Y tiene unos modales encantadores.

—En efecto —convino la señorita Arundell.

Cuando salían a la calle preguntó Carolina:

—¿Qué es lo que hay sobre el noviazgo de Theresa con el joven Donaldson?

Emily se encogió de hombros.

—En la actualidad los jóvenes son muy especiales. Me temo que va a ser un noviazgo largo... es decir, si no surge algo. El muchacho no tiene ni un penique.

—Pero Theresa dispone de su propio dinero.

—Un hombre puede muy bien desear que no lo mantenga su mujer —replicó Emily con sequedad.

La señorita Peabody emitió un suave cloqueo gutural.

—Me parece que ahora eso no importa mucho a nadie. Tú y yo estamos anticuadas. Aunque no llego a comprender qué es lo que ha visto esa niña en él. ¡Son tan insípidos esos jóvenes!

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