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Authors: Mary Kirchoff

Tags: #Fantástico

El país de los Kenders (2 page)

Entonces se produjo el cambio de actitud de su familia elfa con respecto a él. Tan sólo Laurana, por aquel entonces una hermosa jovencita, le prodigó atenciones y lo distinguió con un afecto especial que encontró eco en el joven mestizo. Aquello propició que la tensión ya latente entre Tanis, su tío y primos —los hermanos de Laurana—, llegara a tal punto que la situación se tornó casi insostenible. El semielfo optó por marcharse de Qualinost, pero en su interior quedó un gran vacío. Sabía que llegaría el día en que regresaría y se enfrentaría con la realidad, con su tío y... con Laurana. Aquella idea le producía un gran desasosiego. La situación se agravaba porque su tío poseía el título de Orador de los Soles, por su condición de regente de los Elfos de Qualinesti.

Flint posó su mano en el hombro del semielfo y le dio un apretón afectuoso.

—Sabes que aquí siempre tienes un hogar, muchacho —lo animó.

Tanis apartó la mirada del fuego y sonrió al enano, pero la sonrisa no se reflejó en sus atormentadas pupilas. Se suponía que se trataba de una despedida alegre, y el semielfo no la ensombrecería con el recuerdo de Qualinesti. ¡Habría tiempo de sobra para eso! Por consiguiente, se esforzó en adoptar una expresión frívola y adoptó un ligero tono de chanza.

—Sí, lo sé, gracias. Como también sé, Flint Fireforge, o no te conozco bien, que pasarás estos cinco años con tus tallas delante de la chimenea.

El aludido rebanó con brusquedad un trozo demasiado grande de la figurilla que sostenía entre los dedos.

—¿Y qué? ¿Qué hay de malo en que lo haga? —refunfuñó.

Tanis comprendió, por la indignación manifiesta en la voz de Flint, que aquello era con exactitud lo que había planeado hacer. Tas no calló su opinión en tanto removía la lumbre del hogar.

—No hay nada malo en ello, Flint, pero, al cabo de una hora, te aburrirías. ¡Eh, se me ha ocurrido una idea! Me quedo una temporada contigo para hacerte compañía y...

—¡Y nada! —lo cortó terminante el enano—. ¡No tendré pegado a mis talones a un kender cerebro de mosquito! ¿No se os ha ocurrido que, tal vez, me apetezca aburrirme un poco después de tanto tiempo de aguantar que invadieseis a diario mi casa, chicos?

A Tanis le pareció cómico que el enano empleara el término «chico» al referirse a él. Después de todo, tenía cerca de cien años, aunque, por su físico, pareciera un joven de veinte. Claro que, tampoco Flint era un crío; había cumplido más de ciento cuarenta, lo que para los de su raza equivalía a los cincuenta de un humano.

Flint prosiguió con su retahíla de quejas.

—Por un lado Raistlin, con la nariz metida siempre en algún libro. Por otro, Sturm, estoico y circunspecto en exceso. Y ni hablar de Kitiara, enzarzada en una lucha constante con el bruto de Caramon... o en otra clase de forcejeos contigo, Tanis.

El fingido gesto huraño de Flint se suavizó, al tiempo que propinaba al semielfo un codazo amistoso en las costillas. Tas echó la silla hacia atrás y apoyó los pies encima de la mesa. De pronto, recordó que sus amigos habían partido.

—¿Encontrará Sturm a su padre en Solamnia? —preguntó.

Sturm Brightblade y Kitiara Uth Matar se habían marchado de Solace aquel mismo día, al amanecer. Él, empeñado en la tarea de descubrir el paradero de su progenitor, de quien se vio forzado a separarse doce años atrás. Ella, a correr una nueva aventura.

—Si sir Brightblade sigue con vida, estoy seguro de que Sturm lo hallará —aseguró Tanis con convicción—. Con Kit a su lado para ayudarlo en la empresa, no fracasará.

Los leños del hogar chisporrotearon; una brasa candente saltó por el aire y cayó sobre la pierna izquierda del kender. Tas soltó un alarido y brincó como un poseso. Sin embargo, su curiosidad era más fuerte que el dolor de la quemadura.

—¿Por ese motivo se marchó Kit? ¿Para ayudar a Sturm a buscar a su padre? —inquirió, mientras golpeaba con la palma de la mano la abrasada calza azul.

—Ni ella misma sabe qué motiva sus actos, ni tampoco lo que espera de la vida —replicó adusto Tanis, sin mostrarse desconcertado por las acrobacias del kender.

La brasa se extinguió por fin; Tas metió el dedo en el chamuscado boquete que exhibían sus calzas azules.

—Bueno, sea lo que fuere, lo conseguirá —opinó el kender—. Kit es tan...

—¿Fogosa? —remató Tanis por su cuenta y riesgo.

—Resuelta, era el término elegido —respondió el ingenuo Tas.

—Sí, sí; lo es —aseveró el semielfo, y esbozó una significativa sonrisa.

—Los que me preocupan son esos dos redomados estúpidos que tiene por hermanos —refunfuñó Flint—. Me importa un bledo lo que opinen los demás, pero, a mi entender, Raistlin es demasiado joven para someterse a esa endemoniada prueba en la Torre de Alta Hechicería. Lo matarán. Y el infeliz Caramon... En fin, no sé qué haría sin él.

Tasslehoff frunció el entrecejo, pensativo.

—A mí me parece que es justo a la inversa —comentó, aunque procuró que sus palabras no resultaran crueles—. Raistlin es el que no haría nada sin la ayuda de Caramon. Excepto morirse, claro.

Los gemelos, Caramon y Raistlin Majere, hermanastros de Kitiara, también habían partido. La intención del endeble Raistlin era someterse a la peligrosa prueba que, tarde o temprano, todos los hechiceros afrontaban; para ello, se dirigía a la Torre de Alta Hechicería de Wayreth. Su fornido hermano Caramon insistió en acompañarlo como escolta durante el viaje.

—La familia... —dijo entre dientes Tanis, con la mente perdida en remotas reflexiones.

—¡Eso es! —exclamó alborozado Tas, al tiempo que se ponía en pie de un brinco—. ¡Eso será lo que haré! Visitaré a mi familia. ¿Qué será de ellos?

Flint levantó la vista de su trabajo con evidente sorpresa.

—¿Es que no lo sabes? ¿Qué me dices de tus padres? —gruñó.

—Tampoco sé nada de ellos. No he tenido noticias en los últimos tiempos.

—Entonces, ni siquiera sabes si aún viven. —Esta vez el sorprendido fue Tanis.

—Si hubiesen muerto, alguien me lo habría comunicado; digo...

—Pero si no saben dónde estás, ni sabes dónde están, ¿cómo esperas que alguien te localice para informarte de la muerte de unas personas cuyo paradero desconoces?

El enano interrumpió con brusquedad la sarta de incongruencias, sacudió la cabeza, y resopló.

»
¡Lo que me faltaba! ¡Hablo como un kender!

Su denuesto pasó desapercibido a Tas, que se hallaba ensimismado en el recuento de sus familiares.

—Está tío Remo Lockpick, un primo segundo de un tío materno de mi padre, creo. Posee una colección de llaves maravillosa. Grandes, pequeñas, ligeras, pesadas. Una está adornada con gemas azules tan voluminosas como tu cabeza. Me pregunto para qué quiere alguien una llave así —dijo, mientras se frotaba la barbilla con gesto pensativo.

Por su parte, Flint y Tanis se preguntaron para sus adentros para qué necesitaba un kender ésa o cualquier otra clase de llave, habida cuenta de la destreza natural de esta raza para la «manipulación».

—También está tío Wilfre —prosiguió Tas—. Pero nadie lo ha visto desde... bueno, a decir verdad, ni siquiera lo conozco. Sin embargo, mi tío favorito es un hermano de mi madre... creo. Es un Furrfoot, no un Burrfoot. Como os imaginaréis, la semejanza de los apellidos produce una gran confusión en las fiestas familiares. En cualquier caso, tío Saltatrampas se quedó con nosotros después de que su esposa muriera durante la luna de miel. Al menos, él supuso que había muerto.

—¿Qué quieres decir con «supuso»? —exclamó Tanis—. Suena a tragedia.

—Oh, sí. Cuando lo relata tío Saltatrampas, da la impresión de que escuchas una leyenda romántica.

Tas levantó su jarra vacía y pidió otra ronda. En apariencia, el kender acometería una de sus inacabables historias.

—Por favor, la versión corta —le rogó el enano—. No quiero que nuestros amigos me encuentren escuchando tus cuentos dentro de cinco años.

Tas puso los ojos en blanco.

—¡Muy gracioso, Flint! Jamás os he contado una historia que durase cinco años, y no será porque no conozco unas cuantas que... Bien, dejémoslo. Como decía, tío Saltatrampas y su esposa habían decidido no hacer su viaje de luna de miel por los lugares acostumbrados; en consecuencia, allí fue con exactitud adonde se dirigieron. Mejor dicho, lo intentaron.

Como era habitual en él, la narrativa de Tas resultaba confusa.

—¿Adónde
se dirigieron? —preguntó Flint, con una paciencia que estaba muy lejos de sentir.

No acababa de pronunciar la última palabra, cuando el enano se había arrepentido de abrir la boca.

—De verdad, Flint, ¡no te enteras de nada! —replicó exasperado Tas—. ¿A qué otro lugar se va de luna de miel sino a la luna? ¡El sitio más apropiado, desde luego!

—¿Fueron a la luna? —La voz de Tanis denotaba incredulidad.

—No —corrigió Tas—. Pero pusieron todo su empeño en lograrlo. Compraron una pócima mágica en la Feria de Primavera, en Kendermore. Cada uno de ellos bebió la mitad, cerraron los ojos, y pensaron en la luna, tal como el vendedor les había dicho que hicieran. Sin embargo, cuando tío Saltatrampas abrió los ojos, se encontraba todavía en medio del bullicio de la feria. Y su esposa había desaparecido. El vestido de boda se encontraba en el suelo, junto a sus pies. ¡Caramba! Esta historia siempre me entristece. Quizá mi tío no se concentró lo suficiente, ¿no?

—Seguro que no se concentró lo bastante. Pero no en lo que se refiere a la luna —se mofó Flint, al tiempo que se sacudía las virutas pegadas a la barba—. Es obvio que la chica se dio cuenta a tiempo del lío en que se metía y huyó mientras él mantenía los ojos cerrados. Una demostración de intuición sobresaliente para una kender.

Tas hizo caso omiso del sarcasmo del enano.

—Tío Saltatrampas sostiene que ha de estar muerta; de lo contrario, habría hallado el medio de volver con él. Sin embargo, a mí se me ocurre que está en Lunitari. Apuesto a que se siente muy, muy sola. ¡Eh! ¿Cómo nos verá a nosotros desde allí?

—Lo que sí es seguro es que no pasará hambre —dijo Flint—. ¡La luna es un gran queso rojo!

El encrespado bigote del enano ocultó su burlona sonrisa. Por el contrario, la expresión del kender era circunspecta en exceso.

—No sé de qué estará hecha Lunitari, pero me parece muy improbable que sea de queso. Algo rojo, sí, desde luego. Pero no se trata de algo tan vulgar y pastoso...

Flint soltó una estruendosa carcajada.

El monólogo de Tas llegó a su fin cuando la pesada puerta de roble de la posada se abrió de golpe. Las hojas otoñales rojizas de los vallenwoods entraron arremolinadas en el local, arrastradas por el viento. En el umbral se encontraba la criatura más extravagante que los tres amigos habían visto en su vida. La mujer, enana a juzgar por sus proporciones achaparradas, era increíblemente voluptuosa para una hembra de su raza. Vestía una blusa de un color frambuesa brillante, las mangas anudadas a las muñecas, y ajustada al máximo en torno a sus voluminosos senos que amenazaban con romper las tirantes lazadas en cruz que la cerraban. Un cinturón de cuero amarillo marcaba su talle de avispa. Los pantalones, de cuero color púrpura, le envolvían las piernas como una segunda piel. Remataba el conjunto un par de botas altas, a juego con el color de la blusa. En cuanto a su rostro, tanto los labios como las mejillas resplandecían con el mismo tono insólito, rojo como grana, de su deslumbrante melena, larga y frondosa. Sobre el cabello lucía un sombrero amarillo adornado con plumas rojas.

—¡Ah, por fin llegamos! —exclamó mientras contenía un suspiro de alivio.

Luego, recorrió con la mirada el local; plantada firme, con los brazos en jarras, parecía más alta de lo que en realidad era. La posada se sumió en un profundo silencio; incluso el golpeteo de las cacerolas en la cocina cesó. La recién llegada giró la cabeza como si hubiese recordado algo de repente.

—¡Woodrow, ven aquí! —llamó a voces.

—Sí, señora —graznó una voz nerviosa.

Un hombre joven apareció por la puerta y se deslizó con discreción entre el quicio y la mujer, como si procurara no estorbar su magnificencia. Él joven era alto, de constitución fibrosa. De sus rasgos sobresalían la nariz, firme y aguileña, y el pelo rubio pajizo que parecía cortado con un tazón sobre la cabeza. Vestía, en contraste con la enana, unos sencillos pantalones de tela gris y una camisa acolchada de manga larga, del tipo que se llevaba bajo una cota de malla.

Era evidente que sus ropas habían conocido tiempos mejores; la tela estaba descolorida, con algún que otro desgarrón y varias costuras sueltas. Por si fuera poco, los puños de la camisa le quedaban dos dedos por encima de las muñecas.

—Deja de llamarme «señora» —lo reprendió la enana con voz afable—. Me haces sentir vieja. ¡Te aseguro que no soy tan mayor!

Al decir esto, la mujer le guiñó un ojo con coquetería y el joven llamado Woodrow se sonrojó hasta la raíz del cabello.

—Sí, señora —respondió, y tragó saliva.

Ella lo observó un momento y le acarició la mejilla.

—¡Ah, tan joven! Pero... así me gustan —masculló.

Luego, apartó de él los ojos de forma abrupta y oteó el umbroso interior del local. Tras el mostrador se hallaba Otik, quien la contemplaba boquiabierto, mientras se limpiaba las manos en el delantal.

—¡Hola! —lo saludó la enana con el movimiento de una mano.

El posadero, sin salir todavía de su asombro, se acercó presuroso a la mujer. Al detenerse junto a ella, la rolliza figura tembló como un flan.

—Un hombre con un aspecto tan digno e importante como el suyo ha de ser por fuerza el propietario de este establecimiento, ¿no? —ronroneó la enana.

Otik esbozó una sonrisa bobalicona.

—Eh... sí, l...lo soy —tartamudeó—. ¿En qué podemos servirla? ¿Tal vez desea una habitación? ¿Quizás una cena? Tenemos la mejor comida de todo Solace..., de todo el sur de Ansalon.

—Sin duda. Pero, quizá más tarde. En realidad, busco a alguien. Un kender llamado Tasslehoff Burrfoot. Me dijeron que tal vez lo encontraría aquí.

Los tres amigos habían observado con interés toda la escena. Al escuchar su nombre, Tas se levantó de un brinco y se acercó a todo correr.

—¡Soy yo! ¡Me llamo Tasslehoff Burrfoot! ¿Acaso he ganado algún premio y viene a entregármelo?

Tas hizo una pausa, asaltado por la duda.

»
¿He perdido algo? ¿Lo ha perdido usted? —preguntó interesado.

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