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Authors: Magnus Nordin

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

El misterio de la casa abandonada

 

Una casa aislada, situada al final de un camino no muy lejos del pueblo, permanece abandonada. No se sabe exactamente cuándo fue construida, pero seguro que tiene más de cien años. Los hechos terribles que en ella ocurrieron la han convertido en una casa maldita y poseída, y se dice que todo aquel que se ha atrevido a entrar en ella nunca más ha vuelto a salir. Si uno se acerca a su entrada, percibe un olor penetrante, nauseabundo, y un frío húmedo que lo va calando hasta los huesos. A pesar de todo ello, Joel, Dagge y Larsa, capitaneados por Pierre, deciden entrar. Los cuatro jóvenes pronto descubrirán que lo que parecía una simple travesura termina siendo una auténtica pesadilla.

Magnus Nordin

El misterio de la casa abandonada

ePUB v1.0

Crubiera
06.04.13

Título original:
Huset vid vägens slut

Magnus Nordin, 2004.

Traducción: Frida Giménez y Mayte Sánchez

Diseño portada: Ediciones B

Editor original: Crubiera (v1.0)

ePub base v2.1

A Erna y John

Todos nos volvemos un poco locos a veces.

Psicosis (1960)

Pero no se puede matar a un fantasma.

La noche de Halloween (1978)

Primera parte
1

Vamos camino del Nido de Águilas, la cabaña que construimos hace dos veranos en la cima de una colina y que bautizamos con el nombre de una vieja película de guerra de Clint Eastwood.

Noto el intenso calor del sol en la nuca mientras lucho por subir la pendiente. Ya no falta mucho. Si me quedaran fuerzas para levantar los ojos del suelo, vería cómo se alza la montaña al final de la cuesta, pero tengo las piernas agarrotadas por el esfuerzo y jadeo ruidosamente.

Estamos a mediados de junio y hace tanto calor que la hierba ha empezado ya a amarillear. Al final del verano mis brazos estarán morenos como el chocolate, y el pelo largo y rubio que ahora se me pega a la frente se habrá ido aclarando hasta quedar casi blanco. Tendré costras en los codos, y los tejanos —que mi madre ha lavado y planchado con tanto esmero que me ha costado lo mío doblar las rodillas cuando me los he puesto esta mañana— estarán manchados de verde por la hierba y llenos de agujeros.

Al final de la cuesta, a unos diez metros de donde me encuentro, Dagge se ha parado y se ha dado la vuelta. Agita una mano y nos grita que espabilemos. No es que tengamos prisa, pero ya se sabe cómo es Dagge. No tiene paciencia con los rezagados. Justo detrás de mí oigo los resoplidos de Larsa y Pierre, que ya me han alcanzado. La vista de sus caras sudorosas y rojas me espolea para dar un último pedaleo, aunque ya me imagino las agujetas que tendré luego. Gracias a la fuerza de la voluntad llego al final de la cuesta antes que ellos.

El Nido de Águilas de la película estaba en una cima de los Alpes y era prácticamente inalcanzable. El nuestro no es ningún fuerte, pero sí una construcción sólida. Las paredes exteriores están hechas con gruesos troncos de madera y los tabiques de dentro son de pladur aislado con fibra de vidrio. El techo está protegido con tela asfáltica que, al igual que los demás materiales, nos dio el padre de Larsa, que tiene tina empresa de construcción. Dentro está oscuro y hay poco espacio, pero al menos estamos protegidos de la lluvia y el viento. Desde nuestra pequeña colina vemos todo el bosque e incluso Rosenhill.

Dagge inspecciona el camuflaje de la cabaña. Las ramas de abeto han empezado a secarse y entre todos cortamos otras nuevas. El Nido de Águilas es nuestra guarida. El mismo día que la terminamos hicimos un pacto. Para dejar claro que la cosa iba en serio, Dagge decidió que mezclaríamos nuestra sangre. Nos hicimos un corte en la yema de un dedo con una hoja de afeitar y presionamos la herida para poner unas cuantas gotas de sangre en la tapa de una caja metálica. Aunque me horroriza ver la sangre y empecé a notar un sudor frío, conseguí mantener el control. Nadie notó nada, excepto Dagge. Me hizo un guiño, pero no dijo ni una palabra. Juramos que nunca revelaríamos la existencia del Nido de Águilas a nadie.

Hasta ahora hemos respetado el pacto.

En el Nido de Águilas tenemos todo lo que necesitamos. Revistas subidas de tono, tebeos, juegos de cartas, cigarrillos, una minicadena y un montón de buena música. A veces pasamos la noche allí, aunque es bastante incómodo. No puede uno darse la vuelta sin atizarle un codazo o un rodillazo al que tiene al lado. Larsa habla en sueños, aunque más bien podría decirse que masculla. Lo más irritante es que nunca se entiende lo que dice. Pierre se tira pedos y, no sé por qué, por la noche siempre me entran ganas de ir al lavabo. El mejor momento es la caída de la tarde, justo cuando anochece y el bosque está oscuro y en silencio. Entonces contamos historias. Larsa nos cuenta los chistes verdes que ha oído a los hombres que trabajan en la empresa de su padre.

Cuando al final paramos de reír y ya estamos cansados de los chistes subidos de tono de Larsa, le toca el turno a Pierre. Su especialidad son las historias de terror. Siempre empiezan de la misma manera: «Ésta es una historia verídica. Me la contó Abbe, que se la oyó a un amigo de su hermano mayor…» O «… mi abuela, que se la oyó contar a su primo de Norrland». Sólo hay que cambiar los nombres. Pero ¿a quién le importa si son inventadas o verídicas? Cuando Pierre empieza su relato nos quedamos callados y le escuchamos prestándole toda nuestra atención. Entonces cualquier cosa es posible. Fantasmas y hombres lobo, psicópatas y extraterrestres. Al final de la historia siempre hay alguien, normalmente Larsa, que puede jurar que ha oído pasos fuera. «¡Lo juro… ahí fuera hay alguien!»

Fue en una noche como aquélla cuando supimos lo de la vieja casa en Lugnet.

—Ésta es una historia verídica —empezó Pierre—, me la contó Uffe, que se la había oído a su tío.

2

—No muy lejos de aquí, cerca de Lugnet, hay una vieja casa. Nadie sabe lo vieja que es, pero seguro que lleva allí más de cien años. Tampoco hay mucha gente que sepa que existe, lo que tampoco es tan raro. Es una casa solitaria que se encuentra al final de la carretera, a la sombra del oscuro bosque de abetos. El sendero que lleva hasta la verja está cerrado por la vegetación y unos grandes robles protegen el lugar de cualquier mirada indiscreta.

»Voy a decir las cosas como son: es una casa maldita. Se nota en el aire cuando uno se acerca. Un frío húmedo que se pega a la piel. Un olor nauseabundo, como de algo echado a perder. La casa entera grita una advertencia: “No sigas adelante…”

»Hace mucho tiempo vivía allí una familia. El padre era carpintero y él mismo había construido la casa. Eran pobres pero felices. Lo que sucedió es un misterio. Nadie sabe qué lo empujó a asesinar a los suyos.

»Una noche el padre se levantó de la cama, fue al taller a buscar el hacha y subió a la habitación de los niños. Fue matando a sus hijos uno tras otro, tan tranquilo y metódico como si estuviera eliminando una carnada de gatos. A continuación se dirigió al cuarto donde dormía la madre y acabó con ella de un solo golpe de hacha. Finalmente subió al desván y se ahorcó colgándose de una viga del techo. No dejó ninguna nota, nada que explicara por qué había asesinado a su familia.

»La casa fue precintada y con el paso del tiempo se fue deteriorando. Nadie quería comprar una vivienda con una historia tan siniestra. Los vecinos querían olvidar el crimen, algo que no les resultaría posible mientras la casa estuviera en pie, así que llegaron a considerar la posibilidad de derribarla. Una noche alguien intentó incendiarla, pero las llamas no consiguieron destruir las paredes de madera. Era como si estuvieran mojadas. Se dijo que era la sangre de los niños que había empapado la madera.

»La gente huía de la casa como de la peste.

»Pero la casa se negó a caer en el olvido. Inevitablemente atraía a los curiosos, ya que la gente siempre se siente fascinada por los lugares terribles y misteriosos.

»A la mayoría le bastaba con echar un vistazo. Los más atrevidos se acercaban un poco más, pero cuando percibían el hedor y el frío que emanaban del edificio, se arrepentían profundamente de no haber hecho caso de las advertencias.

»Se decía que uno nunca volvía a ser el mismo después de haber estado allí. Si se tenía la suerte de volver, claro.

»A los que se han quedado entre esas paredes —y se dice que no son pocos— se les oye gritar por las noches. Sus alaridos no se acallan nunca. Y seguirán así hasta que alguien vaya a liberar sus almas martirizadas.

3

Durante un largo rato permanecemos en silencio asimilando la historia de terror de Pierre. Lo único que se oye es el sordo zumbido de los mosquitos que acuden a la linterna, tan fascinados con el haz de luz amarillo como nosotros lo estábamos hace un momento con la historia. No se parece a ninguna de las que hemos oído antes, porque hay un detalle que la hace más verídica, más terrible que las demás: la mención a Lugnet, que es un lugar que todos conocemos.

Larsa rompe el silencio.

—Vaya, me gustaría ver esa casa. ¿Existe realmente?

Pierre asiente.

—Está al final de la carretera de Lugnet.

—¿Y eso queda lejos?

—A unos tres kilómetros, más o menos.

—Debería ser muy fácil encontrarla. ¿Tú qué crees, Dagge?

Dagge da una calada a su cigarrillo, meditando. Al final se vuelve hacia Pierre.

—¿Tú has estado allí?

—Bueno, yo no, pero el tío de Uffe le dijo dónde estaba.

—Así que él sí ha estado allí.

—Es lo que estoy diciendo.

A veces uno no sabe dónde terminan las historias de Pierre y dónde empieza la realidad, y me pregunto si él mismo sabe dónde está el límite. A pesar de que está claro que la mayor parte de sus historias son pura fantasía, incluido el nombre de quien él dice haberlas «oído», antes se comería un saco de alfalfa que reconocerlo. Un mago nunca descubre sus trucos y seguro que ocurre lo mismo con un narrador. A decir verdad, nosotros queremos creer en la historia de Pierre, de lo contrario no estaríamos aquí sentados.

Tampoco creo que ninguno de nosotros siguiera pensando en si la historia es verídica, de no ser porque Pierre ha nombrado lo de Lugnet. Por eso Larsa pregunta si la casa existe realmente.

—Si no me creéis, podéis ir vosotros —dice Pierre, mosqueado.

Como siempre, me despierto porque me entran ganas de hacer pis y tengo que reptar para salir del saco de dormir intentando no pisar a Larsa, que es quien está más cerca de la puerta y se queja agitando los brazos. Pierre, que duerme al lado, recibe un codazo en la cara, se despierta y devuelve el golpe. «Será tarado», lo oigo refunfuñar antes de abrir la puerta, que siempre hace un ruido fenomenal cuando es de noche. Veo que alguien está fumando, apoyado en una roca. Dagge se vuelve hacia mí y me saluda con un gesto de cabeza.

—No podía dormir.

Yo me pongo a lo mío. La luna mira con sus ojos blancos y transparentes.

—¿Crees que de verdad existe esa casa?

—Hay muchas casas viejas en Lugnet.

Me siento al lado de Dagge.

—¿Con fantasmas?

—¿Cómo quieres que lo sepa?

Dagge tira la colilla. La brasa traza una línea iluminada en la oscuridad.

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