Read El mensaje que llegó en una botella Online
Authors: Jussi Adler-Olsen
Tags: #Intriga, Policíaco
Assad echó la cabeza hacia atrás y sacó hacia delante el labio inferior.
Su respuesta llegó a sacudidas, mientras vomitaba.
—Bueno, siempre estamos de acuerdo, Carl. ¿Verdad?
Carl se inclinó sobre el hombre que yacía en las baldosas resbaladizas, con los ojos desmesuradamente abiertos y la boca también abierta.
—Vete al infierno —dijo el hombre entre dientes.
—Tú sí que vas a ir al infierno —replicó Carl.
Entonces oyeron los refuerzos acercándose por el bosque.
—Si reconoces lo que has hecho, la muerte será más benigna —susurró Carl—. ¿A cuántos has matado?
El hombre pestañeó.
—A muchos.
—¿A cuántos?
—A muchos.
Entonces fue como si su cuerpo se rindiera: la cabeza basculó a un lado y se pudo ver la terrible herida de la nuca. Eso y también la alargada cicatriz rojiza de la parte trasera de la oreja.
Se oyó un burbujeo procedente de su boca.
—¿Dónde está Benjamin? —se apresuró a preguntar Carl.
Los párpados del hombre se fueron cerrando.
—Está con Eva.
—¿Quién es Eva?
El hombre volvió a guiñar los ojos entreabiertos, esta vez con mayor lentitud.
—Mi fea hermana.
—Tienes que darme un nombre. Necesito un apellido. ¿Cómo te llamas de verdad?
—¿Que cómo me llamo?
Entonces sonrió y dijo sus últimas palabras.
—Me llamo Chaplin.
Carl estaba cansado. Hacía cinco minutos que había dejado caer una carpeta sobre el montón de la esquina.
Resuelto, terminado y fuera del sistema.
Desde que Assad derribara al serbio en el sótano había pasado mucha agua bajo aquel puente. Los hombres de Marcus Jacobsen se hicieron cargo de los tres nuevos casos de incendio, pero el viejo caso de 1995 en Rødovre se lo quedó el Departamento Q. La guerra de bandas tenía demasiado ocupados a los del segundo piso.
Encarcelaron a gente tanto en Serbia como en Dinamarca, y solo faltaban un par de confesiones. Como si fueran a conseguirlas, decía siempre Carl. Los serbios que habían detenido preferían pudrirse quince años en una cárcel danesa que enemistarse con quienes habían organizado todo.
El resto dependía del fiscal.
Se desperezó y estuvo pensando en echar unos minutos de siesta a la luz de la pantalla plana en la que el canal de noticias no paraba de soltar disparates acerca de un ministro que no era capaz de montarse en una bici sin caerse y romperse varios huesos.
Entonces sonó el teléfono. Puñetero invento.
—Tenemos visita aquí arriba, Carl —informó Marcus por el auricular—. ¿Podéis subir un momento? ¿Los tres?
Llevaba lloviendo diez días sin parar, y era julio. El sol debía de estar hibernando. ¿Por qué diablos tenían que subir hasta el segundo piso? Allí arriba estaba casi tan oscuro como en el sótano.
Al subir las escaleras no dijo palabra a Rose ni a Assad. Putas vacaciones. Jesper se pasaba todo el día en casa, y su novia también. Morten se había ido de vacaciones en bici con un tal Preben, y no tenía prisa por volver. Mientras tanto, habían contratado a una enfermera para Hardy, y Vigga estaba dando la vuelta a la India con un hombre que ocultaba metro y medio de pelo bajo el turbante.
Y allí estaba él, mientras Mona y su familia se ponían morenos en Grecia. Si al menos Rose y Assad hubieran cogido vacaciones, habría podido poner los pies sobre la mesa y pasar la jornada laboral en compañía del Tour.
Odiaba las vacaciones. Sobre todo cuando no era él quien las cogía.
En el segundo piso miró al sitio vacío de Lis. Tal vez estuviera otra vez de vacaciones en la autocaravana con su fogoso marido. Tal vez habría sido más provechoso si se hubiera tratado de la señora Sørensen. Seguro que unos revolcones en la autocaravana podían hacer estremecerse incluso a una momia como ella.
Saludó amable a la bruja con la cabeza, y ella levantó el dedo corazón. Qué sofisticada. Desde luego, aquella arpía avinagrada estaba al día.
Al abrir la puerta del despacho de Marcus Jacobsen, Carl se topó con el rostro de una mujer que no conocía.
—Pasad —invitó Marcus desde su silla—. Mia Larsen ha venido con su marido a daros las gracias.
Carl reparó en el hombre que estaba a un lado. Lo conocía. Era el tipo que estaba frente a la casa en llamas de Roskilde. Kenneth, el que sacó a la mujer. La pobre mujer rígida de aquella vez ¿era realmente la misma que lo miraba ahora con timidez?
Rose y Assad le estrecharon la mano, y Carl hizo lo propio tras una vacilación.
—Perdonen —se disculpó la joven—. Ya sé que tienen trabajo, pero queríamos darles las gracias en persona por haberme salvado la vida.
Se quedaron un rato mirándose. Carl no tenía ni idea de qué decir.
—No puede decirse, o sea, que fuera fácil —indicó Assad.
—Más bien, o sea, lo contrario —añadió Rose.
Los demás rieron.
—¿Estás bien? —preguntó Carl.
La mujer respiró hondo y se mordió el labio.
—Quería preguntar cómo les va a los dos niños. Se llamaban Samuel y Magdalena, ¿verdad?
Carl alzó un poco las arrugas de la frente.
—Si quieres que sea franco, nunca podremos saberlo. Los dos chicos mayores se han ido de casa, y creo que a Samuel le va bien. En cuanto a Magdalena y sus otros dos hermanos, la comunidad se ha encargado de ellos, por lo que he oído. Puede que sea mejor así, no lo sé. Es muy duro para un niño perder a sus padres.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, lo comprendo. Mi exmarido ha causado mucho mal. Si hay algo que pueda hacer por la niña, espero poder hacerlo.
Después trató de sonreír, pero no lo consiguió hasta que logró decir la siguiente frase.
—Es duro para un niño perder a sus padres, pero también es duro para una madre perder a su hijo.
Marcus Jacobsen le puso la mano en el brazo.
—Seguimos investigando el caso, Mia Larsen. La Policía está trabajando al máximo con la información que has traído. A largo plazo se verá si el esfuerzo es suficiente. En este país no se puede esconder a un niño para siempre.
La mujer dejó caer la cabeza cuando Marcus dijo «para siempre». Seguro que Carl habría empleado otras palabras.
Entonces habló el joven.
—Solo queríamos decirles que estamos agradecidos —explicó con la mirada posada en Carl y Assad—. Otra cosa es que la incertidumbre está a punto de destrozar a Mia.
Pobre pareja. ¿Por qué no hablar con franqueza de aquello? Habían pasado cuatro meses y seguían sin encontrar al niño. No se habían puesto los medios en los diversos departamentos, y ahora sería demasiado tarde.
—Es que no sabemos mucho —reconoció Carl—. La hermana de tu exmarido se llama Eva, eso ya lo sabemos. Pero ¿y el apellido? ¿Cómo se apellidaba tu marido? Puede ser cualquiera. Ni siquiera sabemos su verdadero nombre de pila. De hecho, no sabemos nada sobre su pasado. Solo que el padre de Eva y de tu exmarido era pastor. En cuanto a eso, puede decirse que Eva no es un nombre extraño para hijas de pastores. Bueno, sabemos que ahora debe de tener unos cuarenta años, pero eso es todo. La fotografía de Benjamin está colgada en todas las comisarías, y la última novedad es que mis compañeros han pedido a las autoridades de asuntos sociales que no pierdan de vista el caso. Es lo que tenemos, de momento.
La mujer hizo un gesto afirmativo. Era evidente que no deseaba interpretar el mensaje como algo que fuera a disminuir sus esperanzas. Por supuesto que no lo quería.
Entonces el joven sacó un ramo de rosas y dijo que Mia buscaba a diario en todas partes alguna publicación religiosa o recorte de periódico donde apareciera la fotografía del padre de su exmarido. Que se había convertido para ella en un trabajo a jornada completa, y que si averiguaba algo serían los primeros en saberlo.
Luego tendió las flores a Carl y dio las gracias.
Cuando se marcharon, se quedó un rato con mal sabor de boca y el ramo de rosas en la mano. Había por lo menos cuarenta rosas rojas. Carl habría preferido no tenerlas.
Sacudió la cabeza. No podían estar en su escritorio, no lo soportaría, pero tampoco debían terminar en casa de Yrsa y Rose. A saber qué consecuencias podría tener.
Dejó el ramo en la mesa de la señora Sørensen cuando pasaron a su lado.
—Gracias por mantenerte al timón, señora Sørensen —fue todo lo que dijo, dejándola en una vorágine de desconcierto y protestas mudas.
Se miraron entre ellos al bajar las escaleras.
—Ya sé lo que estáis pensando —dijo, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.
Ahora tendrían que enviar un escrito a todas las instancias y autoridades de Dinamarca que pudieran disponer de información sobre un niño con la edad y aspecto de Benjamin, y que podría haber aparecido en algún lugar indebido. De hecho, esa era la información que ya había hecho circular la Policía.
Pero esta vez, con el pequeño añadido de que se pedía a los responsables de las instituciones que se encargaran personalmente del caso.
Así se daría con toda seguridad prioridad a la tarea y se encomendaría de inmediato a las personas adecuadas.
Las dos últimas semanas Benjamin había aprendido por lo menos cincuenta palabras, y a Eva le costaba seguir su ritmo.
Pero también habían hablado mucho los dos, porque Eva quería a aquel niño más que a nada en el mundo. Ahora eran una pequeña familia, y su marido pensaba lo mismo.
—¿Cuándo van a venir? —preguntó su marido por décima vez aquel día. Había pasado horas trabajando. Pasar el aspirador, hornear pan, los pequeños quehaceres para con Benjamin. Todo debía estar perfecto para aquella reunión.
Eva sonrió. Era increíble cómo había transformado sus vidas aquel niño.
—Ya las oigo llegar. ¿Me acercas a Benjamin, Willy?
Sintió la suave mejilla del niño contra la suya.
—Ahora va a venir alguien que nos va a decir si puedes quedarte con nosotros, Benjamin —le susurró al oído—. Yo creo que sí que puedes. ¿Tú quieres quedarte con nosotros, cariño? ¿Quieres quedarte con Eva y Willy?
El niño se apretó contra ella.
—Eva —dijo, y se echó a reír.
Entonces ella notó que Benjamin señalaba hacia el pasillo, donde se oían voces.
—Viene alguien —dijo.
Ella lo abrazó y le ajustó un poco la ropa. Willy le había dicho que tuviera los ojos cerrados, que así no tenía un aspecto tan intimidatorio. Después aspiró hondo, rezó una oración y dio un fuerte abrazo al niño.
—Todo saldrá bien —susurró.
Las voces eran amables, las conocía. Eran las mujeres que debían encargarse de las formalidades, y ya la habían visitado antes.
Las dos se acercaron y le dieron la mano. Manos buenas, cálidas. Dijeron algo a Benjamin y se sentaron a cierta distancia.
—Bueno, Eva, hemos estudiado vuestras circunstancias, y no puede decirse que seáis los solicitantes más típicos que hayamos tenido.
»Aun así, has de saber que hemos decidido no tener en cuenta tu discapacidad visual. Otras veces ya hemos concedido a algún invidente autorización para adoptar, y en cuanto a la operatividad y actitud básica, no pensamos que vaya a ser ningún obstáculo.
Eva sintió que una fuente brotaba en su interior. Ningún obstáculo, decían. Así que sus plegarias habían sido atendidas.
—Estamos impresionados por vuestra capacidad de ahorro con vuestros modestos ingresos: habéis demostrado que sois capaces de llevar la economía mejor que la mayor parte de la gente. Y también nos hemos dado cuenta de que has adelgazado mucho en muy poco tiempo, Eva. Veinticinco kilos en apenas tres meses, dice Willy, es bastante extraordinario. Y tienes mejor aspecto, Eva.
Eva sintió calor en el cuerpo. Su piel se estremeció. Hasta Benjamin se dio cuenta.
—Eva es buena —dijo el chico. Eva notó que saludaba con la mano a las señoras. Willy decía que quedaba enternecedor cuando lo hacía. Aquel niño era una bendición.
—Estáis bien instalados aquí. Nos damos cuenta de que puede ser un buen hogar para crecer.
—También juega en vuestro favor que Willy haya conseguido un buen trabajo —explicó la otra. Una voz algo más grave, de alguien mayor—. Pero Eva, ¿no crees que puede ser un problema para ti que ahora no vaya a estar mucho en casa?
Eva sonrió.
—¿Porque tendría que arreglármelas sola con Benjamin? —replicó, volviendo a sonreír—. Soy ciega desde la adolescencia. Pero no creo que haya muchos de los que ven que vean tan bien como yo.
—¿Por qué lo dices? —quiso saber la voz grave.
—¿No se trata acaso de percibir cómo están quienes te rodean? Yo lo percibo bien. Conozco las necesidades de Benjamin antes que él. Noto por la voz cómo se siente la gente. Por ejemplo, usted está muy contenta ahora. Creo que su corazón sonríe. ¿Se siente muy feliz por algo?
Ambas rieron un poco.
—Pues ahora que lo dices, sí. Esta mañana he sido abuela.
Eva le dio la enhorabuena y respondió un montón de preguntas prácticas. Sin duda, a pesar de su incapacidad y de la edad de Willy y de ella, iban a proponerles seguir adelante con los trámites. Y eso era lo que deseaban ellos. Si lo conseguían se habrían acabado los problemas.
—De momento se trata de un reconocimiento como familia adoptiva. Mientras sigamos sin saber qué ha ocurrido con tu hermano, es natural que sea lo único que podemos hacer. Pero, teniendo en cuenta vuestra edad, debemos considerar esto como una maniobra preparatoria a la adopción.
—¿Cuánto tiempo lleváis sin noticias de tu hermano? —preguntó la primera. Era, quizá, la quinta vez que hacía la pregunta entre las dos visitas.
—Desde marzo, cuando vino a entregarnos a Benjamin. Nos tememos que la madre de Benjamin haya muerto por alguna enfermedad. Al menos, mi hermano decía que estaba muy grave —informó, y se santiguó—. Mi hermano era de naturaleza sombría. Si la madre de Benjamin ha muerto, mucho nos tememos que él la haya seguido.
—No hemos logrado averiguar quién es la madre de Benjamin. En el certificado de nacimiento que nos disteis es imposible leer el número de su registro civil. ¿Creéis que se ha mojado?
Eva se alzó de hombros.
—Lo más seguro. Estaba así cuando nos lo dieron —dijo su marido desde el rincón.
—Por lo visto, los padres de Benjamin eran una pareja de hecho. Al menos, partiendo del número de registro de tu hermano, no podemos ver que se haya casado nunca. En general, es bastante difícil seguir la trayectoria de tu hermano. Vemos que hace bastantes años quiso ingresar en las fuerzas especiales, pero a partir de entonces es como si toda la información sobre él empezara a difuminarse hasta desaparecer.