Raquel inclinó la cabeza, vencida del todo. Osadía, valentía, toda su magia: nada de ello parecía ser ahora de utilidad. ¿Dónde estaba Larpskendya?
¿Dónde estaba
? Raquel echó un vistazo a los sarrenos hacinados al otro extremo de Mawkmound y la carita de Eric mecida en los brazos de Morpet, y no se le ocurrió nada más que hacer.
—Prepárate para morir, niña —dijo Dragwena—. Estoy invocando el Maleficio.
La bruja caminó con lentitud hasta el centro de Mawkmound y elevó los brazos. Profirió encantamientos en el lenguaje de Ool, el mundo del que provenía. Raquel conocía algunas de las palabras a partir de los hechizos de muerte que estaban en su mente, pero no reconoció la mayoría. Se dio cuenta de que se trataba de uno de los hechizos más mortíferos que Dragwena nunca había revelado: un hechizo asesino de incalculable poder. Raquel buscó algo —cualquier cosa— para defenderse.
El Maleficio llegó poco a poco. Dragwena sabía que ya no había necesidad de apresurarse. De los helados parajes del norte, un gigantesco torbellino se arrancó desde algún rincón del mundo. Raquel lo vio a muchos kilómetros de distancia: un infierno de ira desatada. Mientras miraba, el torbellino se extendió hasta cubrir el cielo por completo. Su inmensa sombra se cernió sobre la tierra ocultando la nieve y las estrellas. Sobre las Montañas Raídas, la tormenta-sombra se desató y consumió la brillante Armat. Montañas y arroyos fueron devorados y un viento comenzó a soplar ferozmente sobre Mawkmound.
Los sarrenos estaban aterrados, pero no se dispersaron. Al contrario, Trimak y un grupo de ellos cruzaron las nieves de Mawkmound hacia Raquel, con los cuerpos inclinados contra el viento. Morpet vaciló por un momento; miró primero a Eric y luego a su hermana. Después llevó a Eric algunos metros más allá, y Raquel vio que le colocaba su chaqueta debajo de la cabeza y lo recostaba con suavidad sobre la nieve mientras musitaba unas palabras. Raquel comprendió que no se trataba de un hechizo de protección: Morpet sabía que su magia era demasiado débil para proteger al niño. Era solo una disculpa que, con toda probabilidad, Eric nunca escucharía. Morpet lo besó en la frente y alcanzó a los demás a toda prisa.
Todos los sarrenos rodeaban ahora a Raquel. Los que tenían espadas las apuntaron hacia Dragwena.
La bruja rió.
—¿Espadas? Qué conmovedor.
Entonces, el enorme torbellino llegó a Mawkmound. Quedó suspendido sobre la cabeza de Dragwena: era una masa en espiral de nubes negras, tan ancha como el horizonte. La bruja trazó una forma en el aire. Al instante la nube cambió de forma y se condensó en un solo y estrecho túnel de viento devastador, del grosor de una cuerda. Dragwena se dislocó la mandíbula, la dejó caer hasta la barbilla y el túnel saltó dentro de su boca. Ella se estremeció de placer, según llegaba a su garganta.
La bruja cerró la boca y sonrió a Raquel.
—¿Listos?
—¡Sí! —vociferó el sarreno más cercano a la bruja.
Dragwena apuntó su boca en dirección al sarreno y soltó el Maleficio.
Un grueso pilar de humo negro avanzó a una velocidad extraordinaria desde sus labios. Dentro del humo, miles de dientes emergieron hacia la superficie.
Raquel colocó varios anillos de protección alrededor de los sarrenos, pero de nada sirvió. El primero que fue golpeado por el humo quedó despedazado. Como sabía que todos los demás acabarían muertos, Raquel puso a salvo a los sarrenos restantes en el extremo de Mawkmound… y se enfrentó sola a toda la fuerza del humo y de los dientes.
Protegió su cuerpo con varios encantamientos, pero los dientes restallaban dentro sin freno. Raquel luchó contra ellos con todo lo que sabía: encantamientos defensivos, hechizos mortíferos, sortilegios de parálisis y finalmente, cuando los dientes consiguieron atravesarlos, con las uñas.
Pero de nada le sirvió. Dragwena soltó una carcajada de alegría mientras los dientes comenzaban a comerse los labios y los ojos de Raquel.
Raquel notó los dientes arrancarle trozos de su rostro. Hacían jirones sus brazos y sus piernas. Atacaron su cuello y su corazón, puesto que era la manera más rápida de matarla, mordisqueando hambrientos sus carnes y murmurando las palabras del Maleficio. Buscaban su muerte.
Raquel lo soportó todo. Su mente estaba toda concentrada en un solo hechizo que anestesiara el dolor de su cuerpo. Esperó y esperó hasta que todos los dientes se le clavaron en la carne. Al final, cuando pudo oír el susurro del último colmillo del Maleficio, su significado quedó al descubierto.
Raquel cerró los puños y desencajó su propia mandíbula. Su barbilla cayó y su boca se abrió enormemente. Con un esputo de sangre y aire, farfulló las palabras que necesitaba. En el mismo instante, los dientes dejaron de morderla. La negra columna de humo y dientes se apresuró a meterse en su garganta, llenándola.
El cuerpo sangriento y desgarrado de Raquel miró a Dragwena, retándola.
—Prepárate —refunfuñó—. Larpskendya me enseñó durante el sueño mágico que hay un hechizo de bondad para cada hechizo de maldad, bruja. ¡Más vale que comiences a correr antes de que te atrape!
Tosió. De su boca salió humo azul que se desplazó poco a poco hacia la bruja.
—¿Qué es esto? —preguntó Dragwena mientras retrocedía asustada—. No puedes usar el Maleficio. Me pertenece solo a mí.
Raquel presionó su pecho con ambas manos y siguió tosiendo. El humo azul avanzó más espeso. Pronunció palabras al revés en la lengua de la bruja, y el encantamiento se desbordó de sus labios y siguió al humo.
Los ojos de Dragwena brillaron de pronto, al comprender.
—Una inversión —murmuró—. Estás invirtiendo el Maleficio. Del mal al bien: no, no puede funcionar.
Dragwena siguió retrocediendo. El primer hilo de humo tocó su pierna. Gritó de dolor… y echó a correr.
Las palabras manaron de la boca de Raquel. La bruja levantó las manos y se elevó en el aire. Un jirón de humo la tiró de espaldas y la inmovilizó en el suelo. El resto de la columna azul la rodeó y le entró por la nariz, la garganta y los ojos. No llevaba dientes dentro, pero la bruja gimió y se retorció bajo el ataque como si estuviera inhalando fuego.
Entonces, tan rápido como habían comenzado, cesaron las palabras. El hechizo invertido había finalizado, y las heridas de Raquel desaparecieron. Cerró la boca y los últimos vapores azules se esfumaron.
Todos miraron a Dragwena.
Yacía en el suelo en horrible tormento, con todo el cuerpo ardiendo en llamas azules que le calaban muy hondo.
Sin embargo, la bruja no estaba muerta. Con un enorme esfuerzo levantó la cabeza y carraspeó:
—Manag… Manag… —el humo salió otra vez de la garganta de Dragwena como engrudo que expulsó con la lengua.
Se elevó en el aire y se convirtió en una criatura con garras, ojos verdes y una boca que se extendía por todo Mawkmound.
Los sarrenos miraron a Raquel desesperados buscando una explicación, pero ella no comprendía ni tenía respuesta alguna.
Dragwena se sentó. Una brillante luz verde corría por su cuerpo apagando las últimas llamas azules.
—¿Creías que el Maleficio solo consiste en unos cuantos dientes centelleantes? —le espetó—. Son incontables hechizos, depende de lo que necesite. Esta vez una inversión no te funcionará.
La bruja besó el aire. El cuerpo de Raquel quedó rígido, atrapado por un anillo de titilante fuego verde. El Manag lo comprendió y abriendo sus enormes garras se lanzó a despedazarla…
Morpet corrió hacia Eric, lo sacudió una y otra vez.
—¡Levántate! ¡Despierta! —rogó.
Eric levantó la cabeza y se puso de pie con torpeza. Avanzó a trompicones hacia Raquel y se paró frente a ella, minúsculo contra la enormidad del Manag. Apuntándolo con ambas manos, abrió agujeros en su cuerpo obligándolo de algún modo a retroceder. Pero el hechizo del Manag siguió cambiando, acorralándolo cada vez más, desafiándolo. Al final, su aliento tumbó a Eric, quien cayó sobre Raquel, y aun así siguió moviendo sus mágicos dedos.
—¡No puedo detenerlo! —gritó—. ¡No puedo detenerlo! Está formado por millones de hechizos. Son demasiados. ¡No puedo detenerlos a todos!
—Entona los versos de la esperanza —le dijo Raquel—. ¡Cántalos! ¡Cántalos!
Eric oprimió el rostro del Manag con ambas manos. Giró la cabeza hacia el océano Endelión y cantó en voz alta:
«Niña morena será
a los enemigos liberará
en armonía cantarán
al amanecer, del dormido mar
surgiré…
para el regocijo infantil contemplar».
El Manag abrió los ojos por completo.
—¡Cántalo de nuevo! —gritó Raquel.
—
Niña morena
… —comenzó Eric y, esta vez, Raquel se le unió, dos voces cantando al unísono. Cantaron una y otra vez, sin detenerse, cada vez más y más fuerte, hasta que oyeron un antiguo sonido que emergía de su sueño: un inmenso corazón que latía en la noche.
El Manag se detuvo. Se cernió sobre Raquel, retrocedió y se dirigió vacilante hacia Dragwena.
—¡Acaba con ella! —chilló la bruja—. ¡Mátala! ¡Mátala!
El Manag cerró sus garras, todavía vacilante.
—¡Destrúyela! —le ordenó Dragwena—. Yo te creé. ¡Te lo ordeno! ¡Hazlo!
El Manag arremetió contra Raquel y abrió su enorme boca a pocos centímetros de su cabeza, pero seguía conteniendo su ataque.
La bruja se enfureció contra la criatura, y esta gimió con la agonía de sus palabras, pero algo más contenía la voluntad del Manag. Siguió merodeando, mirando primero a Dragwena y luego a Raquel. De repente, ignoró a las dos y volvió la vista, aprehensivo, hacia poniente. Todos los ojos se clavaron en él, porque estaba teniendo lugar una asombrosa transformación.
En medio de la noche, con Armat en el cénit, comenzaba a amanecer al otro extremo del mundo.
Al principio era solo un brillo naranja pálido sobre las montañas de poniente. Pero pronto salió el sol en todo su esplendor y ascendió en el cielo a una velocidad imposible. No era el pálido sol color crema que había brillado durante tantos años en Itrea. Era intenso, dorado y casi dolorosamente brillante, y se levantó en el aire para resplandecer a través de las nubes de Itrea por vez primera en miles de años. Los sarrenos se quedaron mudos y azorados pero no lo perdían de vista; rayos incandescentes encendían sus mejillas. Dragwena se tambaleó y lanzó un grito agónico, incapaz de soportar el contacto de los rayos solares. Llamó al Manag y se
agazapó
detrás de él para esconder la cabeza entre sus rodillas.
Los sarrenos fueron testigos del desarrollo de los acontecimientos. Muy alto en el cielo, más allá del sol naciente, el aire nocturno seguía siendo negro. Entonces ocurrió algo igualmente imposible: Armat, la enorme luna, cayó de su sitio sobre las Montañas Raídas y chocó, produciendo una poderosa explosión, contra las aguas del océano Endelión.
—¿Qué es lo que está ocurriendo? —gritó Trimak.
—No lo sé —dijo Morpet mientras miraba la tremenda columna de agua centelleante provocada por la luna.
El aro de fuego verde que rodeaba a Raquel se desvaneció. Mientras corría para reunirse con los demás, Morpet vio en sus ojos puntos de luz que caían.
—¡Mirad! —gritó Trimak—. ¡Las estrellas!
En el cielo de Itrea, una a una, y luego por cientos, como puntos de luz en un tapiz, las estrellas estaban cayendo al océano desde sus lugares de siempre, tras Armat. Mientras tanto, el sol seguía su galopante ascenso hasta que se colocó por encima de sus cabezas. Ahora resplandecía una brillante luz diurna por todo Mawkmound.
Dragwena se cubrió el rostro con sus vestidos, cegada por la luz.
Morpet estaba demasiado asombrado para preocuparse por lo que le ocurría a la bruja. Señaló hacia las aguas donde se había hundido la última de las estrellas.
—¿Cómo es que podemos ver el océano? —murmuró—. Debería estar congelado.
La respuesta que buscaba no se hizo esperar. El océano Endelión había estado
elevándose
, pero solo ahora se hacía evidente. Siguió haciéndolo hasta llegar a la cumbre de las montañas occidentales. Mientras miraban, sus aguas retorcidas comenzaron a desparramarse desde las altas cimas y a correr hacia ellos a una velocidad devastadora, tragándose la tierra que encontraban a su paso.
Morpet señaló hacia el este. Allí, en un lejano rincón del mundo, adonde no había llegado ningún sarreno, un océano aún más poderoso corría también hacia Mawkmound.
—¿Por qué no tengo miedo? —preguntó Trimak—. Esto debería resultarme aterrador.
Todos los sarrenos se dieron cuenta de que estaban desbordados por el asombro, no por el terror. Por su parte, una desesperada Dragwena llamó débilmente al Manag. Apenas podía levantar la cabeza. El Manag se agazapó y rodeó a la bruja con toda su corpulencia para protegerla de los rayos del sol.
Raquel murmuró algo a su hermano.
Eric soltó una risita y ambos se dieron la vuelta para enfrentarse a las aguas que avanzaban.
—
¡Ven, Larpskendya
! —cantaron juntos—.
¡Ven al amanecer del dormido mar
!
Y entonces llegó Larpskendya: de las profundidades del tumultuoso y espumoso océano, surgió un ave plateada. Era tal su tamaño que las aguas apenas podían contener sus alas agitadas. Con un movimiento lento y pesado se alejó de las olas y se dirigió hacia Mawkmound. Clamó los versos de la esperanza y llenó el aire con un sonido de hermosura indescriptible. Sus ojos multicolores resplandecían magníficos en toda su belleza.