El joven samurai: El camino de la espada (6 page)

—No deberías escuchar a Kazuki, Jack —dijo Akiko, suspirando preocupada—. Sólo se inventa historias para preocuparte.

—Lo siento —interrumpió Saburo, con expresión sumisa en el rostro mientras engullía el último bocado de pollo—, pero Kazuki tiene razón.

Todos se volvieron a mirar a Saburo.

—No quise decírtelo, Jack, pero parece que el
daimyo
Kamakura mató a un sacerdote cristiano. Había un cartel al respecto en la calle…

Saburo guardó silencio cuando vio que Jack se ponía pálido.

Al escuchar la revelación de su amigo, Jack sintió que el calor del sol de mediodía desaparecía, y un escalofrío le corrió por la espalda como una lasca de hielo. Así que Kazuki, en efecto, había dicho la verdad. Jack tenía que saber más, y estaba a punto de preguntarle a Saburo cuando, al doblar la esquina para desembocar en una plaza grande, se encontró de pronto con la brillante hoja de una espada samurái.

Sostenida en el aire por un guerrero ataviado con un kimono azul oscuro con el
kamon
de una hoja de bambú, el arco de mortífero metal estaba preparado para golpear. Todos los pensamientos sobre Kamura y el sacerdote muerto se borraron de la mente de Jack.

Pero la hoja no iba dirigida a Jack, sino a un encallecido guerrero vestido con un sencillo kimono marrón con el
kamon
de una media luna y una estrella, que esperaba inmóvil a tres metros de su oponente.

—¡Un duelo! —exclamó Saburo con un gritito de placer, apartando a Jack—. ¡Rápido, por aquí!

Una multitud se había congregado para presenciar el duelo. Algunos miraron a Jack con recelo y cuchichearon algún comentario cubriéndose la mano con la boca. Incluso el guerrero de azul echó una ojeada, distraído del duelo inminente por el extraño espectáculo de un forastero rubio vestido con un kimono.
Jack los ignoró. Estaba acostumbrado a la curiosidad que generaba su presencia.

—Hola, Jack. No esperaba verte por aquí.

Jack se volvió y se encontró a Emi, vestida con un elegante kimono de color verde mar, acompañada por sus dos amigas, Cho y Kai, junto con un maduro samurái. Los dos grupos de estudiantes se inclinaron saludándose.

—¿Por qué pelean? —le preguntó Jack a Emi mientras ella se situaba a su lado.

—El samurái de azul está en su
musha shugyo
—respondió Emi.

El guerrero que se había distraído con la presencia de Jack era varios años más joven que su oponente, que parecía tener unos treinta años. Su kimono estaba manchado de polvo y ajado y remendado, y su rostro estaba cuarteado por los elementos.

—¿Qué es un
musha shugyo?
—preguntó Jack.

—Es una peregrinación de guerrero. Cuando los samuráis terminan su entrenamiento, recorren en misión todo Japón para poner a prueba su fuerza y mejorar sus habilidades luchadoras. Los guerreros se desafían unos a otros para demostrar quién es el mejor.

—¡El perdedor puede quedar inconsciente o lisiado, y a veces incluso puede morir! —interrumpió Saburo, con demasiado entusiasmo para el gusto de Jack.

—¿Morir? Parece una forma bastante idiota de ponerse a prueba uno mismo.

—¿Cómo van a saber entonces si son buenos o no? —replicó Emi casualmente.

Jack volvió su atención a los dos samuráis en liza. Se miraban el uno al otro. Ninguno parecía dispuesto a hacer el primer movimiento. Con el calor del sol de mediodía, una gota de sudor corrió por la cara del guerrero vestido de azul, pero no le prestó atención.

—¿Por qué no ataca? —preguntó Jack.

—Están tratando de ocultar cualquier debilidad que puedan tener —respondió Yamato—. Mi padre me dijo que incluso el más pequeño movimiento puede revelar un defecto en tu técnica de lucha, y tu oponente puede aprovecharse de eso.

La multitud, sintiendo la tensión creciente, se había quedado ahora también inmóvil. Incluso los niños guardaban silencio. El único sonido que podía oírse era el tintineo de las campanas del templo que indicaban el principio de las oraciones del mediodía.

El samurái de azul se agitó incómodo y el polvo se arremolinó en el suelo. Su oponente, sin embargo, permaneció perfectamente inmóvil, la espada aún dentro de su
saya.

Entonces, cuando el resonar de las campanas se apagó, el samurái mayor desenvainó su catana con un fluido movimiento.

La multitud retrocedió.

El duelo había comenzado.

Los dos samuráis caminaron uno alrededor del otro, con cautela.

De pronto, el guerrero de azul gritó:


¡KIAI!

Empuñando la espada, avanzó hacia el samurái mayor. Ignorando esta bravata, el hombre mayor simplemente adoptó una pose amplia, de lado con respecto a su enemigo. Al mismo tiempo, alzó su propia espada por encima de su cabeza y la dejó caer tras su cuerpo, de modo que su oponente ya no pudo ver su hoja.

El samurái mayor esperó.


¡KIAAIIIIII!

El samurái de azul volvió a gritar, haciendo acopio de todo su espíritu guerrero, y lanzó un ataque. Descargó un golpe de su espada contra el cuello expuesto de su oponente, la victoria asegurada.

No obstante, el otro samurái siguió sin moverse y Jack estaba seguro de que iba a morir.

Entonces, en el último segundo, el samurái mayor se hizo a un lado, evitando el letal arco de la hoja, y con un breve grito de
«¡Kiai!»
descargó un golpe de su espada contra el costado desprotegido de su atacante.

Durante lo que pareció una eternidad, los dos samuráis permanecieron inmóviles, cara a cara.

Ninguno de los dos pestañeó.

Una espada goteó sangre.

Se produjo una perturbadora ausencia de sonido, como si la muerte misma hubiera abotargado los oídos del mundo. Ni siquiera las campanas del templo sonaban.

Entonces, con un grave gemido, el samurái más joven se inclinó hacia un lado y se desplomó en el suelo. Su cuerpo levantó nubes de polvo que revolotearon como si fueran el espíritu del guerrero en plena huida.

El samurái mayor mantuvo su concentración un momento más, hasta asegurarse de que el duelo había terminado. Entonces se enderezó y limpió la hoja de su espada con un movimiento que Jack reconoció como
chiburi.
Tras volver a envainar su espada, el samurái se marchó sin mirar atrás.

—Supongo que a esto es a lo que el
sensei
Kyuzo se refiere por
fudoshin
—susurró Saburo, asombrado—. Ese samurái ni siquiera pestañeó cuando la espada iba en busca de su cabeza.

Pero Jack no le escuchaba. Estaba transfigurado por la sangre que manchaba el suelo polvoriento. El duelo le había recordado lo brutal e implacable que podía ser Japón. La noticia de que la muerte del sacerdote era cierta significaba que el plan del
daimyo
Kamura para eliminar a los cristianos tenía que ser cierto también. La cuestión era cuánto tiempo le quedaba a Jack en esta tierra violenta.

10
El Suelo Ruiseñor

—¡Corred! —susurró Akiko con urgencia más tarde, aquella noche—. ¡Ahí vienen!

Jack salió de su escondite bajo la escalera. Corrió por el pasillo y entró en una habitación con una gran pantalla de seda donde aparecían pintados dos feroces tigres. Oyó un grito detrás y advirtió que los guardias ya habían capturado a Akiko. Ahora vendrían a por él.

Tras abrir la puerta
shoji
al otro lado de la Sala Tigre, observó el pasillo, vio que estaba desierto y echó a correr. Giró a la izquierda al llegar al fondo, y luego cogió el primer giro a la derecha. No tenía ni idea de adónde iba, ya que el castillo del
daimyo era
un completo laberinto de habitaciones, pasillos y pasadizos.

Corriendo de puntillas para hacer el menor ruido posible sobre el suelo de madera, siguió el corredor dejando atrás dos puertas
shoji
y luego giró a la izquierda. Pero era un callejón sin salida.

Oyó la voz de un guardia y se dio media vuelta. Pero el pasillo estaba vacío.

Jack rehízo sus pasos, deteniéndose donde el pasillo giraba a la derecha. Entonces prestó atención por si oía el sonido de pasos acercándose.

Silencio total. Con cautela, se asomó en el rincón.

El pasillo carecía de ventanas y sólo una de las lámparas de papel que colgaba de las vigas estaba encendida. Bajo aquella luz fluctuante, pudo ver una sola
shoji
al fondo del pasillo.

Como no veía ni oía a nadie, salió.

Y sus pies desaparecieron a través del suelo.

Dejó escapar un grito mientras caía. Lleno de total desesperación, se abalanzó a un lado y logró agarrarse a la pared. Sus dedos encontraron asidero en un adorno de madera y Jack se aferró por su vida.

Vio alarmado que colgaba sobre un agujero abierto en el suelo de madera. Una trampilla deslizante se había abierto para atrapar a los intrusos.

Jack escrutó las profundidades. Un conjunto de peldaños conducía a una oscuridad insondable. Se maldijo a sí mismo por su apresuramiento. Podría haberse roto fácilmente una pierna, o incluso el cuello. Aquí tenía todas las pruebas que necesitaba de que era inútil huir.

Tras recuperar la compostura, retrocedió de espaldas hasta que sus pies volvieron a encontrar suelo sólido.

—¡Vamos! ¡Por aquí!

Un guardia había oído su grito y ahora venían persiguiéndolo.

Jack sorteó el agujero y echó a correr pasillo abajo, pero pudo oír los pasos que se acercaban rápidamente.

—No está aquí dentro.

Jack avivó el paso, manteniendo un ojo en el suelo y el otro hacia delante. Sus perseguidores doblarían pronto la esquina y lo descubrirían.

Llegó al final del pasillo, deslizó la
shoji
para abrirla y la atravesó. Cerró rápidamente la puerta tras él.

La habitación rectangular en la que había entrado era lo bastante grande para albergar veinte esterillas de paja sobre el tatami. Jack supuso que era una sala de recepción de algún tipo. Al fondo había un estrado de cedro pulido, adornado con un único cojín
zabuton
, detrás del cual había un gran tapiz de seda con el dibujo de una grulla en vuelo. Por lo demás, las paredes de color beige estaban completamente desnudas.

No había ventanas. No había otras puertas. No había ninguna vía de escape.

Jack pudo oír a sus perseguidores corriendo por el pasillo.

Estaba atrapado.

Entonces advirtió que la grulla se movía levemente, como capturada por la brisa. Pero sin ventanas ni puertas, algo tenía que causar su movimiento.

Jack corrió a inspeccionar el tapiz con más detenimiento. Allí, oculto por la superficie de seda, había una alacena secreta. Sin pensárselo dos veces, Jack entró en ella y tiró del tapiz para ocultar la entrada justo cuando la puerta
shoji
se abría.

—¿Pero dónde está? —preguntó una voz.

—No puede haber desaparecido —replicó otra voz, femenina esta vez.

Jack contuvo la respiración. Pudo oírlos a ambos recorrer la habitación.

—Bueno, no está aquí —dijo la primera voz—. ¿Tal vez se dio media vuelta?

—Te dije que tendríamos que haber comprobado aquella primera habitación. ¡Vamos!

La
shoji
se cerró con un suave sonido deslizante y las voces se perdieron pasillo abajo. Jack dejó escapar un suspiro de alivio. Sí que había estado cerca. Si lo hubieran capturado, todo se habría acabado para él.

En la penumbra de la alacena, Jack advirtió un estrecho pasadizo que se extendía a su izquierda. Como no le quedaba ninguna otra opción, se volvió y se deslizó pegado a la pared. No tenía ni idea de adónde se dirigía, pero después de un par de vueltas el pasadizo se iluminó, pues una tenue luz se filtraba a través de las paredes transparentes.

—¿Dónde puede haber ido? —dijo una voz, junto a su oído.

Jack se detuvo, entonces se dio cuenta de que su pasadizo oculto corría en paralelo a uno de los pasillos principales. Pudo ver las siluetas de sus perseguidores a través de la pared fina como un papel. Sin embargo, como él permanecía en las sombras, ellos eran completamente ajenos a su presencia, apenas a la distancia de un cuchillo.

—Intentémoslo por ahí. No puede haber ido lejos.

Jack oyó sus pies descalzos perderse pasillo abajo antes de continuar por el pasadizo hasta que, para su sorpresa, se encontró con otro callejón sin salida.

Convencido de que el pasadizo debía conducir a alguna parte, Jack palpó en busca de una puerta. Trató de hacer deslizar los paneles de la pared, pero no se movió nada. Dio un firme empujón para ver si se abría de esa forma. De repente, la sección inferior cedió y fue catapultado hacia el pasillo principal.

—¡Ahí está!

Jack se puso en pie de un salto mientras la falsa pared volvía a colocarse en su sitio. Corrió lo más rápido que pudo, esquivando a derecha e izquierda, por el dédalo de pasillos. Al divisar una estrecha escalera, la subió de tres rápidos saltos. Cuando aterrizó en el escalón superior, toda la escalera se recogió hacia arriba, pues el peso de Jack había disparado el fulcro oculto. Desde el pasillo de abajo, la escalera había desaparecido completamente en el techo.

Asombrado como estaba por la curiosa escalera, Jack tuvo la sensatez de permanecer en silencio y quieto. Ajenos a su presencia sobre sus cabezas, sus perseguidores pasaron corriendo por debajo.

Al rehacer con cuidado sus pasos, la escalera descendió a su posición original y Jack recorrió ahora el pasillo desierto en sentido contrario hasta que encontró una puerta que no había probado todavía. Al otro lado había un largo pasillo con un suelo de madera muy pulida. Terminaba en una puerta de madera que tenía que ser la salida.

Con apenas la longitud de la cubierta de popa de un barco que cruzar, supo que podía escapar del castillo del
daimyo.
Jack se dirigió a la salida, pero cuando pisó, el suelo de tablas de madera trinó como un pájaro. Trató de aligerar sus movimientos, pero por suavemente que pisara, a cada paso que daba el suelo cantaba, burlando su intento de fuga.

Pudo oír los pasos que corrían a su encuentro.

Jack corrió mientras el suelo cantaba aún con más fuerza.

—¡Ya te tengo! —dijo el guardia, agarrándolo—. Se acabó el juego.

12
Tamashiwari

—¡Cuatro horas para una taza de té! —exclamó Jack mientras regresaban a la
Shisi-no-ma
bajo la noche estrellada.

—¡Sí, qué maravilloso! —comentó Akiko, entusiasmada, malinterpretando por asombro la incredulidad de Jack—. La ceremonia fue perfecta. El
daimyo
tiene un don para el
cha-no-yu
, un raro maestro de
sado.
Deberías sentirte enormemente honrado.

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