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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

El invierno de Frankie Machine (39 page)

—¿Cómo lo sabes? —pregunta Frank—. ¿Cómo sabes que no fue él?

Corky saca a relucir aquella claridad cristalina que a veces tienen los borrachines. No son frecuentes y no duran mucho, pero ahora se encuentra en ese estado y Frank espera que le dure lo suficiente.

—Primero —dice Corky—, la mataron a golpes; no la estrangularon. El «asesino del río verde» estrangulaba a sus víctimas. Ella presentaba traumatismos en el cuello, pero se los hicieron post mórtem. Segundo, no había indicios de penetración. Él violaba a sus víctimas. Tercero, no la mataron allí junto a la carretera.

—¿Cómo lo sabes?

—No había manchas de sangre, Frankie. Hacía mucho que había dejado de sangrar.

—Pero tenía piedras en la boca —dice Frank.

—Coño, ¿y qué? —preguntó Corky—. ¿Acaso su asesino no podía leer el periódico?

—Entonces, si tú sabías...

—El departamento me hizo callar —respondió Corky—. La orden vino de arriba: «Dejad en paz el caso Lorensen y dedicaos a otra cosa. No se han registrado víctimas humanas».

Corky da otra calada larga a su cigarrillo.

—Fue el principio del maldito fin para mí, Frank —dice—, la cima de la pendiente resbaladiza.

Frank coge su billetero, saca dos billetes de cien dólares y los mete dentro de la mano de Corky. Le trae recuerdos de otros tiempos.

—No te dejes ver —dice Frank— y no dejes que nadie se entere de que has hablado conmigo.

Corky lo mira fijamente.

—¿Vas a seguir adelante, Frank? Sigue mi consejo: no lo hagas. No querrás acabar como yo.

—Tú estás bien, Corky.

—Ya no habrá otro verano para mí, Frankie.

Se ha ido. Tiene los ojos hundidos en la cabeza y la mirada perdida y Frank se da cuenta de que Corky Corchoran está en un lugar donde vive él solo: en algún lugar del pasado, tal vez, en algún lugar del futuro, pero no en el aquí y el ahora.

«Tiene razón —piensa Frank—: no habrá otro verano para él. Y, probablemente, para mí tampoco.»

Da una palmadita a Corky en el hombro.

—Nos vemos.

—A menos que te vea yo primero.

Frank se vuelve para marcharse y está casi en la puerta cuando oye que Corky dice:

—¡Oye, Frank!

Frank se vuelve. Corky sonríe y le dice:

—Nos lo hemos pasado bien, ¿verdad?

—Sin duda.

Corky asiente.

—De puta madre. Nos lo hemos pasado de puta madre.

Frank vuelve a salir a la mañana neblinosa.

«De acuerdo, piensa, piensa. ¿Quién más estaba allí aquella noche? Donnie Garth, para empezar, pero con eso no vas a llegar a ninguna parte. Y había otra chica, la pelirroja. ¿Cómo se llamaba? Alison. Aunque aquello pasó hace más de veinte años. ¿Quién sabrá dónde está ahora?»

78

Encuentra a Karen Wilkenson en los campos de polo que hay en el valle, donde Rancho Santa Fe se junta con Del Mar. La hierba presenta un verdor y una exuberancia insólitos, porque aquel invierno es muy húmedo, y se ve preciosa mientras la neblina de primeras horas de la mañana se eleva de las planicies.

Ella está en los establos, inspeccionando sus caballos.

«En realidad, más que caballos —piensa Frank—, son ponis.»

La última vez que la vio fue en un aparcamiento del Price Club, hace veintiún años, cuando el vicepresidente de un banco le dio un sobre con dinero en efectivo para que enviara chicas para una fiesta. Karen acabó pasando dos años en una prisión federal, pero las cosas le fueron bien cuando se casó con un agente inmobiliario de Rancho Santa Fe, perteneciente a una familia rica de San Diego.

«Las prostitutas caen de espaldas, pero las madamas caen de pie.»

Sigue siendo atractiva al final de la cincuentena. Le han hecho un buen
lifting
—la piel parece joven y estirada— y todavía le brillan los ojos.

—¿Señorita Wilkenson? —pregunta Frank.

Está de pie delante de un compartimento, acariciándole el hocico a un poni y hablándole con suavidad. No se da la vuelta.

—Ahora soy la señora Foster —dice— y ya no concedo entrevistas. Adiós.

—No estoy buscando una entrevista —dice Frank.

—Entonces ¿qué es lo que busca? —pregunta ella—. Sea lo que fuere, estoy segura de que no puedo dárselo. Adiós.

—Estoy buscando a una mujer que conocí como «Alison» hace veinte años —dice Frank.

—¿Por nostalgia o por obsesión? —pregunta Karen Foster y entonces se vuelve para echar una mirada a Frank.

—Por ninguna de las dos —dice Frank—. Quiero preguntarle por Summer Lorensen.

—No parece usted agente de la policía —dice Karen.

—No lo soy.

—Entonces no tengo por qué hablar con usted —dice ella—. Adiós.

—¿Entonces no le importa quién la mató?

—Quería a esa muchacha como a una hija —dice Karen— y me pasé días llorando, lo mismo que por Alison.

—¿Qué quiere decir?

—Si está buscando a Alison Demers —dice Karen—, tendrá que ir a un cementerio de Virginia. Alison volvió al este después del asesinato de Summer y murió en un accidente de equitación.

—¿Cuándo?

—Hace un mes —dice Karen—. ¿Quién es usted? ¿Qué quiere?

—Quiero encontrar a la persona que mató a Summer Lorensen.

—La policía dijo que encontraron a aquel hombre —dice ella.

—Pero los dos sabemos que no es así, ¿no es cierto, señora Foster? —pregunta Frank.

Ella lo fulmina con la mirada.

—No sé de qué habla.

—¿No?

—No —dice ella—, y si me sigue acosando, llamaré a unos hombres para que lo echen de aquí.

—No se moleste —dice Frank—, ya me voy. Una cosa, señora Foster...

—¿Qué?

—Cuando llame a Donnie —dice Frank—, dele recuerdos de parte de Frankie Machine.

79

—Está en San Diego.

—No puede ser.

—Díselo a Karen Foster. Él acaba de estar allí.

—¿Dónde?

—En Rancho Santa Fe.

—¡Hostia!

—Y eso no es todo: preguntaba acerca de Summer Lorensen.

El silencio dura varios segundos.

—Esta mierda se tiene que acabar —dice Garth—. Si no lo cortáis, nuestra parte del trato se ha acabado.

—Tú dijiste que podías cerrar la Operación Aguijón G...

Dave está en una furgoneta frente a la casa de Garth, escuchando una conversación que este mantiene por teléfono.

La otra voz es inconfundible: Teddy Migliore.

Dave regresa a la oficina. Se siente mal del estómago. Troy habla con Garth. Garth habla con Teddy. Teddy envía esbirros de Detroit a freír a Frank, por algo que Frank sabe de una tal Summer Lorensen.

Summer Lorensen, Summer Lorensen...

Algo acecha en el fondo de su cabeza, pero no quiere salir.

Va al ordenador y solo tarda unos minutos en hallar una respuesta: Summer Lorensen era una prostituta que fue asesinada allá por el verano de 1985. Pero ¿qué relación podría tener aquello con Donnie Garth o, ya puestos, con Frank Machianno?

Dave se pone a buscar algún nexo entre Garth y la Lorensen, pero no encuentra nada. Entonces busca una conexión entre Garth y la fecha del asesinato de Lorensen. ¡Bingo!

La compañía Hammond de ahorro y préstamo. Una fiesta en un barco con prostitutas acabó con la condena de un funcionario de ahorro y préstamo llamado John Saunders por malversación de fondos bancarios. A una madama llamada Karen Wilkenson le cayeron un par de años por alcahueta. Todo formaba parte del escándalo de ahorro y préstamo y la fiesta tuvo lugar la noche anterior al asesinato de Lorensen.

Introduce el nombre de Karen Wilkenson y en pocos segundos averigua que se casó y que ahora es Karen Foster.

«Díselo a Karen Foster. Él acaba de estar allí.»

«¿Dónde?»

«En Rancho Santa Fe.»

«¡Hostia!»

«Y eso no es todo: preguntaba acerca de Summer Lorensen.»

«¿Será posible? —piensa Dave—. Donnie Garth mató a aquella chica; por algún motivo, Frank lo sabe y entonces Garth recurre a sus antiguos contactos con la mafia para matar a Frank? ¿Y a cambio ofrecer cerrar la Operación Aguijón G? Pero ¿qué le hace pensar a Donnie Garth que puede cerrar una operación federal? ¿Tal vez sea el mismo motivo por el que un joven agente del FBI le está suministrando información?»

Dave mira por encima de su hombro y no ve a Troy. Se dirige al lavabo de hombres y reconoce los pantalones planchados del novato en uno de los compartimentos. Espera a oír la cisterna y entonces ve que los pantalones suben.

Cuando Troy abre la puerta del compartimento, el puño de Dave Hansen lo hace retroceder y volver a entrar. La sangre de la nariz rota del chaval le rocía la camisa blanca y los puños dobles. Dave lo coge por el cuello, le da la vuelta y le mete la cabeza en la taza.

—Donnie Garth —dice Dave, levantándole la cabeza con brusquedad.

—¿Qué...?

Dave lo obliga a bajar la cabeza otra vez y dice:

—Donnie Garth, mamoncillo. ¿Es él quien te paga? ¿Cuánto?

Vuelve a subir a Troy.

El joven agente boquea. Después dice:

—¡No trabajo para Garth! Solo le paso información.

—¿Para quién trabajas? —pregunta Dave.

Troy vacila. Dave empieza a bajarle la cabeza otra vez. Entonces Troy desembucha.

80

Donnie Garth tiene la ducha a tope. Está de pie bajo el chorro, mirando el mar a través del cristal, cuando de pronto aparece Frankie Machine con una pistola en la mano.

Garth cierra el grifo. Frank le pasa una toalla.

—¿Te acuerdas de mí?

Garth asiente con la cabeza.

—Cúbrete —dice Frank.

Garth se enrolla la toalla alrededor de la cintura. Frank le hace gestos para que salga de la ducha y se siente. Garth ocupa una silla junto a la ventana y Frank se sienta enfrente.

—He enviado al hoyo a dos personas por tu culpa —dice Frank.

Garth vuelve a asentir. Frank sonríe:

—No llevo ningún transmisor. El chivato eres tú, no yo. La verdad es que siempre me he preguntado cómo habías conseguido librarte de todo aquello, porque tú siempre te salvas de todo, ¿no es así, Donnie?

Garth no responde.

—Bien —dice Frank—, pero de esta no te vas a salvar.

—¿De qué? —pregunta Garth. Parece pequeño y viejo, allí sentado envuelto en la toalla, mientras el agua le chorrea por las piernas flacas sobre la alfombra gruesa.

—Summer Lorensen —dice Frank.

Alza la pistola y apunta al pecho de Garth.

—¡Yo no fui!

—Entonces ¿quién fue?

Garth parece reacio, como si tratara de decidir a quién le tiene más miedo.

—Quienquiera que sea —dice Frank— no está aquí sentado a punto de meterte una bala en el cuerpo, Donnie, y en cambio yo sí. Te vi por la ventana aquella noche, la pequeña actuación entre Alison y Summer, y después me fui. ¿Qué fue lo que me perdí?

—El senador —dice Garth— no pudo... cumplir. Era todo un montaje. La chica Lorensen se lo estaba suplicando, era parte de la representación, pero no se le empinó. Ella le hizo de todo, te lo juro, pero no hubo nada que hacer.

—Y entonces ¿qué pasó?

—Ella se rió.

—¿Cómo?

—Ella se echó a reír —dice Garth—. No creo que pretendiera nada con eso; creo que simplemente ella era así, bueno, pero él se enfureció y perdió los estribos.

—Sigue.

—¡Si tú estabas allí! ¡Tú lo sabes!

«Lo que pasa es que no sabes distinguir a un conserje del otro, ¿verdad, Donnie? Mike o yo te solucionábamos los follones, ¿qué diferencia había? Te limpiábamos las cagadas y no tenías que volver a verlas.»

Ahora tiene claro lo que ocurrió. Metieron el cadáver en el coche y Mike se la llevó a aquella carretera solitaria y la tiró allí. Y después se le ocurrió «estrangularla» y llenarle la boca de piedras. Y así el «hijo afortunado» queda limpio.

Habría sido homicidio sin premeditación. Le habrían caído, ¿cuánto?, ¿dos o tres años como máximo?, o puede que ninguno, pero su carrera política habría quedado arruinada. Y eso no lo podíamos permitir, ¿verdad? Y menos por una puta. «No se han registrado víctimas humanas.»

«Todo marcha bien hasta que a Mike empiezan a apretarle las clavijas por el asesinato de Goldstein, así que empieza a buscar algo que dar a cambio. Y tiene algo bueno, salvo que no se va a poner a sí mismo en la diana y entonces me pone a mí. Gracias, Mike.»

Conque el «hijo afortunado» empieza a limpiar su pasado y llega hasta Donnie, que llega hasta Detroit para que se encarguen por él.

«Porque estos mafiosos no hacen nunca su propio trabajo sucio. Tienen a gente como yo para hacerlo.»

¿Qué habrá ofrecido el «hijo afortunado» a la Combinación?

¡Joder! Si va a ser presidente, ¿qué no podrá ofrecerles?

—¿Te ha usado como intermediario? —pregunta Frank—. Dime la verdad, Donnie.

Garth asiente con la cabeza. Tiene los ojos muy abiertos de miedo; está temblando y suda y a Frank le da asco ver que la parte delantera de su toalla se ha teñido de amarillo.

Frank echa atrás el percutor y oye gimotear a Garth. Frank suelta el percutor y baja la pistola.

—Oye —dice Frank—, ya han intentado matarme a mí y sí que mataron a Alison Demers. Se van a cargar a quienquiera que sepa algo sobre lo que ocurrió aquella noche, incluido tú. ¿O todavía piensas que te vas a librar?

«Aunque, ¿por qué no? —piensa Frank—. Después de todo, siempre se libra.»

—Si yo fuera tú —dice Frank—, echaría a correr.

Sin embargo, sabe que no lo hará. Los Donnie Garth del mundo no creen que la gente los vaya a matar; creen que la gente mata por ellos.

81

Frank llama a información y consigue el número del despacho del senador.

—Quisiera hablar con el senador, por favor.

—¿Quién le habla?

—Dígale que es un amiguete de sus tiempos de Solana Beach.

—No creo que se pueda poner, señor.

—Fíjese que yo creo que sí que podrá —dice Frank—. ¿Por qué no le dice que tiene que ver con Summer, a ver quién acierta?

Un minuto después, el senador se pone al teléfono.

—Si suele grabar sus llamadas —dice Frank—, le sugiero que apague el aparato.

—¿Quién es?

—Usted sabe quién soy —dice Frank—. Esperaré.

El «hijo afortunado» vuelve a la línea unos segundos después.

—De acuerdo, hable.

—Usted sabe quién soy.

—Tengo una idea bastante aproximada.

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