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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (98 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Elend se hallaba entre las ruinas de Kedrik Shaw, aturdido, contemplando la destrucción.

Parecía… imposible. ¿Qué fuerza habría arrasado un edificio tan enorme y majestuoso? ¿Qué podría haber causado semejante destrucción, arrasando edificios y varias calles? Y toda la destrucción se concentraba aquí, en lo que una vez fuera el centro del poder del Lord Legislador.

Elend se abrió paso entre los escombros, acercándose al centro de lo que parecía ser un cráter de impacto. Se volvió en la oscura noche, contemplando los bloques y torres caídas.

—Por el Lord Legislador… —maldijo en voz baja, incapaz de evitarlo. ¿Había sucedido algo en el Pozo de la Ascensión? ¿Había explotado?

Elend se volvió, contemplando su ciudad. Parecía vacía. Luthadel, la metrópolis más grande del Imperio Final, sede de su gobierno. Vacía. Gran parte en ruinas, una tercera parte quemada, y la propia Kedrik Shaw arrasada como si hubiera sido golpeada por el puño de un dios.

Elend lanzó una moneda y se impulsó, siguiendo su camino original hacia la zona noreste de la ciudad. Había venido a Luthadel esperando encontrar a Vin, pero se vio obligado a desviarse al sur para sortear un enorme río de lava que quemaba las llanuras en torno al monte Tyrian. Esa visión, junto con el espectáculo de Luthadel en ruinas, lo dejó preocupado. ¿Dónde estaba Vin?

Saltó de un edificio a otro. Levantaba ceniza con cada salto. Sucedían cosas. La ceniza se retiraba lentamente; de hecho, casi había dejado de caer. Eso estaba bien, pero Elend recordó que el sol de pronto ardió hacía poco con sorprendente intensidad. Esos momentos le habían quemado, y la cara le dolía todavía.

Entonces el sol… cayó. Había caído tras el horizonte en menos de un segundo, y el suelo se estremeció bajo los pies de Elend. Una parte de él dio por hecho que se estaba volviendo loco. Sin embargo, no podía negar que ahora era de noche, aunque su cuerpo (y uno de los relojes de la ciudad que había visitado) indicaba que debería ser por la tarde.

Se posó en un edificio, luego saltó, empujando contra el picaporte roto de una puerta. Se estremeció mientras se movía en la oscuridad. Era de noche, las estrellas ardían incómodamente en el cielo, y no había bruma. Vin le había dicho que las brumas lo protegerían. ¿Qué lo protegería ahora que se habían marchado?

Se dirigió a la Fortaleza Venture, su palacio. Descubrió que el edificio era una carcasa calcinada. Aterrizó en el patio, contempló su hogar, el edificio donde lo habían criado, intentando encontrar algún sentido a la destrucción. Varios guardas con los colores pardos de su librea yacían descomponiéndose en el empedrado. Todo estaba en silencio.

¿Qué demonios ha pasado aquí?
, pensó, lleno de frustración. Examinó el edificio, pero no encontró ninguna pista. Todo se había quemado. Salió por una ventana rota del edificio superior, y luego se detuvo al ver algo en el patio trasero.

Se posó en el suelo. Y allí, bajo un dosel del patio que había contenido la mayor parte de la ceniza, encontró un cadáver vestido con elegantes ropas de caballero. Elend le dio la vuelta, advirtiendo la espada que sobresalía en su estómago y la postura del suicida. Los dedos del cadáver todavía empuñaban el arma.
Penrod
, pensó, reconociendo el rostro. Muerto, al parecer por su propia mano.

Había algo garabateado con carboncillo en el suelo del patio. Elend retiró la ceniza, emborronando algunas letras en el proceso. Por fortuna, aún pudo leerlas.
Lo siento
, decía.
Algo ha tomado el control sobre mí… sobre esta ciudad. Estoy lúcido sólo parte del tiempo. Mejor matarme que causar más destrucción. Busca a tu pueblo en la Dominación de Terris.

Elend se volvió hacia el norte. ¿Terris? Parecía un lugar muy extraño donde buscar refugio. Si los habitantes de la ciudad habían huido, ¿por qué dejar la Dominación Central, el lugar donde las brumas eran más débiles?

Miró los garabatos.

Ruina…
pareció susurrar una voz.
Mentiras…

Ruina podía cambiar los textos. No podía fiarse de las palabras de Penrod. Elend se despidió en silencio del cadáver, deseando tener tiempo para enterrar al anciano estadista, y luego arrojó una moneda para lanzarse al aire.

Los habitantes de Luthadel habían ido a alguna parte. Si Ruina hubiera encontrado un modo de matarlos, Elend habría encontrado más cadáveres. Sospechaba que si se tomaba tiempo para investigar, probablemente encontraría a gente todavía oculta en la ciudad. Probablemente, la desaparición de las nieblas, y luego el súbito cambio del día a la noche, los había llevado a esconderse. Tal vez se habían encaminado a la caverna de almacenamiento bajo Kedrik Shaw. Elend esperaba que no hubieran ido muchos, considerando el daño que se le había causado al palacio. Si había gente allí, estarían atrapados.

Al oeste…
pareció susurrar el viento.
Los Pozos…

Ruina suele cambiar los textos de modo que son muy similares a lo que decían antes
, pensó Elend.
Entonces… Penrod escribió probablemente la mayoría de esas palabras, tratando de decirme dónde encontrar a mi gente. Ruina hizo parecer que fueron a la Dominación de Terris, pero ¿y si Penrod escribió originalmente que fueron con el pueblo de Terris?

Tenía sentido. Si él hubiera huido de Luthadel, habría ido allí: era un lugar donde ya había un grupo establecido de refugiados, un grupo con rebaños, cosechas, y comida.

Elend se volvió al oeste y dejó la ciudad, la capa ondulando con cada salto alomántico.

De repente, la frustración de Ruina tuvo todavía más sentido para Vin. Sintió que tenía el poder de toda la creación. Sin embargo, había hecho falta todo lo que tenía para hacer llegar unas pocas palabras a Elend.

Ni siquiera estaba segura de si él la había oído o no. Sin embargo, lo conocía tan bien, que sintió una… conexión. A pesar de los esfuerzos de Ruina por bloquearla, sentía como si una parte de ella hubiera podido alcanzar una parte de Elend. ¿Tal vez del mismo modo que Ruina podía comunicarse con sus inquisidores y seguidores?

Con todo, su cuasi impotencia era enfurecedora.

Equilibrio
, escupió Ruina.
El equilibrio me aprisionó. El sacrificio de Conservación… fue para reducir la parte de mí que era más fuerte, para encerrarla, para dejarme de nuevo igual que él. Durante un tiempo.

Sólo durante un tiempo. ¿Y qué es el tiempo para nosotros, Vin?

Nada.

Capítulo 78

Para quienes lean esto puede parecer extraño que el atium fuera parte del cuerpo de un dios. Sin embargo, es necesario comprender que cuando decimos «cuerpo» generalmente queremos decir «poder». A medida que mi mente se ha expandido, he llegado a darme cuenta de que los objetos y la energía están compuestos de las mismas cosas, y pueden cambiar de estado de uno a otra. Para mí, tiene perfecto sentido que el poder de la deidad se manifestara dentro del mundo en forma física. Ruina y Conservación no eran abstracciones nebulosas. Eran partes integrales de la existencia. En cierto modo, cada objeto que existía en el mundo estaba compuesto por su poder.

El atium, pues, era un objeto de una sola cara. En vez de estar compuesto a medias por Ruina y Conservación (como estaría, por ejemplo, una roca), el atium pertenecía por completo a Ruina. Los Pozos de Hathsin fueron creados por Conservación como lugar donde esconder el grueso del cuerpo de Ruina que había robado durante su traición y aprisionamiento. Kelsier no destruyó realmente el lugar al romper aquellos cristales, pues habrían vuelto a crecer con el tiempo, en unos quinientos años, y seguirían depositando atium, ya que el lugar era un sumidero natural para el poder atrapado de Ruina.

Cuando la gente quemaba atium, entonces, recurría al poder de Ruina. Por eso, tal vez, el atium convertía a la gente en máquinas de matar tan eficaces. Sin embargo, no agotaban este poder, sino que hacían uso de él. Cuando una pepita de atium se gastaba, el poder regresaba a los Pozos y empezaba a formarse de nuevo, igual que el poder del Pozo de la Ascensión regresaría allí de nuevo después de haber sido utilizado.

Éste es, sin duda, el calabozo más extraño en el que he estado jamás
, pensó Sazed.

Desde luego, era tan sólo la segunda vez que lo encarcelaban. Con todo, había observado varias prisiones en vida, y había leído acerca de otras tantas. La mayoría eran como jaulas. Ésta, sin embargo, constaba sólo de un agujero en el suelo con una reja de hierro que cubría la parte superior. Sazed se apretujaba dentro, despojado de sus mentes de metal, las piernas doloridas.

Probablemente lo construyeron para un kandra
, pensó.
¿Un kandra sin huesos, tal vez?
¿Cómo sería un kandra sin huesos? ¿Una pila de grumo? ¿O tal vez una pila de músculos?

Fuera como fuese, la prisión no había sido diseñada para albergar a un hombre… y menos todavía a un hombre tan alto como Sazed. Apenas podía moverse. Extendió las manos y empujó la reja, pero era segura. Un gran cerrojo la sujetaba.

No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba dentro del pozo. ¿Horas? Tal vez incluso días. Aún no le habían dado nada de comer, aunque un miembro de la Tercera Generación le había echado agua encima. Sazed todavía estaba mojado, y para calmar la sed sorbía la tela de su túnica.

Esto es una tontería
, pensó, no por primera vez.
¿El mundo está llegando a su fin, y yo estoy en prisión?
Era el último guardador, el Anunciador. Tendría que estar arriba, registrando los acontecimientos.

Porque, la verdad fuera dicha, empezaba a creer que el mundo no se terminaría. Había aceptado que algo, tal vez la propia Conservación, vigilaba y protegía a la humanidad. Cada vez estaba más decidido a seguir la religión de Terris, no porque fuera perfecta, sino porque prefería creer y tener esperanza.

El Héroe
era
real. Sazed así lo creía. Y tenía fe en Vin.

Había vivido con Kelsier y lo había ayudado. Había sido cronista del ascenso de la Iglesia del Superviviente durante los primeros años de su desarrollo. Incluso había investigado al Héroe de las Eras con Tindwyl y había tomado sobre sí la labor de anunciar que Vin era quien cumplía las profecías. Pero sólo recientemente había empezado a tener fe en ella. Tal vez fue su decisión de ser alguien que veía milagros. Tal vez era el temor al final que parecía acechar. Tal vez era la tensión y la ansiedad. A pesar de todo, de algún modo, extraía paz del caos.

Ella vendría. Conservaría el mundo. No obstante, Sazed tenía que estar preparado para ayudar. Y eso significaba escapar.

Miró la reja de metal. El cerrojo era de fino acero, la reja misma, de hierro. Tocó los barrotes con precaución, extrayendo un poco de su peso y poniéndolo en el hierro. De inmediato, su cuerpo se hizo más liviano. En la feruquimia, el hierro almacenaba el peso físico, y la reja era lo bastante pura para contener una carga feruquímica. Iba contra los instintos de Sazed usar la reja como mente de metal: no era portátil, y si tenía que huir, tendría que dejar atrás todo el poder que había ahorrado. Sin embargo, ¿de qué servía permanecer sentado en el pozo, esperando?

Extendió la otra mano y tocó el cerrojo de acero con un dedo. Entonces, empezó a llenarlo también, vaciando su cuerpo de velocidad. Instantáneamente se sintió aletargado, como si moverse, incluso respirar, fuera más difícil. Era como si cada vez que se movía tuviera que abrirse paso por una sustancia densa.

Permaneció así. Había aprendido a entrar en una especie de trance de meditación cuando llenaba sus mentes de metal. A menudo, llenaba muchas a la vez, quedándose enfermo, débil, lento y confuso. Cuando podía, era mejor simplemente…

Vagar.

No estaba seguro de cuánto tiempo duró la meditación. De vez en cuando, el guardia venía a echarle agua encima. Cuando llegaban los sonidos, Sazed se soltaba y se agachaba, fingiendo dormir. Pero en cuanto el guardia se retiraba, volvía a extender los brazos y continuaba llenando las mentes de metal.

Pasó más tiempo. Entonces oyó algo. Volvió a agacharse, y esperó expectante la ducha de agua.

—Cuando te envié a salvar a mi pueblo, no era esto exactamente lo que tenía en mente —gruñó una voz.

Sazed abrió los ojos, miró hacia arriba, y le sorprendió ver un rostro canino a través de la reja.

—¿TenSoon?

El kandra gruñó y se apartó. Sazed vio que aparecía otro kandra. Llevaba un delicado Cuerpo Verdadero hecho de madera, flexible y casi inhumano. Y tenía unas llaves.

—Rápido, MeLaan —gruñó TenSoon con su voz de perro. Al parecer había vuelto al cuerpo del sabueso, cosa que tenía sentido. Moverse en forma de caballo a través de los túneles empinados y estrechos de la Tierra Natal habría sido difícil.

La kandra descorrió el cerrojo, y luego retiró la reja. Sazed salió ansiosamente de la jaula. En la habitación, encontró a otros kandra con Cuerpos Verdaderos diversos. En el rincón, el guardia de la prisión yacía atado y amordazado.

—Me vieron entrando en la Tierra Natal, terrisano —dijo TenSoon—. Así que tenemos poco tiempo. ¿Qué ha pasado aquí? MeLaan me contó que estabas prisionero… KanPaar anunció que la Primera Generación ordenó que te detuvieran. ¿Qué hiciste para enfrentarte a ellos?

—A ellos, no —dijo Sazed, estirando las piernas abotargadas—. Fue la Segunda Generación. Han tomado cautivos a los Primeros, y planean gobernar en vez de ellos.

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