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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (87 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Aunque, si encuentro la verdad, ¿qué haré con ella?

Los árboles que encontraban a su paso estaban pelados. El paisaje estaba cubierto de cuatro palmos de ceniza.

—¿Cómo puedes continuar? —preguntó Sazed mientras el kandra remontaba al galope la cima de una colina, apartando ceniza e ignorando los obstáculos.

—Mi pueblo se crea a partir de los espectros de la bruma —explicó TenSoon, sin el menor esfuerzo—. El Lord Legislador convirtió a los feruquimistas en espectros, y ellos empezaron a reproducirse como especie. Se añade una Bendición a un espectro de la bruma, y despiertan y se convierten en kandra. Fui creado siglos después de la Ascensión, nací como espectro de la bruma pero desperté cuando recibí mi Bendición.

—¿Bendición?

—Dos pequeños clavos de metal, guardador —respondió TenSoon—. Somos creados como los inquisidores, o los koloss. Sin embargo, somos creaciones más sutiles que ellos. Fuimos los terceros y últimos, cuando el poder del Lord Legislador se desvanecía.

Sazed frunció el ceño, agachándose mientras el caballo pasaba bajo las esqueléticas ramas de un árbol.

—¿Qué tenéis de diferente?

—Tenemos más independencia de voluntad que los otros dos. Sólo tenemos dos clavos, mientras que los otros tienen más. Un alomántico puede controlarlos, pero libres somos más independientes de mente que los koloss o los inquisidores, quienes se ven afectados por los impulsos de Ruina aunque no los esté controlando directamente. ¿Nunca te has preguntado por qué ambos tienen esos poderosos impulsos para matar?

—Eso no explica cómo puedes transportarme a mí, a todo nuestro equipaje, y seguir corriendo por esta ceniza.

—Los clavos de metal que llevamos nos proporcionan cosas —dijo TenSoon—. Igual que la feruquimia te da fuerza, o la alomancia le da fuerza a Vin, mi Bendición me da fuerza. Nunca se agotará, pero no es tan espectacular como los estallidos que puede crear tu pueblo. Con todo, mi Bendición, mezclada con mi habilidad para darle a mi cuerpo la forma que deseo, me permite un nivel superior de resistencia.

Sazed guardó silencio. Continuaron galopando.

—No queda mucho tiempo —observó TenSoon.

—Ya lo veo —dijo Sazed—. Me pregunto qué podemos hacer.

—Es el único momento en que podríamos tener éxito. Debemos estar preparados para actuar. Listos para ayudar al Héroe de las Eras cuando venga.

—¿Cuando venga?

—Ella liderará un ejército de alománticos hacia la Tierra Natal —dijo TenSoon—, y allí nos salvará a todos: kandra, humanos, koloss e inquisidores.

¿Un ejército de alománticos?

—Entonces… ¿qué he de hacer?

—Debes convencer a los kandra de lo complicada que es la situación —explicó TenSoon, deteniéndose—. Diles que hay… algo que deben estar preparados para hacer. Algo muy difícil, pero necesario. Mi pueblo se resistirá, pero tal vez puedas mostrarle el camino.

Sazed asintió, y luego desmontó del kandra para estirar las piernas.

—¿Reconoces este lugar? —preguntó TenSoon, volviéndose para mirarlo con su cabeza equina.

—No. Con la ceniza… bueno, no he podido localizar nuestro camino desde hace días.

—Más allá de ese risco, encontrarás el lugar donde la gente de Terris ha establecido su campamento de refugiados.

Sazed se volvió, sorprendido:

—¿Los Pozos de Hathsin?

TenSoon asintió:

—Nosotros lo llamamos la Tierra Natal.

—¿Los Pozos? Pero…

—Bueno, no los Pozos en sí —respondió TenSoon—. ¿Sabes que toda esta zona tiene complejos de cavernas debajo?

Sazed asintió. El lugar donde Kelsier había entrenado su ejército original de soldados skaa estaba un poco más al norte.

—Bien, pues uno de esos complejos de cavernas es la Tierra Natal kandra. Linda con los Pozos de Hathsin: de hecho, varios pasadizos kandra llegan hasta los Pozos, y tuvieron que ser cerrados, para que los trabajadores no llegaran a la Tierra Natal.

—¿Produce atium vuestra Tierra Natal? —preguntó Sazed.

—¿Producirlo? No. Supongo que eso es lo que diferencia la Tierra Natal de los Pozos. Sea como sea, la entrada a las cavernas de mi pueblo está ahí mismo.

Sazed se volvió, sobresaltado:

—¿Dónde?

—Esa depresión en la ceniza —dijo TenSoon, señalando con la cabeza—. Buena suerte, guardador. Yo tengo que atender mis propios asuntos.

Sazed asintió, sorprendido por haber viajado hasta tan lejos de forma tan rápida, y desató su mochila del lomo del kandra. Dejó la bolsa que contenía huesos: los del sabueso y otro grupo que parecían huesos humanos. Probablemente, un cuerpo que TenSoon llevaba para usarlo cuando lo necesitara.

El enorme caballo se disponía a marcharse.

—¡Espera! —dijo Sazed, alzando una mano.

TenSoon se volvió para mirar.

—¡Buena suerte! —exclamó Sazed—. Que nuestro… dios te proteja.

TenSoon sonrió con una extraña expresión equina, y luego marchó al galope sobre la ceniza.

Sazed se volvió hacia la depresión en el terreno. Entonces se cargó al hombro la mochila, llena de mentes de metal y un tomo solitario, y echó a caminar. Incluso recorrer aquella corta distancia era tarea ardua con la ceniza. Llegó a la depresión y, tras tomar aire, empezó a abrirse paso.

No llegó muy lejos antes de resbalar en un túnel. Por fortuna, la caída no fue muy pronunciada, y no llegó muy lejos. La caverna que lo rodeaba formaba una pendiente y asomaba al mundo exterior con un agujero que era medio pozo, medio cueva. Sazed se levantó, luego rebuscó en su mochila y sacó una mentestaño. Decantó visión, mejorando su vista mientras se internaba en la oscuridad.

Una mentestaño no funcionaba tan bien como el estaño de un alomántico; o, más bien, no funcionaba de la misma manera. Permitía ver distancias muy grandes, pero resultaba de menor ayuda con poca iluminación. Pronto, incluso con la mentestaño, Sazed caminó en la oscuridad, palpando las paredes del túnel.

Y entonces vio luz.

—¡Alto! —ordenó una voz—. ¿Quién regresa de un Contrato?

Sazed continuó avanzando. Una parte de él estaba atemorizada, pero otra sentía curiosidad. Sabía algo muy importante.

Los kandra no podían matar a los humanos.

Sazed avanzó hacia la luz, que resultó ser una roca en forma de melón sobre un poste, su material poroso cubierto por una especie de hongo brillante. Un par de kandra le bloqueaba el paso. Era fácil identificarlos como tales porque no llevaban ropa y sus pieles eran transparentes. Parecían tener huesos tallados en roca.

¡Fascinante!
, pensó Sazed.
Elaboran sus propios huesos. Tengo una nueva cultura por explorar. Una sociedad nueva: arte, religión, costumbres, relaciones sexuales…

La perspectiva era tan emocionante que, por un momento, incluso el fin del mundo le pareció trivial en comparación. Tuvo que recordar que debía permanecer concentrado. Debía investigar primero su religión. Las demás cosas eran secundarias.

—Kandra, ¿quién eres? ¿Qué huesos llevas?

—Creo que vais a sorprenderos —dijo Sazed, tan amablemente como pudo—. Pues no soy un kandra. Me llamo Sazed, guardador de Terris, y he sido enviado para hablar con la Primera Generación.

Ambos guardias se sobresaltaron.

—No tenéis por qué dejarme pasar —dijo Sazed—. Naturalmente, si no me lleváis a vuestra Tierra Natal, tendré que marcharme y decirle a todos los del exterior dónde está…

Los guardias se miraron el uno al otro.

—Ven con nosotros —dijo por fin uno de ellos.

Capítulo 67

Los koloss tenían pocas posibilidades de liberarse. Cuatro clavos, y su capacidad mental disminuida, los hacían muy fáciles de dominar. Sólo en medio de un frenesí de sangre tenían un poco de autonomía.

Cuatro clavos también hacían que a los alománticos les resultara más fácil controlarlos. En nuestro tiempo, hacía falta un empujón de duralumín para tomar el control de un kandra. Los koloss, sin embargo, podían ser dominados por un empujón concreto, sobre todo cuando se dejaban llevar por el frenesí.

Elend y Vin se encontraban en lo alto de las fortificaciones de Ciudad Fadrex. El saliente de roca había alojado antes las hogueras que atisbaban en el cielo nocturno: podía verse la negra cicatriz de una de ellas a la izquierda.

Era agradable sentirse abrazada de nuevo por Elend. Su calor era un consuelo, sobre todo cuando, desde la ciudad, contemplaban el terreno que antes ocupaba su ejército. Los koloss crecían en número. Permanecían inmóviles en la tormenta de ceniza, miles de ellos. Más y más criaturas llegaban cada día, hasta montar una fuerza abrumadora.

—¿Por qué no atacan? —preguntó Yomen, molesto. Era el único que se encontraba en la atalaya; Ham y Cett estaban abajo, encargándose de los preparativos del ejército. Tenían que estar preparados para defenderse en el momento en que los koloss atacaran la ciudad.

—Quiere que sepamos que su victoria será aplastante —dijo Vin.
Además, está esperando
, añadió mentalmente.
Esperando la información que necesita.

¿Dónde está el atium?

Había engañado a Ruina. Se había demostrado a sí misma que podía hacerlo. Sin embargo, aún se sentía frustrada. Le parecía como si hubiera pasado los últimos años de su vida reaccionando a cada chasquido de los dedos de Ruina. Cada vez que se consideraba lista, sabia, o dispuesta al sacrificio, descubría que simplemente se limitaba a cumplir su voluntad. Eso la enfurecía.

Pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Tengo que hacer que Ruina juegue su baza
, pensó.
Hacerle actuar, exponerse.

Durante un breve instante, en el salón del trono de Yomen, había sentido algo sorprendente. Con el extraño poder obtenido de las brumas, había tocado la mente de Ruina a través de Marsh, y había visto algo dentro.

Miedo. Lo recordó, claro y puro. En ese momento, Ruina tuvo miedo de ella. Por eso había huido Marsh.

De algún modo, había tomado para sí el poder de las brumas, y luego lo había utilizado para realizar una alomancia de poder supremo. Lo había hecho antes, cuando luchó contra el Lord Legislador en su palacio. ¿Por qué sólo podía recurrir a ese poder en momentos impredecibles, al azar? Había querido utilizarlo contra Zane, pero fracasó. Lo había intentado una docena de veces en los últimos días, igual que durante los días posteriores a la muerte del Lord Legislador. Nunca había podido acceder a un atisbo de ese poder.

Golpeó como un trueno.

Un enorme y abrumador terremoto sacudió la tierra. Los salientes de roca alrededor de Fadrex se rompieron, y algunos se desplomaron. Vin permaneció en pie, pero sólo con la ayuda del peltre, y apenas pudo sujetar a Yomen por la túnica de obligador antes de que cayera. Elend la agarró por el brazo, reforzándola mientras el súbito terremoto sacudía la tierra. Dentro de la ciudad, cayeron varios edificios.

Después, todo quedó en silencio. Vin respiró entrecortadamente, la frente cubierta de sudor. Todavía sujetaba con fuerza la túnica de Yomen. Miró a Elend.

—Éste ha sido mucho peor que los anteriores —dijo él, maldiciendo para sus adentros.

—Estamos condenados —dijo Yomen en voz baja, obligándose a ponerse en pie—. Si las cosas que dices son ciertas, no sólo el Lord Legislador está muerto, sino que el ser contra el que se pasó la vida combatiendo ha venido a destruir el mundo.

—Hasta ahora, hemos sobrevivido —dijo Elend con firmeza—. Lo conseguiremos. Los terremotos pueden hacernos daño, pero también afectan a los koloss: mira, y verás que algunos han quedado aplastados por la caída de las rocas. Si las cosas se ponen mal aquí arriba, podemos retirarnos al interior de la caverna.

—¿Sobrevivirá a terremotos como éste? —preguntó Yomen.

—Mejor que los edificios de la superficie. Ninguno fue construido para resistir terremotos… pero conozco al Lord Legislador, previó los terremotos, y sé que escogió cavernas sólidas y capaces de aguantarlos.

Yomen no pareció encontrar mucho consuelo en sus palabras, pero Vin sonrió. No por lo que había dicho Elend, sino por la forma en que lo había dicho. Algo en él había cambiado. Parecía confiado como no lo había estado nunca. Tenía parte del aire idealista que expresaba en la corte cuando era joven, pero también la dureza del hombre que ha dirigido a su pueblo en la guerra.

Finalmente había encontrado el equilibrio. Por extraño que parezca, al decidir la retirada.

—Tiene razón, Vin —dijo Elend en tono más suave—. Tenemos que decidir nuestro próximo paso. Es evidente que Ruina pretende derrotarnos aquí, pero al menos el ataque ha sido contenido durante un tiempo. ¿Qué hacemos ahora?

Tenemos que engañarlo
, pensó ella.
Tal vez… ¿emplear la misma estrategia que Yomen usó conmigo?

Vin consideró la idea. Extendió una mano y se acarició su pendiente. Se le había abollado después de atravesar la cabeza de Marsh, naturalmente, pero había sido tan sencillo como devolverle la forma con un golpe de herrero.

Cuando conoció a Yomen por primera vez, él le devolvió el pendiente. Parecía un gesto extraño, darle metal a una alomántica. Sin embargo, en un entorno controlado, fue algo muy astuto. Él había podido ponerla a prueba y ver si tenía algún metal oculto, reservándose mientras tanto el hecho de que podía quemar atium y protegerse.

Más tarde, pudo hacer que ella revelara su jugada, lo atacara y le mostrara lo que estaba planeando, para poder neutralizarla en una situación que él tenía bajo control. ¿Podría hacer ella lo mismo con Ruina?

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