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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (24 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Durn sacudió la cabeza:

—Así es como tiene que ser. Es lo que el Superviviente…

—No pronuncies su nombre en relación con esta barbarie —susurró Fantasma.

Durn guardó silencio un momento. Sólo se escuchaba el crepitar de las llamas y los sonidos de quienes morían dentro de la casa. Finalmente, habló:

—Sé que es difícil verlo, y tal vez el Ciudadano es demasiado ansioso. Pero… lo oí hablar una vez. Al Superviviente. Enseñaba estas cosas. Muerte a los nobles, gobierno para los skaa. Si lo hubieras oído, lo entenderías. A veces, hay que destruir una cosa para construir algo mejor.

Fantasma cerró los ojos. El calor del fuego parecía abrasarle la piel. Él sí que había oído a Kelsier dirigirse a las multitudes de skaa. Y en efecto había dicho las cosas que Durn mencionaba ahora. Entonces, el Superviviente era una voz de esperanza, de espíritu. Sin embargo, sus mismas palabras repetidas ahora se convertían en palabras de odio y destrucción. Fantasma se sintió asqueado.

—Te lo repito, Durn —dijo, alzando la cabeza, sintiéndose particularmente rudo—. No te pago para que me hagas propaganda del Ciudadano. Dime por qué estoy aquí, o no recibirás más monedas por mi parte.

El mendigo se volvió y miró a Fantasma a los ojos, pese a la venda.

—Cuenta los cráneos —dijo en voz baja. Durn apartó la mano del hombro de Fantasma y se retiró entre la multitud.

Fantasma no lo siguió. Los olores del humo y la carne quemada se volvían demasiado fuertes para él. Se dio la vuelta y se abrió paso entre la muchedumbre, buscando aire fresco. Se apoyó en un edificio; respiró profundamente, sintiendo el áspero granulado de la madera contra su costado. Le pareció que los copos de ceniza que caían eran parte de la hoguera que había dejado atrás, trozos de muerte lanzados al viento.

Oyó voces. Se dio media vuelta y advirtió que el Ciudadano y sus guardias se habían apartado del incendio. Quellion se dirigía a la multitud, animándolos a ser vigilantes. Fantasma observó durante un rato, y finalmente la multitud empezó a dispersarse, siguiendo al Ciudadano mientras éste se dirigía hacia el mercado.

Los ha castigado, ahora tiene que bendecirlos
. A menudo, sobre todo después de las ejecuciones, el Ciudadano visitaba a la gente personalmente, y se paseaba entre los puestos del mercado estrechando manos y dando ánimos.

Fantasma se desvió por una calle lateral. Pronto salió de la zona más rica de la ciudad, y llegó a un lugar donde la calle desaparecía ante él. Escogió un lugar donde la pared de contención se había desplomado, formando una pendiente hasta el canal seco, y luego saltó y se deslizó hasta el fondo. Se subió la capucha, oscureciendo los ojos cubiertos, y se abrió paso por la calle abarrotada con la destreza de quien ha crecido siendo un pillastre callejero.

Incluso dando un amplio rodeo, llegó al pozo del mercado antes que el Ciudadano y su séquito. Fantasma vio a través de la ceniza que caía como el hombre bajaba una amplia rampa de tierra seguido por un centenar de personas.

Quieres ser él
, pensó Fantasma, agazapado junto a un puesto.
Kelsier murió para traer esperanza a su pueblo, y ahora planeas robarle su legado.

Este hombre no era Kelsier. Ni siquiera era digno de murmurar el nombre del Superviviente.

El Ciudadano caminaba entre los puestos, manteniendo un aire paternal, charlando con la gente del mercado. Los tocaba en el hombro, estrechaba manos y sonreía benévolo.

—El Superviviente estaría orgulloso de vosotros.

Fantasma podía oír su voz aun por encima del ruido de la multitud.

—La ceniza que cae es un signo suyo: representa la caída del imperio, las cenizas de la tiranía. ¡De esas cenizas crearemos una nueva nación! Una nación gobernada por los skaa.

Fantasma avanzó, se bajó la capucha y caminó palpando, como si fuera ciego. Llevaba su bastón de duelo cruzado en la espalda, en una cinta oculta por los pliegues de su ancha camisa gris. Cuando se trataba de moverse entre la multitud, era más que capaz. Mientras que Vin siempre se había esforzado por mantenerse apartada y ser invisible, Fantasma conseguía ambas cosas sin siquiera intentarlo. De hecho, a menudo intentaba lo contrario. Había soñado con ser un hombre como Kelsier, porque incluso antes de conocer al Superviviente, Fantasma había oído historias sobre él. El mayor ladrón skaa de su tiempo, un hombre lo bastante osado como para intentar robar al mismísimo Lord Legislador.

Y sin embargo, por mucho que lo intentara, Fantasma nunca había logrado distinguirse. Era demasiado fácil ignorar a otro muchacho de rostro manchado de ceniza, sobre todo si no podías comprender su fuerte acento del este. Hizo falta conocer a Kelsier, ver cómo podía afectar a la gente hablando, para convencer finalmente a Fantasma de que abandonara su dialecto. Fue entonces cuando empezó a comprender que había poder en las palabras.

Fantasma se acercó de manera sutil a la primera fila de la multitud que contemplaba al Ciudadano. Recibió sacudidas y empujones, pero nadie le gritó. Un ciego atrapado en el bullicio de la gente era fácil de ignorar, y lo que era ignorado podía llegar a donde se suponía que nadie podía llegar. Con cuidado, Fantasma pronto se situó a la cabeza del grupo, apenas a un brazo de distancia del Ciudadano.

El hombre olía a humo.

—Comprendo, buena mujer —decía el Ciudadano, mientras sujetaba las manos de una anciana—. Pero su nieto es necesario donde está, cuidando los campos. ¡Sin él y su clase, no podríamos comer! Una nación gobernada por skaa también tiene que ser una nación trabajada por skaa.

—Pero… ¿no puede volver, ni siquiera una temporada? —preguntó la mujer.

—Con el tiempo, buena mujer —respondió el Ciudadano—. Con el tiempo.

Su uniforme escarlata lo convertía en la única mancha de color en la calle, y Fantasma se quedó mirando. Apartó la mirada y continuó maniobrando, ya que el Ciudadano no era su objetivo.

Beldre estaba a un lado, como de costumbre. Siempre observando, pero nunca interactuando. El Ciudadano era tan dinámico que su hermana era olvidada con facilidad. Fantasma comprendía bien esa sensación. Dejó que un soldado lo empujara, apartándolo del camino del Ciudadano. Eso lo situó justo al lado de Beldre. Ella olía levemente a perfume.

Creía que eso estaba prohibido.

¿Qué habría hecho Kelsier? Habría atacado, tal vez, y matado al Ciudadano. O habría actuado contra el hombre de alguna otra manera. Kelsier no habría permitido que sucedieran aquellas cosas terribles: habría intervenido.

¿Tal vez intentaría ganarse un aliado en alguien de confianza del Ciudadano?

Fantasma siempre sentía que su corazón latía más fuerte, y ahora latía también más rápido. La multitud empezó a moverse de nuevo, y él se dejó empujar contra Beldre. Los guardias no lo miraban, estaban concentrados en el Ciudadano, manteniéndolo a salvo con tantos elementos aleatorios alrededor.

—Tu hermano —susurró Fantasma al oído de Beldre—, ¿apruebas sus asesinatos?

Ella se giró, y él advirtió por primera vez que tenía los ojos verdes. Se quedó inmóvil, dejando que la multitud lo empujara mientras ella buscaba, tratando de localizar quién había hablado. La multitud, siguiendo a su hermano, la apartó de Fantasma.

Fantasma esperó un momento, sacudido por el mar de codazos. Entonces empezó a maniobrar de nuevo, abriéndose paso entre la gente con sutil cuidado hasta que estuvo de nuevo junto a Beldre.

—¿Crees que es distinto de lo que hizo el Lord Legislador? —susurró—. Una vez lo vi reunir a gente al azar y ejecutarlos en la plaza de la ciudad de Luthadel.

Ella se giró de nuevo, y finalmente identificó a Fantasma entre la multitud. Él se quedó quieto, mirándola a los ojos a través de la venda. La gente se interponía, y ella se alejó.

Su boca se movió. Sólo alguien con los sentidos amplificados por el estaño podría haber visto con suficiente detalle para distinguir las palabras de sus labios.

—¿Quién eres?

Él se abrió paso una vez más entre la marea de gente. Al parecer, el Ciudadano planeaba hacer un discurso más adelante, aprovechando la creciente multitud. La gente se congregaba alrededor del atril que había en medio de la plaza; cada vez resultaba más difícil moverse entre ellos.

Fantasma la alcanzó, pero notó que la multitud volvía a separarlos. Así que extendió la mano entre un par de cuerpos y la agarró por la muñeca. Ella se volvió, naturalmente, pero no gritó. La multitud se movía alrededor, y ella se volvió para mirar sus ojos vendados entre la turba.

—¿Quién eres? —preguntó Beldre de nuevo. Aunque estaba tan cerca que él la habría oído de haber hablado, ningún sonido escapó de sus labios. Tan sólo silabeó las palabras. Tras ella, en el atril, su hermano empezó a predicar.

—Soy el hombre que va a matar a tu hermano —dijo él en voz baja.

Una vez más, él esperó una reacción por su parte: un grito, quizás. Una acusación. Sus acciones habían sido impulsivas, nacidas de su frustración por no haber podido ayudar a los ejecutados. Comprendió que, si ella gritaba, sería hombre muerto.

Sin embargo, Beldre permaneció en silencio. Los copos de ceniza caían entre ambos.

—Otros han dicho lo mismo —silabeó ella.

—No eran yo.

—¿Y quién eres tú? —preguntó ella por tercera vez.

—El compañero de un dios. Un hombre que puede ver susurros y sentir gritos.

—¿Un hombre que cree saber qué es mejor para este pueblo que su propio gobernante elegido? —silabeó ella—. Siempre habrá disidentes que critiquen lo que debe hacerse.

Él todavía la tenía sujeta por la mano. La agarró con fuerza, atrayéndola hacia sí. La multitud se congregó en torno al atril, dejándolos atrás, como conchas que las olas dejan en la playa.

—Yo conocí al Superviviente, Beldre —susurró roncamente—. Me consideraba su amigo. Lo que habéis hecho en esta ciudad lo horrorizaría… y no voy a dejar que tu hermano continúe pervirtiendo el legado de Kelsier. Adviérteselo, si es preciso. Dile a Quellion que voy a por él.

El Ciudadano había dejado de hablar. Fantasma alzó la cabeza y se volvió para mirar al atril. Allí, Quellion contemplaba a sus seguidores. Miraba a Fantasma y Beldre, al fondo de la multitud. Fantasma no había advertido lo mucho que se habían expuesto.

—¡Tú, el de ahí! —gritó el Ciudadano—. ¿Qué haces con mi hermana?

¡Maldición!
, pensó Fantasma, soltando a la chica. Echó a correr. Sin embargo, un gran inconveniente de los surcos eran sus paredes altas y empinadas. Había muy pocas formas de salir del mercado, y todas eran vigiladas por los miembros de las fuerzas de seguridad de Quellion. Siguiendo la orden del Ciudadano, los soldados empezaron a correr, vestidos de cuero y armados de acero.

Bien
, pensó Fantasma, abalanzándose contra el grupo más cercano de soldados. Si podía rebasarlos, podría llegar a una de las rampas y tal vez desaparecer en los callejones entre los edificios de arriba.

Desenvainaron las espadas. La gente gritó sorprendida. Fantasma rebuscó entre los harapos de su capa y extrajo su bastón de duelos.

Y entonces se lanzó entre ellos.

Fantasma no era guerrero. Se había entrenado con Ham, por supuesto: Clubs había insistido en que su sobrino supiera defenderse. Sin embargo, los auténticos guerreros de la banda siempre fueron sus nacidos de la bruma, Vin y Kelsier, con Ham como brazo de peltre para proporcionar fuerza bruta, si era necesario.

No obstante, Fantasma había pasado mucho tiempo entrenándose últimamente, y al hacerlo había descubierto algo interesante. Tenía algo que Vin y Kelsier jamás podrían haber tenido: un conocimiento sensorial que su cuerpo podía usar por instinto. Sentía las perturbaciones en el aire, los temblores del suelo, y sabía dónde estaba la gente simplemente por la cercanía de los latidos de sus corazones.

No era un nacido de la bruma, pero seguía siendo muy peligroso. Notó una suave brisa, y supo que una espada lo buscaba. Esquivó. Sintió una pisada en el suelo, y supo que alguien lo atacaba desde un lado. Se apartó. Era casi como tener atium.

El sudor voló de su frente cuando giró, y estampó su bastón de duelo en la nuca de un soldado. Aquel hombre cayó fulminado; el bastón estaba hecho de la mejor madera recia. Pero, para asegurarse, golpeó la sien del hombre, eliminándolo definitivamente de la batalla.

Oyó gruñir a alguien a su lado, en voz baja pero a la vez reveladora. Fantasma blandió el arma a un lado y la descargó contra el antebrazo del atacante. Los huesos se rompieron, y el soldado gritó y soltó el arma. Fantasma lo golpeó en la cabeza. Entonces se volvió, alzando el bastón para bloquear el golpe del tercer soldado.

El acero encontró la madera, y ganó el acero, que rompió el arma de Fantasma. Sin embargo, detuvo el golpe de la espada lo suficiente para que Fantasma esquivara y pudiera agarrar la espada de un soldado caído. Era distinta de las espadas con las que había practicado: los hombres de Urteau preferían hojas largas y finas. De todas formas, a Fantasma sólo le quedaba un soldado; si podía abatir al hombre, sería libre.

Su oponente pareció darse cuenta de que jugaba con ventaja. Si Fantasma echaba a correr, expondría su espalda a un ataque. Y, si se quedaba, pronto sería vencido. El soldado se acercó con cautela, tratando de ganar tiempo.

Entonces Fantasma atacó. Alzó su espada, confiando en que sus sentidos ampliados compensaran la diferencia de entrenamiento. El soldado alzó su arma para esquivar un golpe.

La espada de Fantasma se detuvo en el aire.

Fantasma se tambaleó, intentando descargar el golpe, pero la espada permaneció extrañamente en el aire… como si intentara abrirse paso a través de algo sólido, en vez de aire. Como si…

Alguien estaba empujando contra él. Alomancia. Fantasma miró desesperadamente a su alrededor, y enseguida encontró la fuente de poder. La persona que empujaba debía de estar directamente frente a él, pues los alománticos sólo podían empujar desde sí mismos.

Quellion, el Ciudadano, se había reunido con su hermana. El Ciudadano miró a Fantasma a los ojos, y Fantasma pudo ver el esfuerzo en los ojos del hombre mientras la agarraba, usando su peso para apoyarse mientras empujaba contra la espada de Fantasma, interfiriendo en la batalla como el propio Kelsier había hecho, mucho tiempo atrás, al visitar las cuevas donde se entrenaba su ejército.

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