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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia ficción

El espectro del Titanic (23 page)

BOOK: El espectro del Titanic
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—Orden 527 aceptada.

¡Bien! ¡Había dado resultado! Las luces exteriores de J. J. se apagaron y las pequeñas hélices de control de actitud se detuvieron. Durante un momento, J. J. quedó inmóvil en el agua. Espero no haberme excedido, pensó Bradley.

Entonces volvieron a encenderse las luces y a girar las hélices.

Bien, era una buena idea. Esta vez no había faltado nada. Pero era imposible recordarlo todo en un sistema tan complejo como el de J. J. Bradley había olvidado un pequeño detalle. Algunas órdenes sólo actuaban en el laboratorio; en misiones operativas estaban bloqueadas. El mecanismo de anulación de funciones había quedado automáticamente anulado.

Esto dejaba sólo una opción. Si la persuasión había fracasado, habría que usar la fuerza bruta. El
Aqua Jeep
era mucho más robusto que J. J. que, en cualquier caso, no tenía extremidades con las que defenderse. Una lucha cuerpo a cuerpo siempre sería desigual.

Y, además, indigna. Existía una posibilidad mejor.

Bradley dio marcha atrás al
Aqua Jeep
para dejar paso libre a J. J. El robot examinó la situación durante unos segundos y, a continuación, reanudó su ronda. Esta dedicación era admirable, desde luego, pero excesiva. ¿Era verdad que los arqueólogos habían encontrado en Pompeya a un centinela romano, sepultado en su puesto por las cenizas del Vesubio porque ningún oficial lo había relevado de su obligación? Pues eso era lo que J. J. parecía decidido a hacer.

—Lo siento —murmuró Bradley situándose al lado de la máquina que no sospechaba la maniobra.

Bradley insertó el brazo manipulador del
Aqua Jeep
en la hélice principal y fragmentos de metal volaron en todas las direcciones. Las hélices auxiliares hicieron girar en semicírculo a J. J. y se detuvieron. Esta situación no tenía más que una salida y J. J. no se paró a discutir.

La señal intermitente fue sustituida por una señal continua, el S. O. S. de los robots que significaba: «¡Vengan a buscarme!».

Como un bombardero que dejara caer su carga, J. J. soltó el lastre de hierro que le daba una flotabilidad neutra e inició su rápida ascensión a la superficie.

—J. J. está subiendo —informó Bradley al
Explorer
—. Llegará dentro de veinte minutos.

Ahora el robot estaba a salvo; media docena de sistemas lo seguirían en cuanto subiera a la superficie y estaría en la compuerta mucho antes que el
Aqua Jeep
.

—Espero que comprendas que me ha dolido a mí más que a ti —murmuró Bradley mientras J. J. desaparecía en el cielo líquido.

XL. Visita de inspección

Jason Bradley se disponía a soltar lastre a su vez y seguir a J. J. a la superficie cuando recibió otra llamada del
Explorer
.

—Buen trabajo, Jason. Estamos siguiendo a J. J. Las lanchas ya lo esperan.

»Pero todavía no largues lastre. El grupo N. T. quiere pedirte un favor. Sólo te llevará de uno a cinco minutos.

—¿Dispongo de ese tiempo?

—Desde luego. O no te lo pediríamos. Aún quedan por lo menos cuarenta minutos antes de que nos alcance. En nuestras pantallas parece un frente de tormenta. Te avisaremos con tiempo.

Bradley examinó la situación. El
Aqua Jeep
podía llegar fácilmente a la zona de la «Nippon Turner» en cinco minutos, y a él le gustaría echar una última mirada al
Titanic: a
ambas mitades, si era posible. No existía peligro; aun en el caso de que los cálculos estuvieran equivocados, tendría unos minutos de tiempo y podría estar a mil metros de altitud antes de que la avalancha barriera el fondo.

—¿Qué quieren que haga? —preguntó haciendo girar el
Aqua Jeep
, de manera que la popa del trasatlántico envuelta en hielo quedara frente a su detector de sonar.

—El
Maury
tiene un problema con los cables eléctricos. No puede izarlos. Quizá se hayan enredado en algún sitio. ¿Puedes echar un vistazo?

—Desde luego.

Era una petición razonable, ya que él se encontraba prácticamente sobre el terreno. Los gruesos cables conductores, de flotabilidad neutra, que habían hecho descender enormes amperajes hasta los restos, habían costado millones de dólares; no era de extrañar que los submarinos trataran de recobrarlos. Seguramente, el
Pedro el Grande
ya lo habría hecho.

Bradley sólo disponía de las luces del
Aqua Jeep
para iluminar la montaña de hierro que permanecía pegada al fondo, esperando el momento de su liberación que quizás ya no llegara. Moviéndose con cautela para no enredarse en los cables de las bolsas de oxihidrógeno, rodeó la masa hasta llegar a los dos gruesos cables que ascendían hacia el submarino, situado mucho más arriba.

—Parece que todo está bien. Dadle otro buen tirón.

Segundos después, los grandes cables vibraron majestuosamente como las cuerdas de un gigantesco instrumento musical. A Bradley le pareció que sentía la onda de infrasonido que despedían.

Pero los cables se mantuvieron tirantes.

—Lo siento —dijo—. No puedo hacer nada. Quizá la onda de choque haya bloqueado el resorte.

—Eso es lo que pensamos aquí arriba. Bien. Muchas gracias. Vale más que regreses. Todavía tienes tiempo, pero los últimos cálculos indican que quinientos millones de toneladas de lodo van hacia ti. Dicen que es como el Mississippi en época de crecida.

—¿Cuánto falta para que llegue?

—Veinte minutos… No; quince.

Me gustaría visitar la proa, pensó Bradley tristemente; pero no hay que tentar a la suerte. A pesar de que quizá pierda la posibilidad de ser la última persona que ve al
Titanic
.

De mala gana, soltó el lastre número 1 y el
Aqua Jeep
empezó a subir. Mientras subía, Bradley lanzó una última mirada a la inmensa estructura envuelta en hielo. Luego, concentró su atención en los dos cables que relucían levemente a la luz de sus faros. Del mismo modo que la cadena del ancla de su embarcación infunde seguridad al submarinista, para Bradley aquellos cables suponían el enlace con el lejano mundo de la superficie.

Iba a soltar el segundo peso para aumentar la velocidad de ascensión cuando las cosas empezaron a ir mal.

El
Maury
aún tiraba de los cables, tratando de recuperar aquel caro material cuando algo cedió por fin. Pero, desgraciadamente, no lo que se pretendía.

Se oyó un penetrante silbido del sonar anticolisión y un choque sacudió el
Aqua Jeep y
lanzó a Bradley contra el cinturón de seguridad. Él distinguió una enorme masa blanca que pasaba por su lado y desaparecía hacia arriba.

El
Aqua Jeep
empezó a bajar. Bradley soltó los dos restantes lastres. La velocidad de caída disminuyó casi a cero. Pero no del todo. Lentamente, seguía descendiendo hacia el fondo.

Bradley permaneció en silencio unos minutos. Luego, a pesar suyo, empezó a reír. No había peligro inmediato, y, realmente, aquello tenía gracia.

—Explorer
—dijo—. No vais a creerlo. Acabo de chocar con un iceberg.

XLI. Ascensión libre

Ni siquiera ahora Bradley se consideraba en verdadero peligro; estaba más irritado que alarmado. No obstante, la situación parecía bastante seria. Él estaba en el fondo, había perdido la flotabilidad. El mini iceberg habría arrancado algunos módulos de flotación del
Aqua Jeep
. Y, por si eso no era suficiente, la mayor avalancha submarina de la historia iba hacia él y llegaría dentro de diez o quince minutos. No podía evitar el sentirse como un personaje de una vieja película de Steven Spielberg.

(
Primer paso: ver si el sistema de propulsión del Aqua Jeep puede proporcionar suficiente potencia para sacarme de aquí
…).

El submarino se estremeció levemente y levantó una nube de lodo que, al reflejar la luz de los faros, llenó las aguas de fosforescencia. El
Aqua Jeep
se elevó unos metros y volvió a caer. Las baterías se agotarían mucho antes de que él pudiera llegar a la superficie.

(
Me duele hacer esto. Un par de millones de dólares perdidos. Pero quizá podamos recuperar el resto del Aqua Jeep cuando todo esto termine… como recuperaron el viejo Alvin hace tiempo
).

Bradley alargó la mano hacia el interruptor de salida de emergencia y retiró la tapa protectora.


Agua Jeep
llamando
a Explorer
. Tengo que hacer una ascensión libre; no volveréis a oírme hasta que llegue a la superficie. Mantened un buen rastreo con el sonar. Subiré de prisa. Poned en marcha las máquinas, por si tenéis que esquivarme.

Los cálculos indicaban, y las pruebas habían confirmado, que la esfera salvavidas del
Aqua Jeep
, separada del resto del vehículo, podía desarrollar cuarenta nudos y saltar fuera del agua lo suficiente como para ir a caer en la cubierta de cualquier barco que estuviera demasiado cerca. O, naturalmente, abrirle un boquete por debajo de la línea de flotación si tenía la desgracia de acertarlo.

—Preparados, Jason. Buena suerte.

Bradley giró la pequeña llave roja y las luces parpadearon cuando la fuerte corriente recorrió los detonadores.

Hay sistemas que no pueden comprobarse plenamente hasta que se necesitan. El
Aqua Jeep
estaba bien diseñado, pero comprobar el mecanismo de escape con una presión de cuatrocientas atmósferas se hubiera llevado casi todo el presupuesto de la AIFM.

Las dos cargas explosivas separaron el habitáculo del resto del vehículo tal como estaba previsto.

Pero, como solía decir Jason, el mar siempre podía pensar en algo más que tú. El casco de titanio ya soportaba la máxima tensión; y las ondas de choque, aunque relativamente débiles, convergieron en el mismo punto.

Ya era tarde para el temor o el pesar; en la fracción de segundo que tuvo antes de que la esfera hiciera implosión, Jason Bradley aún tuvo tiempo para pensar una cosa: éste es un buen lugar para morir.

XLII. El «chalet», al atardecer

Cuando hubo cruzado las artísticas verjas en su coche de alquiler, los árboles y los macizos de flores del cuidado jardín le trajeron un súbito recuerdo. Con un esfuerzo, Donald ahuyentó la imagen de Conroy. No volvería a verlo. Aquel capítulo de su vida había terminado.

La tristeza persistía y una parte de ella la llevaría siempre dentro. Al mismo tiempo, tenía una sensación de liberación. No era demasiado tarde: ¿cómo era aquella frase de Milton que la gente siempre citaba, aunque no viniera a cuento…? No era tarde todavía para buscar frescos bosques y nuevos pastos. Estoy tratando de reprogramarme, pensó Donald irónicamente. Abrir archivo nuevo…

Había un espacio para aparcar esperándole a pocos metros de la elegante casa de estilo georgiano; cerró con llave el coche de alquiler y se acercó a la puerta. Había una placa de latón, nueva y reluciente, a la altura de los ojos, encima del tirador y de la mirilla. Aunque no se veía ninguna cámara, Donald estaba totalmente seguro de que alguna le observaba.

En la placa se leía, en letras grandes:

Dra. Evelyn Merrick,
PSICOLOGÍA
.

Donald la miró unos segundos, sonrió y alargó la mano hacia el timbre. Pero la puerta se le adelantó.

Se oyó un leve chasquido al abrirse la puerta; entonces Dame Eva dijo con aquella voz inquisitiva y compasiva a la vez que con frecuencia le recordaría al doctor Jafferjee.

—Bienvenido a bordo, Mr. Craig. Todo amigo de Jason es amigo mío.

XLIII. Exorcismo

15 de abril, 2012 02:00 h.

Era una hora mala para las cadenas de televisión: temprano para las Américas y no lo bastante tarde para las Euronoticias de la tarde. En cualquier caso, era una historia que ya había dejado atrás su punto culminante; pocas eran ahora las personas interesadas por una carrera que se había perdido definitivamente.

Desde hacía un siglo, todos los años, un guardacostas de los Estados Unidos, lanzaba al agua una corona de flores en este lugar. Pero
este
aniversario era especial, nudo de esperanzas, sueños y… fortunas desvanecidas.

El
Glomar Explorer
había puesto proa al viento para que la superestructura protegiera a sus distinguidos huéspedes de las heladas ráfagas del viento del Norte. No obstante, no hacía tanto frío como aquella otra noche prístina de hacía cien años, cuando todo el Atlántico Norte era un espejo de estrellas.

A bordo no había nadie que hubiera estado presente la última vez que el
Explorer
había rendido tributo a los muertos, pero muchos debían de haber recordado aquella ceremonia secreta, celebrada al otro lado del mundo, en un siglo ensangrentado que ahora parecía pertenecer a otra era. La especie humana había madurado un poco, pero aún le quedaba mucho camino por recorrer antes de poder reivindicar el derecho a ser considerada civilizada.

Poco a poco, se apagaron las notas del lento movimiento de la
Segunda Sinfonía
de Elgar. Ninguna otra música podía ser más apropiada que este estremecido adiós a la era eduardiana, compuesto durante los mismos años en que el
Titanic
era construido en los astilleros de Belfast.

Todas las miradas convergían en el hombre alto de cabello gris que arrojó la corona sobre la borda. Durante mucho rato permaneció en silencio. Aunque todos los que le acompañaban en aquella cubierta azotada por el viento podían compartir sus emociones, algunos las sentían con una fuerza especial. Habían estado con él a bordo del
Knorr
la mañana del 1 de setiembre de 1985, cuando el monitor de televisión mostró por primera vez los restos del naufragio. Y el anillo de boda de la esposa de uno de ellos había sido arrojado a aquellas mismas aguas hacía un cuarto de siglo.

Ahora el
Titanic
estaba perdido para siempre para la raza que lo había concebido y construido; ningún ser humano podría volver a posar su mirada en sus fragmentos dispersos.

Y, finalmente, más de uno había quedado libre de la obsesión de su vida.

XLIV. Epílogo:

Los abismos del tiempo

La estrella otrora llamada Sol había cambiado poco desde los lejanos días en los que los hombres la adoraban.

Dos planetas habían desaparecido: uno, por designio y el otro, por accidente, y los anillos de Saturno habían perdido mucho de su esplendor. Pero, en general, el Sistema Solar no había sufrido grandes daños durante su breve ocupación por una especie de viajeros del espacio.

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