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Authors: Charlaine Harris

El Día Del Juicio Mortal (38 page)

—Antes de morir, digamos que Apio le entregó a Eric.

Esto sorprendió a Bill.

—¿Estás segura?

—Sí. Al final me lo dijo, después de que Pam hiciera todo lo posible para hacerle hablar.

Bill se dio la vuelta, pero no antes de que viera cómo se dibujaba en su cara una sonrisa que intentaba suprimir.

—Pam es muy insistente cuando quiere que Eric adopte un curso de acción concreto. ¿Te ha contado Eric lo que pretende hacer al respecto?

—Está intentando zafarse, pero al parecer Apio firmó algunos papeles. Cuando me confesó, antes de morir, que nunca me quedaría con Eric, no sabía que se refiriera a esto. Pensé que insinuaba que Eric ya no querría seguir conmigo cuando fuese vieja y me llenase de arrugas, o que acabaríamos peleados hasta el punto de romper, o que… Oh, no lo sé. Algo tenía que pasar para separarnos.

—Y es lo que parece haber ocurrido.

—Bueno… sí.

—¿Sabes que tendrá que dejarte de lado si se casa con la reina? Eric podrá seguir alimentándose de humanos, incluso podría tener una mascota humana, cuando se case con una reina, pero no podrá tener otra esposa.

—Eso es lo que me dio a entender.

—Sookie… no hagas ninguna tontería.

—Ya he roto el vínculo.

Tras una larga pausa, Bill dijo:

—Es algo bueno, ya que el vínculo suponía un riesgo para los dos. —Nada nuevo bajo el sol.

—En cierto modo echo de menos el vínculo —confesé—, pero también es un alivio.

Bill no dijo nada. Tuvo mucho tacto.

—¿Alguna vez has…? —pregunté.

—Una vez. Hace mucho tiempo —dijo. No le apetecía hablar del tema.

—¿Terminó bien?

—No —respondió con una voz monótona que no invitaba a seguir la conversación—. Pasa página, Sookie. No te lo digo como ex amante tuyo, sino como amigo. Deja que Eric tome su propia decisión sobre el tema. No le hagas preguntas. A pesar de que no nos soportamos, estoy seguro de que hará todo lo que esté en su mano para salir de esta situación, aunque sólo sea por el amor que siente por su libertad. Oklahoma es muy bonita, y Eric adora la belleza, pero eso ya lo tiene en ti.

Debía de sentirme mejor si supe apreciar ese halago. Me preguntaba cuál sería el verdadero nombre de la reina. A menudo se referían al monarca por el nombre de su territorio; Bill no había querido decir que el Estado de Oklahoma fuese bonito, sino que la mujer que gobernaba a sus criaturas de la noche lo era.

Al no responder, Bill prosiguió:

—También tiene mucho poder. Cuenta con un territorio, secuaces, tierras, dinero del petróleo. —Y los dos sabíamos que Eric sentía debilidad por el poder. No el poder con mayúsculas (nunca quiso ser rey), sino el que se ejerce en las distancias cortas.

—Ya sé a qué poder te refieres —dije—. Y también sé que yo no lo tengo. ¿Quieres llevarte el coche o dejarlo aquí e irte por el bosque?

Me tendió las llaves y me contestó:

—Iré por el bosque.

No había más que hablar.

—Gracias —dije. Abrí la puerta del porche, entré y cerré la puerta con llave. Abrí la puerta trasera y entré. Encendí la luz de la cocina. La tranquilidad y el silencio de la casa me envolvieron como un bálsamo. Gracias al aire acondicionado, la atmósfera estaba muy fresca.

A pesar de haber salido mejor parada que nadie de la batalla en el Fangtasia, al menos físicamente, me sentía agotada y maltrecha. Lo notaría a la mañana siguiente. Me desabroché el gran cinturón y devolví el
cluviel dor
a su sitio en el cajón del maquillaje. Me quité el vestido manchado, lo metí en la lavadora del porche trasero para un lavado en frío y me di la ducha más caliente que pude permitirme. Tras frotarme bien la piel, abrí el grifo del agua fría. Al salir para secarme, me sentía maravillosamente limpia y fresca.

No sabía si ponerme a llorar, a rezar o sentarme en un rincón con los ojos muy abiertos durante el resto de la noche. Pero una de las reacciones posibles se impuso. Me metí en la cama con una sensación de alivio, como si hubiese salido de una operación exitosa o una biopsia me hubiese dado un resultado favorable.

Mientras me hacia un ovillo y me preparaba para dormir, pensé que el hecho de que pudiera dormir esa noche me resultaba más inquietante que cualquier otra cosa.

Capítulo
17

Todas las mujeres presentes en mi salón estaban contentas. Algunas más que otras, es verdad, pero ninguna de ellas desdichada. Estaban allí para dar regalos a alguien que se los merecía y se alegraban de que esperase gemelos. Los papeles de regalo amarillos, verdes, azules y rosas se amontonaban de forma casi abrumadora, pero lo importante era que Tara estaba recibiendo muchas cosas que necesitaba y deseaba.

Dermot ayudaba desinteresadamente con las bebidas y se dedicaba a meter en bolsas los montones de papel arrugado para mantener el suelo despejado. Algunas de mis invitadas más veteranas atravesaban ya sin duda la fase del equilibrio inseguro, así que lo último que necesitábamos era tener cosas por el suelo que pudiesen provocar una caída. La madre y la abuela de J.B. también habían venido, y si la abuela no tenía setenta y cinco años, no tenía ninguno.

Cuando antes Dermot había aparecido en la puerta trasera, lo dejé pasar y regresé con mi café sin decir nada. Tan pronto como atravesó el umbral me sentí sensiblemente mejor. ¿Será que no había notado el contraste en los últimos días y semanas debido a mi profunda dependencia respecto al vínculo de sangre? Había estado bajo la influencia de muchos elementos sobrenaturales. No podía decir que me sintiera mejor por volver a mi ser, pero lo cierto es que sí me hacía estar más en contacto con la realidad.

Una vez mis invitadas le echaron un buen vistazo a Dermot y se dieron cuenta de su enorme parecido con Jason, hubo muchas cejas arqueadas. Les conté que era un primo lejano de Florida y leí en las mentes de muchas de ellas que consultarían sus respectivos árboles genealógicos en busca de un lazo en Florida con mi familia.

Hoy me sentía yo misma. Me apetecía hacer lo que había que hacer en la comunidad en la que vivía. Puede que ni siquiera fuese la misma persona que participó en la matanza de la noche anterior.

Tomé un sorbo de mi copa. El ponche de Maxine había salido muy bueno, el pastel que recogí en la pastelería estaba delicioso, mis palitos de queso estaban crujientes y, si acaso, un poco picantes, y las nueces asadas tenían el tostado justo. Después de que Tara abriera los regalos y repitiera su «gracias» un millón de veces, jugamos a Bingo Bebé.

Cada vez me sentía más como la antigua Sookie Stackhouse a medida que avanzaba el evento. Estaba rodeada de gente que comprendía, haciendo algo bueno.

A modo de una especie de bonificación, la abuela de J.B. me contó una maravillosa historia sobre mi abuela. En conjunto, fue una gran tarde.

Al volver a la cocina con una bandeja llena de platos sucios, pensé: «Esto es felicidad. Anoche no era yo».

Pero había existido. Sabía, incluso mientras hacía eso, que no podría engañarme indefinidamente. Había cambiado para sobrevivir y ahora pagaba el precio de la supervivencia. Tenía que estar dispuesta al cambio, o todo lo que había obligado a hacer sería en vano.

—¿Estás bien, Sookie? —preguntó Dermot, que traía más vasos.

—Sí, gracias. —Intenté sonreír, pero me faltaron fuerzas para que resultase convincente.

Llamaron a la puerta trasera. Imaginé que sería una invitada rezagada que pretendía unirse a la fiesta discretamente.

Al que encontré fue al señor Cataliades. Vestía un traje, como siempre, pero por primera vez parecía incómodo con él. No parecía tan relleno como de costumbre, pero la amable sonrisa era la de siempre. Su visita me dejó perpleja, y no estaba muy segura de querer hablar con él, pero si era el tipo capaz de dar respuesta a las grandes preguntas de mi vida, la verdad es que no me quedaba más elección.

—Adelante —lo invité, retrocediendo mientras mantenía la puerta abierta.

—Señorita Stackhouse —dijo formalmente — . Le agradezco que me deje pasar.

Echó una ojeada a Dermot, que estaba limpiando platos con mucho cuidado, orgulloso de que le hubiese confiado la vieja porcelana de la abuela.

—Joven —saludó.

Dermot se volvió y se quedó petrificado.

—Demonio —dijo antes de volverse a la pila, pero noté que sus pensamientos se aceleraban furiosamente.

—¿Disfrutando de un evento social? —me preguntó el señor Cataliades —. Se nota que hay muchas mujeres en la casa.

Ni me había dado cuenta de la cacofonía de voces femeninas que venía flotando por el pasillo, pero daba la impresión de que hubiera sesenta mujeres en el salón en vez de veinticinco.

—Sí —asentí—. Las hay. Estamos celebrando la fiesta del bebé de una amiga.

—¿Cree que podría sentarme en su cocina hasta que acabe? —sugirió—. ¿Podría tomar un bocado?

Recordando mis modales, exclamé:

—Por supuesto, ¡coma tanto como guste!

Preparé rápidamente un sándwich de jamón, saqué unas patatas de bolsa y unos encurtidos y dispuse un plato aparte con las demás cosas que componían el menú de la fiesta. Incluso le puse una copa de ponche.

Los oscuros ojos del señor Cataliades centellearon a la vista de los alimentos que tenía ante sí. Quizá no fuesen tan sofisticados como estaba acostumbrado (aunque, por lo que sabía, comía ratones crudos), pero se puso a comer con ganas. Dermot parecía estar bien, si no completamente relajado, compartiendo estancia con el abogado, así que los dejé para que hicieran migas y regresé al salón. La anfitriona no podía ausentarse mucho tiempo. Sería descortés.

Tara ya había abierto todos los regalos. Su ayudante de la tienda, McKenna, había tomado nota de todos ellos y de sus respectivas donantes y había pegado una tarjeta en cada uno de ellos. Todas se pusieron a hablar de sus cosas —oh, alegría— y formulaban a Tara preguntas sobre ginecología y obstetricia, el hospital donde daría a luz, los nombres que pondría a los bebés, si conocía el sexo de los gemelos, cuando debía romper aguas, y así sucesivamente.

Poco a poco, las invitadas fueron marchándose, y cuando se fueron todas, tuve que declinar las ofertas de Tara, su suegra y Michele, la novia de Jason, para ayudarme a lavar los platos.

—Ni hablar —les dije—. Dejadlos donde están, que es mi trabajo. —Era como escuchar las palabras de mi abuela saliéndome de la boca. Casi me hizo reír. Si no hubiese habido un demonio y un hada en mi cocina, quizá hubiera transigido. Cargamos todos los regalos en los coches de Tara y su suegra, y Michele me dijo que ella y Jason iban a celebrar una parrillada de pescado el fin de semana siguiente y querían que les acompañase. Dije que lo vería, que la idea me parecía maravillosa.

Sentí un gran alivio cuando se fueron todas las humanas.

Me habría derrumbado en una silla a leer media hora o hubiese visto un episodio de
Jeopardy
! antes de ponerme a limpiar, pero había dos hombres esperándome en la cocina. En vez de ello, volví cargada con más platos y vasos sucios.

Para mi sorpresa, Dermot se había ido. No había oído su coche alejarse por el camino, pero supuse que aprovechó cuando se iba todo el mundo. El señor Cataliades estaba sentado en la misma silla, bebiendo una taza de café. Había dejado su plato en la pila. No lo había lavado, pero al menos lo había dejado allí.

—Bueno —dije—. Se han ido. No se habrá comido a Dermot, ¿verdad?

Me sonrió abiertamente.

—No, mi querida señorita Stackhouse, no lo he hecho. Aunque estoy seguro de que sería un sabroso bocado. El sándwich de jamón estaba delicioso.

—Me alegro de que lo haya disfrutado — respondí automáticamente—. Escuche, señor Cataliades, encobré una carta de mi abuela. No sé si he comprendido bien cuál es nuestra relación, o quizá se me escapa el significado de que usted sea nuestro benefactor.

Su sonrisa se intensificó.

—Si bien tengo cierta prisa, haré todo lo que esté en mi mano para desterrar sus dudas.

—Vale. —Me preguntaba por qué tendría prisa, si aún lo perseguían, pero no pensaba dejarme distraer—. Deje que le repita lo que sé y dígame si no me equivoco.

Asintió con su cabeza redonda.

—Usted y Fintan, mi abuelo de sangre y hermano de Dermot, eran buenos amigos.

—Sí, el gemelo de Dermot.

—Pero no parece tan aficionado a Dermot.

Se encogió de hombros.

—No lo soy.

Casi me salí por la tangente en ese instante, pero me obligué a seguir mi hilo mental.

—Entonces, Fintan seguía vivo cuando Jason y yo nacimos.

Desmond Cataliades asintió con entusiasmo.

—Así es.

—Mi abuela me reveló en su carta que usted visitó a mi padre y a su hermana, que eran hijos naturales de Fintan.

—Cierto.

—¿Les o nos dio un regalo entonces?

—Lo intenté, pero no podían ustedes aceptarlo. No todos gozaban de la chispa esencial.

Era un término que Niall también había usado.

—¿Qué es la chispa esencial?

—¡Qué pregunta más inteligente! —dijo el señor Cataliades, mirándome como si fuese una mona que acabase de abrir una escotilla para llevarse un plátano—. El regalo que entregué a mi querido amigo Fintan consistía en que cualquiera de sus descendientes humanos podría leer la mente de sus congéneres, como es mi caso.

—Así que, cuando resultó que mi padre y mi tía Linda no tenían esa chispa, regresó cuando Jason y yo nacimos.

Asintió.

—Verles no era del todo necesario. A fin de cuentas, el don había sido dado. Pero al visitarlos, primero a Jason y después a usted, podía asegurarme. Me emocioné sobremanera cuando la sostuve a usted, aunque creo que su pobre abuela estaba asustada.

—Entonces, sólo yo y… —Hice un sonido ahogado para retener el nombre de Hunter. El señor Cataliades había redactado el testamento de Hadley y ella no lo había mencionado. Cabía la posibilidad de que el abogado no supiera que había tenido un hijo—. Sólo yo lo he desarrollado hasta ahora. Y aún no me ha explicado lo que es la chispa.

Me lanzó una mirada de cejas arqueadas, como si diera a entender que no se me puede escamotear nada.

—La chispa esencial no es algo fácil de trazar desde el punto de vista de su ADN —me explicó —. Es una puerta al otro mundo. Algunos humanos simplemente no pueden creer que existan criaturas en otro mundo más allá del suyo, criaturas con sentimientos, derechos, creencias que merecen vivir sus propias vidas. Los humanos que nacen con la chispa esencial lo hacen para experimentar y realizar cosas maravillosas, cosas asombrosas.

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