Read El asno de oro Online

Authors: Apuleyo

El asno de oro (14 page)

Estando ella en este placer herida del amor, el candil que tenía en la mano, o por no ser fiel, o de envidia mortal, o que por ventura él también quiso tocar el cuerpo de Cupido, o quizá besarlo, lanzó de sí una gota de aceite hirviendo, y cayó sobre el hombro derecho de Cupido. ¡Oh candil osado y temerario y vil servidor del amor! Tú quemas al dios de todo el fuego; y porque tú para esto no eras menester, sino que algún enamorado te halló primeramente para gozar en la obscuridad de la noche de lo que bien querría. De esta manera el dios Cupido, quemado, saltó de la cama, y conociendo que su secreto era descubierto, callando desapareció y huyó de los ojos de la desdichada de su mujer. Psiches arrebató con ambas manos la pierna derecha de Cupido, que se levantaba, y así fue colgando de sus pies por las nubes del cielo hasta tanto que cayó en el suelo. Pero el dios del amor no la quiso desamparar caída en tierra, y vino volando a sentarse en un ciprés que allí estaba cerca, de donde con enojo gravemente la comenzó a increpar diciendo de esta manera:

«¡Oh Psiches, mujer simple: yo, no recordando de los mandamientos de mi madre Venus, la cual me había mandado que te hiciese enamorada de un hombre muy miserable de bajo linaje, te quise bien y fui tu enamorado; pero esto que hice bien sé que fue hecho livianamente! Y yo mismo, que soy ballestero para los otros, me herí con mis saetas y te tomé por mujer.

Parece que lo hice yo por parecerte serpiente y porque tú cortases esta cabeza que trae los ojos que bien te quisieron. No sabes tú cuántas veces te decía que te guardases de eso, y benignamente te avisaba por que te apartases de ello. Pero aquellas buenas mujeres tus consejeras prestamente me pagarán el consejo que te dieron; y a ti, con mi ausencia, huyendo de ti, te castigaré.»

Diciendo esto, levantose con sus alas y voló en alto hacia el cielo.

Psiches, cuando echada en tierra y cuanto podía con la vista, miraba cómo su marido iba volando, y afligido su corazón con muchos lloros y angustias. Después que su marido desapareció volando por las alturas del cielo, ella, desesperada, estando en la ribera de un río, lanzose de cabeza dentro; pero el río se tornó manso por honra y servicio del dios del amor, cuya mujer era ella, el cual suele inflamar de amor a las mismas aguas y a las ninfas de ellas. Así, que temiendo de sí mismo, tomola con las ondas, sin hacerle mal, y púsola sobre las flores y hierbas de su ribera. Acaso el dios Pan, que es dios de las montañas, estaba asentado en un altozano cerca del río: el cual estaba tañendo con una flauta y enseñando a tañer a la ninfa Caña. Estaban asimismo alrededor de él una manada de cabras, que andaban paciendo los árboles y matas que estaban sobre el río. Cuando el dios peloso vio a Psiches tan desmayada y así herida de dolor, que ya él bien sabía su desdicha y pena, llamola y comenzó a halagarla y consolar con blandas palabras, diciendo de esta manera:

«Doncella sabida y hermosa: como quiera que soy pastor y rústico, pero por ser viejo soy instruido de muchos experimentos; de manera que, si bien conjeturo aquello que los prudentes varones llaman adivinanza, yo conozco de este tu andar titubeando con los pies, y de la color amarilla de tu cara, y de tus grandes suspiros y lágrimas de los ojos, bien creo cierto que tú andas fatigada y muerta de gran dolor; pues que así es, tú escúchame y no tornes a lanzarte dentro en el río ni te mates con ningún otro género de muerte; quita de ti el luto y deja de llorar. Antes procura aplacar con plegarias al dios Cupido, que es mayor de los dioses, y trabaja por merecer su amor con servicios y halagos, porque es mancebo delicado y muy regalado.»

Capítulo V

Cómo Psiches, muy triste, se fue a consolar con las hermanas de la desdichada fortuna en que había caído por su consejo; y ellas, codiciosas de casar con el dios Cupido, fueron despeñadas en pena de su maldad; y cómo sabiendo la diosa Venus este acontecimiento, trabajó por vengarse de Cupido.

—Cuando esto acabó de decir el dios pastor, Psiches, sin responderle palabra ninguna, sino solamente adorando su deidad, comenzó a andar su camino; y antes que hubiese andado mucho camino, entró por una senda que atravesaba, por la cual yendo, llegó a una ciudad adonde era el reino del marido de una de aquellas sus dos hermanas: y como la reina su hermana supo que estaba allí, mandole entrar, y después que se hubieron abrazado ambas a dos, preguntole qué era la causa de su venida. Psiches le respondió:

«¿No te recuerdas tú, señora hermana, el consejo que me disteis ambas a dos que matase a aquella gran bestia que se echaba conmigo de noche en nombre de mi marido antes que me tragase y comiese, para lo cual me diste una navaja? Lo cual, como yo quisiese hacer, tomé un candil, y luego que miré su gesto y cara veo una cosa divina y maravillosa: al hijo de la diosa Venus, digo, al dios Cupido, que es dios del amor, que estaba hermosamente durmiendo, y como yo estaba incitada de tan maravillosa vista, turbada de tan gran placer, y no me pasase de ver aquel hermoso gesto, a caso fortuito y pésimo rehirvió el aceite del candil que tenía en la mano y cayó una gota hirviendo en su hombro, y con aquel gran dolor despertó, y como me vio armada con hierro y fuego, díjome: «¿Y cómo has hecho tan gran maldad y traición? Toma luego todo lo tuyo y vete de mi casa.» Además de esto dijo: «Yo tomaré a tu hermana en tu lugar y me casaré con ella, dándole arras y dote.» Diciendo esto, mandó al viento cierzo que me aventase fuera de los términos de su casa.»

No había acabado Psiches de hablar estas palabras, cuando la hermana, estimulada e incitada de mortal envidia, compuesta de una mentira para engañar a su marido, diciendo que había sabido de la muerte de sus padres, metiose en una nave y comenzó a andar hasta que llegó a aquel risco grande, en el cual subió, como quiera que otro viento a la hora ventaba; pero ella, con aquella ansia y con ciega esperanza dijo:

«¡Oh Cupido! Recíbeme, que soy digna de ser tu mujer, y tú, viento cierzo, recibe a tu señora.»

Con estas palabras dio un salto grande del risco abajo; pero ella viva ni muerta pudo llegar al lugar que deseaba, porque por aquellos riscos y piedras se hizo pedazos, como ella merecía, y así murió, haciéndose manjar de las aves y bestias de aquel monte. Tras de ésta no tardó mucho la pena y venganza de la otra su hermana; porque, yendo Psiches por su camino más adelante, llegó a otra ciudad en la cual moraba la otra su hermana, según que hemos dicho; la cual, asimismo con engaño de su hermandad, hizo ni más ni menos que la otra: que queriendo el casamiento que no le cumplía, fuese cuanto más presto pudo a aquel risco, de donde cayó y murió, como hizo la otra. Entre tanto, Psiches, andando muy congojosa en busca de su marido Cupido, cercaba todos los pueblos y ciudades; pero él, herido de la llaga que le hizo la gota de aceite del candil, estaba echado enfermo y gimiendo en la cama de su madre. Entonces una ave blanca que se llama gaviota, que andaba nadando con sus alas sobre las ondas de la mar, zambullose cerca del profundo del mar Océano y halló allí a la diosa Venus que se estaba lavando y nadando en aquel agua; a la cual se llegó y le dijo cómo «su hijo Cupido estaba malo de una grave llaga de fuego que le daba mucho dolor, llorando, y en mucha duda de su salud, por la cual causa toda la gente y familia de Venus era infamada y vituperada por los pueblos y ciudades de toda la tierra, diciendo que él se había ocupado y apartado con una mujer serrana y montañesa, y tú asimismo te has apartado andando en la mar nadando y a tu placer, y por esto ya no hay entre las gentes placer ninguno ni gracia ni hermosura; pero todas las cosas están rústicas, groseras y sin atavío: ya ninguno se casa ni nadie tiene amistad con mujer ni amor de hijos, sino todo al contrario, sucio y feo y para todos enojoso.»

Cuando aquella ave parlera dijo estas cosas a Venus, reprendiendo a su hijo Cupido, Venus, con mucha ira, exclamó fuertemente, diciendo:

—Parece ser que ya aquel bueno de mi hijo tiene alguna amiga; hazme tanto placer tú, que me sirves con más amor que ninguna, que me sepas el nombre de aquella que engañó este muchacho de poca edad: ahora sea alguna de las ninfas o del número de las diosas, o ahora sea de las musas o del ministerio de mis gracias.»

Aquella ave parlera no calló lo que sabía, diciendo:

«Cierto, señora; no sé cómo se llama; pienso, si bien me acuerdo, que tu hijo muere por una llamada Psiches.»

Entonces, Venus, indignada, comenzó a dar voces, diciendo:

«Ciertamente, él debe de amar a aquella Psiches que pensaba tener mi gesto y era envidiosa de mi nombre: de lo que más tengo enojo en este negocio es que me hizo a mí su alcahueta, porque yo le mostré y enseñé por dónde conociese aquella moza.»

De esta manera, riñendo y gritando, prestamente se salió de la mar y fuese luego a su cámara, adonde halló a su hijo malo, según lo había oído, y desde la puerta comenzó a dar voces, diciendo de esta manera:

«¡Honesta cosa es, y que cumple mucho a nuestra honra y a tu buena fama lo que has hecho! ¿Parécete buena cosa menospreciar y tener en poco los mandamientos de tu madre, que más es tu señora, dándome pena con los sucios amores de mi enemiga, la cual en esta tu pequeña edad juntaste contigo con tus atrevidos y temerarios pensamientos? ¿Piensas tú que tengo yo de sufrir por amor de ti nuera que sea mi enemiga? Pero tú, mentiroso y corrompedor de buenas costumbres, ¿presumes que tú sólo eres engendrado para los amores, y que yo, por ser ya mujer de edad, no podré parir otro Cupido? Pues quiero ahora que sepas que yo podré engendrar otro mucho mejor que tú, y aunque, porque más sientas la injuria, adoptaré por hijo a alguno de mis esclavos y servidores; y le daré yo alas y llamas de amor con el arco y las saetas, y todo lo otro que te di a ti, no para estas cosas en que tú andas, que aun bien sabes tú que de los bienes de tu padre ninguna cosa te he dado para esta negociación; pero tú, como desde muchacho fuiste mal criado y tienes las manos agudas, muchas veces, sin reverencia ninguna, tocaste a tus mayores, y aun a mí, que soy tu madre. A mí misma digo que, como parricida, cada día me descubres y muchas veces me has herido, y ahora me menosprecias como si fuese viuda, que aun no temes a tu padrastro, el dios Marte, muy fuerte y tan grande guerreador. ¿Qué no puedo yo decir en esto que tú muchas veces, por darme pena, acostumbraste a darle mujeres? Pero yo haré que te arrepientas de este juego, y que tú sientas bien estas acedas y amargas bodas que hiciste, como quiera que esto que digo es por demás, porque éste burlará de mí. Pues ¿qué haré ahora, o en qué manera castigaré a este bellaco? No sé si pida favor de mi enemiga la Templanza, la cual yo ofendí muchas veces por la lujuria y vicio de éste; como quiera que sea, yo delibero de ir a hablar con esta dueña, aunque sea rústica y severa; pena recibo en ello, pero no es de desechar el placer de tanta venganza, y por esto yo le quiero hablar, que no hay otra ninguna que mejor castigue a este mentiroso y le quite las saetas y el arco y le desnude de todos sus fuegos de amores; y no solamente hará esto, pero a su persona misma resis tirá con fuertes remedios. Entonces pensaré yo que mi injuria está satisfecha cuando le rayere de la cabeza aquellos cabellos de color de oro, que muchas veces le atavié con estas mis manos, y cuando le trasquilare aquellas alas que yo en mi falda le unté con algalia y almizcle muchas veces.»

Después que Venus hubo dicho todas estas palabras, saliose fuera muy enojada, diciendo palabras de enojo; pero la diosa Ceres y Juno, como la vieron enojada, la fueron a acompañar y le preguntaron qué era la causa por que traía el gesto tan turbado, y los ojos, que resplandecían de tanta hermosura, traía tan revueltos, mostrando su enojo. Ella respondió:

«A buen tiempo venís para preguntarme la causa de este enojo que traigo, aunque no por mi voluntad, sino porque otro me lo ha dado; por ende, yo os ruego que con todas vuestras fuerzas me busquéis a aquella huidora de Psiches, doquier que la halláredes, porque yo bien sé que vosotras bien sabéis toda la historia de lo que ha acontecido en mi casa de este hijo que no oso decir que es mío.»

Entonces ellas, sabiendo bien las cosas que habían pasado, deseando amansar la ira de Venus, comenzáronle a hablar de esta manera:

«¿Qué tan gran delito pudo hacer tu hijo que tú, señora, estés contra él enojada con tan gran pertinacia y malenconia, y que aquella que él mucho ama tú la desees destruir? Porque te rogamos que mires bien si es crimen para éste que le pareciese bien una doncella. ¿No sabes que es hombre? ¿Se te ha olvidado ya cuántos años ha tu hijo? Porque es mancebo y hermoso,

¿tú piensas que es todavía muchacho? Tú eres su madre y mujer de seso, y siempre has experimentado los placeres y juegos de tu lujo: y tú culpas en él y reprendes sus artes y vicios y amores, y ¿quieres encerrar la tienda pública de los placeres de las mujeres?»

En esta manera ellas querían satisfacer al dios Cupido, aunque estaba ausente, por miedo de sus saetas. Mas Venus, viendo que ellas trataban su injuria burlándose de ella, dejándolas a ellas con la palabra en la boca, cuanto más prestamente pudo tomó su camino para la mar, de donde había salido.

SEXTO LIBRO

Argumento

Después de haber buscado con mucha fatiga a Cupido y después de lo que le avisó Ceres y del mal acogimiento que halló en Juno, Psiches, de su propia voluntad se ofreció a Venus; y luego escribe la subida de Venus al cielo, y cómo pidió ayuda a los dioses; y con cuánta soberbia trataba a Psiches, mandándole que apartase de un montón grande de todas las simientes cada linaje de granos por su parte, y que le trajese el vellocino de oro; y del licor del lago infernal le trajese un jarro lleno; asimismo le trajese una bujeta llena de la hermosura de Proserpina; todas las cuales cosas hechas por ayuda de los dioses, Psiches casó con su Cupido en el consejo de los dio ses. Y sus bodas fueron celebradas en el cielo, del cual matrimonio nació el Deleite.

Capítulo I

Cómo Psiches, muy lastimada, llorando, fue al templo de Ceres y al de Juno a demandarles socorro de su fatiga, y ninguna se le dio por no enojar a Venus.

—Entre tanto, Psiches discurría y andaba por diversas partes y caminos, buscando de día y de noche, con mucha ansia y trabajo, si podría hallar rastro de su marido; y tanto más le crecía el deseo de hallarlo, cuanto era la pena que traía en buscarlo, y deliberaba entre sí que si no lo pudiese con sus halagos, como su mujer amansar, que al menos como sierva, con sus ruegos y oraciones lo aplacaría. Yendo en esto pensando vio un templo encima de tan alto monte, y dijo:

Other books

Mermaids on the Golf Course by Patricia Highsmith
Billow by Emma Raveling
El druida del César by Claude Cueni
The Scorpion’s Bite by Aileen G. Baron


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024