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Authors: Muriel Spark

Tags: #Relato

El asiento del conductor

 

Como declaró la escritora, su intención al escribir
El asiento del conductor
fue la de «aterrorizar deleitando». Publicado por primera vez en lengua Inglesa en el año 1970, es un relato brillante y sorprendente.

Una mujer de la que tenemos pocos datos, apenas su nombre, Lise, se prepara para lo que será su viaje de no retorno. Para ello compra un vestido estampado con un abrigo cuyo color no parece ser el mas apropiado para mezclar con el vestido, pero a Lise le gusta.

«Es imposible que el abrigo le luzca sobre ese vestido, señora. —De repente parece que Lise la oye, porque abre los ojos y cierra la boca—. No podrá llevarlos a la vez, pero es un bonito abrigo que sentaría bien con un vestido liso en blanco o en azul marino, o para las noches…

—Quedan de maravilla juntos —dice Lise, que se quita el abrigo y se lo entrega con cuidado a la dependienta—. Me lo llevo, y el vestido también. Yo acortaré la falda.»

Un viaje en el que Lise conocerá gente peculiar, cercanos a la locura, como un hombre que se alimenta de productos macrobióticos, una encantadora anciana… en fin… una colección de personajes que desfilan ante nuestra protagonista hasta llegar al que será su encuentro fatídico, su final, para el que Lise se ha preparado desde las primeras páginas del libro.

El asiento del conductor
sirvió de base a la película
La masoquista (Identitik)
, de 1974, dirigida por Giuseppe Patroni Griffi y protagonizada por Elizabeth Taylor.

Muriel Spark

El asiento del conductor

ePUB v1.0

Dirdam
11.08.12

Título original:
The Driver’s Seat

Autora: Muriel Spark, 1970

Traducción: Pepa Linares, 2011 (Esta traducción se llevó a cabo durante una estancia becada en la Casa del Traductor de Tarazona)

Prólogo: Eduardo Lago

Ilustración de la cubierta principal: Alberto Gomón

Editorial: Contraseña, S.C.

Primera edición: marzo de 2011

ISBN: 978-84-937818-6-6

Editor original: Dirdam (v1.0
)

ePub base v2.0

Prólogo

Los dados de la muerte
regresan al cubilete

Por Eduardo Lago

1

Muriel Spark falleció el 13 de abril de 2006 en Civitella della Chiana, localidad toscana cercana a Florencia donde transcurrirían las tres últimas décadas de su vida. Tenía ochenta y ocho años. A los ochenta y siete vio la luz su última novela,
The Finishing School
, en la que vuelve a obsesiones de las que nunca pudo desprenderse, como la envidia o el mundo de los internados. A un entrevistador que le preguntó con cuál de entre todos los escritores que habían sido importantes para ella a lo largo de su vida se quedaría si tuviera que elegir a uno, contestó sin dudar que sería Proust, cuya lectura, añadió, le hizo tomar la decisión de dedicar su vida a la escritura. La revelación resulta inaudita, dada la distancia abismal que media entre las concepciones literarias de los dos autores.

Entre los ochenta y cuatro y los ochenta y un años vio aparecer varias recopilaciones de su importante producción como cuentista. De gran diversidad temática y formal, los relatos de Muriel Spark son una de las mejores maneras de aproximarse a su inclasificable universo literario. Despidió el siglo XX con una de las mejores novelas de su carrera,
Aiding and Abetting
(2000). Interrogada acerca de su incurable tendencia a mezclar lo trágico con lo cómico y lo grotesco, afirmó: «Tengo una vena cómica, pero mis novelas son muy serias. Procuro inventar una categoría nueva cada vez que hago algo». Siete años antes, en 1993, publica Curriculum Vitae, su idiosincrásica autobiografía. Aquel mismo año le fue conferido el título de Dama del Imperio Británico. A lo largo del cuarto de siglo anterior, la escritora escocesa dio forma a gran parte de su corpus literario. Durante este período y hasta el momento de su muerte ocuparía un lugar preeminente en su vida una figura que se mantuvo siempre a su sombra, la pintora y escultora Penelope Jardine. Mucho más joven que ella, miss Jardine fue, desde que se conocieron en Roma en 1968, testigo privilegiado del proceso de creación de Muriel Spark.

Aunque vista desde fuera invitaba a cierto tipo de especulaciones, la relación existente entre las dos mujeres no era de índole sentimental, sino una forma de amistad ajena a toda suerte de convencionalismo. Miss Jardine se trasladó a la casa de su nueva amiga poco después de conocerla, compartiendo con ella su intimidad y su rutina, viajando a todas partes en su compañía y ocupándose de recoger y ordenar su ingente producción literaria. Miss Spark escribía a mano, usando estilográficas que no podían haber efectuado jamás un solo trazo antes de llegar a su escritorio, en cuadernos de espiral que se hacía traer de su papelería favorita de Edimburgo. Utilizaba una sola cara de las hojas del cuaderno, redactando de un tirón, sin hacer apenas correcciones. Miss Jardine pasaba después el de la inolvidable miss Jean Brodie, uno de los personajes más divertidos y siniestros de la literatura de su época, transfiguración en clave nacional de Christina Kay, maestra que dejó una honda huella en Muriel Spark durante sus años de aprendizaje en la escuela primaria. Llevando a cabo una suerte de venganza poética cuyas claves, como ocurre siempre con ella, no se acaban de entender, miss Kay se sirve de miss Brodie para cambiar el destino de miss Spark. Convertida en una celebridad, se vio obligada a refugiarse en una Campana de cristal imaginaria que la separó radicalmente de cuanto había sido su vida hasta entonces, alejándola irreparablemente de sus amigos y conocidos. No fue suficiente. Sentía que el ambiente de Inglaterra la asfixiaba y no le quedó más remedio que huir. Los dos años anteriores a su partida publicó
The Ballad Of Peckham Rye
(1960) y
Memento Mori
(1959), novelas de gran interés, pero que no permitían sospechar el estallido que vendría con
La plenitud de la Señorita Brodie
.

La imagen más característica de la escritora corresponde a las fotos de los años iniciales de su exilio. En ellas se ve a una mujer de mirada alerta y rasgos firmes, en torno a los cincuenta años, vestida con modelos caros y algo anticuados, muy maquillada, con los labios finos algo apretados (gesto que traslada con frecuencia a las heroínas de sus novelas). Tenía debilidad por los abrigos de piel, las joyas caras y los sombreros estrafalarios.

Nada que ver con la mujer que en 1957, a la tardía edad de treinta y nueve años, publica por primera vez.
The Comforters
llama la atención por el dominio de la técnica novelística y por la madurez de la voz narrativa, circunstancias que rara vez se dan en una ópera prima. Tres años antes, en 1954, la futura escritora padeció una profunda crisis espiritual que desembocó en su conversión al catolicismo. Graves dificultades económicas, una seria adicción a las anfetaminas y la lectura de la poesía de T. S. Eliot (que, bajo el estado alucinatorio que provocaba en ella el consumo de estupefacientes y lo inadecuado de su dieta, le parecía que encerraba mensajes en clave) la arrastraron por un túnel del que solo pudo salir aferrándose a la fe. Más adelante, cuando empezaba abrirse paso como escritora, otro escritor católico le brindaría su apoyo y sería importante para ella: Graham Greene.

Los años inmediatamente anteriores a su conversión estuvieron presididos por el signo de la incertidumbre. Cambió constantemente de trabajo, aunque el sentido general de su trayectoria pareció orientarla hacia su destino como escritora, llevándola a trabajar como editora de varias publicaciones.

Tras la Segunda Guerra Mundial la contrató la Sociedad Poética, cuya revista,
The Poetry Review
, editó por espacio de dos años. Su contacto con aquel mundo la llevó a escribir reseñas y, en privado, su propia poesía. Uno de los trabajos que le fueron asignados por aquel entonces, la revisión de la correspondencia del carismático cardenal Newman, una de las figuras públicas más formidables de la época, le causó una profunda impresión. De hecho, fue el descubrimiento de la escritura de Newman el catalizador de su conversión al catolicismo. En los últimos meses de la contienda bélica mundial encontró trabajo en una división secreta del Foreign Office. Su labor consistía en redactar boletines radiofónicos falsos a fin de confundir a los nazis. La verosimilitud de las emisiones era tal que, además del enemigo, los propios británicos daban por ciertas las noticias elaboradas por la joven redactora.

1944: la contienda mundial, que tan duramente castigó a la ciudad de Londres, entra en su fase final. Tras siete años de vida conyugal en la antigua Rodesia del Sur, hoy Zimbabue, Muriel Spark rompe el vínculo matrimonial y al cabo de una larga espera consigue regresar a Inglaterra a bordo de un buque de guerra. Regresó sola, dejando a su hijo Robin, de seis años de edad, en un internado al cuidado de unas monjas en África Central. Nunca se llevaría bien con él. Atrás dejaba un matrimonio infernal del que el único rédito positivo fue el apellido de su esposo: Spark.

Muriel Camberg tenía diecinueve años cuando Contrajo matrimonio con Sydney Oswald Spark, maestro de escuela trece años mayor que ella, a quien acababan de destinar a África. Resultó ser un hombre violento y desequilibrado. En sus diarios Muriel Spark se refería a él como SOS.

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