Adán Uno rara vez asistía a las convenciones. El viaje era peligroso, y la lectura implícita decía que Zeb era prescindible, pero Adán Uno no. En teoría, la sociedad de los Jardineros no tenía jefe, pero en la práctica su líder era Adán Uno, fundador reverenciado y gurú. El martillo suave de su palabra tenía mucho peso en las convenciones de los Jardineros, y como rara vez estaba allí para usar el martillo por sí mismo, Zeb lo blandía por él. Y eso tenía que ser una tentación: ¿y si Zeb se deshacía de los decretos de Adán Uno y los sustituía por los suyos? Con esos métodos habían cambiado regímenes y se habían derrocado emperadores.
—¿Tienes alguna mala noticia? —le preguntó Toby a Zeb en esa ocasión.
La canción era la pista: Zeb era optimista hasta lo irritante cuando había malas noticias.
—La cuestión —dijo Zeb— es que hemos perdido contacto con uno de nuestros infiltrados en Complejolandia, nuestro chico correo. Se ha oscurecido.
Toby había conocido la existencia del chico correo al convertirse en Eva. El joven había llevado las muestras de la biopsia de Pilar y había traído el diagnóstico fatal: las dos cosas dentro de un tarro de miel. Pero era lo único que sabía de él: la información se compartía entre los Adanes y las Evas, pero sólo en la medida de lo necesario. La muerte de Pilar se había producido años atrás: el chico correo ya no sería un chico.
—¿Oscurecido? —dijo ella—. ¿Cómo?
Se había hecho una pigmentación. Seguro que no se trataba de eso.
—Estaba en HelthWyzer, pero ahora ha terminado el instituto y se ha trasladado al WatsonCrick, y ha desaparecido de nuestra pantalla. Aunque no es que tengamos una gran pantalla —añadió.
Toby aguardó. Con Zeb, no tenía sentido insistir ni tratar de pescar información.
—Entre nosotros, ¿vale? ——dijo al cabo de un rato.
—Claro —dijo Toby.
Sólo soy una oreja, pensó. Un compañero fiel, como un perro. Un pozo de silencio. Nada más. Después de que Lucerne se hubiera largado cuatro años antes, se había preguntado si en algún momento podría haber algo más entre ella y Zeb. Pero no había surgido nada de ese anhelo. No soy su tipo, pensó. Demasiado musculosa. No cabe duda de que a él le gusta lo que tiembla como un flan.
—El Consejo no sabe nada de esto, ¿vale? —dijo Zeb—. Que haya oscurecido sólo los pondrá nerviosos.
—Olvidaré que lo he oído —dijo Toby.
—Su padre era amigo de Pilar. Ella estaba en Híbridos Botánicos en HelthWyzer. Yo los conocía a los dos allí. Pero él se enfadó cuando descubrió que estaban incubando a gente con enfermedades transmitidas con esas píldoras de complementos suyas: los usaban como animales de laboratorio en libertad, luego cobraban los tratamientos para esas mismas enfermedades. Un chanchullo ingenioso, cobrar sus buenos dólares por algo que ellos mismos habían causado. Le remordió la conciencia. Así que el padre nos pasó datos interesantes. Luego tuvo un accidente.
—¿Accidente? —dijo Toby.
—Cayó por un paso elevado en hora punta. Estofado de sangre.
—Es muy gráfico —dijo Toby—, para un vegetariano.
—Lo siento —dijo Zeb—. Suicidio, se rumoreaba.
—Supongo que no lo fue —dijo Toby.
—Lo llamamos corpicidio. Si estás en una corporación y haces algo que a ellos no les gusta, estás muerto. Es como pegarte un tiro.
—Ya veo —dijo Toby.
—En fin, volvamos a nuestro joven. La madre trabajaba en Diagnóstico en HelthWyzer y el chico había pirateado su código de acceso al laboratorio. Podía conseguirnos material del sistema. Era un
hacker
genial. La madre se casó con un capitoste de la central de HelthWyzer y el chico fue con ella.
—Donde está Lucerne —dijo Toby.
Zeb no hizo caso.
—Se pasó unos
firewalls,
se preparó unas cuantas identidades en pantalla y volvió a contactar. Tuvimos noticias suyas durante un tiempo, luego nada.
—Quizás ha perdido interés —dijo Toby—. O puede que lo pillaran.
—Quizá —dijo Zeb—, pero es jugador de ajedrez tridimensional, le gustan los retos. Es muy ágil. Además no tiene miedo.
—¿Cuántos como él tenemos? —preguntó Toby—. ¿En los complejos?
—Ningún
hacker
tan bueno —dijo Zeb—. Este tipo es único.
Llegaron a de Estética y entraron en el Salón del Vinagre. Toby pasó por detrás de las tres enormes cubas, abrió con la llave el estante de las botellas y lo sacó para poder abrir la puerta interior. Oyó que Zeb metía tripa para poder pasar entre las cubas: no era fofo, pero era grande.
El espacio interior estaba ocupado casi por completo por una mesa hecha de tablones viejos, con una colección variopinta de sillas. En una pared había una acuarela reciente —
San E.
O.
Wilson de los Himenópteros
— pintada por Nuala en uno de sus momentos demasiado frecuentes de inspiración artística. El sol a la espalda daba un efecto de halo a la figura del santo. Éste exhibía una sonrisa de éxtasis y sostenía un tarro de recolección que contenía varios puntos negros. Toby supuso que eran abejas o tal vez hormigas. Como solía ocurrir con las pinturas de santos de Nuala, uno de los brazos era más grande que el otro.
Hubo una llamada suave, y Adán Uno se coló por la puerta. El resto lo siguió.
Adán Uno era un hombre diferente entre bastidores. No completamente diferente —no menos sincero—, pero sí más práctico. También más táctico.
—Elevemos una plegaria silenciosa por el éxito de nuestras deliberaciones —empezó.
Las sesiones siempre empezaban así. Toby tenía cierta dificultad para rezar en los confines cerrados de aquella sala oculta: era demasiado consciente de los ruidos de estómago, de los olores clandestinos, de los crujidos y movimientos de cuerpos. Aunque claro, siempre tenía cierta dificultad para rezar.
La plegaria silenciosa parecía cronometrada. Cuando todos levantaron la cabeza y abrieron los ojos, Adán Uno miró en torno a la sala.
—¿Es un cuadro nuevo? —dijo.
Nuala sonrió.
—San E. O. —dijo—. Wilson de los Himenópteros.
—Es su viva imagen, querida —dijo Adán Uno—. Sobre todo los... Estás bendecida con un gran talento. —Tosió ligeramente—. Bueno, vamos a una cuestión práctica acuciante. Acabamos de recibir a una invitada muy especial que estuvo en la central de HelthWyzer, aunque luego ha estado, digamos, viajando. A pesar de todos los obstáculos, nos ha traído un regalo de códigos de genoma, por lo cual le debemos no sólo asilo temporal, sino también colocarla en un refugio exfernal seguro.
—La están buscando —dijo Zeb—. No debería haber vuelto a este país. Tendremos que sacarla lo más deprisa posible. ¿Por el taller y a de los Sueños como de costumbre?
—Si el camino está despejado —dijo Adán Uno—. No hemos de correr riesgos innecesarios. Siempre podemos mantenerla escondida en esta sala de reuniones, si es preciso.
La ratio de mujeres y hombres que huían de las corporaciones era aproximadamente de tres a uno. Nuala decía que era porque las mujeres tenían más ética; Zeb sostenía que se debía a que eran más remilgadas, y Philo decía que en el fondo daba lo mismo. Los fugitivos solían llevar información de contrabando. Fórmulas. Largas líneas de código. Tests secretos, mentiras corporativas. ¿Qué hacían los Jardineros con todo eso?, se preguntó Toby. Seguramente no lo vendían como material de espionaje industrial, aunque corporaciones rivales extranjeras habrían pagado mucho dinero. Por lo que ella sabía, se limitaban a conservar la información; aunque era posible que Adán Uno albergara un sueño de restaurar todas las especies perdidas mediante los códigos preservados de su ADN, una vez que un futuro más ético y técnicamente eficiente hubiera sustituido al depresivo presente. Habían clonado al mamut, así que, ¿por qué no a todas las especies? ¿Era ésa su visión definitiva del arca?
—Nuestra nueva invitada quiere enviar un mensaje a su hijo —dijo Adán Uno—. Está preocupada por haber tenido que abandonarlo en lo que podría ser un momento crucial de su vida. Jimmy se llama el muchacho. Creo que ahora está en Academy.
—Una postal —dijo Zeb—. Diremos que es de la tía Mónica. Dame la dirección, la mandaré a través de Inglaterra, uno de nuestros hombres trufa ha de viajar allí la semana que viene. Corpsegur la leerá, por supuesto. Leen todas las postales.
—Quiere que digamos que soltó a su mofache mascota en Heritage Park, donde ahora vive feliz en libertad. Se llama, eh,
Matón.
—Oh, Cristo en un Zepelín —dijo Zeb.
—Ese lenguaje es inapropiado —le recriminó Nuala.
—Lo siento, pero lo complican un huevo —dijo Zeb—. Es el tercer mensaje de mofache mascota de este mes. Luego serán los jerbos y los ratones.
—A mí me parece conmovedor —dijo Nuala.
—Supongo que alguna gente practica lo que predica —dijo Rebecca.
Toby fue asignada como niñera de la nueva refugiada. Su nombre en código era Pez Martillo, porque contaban que antes de irse de HelthWyzer destrozó el ordenador de su marido con una caja de herramientas para disimular el alcance de su robo de datos. La mujer era delgada y de ojos azules, y distaba mucho de dar una imagen de calma. Como todos los desertores, pensaba que era la única que había dado el paso impulsivo y herético de desafiar a una corporación; y como todos, se moría de ganas de que le dijeran lo buena persona que era.
Toby le hizo el favor. Dijo lo valiente que había sido Pez Martillo, lo cual era verdad, y lo lista que había sido al seguir un camino serpenteante e intrincado, y lo mucho que apreciaban la información que les había traído. En realidad nos les había dicho nada que no supieran ya —era el viejo material sobre trasplante de neocórtex de humano a cerdo—, pero no habría sido muy amable decirlo. Hemos de echar una red bien grande, decía Adán Uno, aunque parte de los peces puedan ser pequeños. También hemos de ser un faro de esperanza, porque si le dices a la gente que no hay nada que ellos puedan hacer, harán algo peor que nada.
Toby le dio a Pez Martillo un vestido azul oscuro de Jardinera, añadiendo un cono nasal para taparle la cara. Sin embargo, la mujer estaba nerviosa e inquieta, y no paraba de preguntar si podía fumarse un cigarrillo. Toby dijo que los Jardineros no fumaban —al menos tabaco—, así que si la veían fumando traicionaría su disfraz. Además, no había cigarrillos en el Tejado.
Pez Martillo caminó de un lado a otro y se mordió las uñas hasta que Toby sintió ganas de arrearle. No te pedimos que vinieras ni nos jugamos el cuello por una cucharadita de mierda rancia, quería soltarle. Al final, le dio a la mujer una infusión de manzanilla con adormidera, sólo para desintonizarla.
Al día siguiente era el Día de San Aleksander Zawadzki de Galitzia. Era un santo menor, pero uno de los predilectos de Toby. Había vivido en tiempos turbulentos —¿cuándo hubo tiempos no turbulentos en Polonia?—, pero había seguido sus propios impulsos pacíficos y ligeramente descabellados de todos modos, catalogando las flores de Galitzia, identificando sus escarabajos. A Rebecca también le gustaba: se había puesto su delantal de mariposas bordadas y había hecho galletas en forma de escarabajo para el aperitivo de los más pequeños, adornando cada una de ellas con una A y una Z. Los niños habían compuesto una cancioncita sobre él: «Aleksander, Aleksander, te sube un escarabajo por la nariz. Échalo en tu pañuelo, no seas infeliz.»
Era media mañana. Pez Martillo seguía durmiendo bajo los efectos de la adormidera del día anterior: Toby se había pasado, pero no se sentía demasiado culpable, y así disponía de un rato para sus tareas habituales. Se había ataviado con los guantes y el sombrero con velo de apicultura y había encendido el brasero con su fuelle: como había explicado a las abejas, pretendía pasar la mañana extrayendo panales enteros. Sin embargo, antes de que empezara el ahumado, apareció Zeb.
—Malas noticias —dijo—. Tu colega de Painball ha salido otra vez.
Como todos los demás Jardineros, Zeb conocía la historia del rescate de Toby de las garras de Blanco por parte de Adán Uno y los Capullos y Flores: formaba parte de la historia oral. Zeb también percibía el temor de Toby, aunque habían hablado de ello.
Toby sintió un escalofrío. Se levantó el velo.
—¿En serio?
—Más viejo y más peligroso —dijo Zeb—. Ese capullo retorcido debería haber sido pasto de los buitres hace mucho. Pero debe de tener amigos en las altas esferas, porque otra vez está dirigiendo el SecretBurgers de
—Mientras se quede allí —dijo Toby. Trató de que su voz sonara más fuerte.
—Las abejas pueden esperar —dijo Zeb. La cogió del brazo—. Has de sentarte. Fisgonearé. Tal vez se haya olvidado de ti.
Se llevó a Toby a la cocina.
—Cariño, pareces hecha polvo —dijo Rebecca—. ¿Qué te pasa?
Toby se lo contó.
—Oh, mierda —dijo Rebecca—. Te prepararé un poco de Rescue Tea, tienes pinta de necesitarlo. No te preocupes, el karma de ese tío lo matará algún día.
Sin embargo, Toby pensó que «algún día» era un momento demasiado distante.
Era por la tarde. Muchos de los miembros ordinarios de los Jardineros se habían reunido en el tejado. Algunos estaban volviendo a atar las tomateras y a levantar las matas de calabacín que había tumbado la tormenta, una más violenta de lo habitual. Otros se habían sentado a la sombra, ocupados tejiendo, atando, arreglando. Los Adanes y las Evas estaban inquietos, como siempre sucedía cuando albergaban a un fugado, ¿y si habían seguido a Pez Martillo? Adán Uno había apostado centinelas; él mismo estaba al borde del tejado en pose de meditación, con una pierna apoyada en la pared, manteniendo la mirada en la calle de abajo.
Pez Martillo se había despertado, y Toby la había puesto a trabajar cogiendo caracoles de las lechugas; les había dicho a las bases de los Jardineros que era una nueva conversa, y tímida. Habían visto ir y venir a muchos nuevos conversos.
—Si tenemos una visita —dijo Toby a Pez Martillo—, cualquier cosa como una inspección, bájate el sombrero y continúa con los caracoles. Actúa como si estuvieras en segundo plano.
Ella estaba ahumando las abejas, basándose en la teoría de que era mejor seguir actuando como si tal cosa.
Entonces Shackleton, Crozier y el joven Oates llegaron haciendo ruido por la escalera de incendios, seguidos por Amanda y luego por Zeb. Fueron directos hacia Adán Uno. Éste hizo un gesto con la barbilla a Toby: ven con nosotros.