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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Narrativa, #Juvenil

Donde los árboles cantan (28 page)

—Y Belicia ha muerto —finalizó—. Por mi culpa.

Rompió a llorar de nuevo. Uri la abrazó con cierta torpeza y le acarició el pelo para consolarla.

A Viana se le aceleró el corazón, pero no se detuvo a analizar sus sentimientos. Dio un respingo porque el hombro aún le dolía mucho; Uri lo notó y aflojó un poco su abrazo. Ella hundió la cara en su pecho y cerró los ojos, reconfortada por su presencia.

Notó que él rozaba con su hombro con la yema de los dedos.

—Te has herido —le dijo—. ¿Duele?

—Un poco —respondió la muchacha—. Pero ya me han curado.

Uri apartó con cuidado la ropa rasgada de la muchacha para inspeccionar la lesión. Viana se estremeció y apretó los dientes, pero le dejó hacer.

—No está curado —dijo por fin Uri, un poco desconcertado.

—Claro que sí —sonrió ella—. Me han sacado la flecha, y lavado y vendado la herida. Ya no sangra, ¿ves?

Lo cierto es que Uri no podía ver gran cosa en la penumbra. Viana pensó que quizá le había preocupado la mancha de sangre que teñía su camisa.

—No está curado —insistió Uri—. Tu piel… ya no es suave.

Le acarició la espalda por debajo de la camisa y Viana volvió a por mantener la cordura. «No se merecía aquello», se dijo. No podía dejarse llevar por aquel sentimiento, fuera el que fuese, ni permitirse disfrutar de la presencia de Uri. No después de lo que había pasado.

—No importa —dijo ella—. Ya se curará. Sin embargo, Belicia…

Se le quebró la voz y no pudo evitar romper a llorar de nuevo.

Uri la estrechó otra vez entre sus brazos, con cuidado para no hacerle daño. Viana se abandonó en ellos sin poderlo evitar y permitió que él siguiera acariciándola para consolarla. Cuando cesaron sus lágrimas y el dolor empezó a ser sustituido por algo más grato y apremiante, la muchacha se dio cuenta que también el chico del bosque respiraba entrecortadamente.

—Uri —susurró, maravillada—. ¿Qué estás haciendo?

Lo sabía perfectamente, pero él no parecía estar muy seguro.

—No lo sé. Viana, no sé qué me pasa.

Ella reprimió una sonrisa. Por fin, Uri comenzó a comportarse de acuerdo a la edad que aparentaba.

Y, siguiendo un impulso, hundió los dedos en el cabello del chico y lo atrajo hacia ella. Cuando lo besó en los labios, Uri dejó escapar una brazos y la estrechó contra su cuerpo. Viana jadeo, pero no intento apartarse de él. Lo besó otra vez, y en esta ocasión Uri correspondió a su beso con entusiasmo.

—Uri —susurró ella; por algún motivo, su nombre, aunque fuese un nombre prestado, le parecía mágico—, Uri, Uri, Uri —repitió.

El trató de besarla de nuevo, pero Viana lo apartó un poco, con suavidad. Tenía las mejillas ardiendo y el corazón a punto de salírsele del pecho.

—Espera un momento —murmuró—. Tengo que pensar.

—Me gusta —dijo Uri—. ¿Podemos hacerlo otra vez?

Viana estuvo a punto de dejar escapar una carcajada. Por un lado le divertía que tuviera que explicarle todo aquello, pero por otro sentía cierta inquietud. A Uri lo entusiasmaba todo lo nuevo. Quizás le habría gustado besar a cualquier chica.

En cambio, para ella aquel beso había supuesto mucho más.

Respiró hondo mientras se acurrucaba entre los brazos del muchacho del bosque. Una parte de ella deseaba abandonarse a él y admitir que lo que sentía era algo más que amistad. Pero una voz en su interior le recordaba que Uri era un ser extraño y salvaje, y que una joven como ella estaba en realidad. Para expulsar a los barbaros de Nortia y que todo volviera a ser como antes.

—Se llama beso —le explicó—. Damos besos a las personas que nos gustan.

Uri ladeo la cabeza, pensando, y Viana comprendió que estaba haciendo una lista mental de la gente a la que encontraba agradable y a la que, por lo tanto, tendría que besar.

—A las personas que nos gustan de una manera especial —aclaró.

—¿Qué es especial? —quiso saber él.

Viana se preguntó cómo debía explicárselo. Suponía por la forma en que él había reaccionado, que el beso lo había excitado. Pero ella necesitaba asegurarse de que había algo más.

—Me refiero al amor —susurró en voz baja—. Cuando amas a alguien sientes algo aquí —añadió, colocando su mano sobre el corazón de Uri—. Tan fuerte que parece que no puedes respirar. Tan intenso que deseas estar siempre con esa persona y no separarte de ella nunca más.

Cerró los ojos mientras le asaltaba una punzada de nostalgia. Así la había hecho sentir Robian por mucho tiempo. Se preguntó, con un poco de…

—¿Tú sientes así… conmigo? —preguntó Uri.

Viana tardó un poco en responder. En otras circunstancias, habría dado largas a cualquier muchacho que le hubiese preguntado aquello. Lo habría llamado insolente y habría fingido que se sentía muy ofendida, pero si le hubiese gustado de verdad, también le habría alentado, quizás con una caída de pestañas o con una leve sonrisa, a que siguiera intentándolo.

Pero comprendió enseguida que los fatuos juegos amorosos de la corte no tenían ningún sentido allí, en el bosque, con Uri.

—Creo que si —respondió—. Por eso te he besado.

El chico sonrió ampliamente y después volvió a besarla con tanto ardor que la dejo sin respiración.

—Quieto, Uri ¿Qué haces? —lo detuvo ella.

—Te doy un beso —respondió el, un tanto desconcertado por la reacción de Viana—. Porque te amo.

La muchacha se quedo sin palabras. Uri había hablado con tanta franqueza y sencillez que la había desarmado por completo. Aun así, su corazón pareció volverse loco.

«Siente lo mismo que yo…», pensaba; en realidad, no podía pensar en otra cosa. «¿Y que siento yo? Lo amo, y él me ama».

—Espera —logró decir—. Espera.

Se separó un poco de él y se miraron los ojos. Viana alzó la mano para acariciarle el rostro, todavía maravillada por lo que acababa de descubrir.

—Es…extraño —dijo entonces Uri.

—Lo sé —convino Viana.

—Yo nunca… —se detuvo porque no encontraba las palabras.

—¿Nunca habías amado a nadie? —lo ayudó ella.

—Eso es.

Por algún motivo. Viana se sintió un poco culpable de que para ella no fuera la primera vez.

—Yo sí estuve enamorada —confesó—. Pero eso ya quedo atrás. De todas formas… quizás si ames a alguien y lo que sucede es que no lo recuerdas —añadió, consciente de que el muchacho había perdido la memoria; tal vez alguna chica de piel moteada lo estuviera esperando en el lugar del que procedía.

—No nunca —respondió Uri con rotundidad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—Lo sé —insistió el—. Mi gente… no siente esto. No siente así —trató de explicar, golpeándose el pecho con la mano.

—¿No podéis amar? Pero es…Pero entonces… ¿Por qué tú sí?

—Yo soy distinto.

Viana se quedó mirándolo con fijeza.

—¿Qué más cosas recuerdas?

Uri le devolvió una mirada desconcertada.

—No entiendo.

—Perdiste la memoria —trató de explicarle Viana—. No sabías quien eras ni de dónde venias. Ni quién era tu gente.

—Sí sé —respondió él sin comprender—. Yo soy Uri. Vengo del bosque. Allí esta mi gente.

Viana no insistió.

—No importa —dijo—. Pero quiero que sepas…ya que tu gente no siente estas cosas… que tú si me amas, y yo te amo, esto es especial y muy hermoso. No sucede todos los días. Es una de las cosas más bonitas que tiene nuestro mundo.

Uri se quedó callado un momento, pensando. Después volvió a clavar en ella sus intensos ojos verdes.

—¿Puedo besarte otra vez? —preguntó. Viana sonrió.

—Supongo que no hay motivo para no hacerlo. Quiero decir —añadió al ver que no la había entendido— que sí, puedes.

Se besaron tierna y dulcemente, estremeciéndose el uno en los brazos del otro, hasta que Viana lo detuvo de nuevo.

—Espera —le dijo—. Tenemos que ir poco a poco. Hay muchas cosas que pasan cuando dos personas se enamoran, pero no tienen que pasar todas al mismo tiempo, ¿entiendes?

—No —respondió el. Parecía un poco frustrado porque no iban a seguir besándose, pero aún así acató los deseos de la muchacha.

Viana se recostó contra él y Uri se calmó un poco acariciando el crespo cabello de ella. Después, sus dedos bajaron hasta rozar su cuello y su espalda.

—Quiero curarte —insistió Uri.

Viana estaba ya medio dormida; las caricias de Uri habían obrado en ella un efecto sedante, mitigando la pena y relajando su cuerpo. Como no respondió, el muchacho aparto con delicadeza las vendas que cubrían su hombro.

—¿Qué haces? —murmuró ella—. ¡Ay! —dio un respingo cuando la herida quedó al descubierto.

—Te duele —declaró Uri—. Voy a curarte.

—Como quieras —musitó Viana agotada, apenas sintió que los dedos de Uri acariciaban suavemente su hombro lesionado antes de caer rendida por el sueño.

• • •

Cuando despertó, al día siguiente, todavía yacía en brazos del muchacho del bosque. Se incorporó azorada.

—Uri…Uri, despierta.

Lo sacudió con suavidad hasta que él abrió los ojos, parpadeando. La saludó con una radiante sonrisa.

—Viana —dijo—. Buenos días. Quiero besarte otra vez —añadió muy convencido Ella sintió que le subían los colores. «¿Qué había hecho? La noche anterior había confesado su amor por Uri. Pero ¿cómo iba a casarse con él? ¿Y qué clase de mujer sería a los ojos de todos si mantenía una relación con él sin intención de formalizarla decentemente?»

Sin embargo, cuando volvió a mirar a Uri a los ojos, desechó todos sus reparos.

—Buenos días —respondió—. Yo también quiero besarte.

Y lo hizo. Pero no podían pasarse allí todo el día, comprendió, con una punzada de culpabilidad. Había dejado el cuerpo de Belicia en el campamento. Debía darle sepultura.

—Tenemos que volver, Uri —le dijo.

Se levantó y fue a lavarse en el arrollo. El chico la siguió.

—¿Sabes? —empezó ella, inquieta—, quizá no deberíamos contárselo a los demás por el momento. Que estamos enamorados, quiero decir.

—¿Por qué?

—Bueno… —a Viana se le ocurrían por lo menos una docena de razones, pero ninguna que pudiera servirle a él—. Porque al principio, cuando dos enamorados se declaran sus sentimientos, es mejor que sea secreto.

Eso no era del todo mentira. Así funcionaba el juego del amor en la corte.

—¿Qué es un secreto?

—Cuando sabes algo que no puedes contar. Cuando es mejor que no lo sepa nadie. Por los motivos que sean.

Viana pensó que no se había explicado con suficiente claridad, pero, para su sorpresa, Uri asintió gravemente.

—Entiendo lo que es secreto —dijo—. ¿Por qué el amor es secreto?

—Es difícil de explicar… —empezó Viana, pero se detuvo de pronto.

Había estado ajustándose de nuevo la venda, pero sus dedos no eran capaces de encontrar la lesión. Rascó con cuidado, preparada para sentir un aguijonazo de dolor, pero no pasó nada. Se miró los dedos. Lo único que delataba la herida que había sufrido hace dos noches atrás eran algunos rastros de sangre seca entre las uñas. Extrañada, se lavó el hombro. Cuando volvió a palparse la zona atravesada por la flecha, no halló nada.

—Piel suave —dijo Uri satisfecho—. Ahora estás curada.

Viana se volvió hacia él con brusquedad.

—¿Me estás diciendo que lo has hecho tú? —le preguntó con voz ronca; temblaba, y no sabía si era de miedo o de excitación.

—Ya te dije: voy a curarte —le explicó él pacientemente. Viana retrocedió con brusquedad y estuvo a punto de caerse al agua.

—No tengas miedo —le pidió Uri, angustiado—. No es malo. Te he curado. Te amo.

Ella respiró hondo y trató de tranquilizarse. Quizá no era lo que parecía. Después de todo, no podía verse la espalda.

—De acuerdo —dijo—, no te preocupes. Vamos a ver a Dorea.

Regresaron al campamento. Viana se sentía muy confusa. Habían sucedido tantas cosas en unas pocas horas… Necesitaba regresar a la realidad. Y no conocía a nadie más sensato que su antigua nodriza.

Había un grupo de personas reunidas en un extremo del claro. En el suelo, a sus pies, reposaba un gran bulto alargado envuelto en una sabana.

Viana sintió que se le encogía el corazón. Era el cuerpo de Belicia.

—Te estábamos esperando —dijo Lobo con cierta aspereza.

—No la riñas —intervino Alda—. Ha estado llorando a su amiga muerta.

Viana se ruborizó, recordando los besos que había compartido con Uri en el bosque. Pero nadie pareció advertir su turbación ni concedió importancia al hecho que él la acompañase.

Se acercó a sus amigos y descubrió que habían cavado una tumba junto a los árboles.

—Pensamos que quizá querríais decir algo —dijo Airic, algo incómodo—, Porque, después de todo… —se interrumpió, pero Viana entendió lo que quería decir.

—Belicia de Valnevado era mi mejor amiga —comenzó, casi sin pensar—. De niñas, soñábamos con un futuro de cuentos de hadas. Imaginábamos que el amor y la felicidad nunca nos faltarían. Habíamos nacido en un mundo en el que todo parecía fácil.

»Los bárbaros nos han enseñado que la vida no es así. La última vez que vi a Belicia antes de anoche fue cuando el rey Harak nos dio en matrimonio a dos de los jefes bárbaros. Ambas aprendimos y maduramos mucho desde entonces. Sufrimos, y lloramos, y perdimos a seres queridos. Pero nadie, ni siquiera una muchacha que un día lo tuvo todo, merece pasar por el infierno que soportó Belicia antes de morir.

»Yo quise salvarla de esa vida que ella no había elegido. No salió bien. Ella murió, y por eso estoy aquí, diciendo estas palabras. Pero habría querido rescatarla de su marido, un hombre al que Belicia temía y odiaba. Ella misma me lo suplicó. Se habría adaptado bien a la vida en el bosque. Os habría gustado mucho, porque era alegre e ingeniosa… —se interrumpió de pronto, recordando a la pálida sombra que había rescatado del castillo—. Habríais llegado a quererla —concluyó con un nudo en la garganta—. Todo el mundo lo hacía.

»Donde quiera que estés, Belicia, deseo que no sufras ni llores nunca más. Donde quiera que estés, amiga mía…hermana… deseo que encuentres la felicidad que mereces.

No fue capaza de hablar más. Apenas oyó cómo sus amigos murmuraban algunas palabras de despedida para una joven a la que la mayoría no había llegado a conocer, pero que habían intuido vívidamente a través de las palabras de Viana.

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