Authors: James Lowder
El Khahan y su poderoso ejército bárbaro han dirigido su mirada hacia las naciones occidentales civilizadas de los Reinos Olvidados. Sólo un hombre, el rey Azoun de Cormyr, tiene el coraje y la fuerza necesarios para unir a las distintas facciones occidentales y forjar un ejército de cruzados capaz de enfrentarse a los jinetes tuiganos. Junto con los enanos de las Montañas Tierra Rápida, los cruzados se disponen a presentar batalla a las hordas saqueadoras que amenazan con arrasarlo todo. Pero Azoun no se ha dado cuenta de que el precio por salvar a Occidente puede ser muy alto y que puede significar, incluso, el sacrificio de su bienamada hija.
James Lowder
Cruzada
Imperio 03
ePUB v1.0
Garland30.12.11
A Beth Anderson, Dawn Colwell, Robert Cole, y a todos
los maestros en WHRHS por ayudarme a empezar; a mis
familias en Nueva Inglaterra y New Berlin por ayudarme
a lo largo del camino; y, sobre too, a Debbie, por su
comprensión, apoyo, y la lectura de galeradas
más allá del deber.
JDL
El rey Azoun IV de Cormyr se paseaba arriba y abajo por delante de la ventana de la torre más alta del castillo. Después de dar dos o tres vueltas por la habitación circular, el monarca se detuvo y abrió los postigones de madera. Nervioso, cruzó y descruzó las manos detrás de la espalda mientras contemplaba a Suzail, la capital del rico y opulento reino. Lo que el monarca vio de la ciudad desde las alturas le produjo una gran preocupación.
Suzail se desperezaba alegremente en la brillante luz de principios de primavera. Como en la mayoría de las mañanas con buen tiempo, las multitudes se apretujaban en las callejuelas, de camino o de regreso del bullicioso mercado de la capital, ocupadas en lo que la gente hacía en casi todas las grandes ciudades occidentales de Faerun. Los sirvientes corrían desde las casas de sus amos a las tiendas, para después regresar cargados con los productos adquiridos. Los vigilantes, vestidos con los uniformes de su oficio, arreglaban las disputas y mantenían el orden. Los mercaderes adinerados discutían los precios del marfil, los paños o el trigo. Piratas y marineros recorrían las posadas y tabernas, en busca de una nueva aventura o sencillamente una buena pelea. En general, Suzail tenía esta mañana el mismo aspecto que había tenido en los veinticinco años de reinado de Azoun: pacífico y próspero. Azoun se acarició la barba canosa, y sin volverse preguntó:
—¿Por qué no los afecta, Vangy?
—¿Eh? —replicó una voz—. ¿Qué has dicho?
Azoun se volvió despacio para mirar a Vangerdahast, el hechicero real de Cormyr, decano del colegio de Hechiceros Guerreros. El hechicero barrigón estaba inclinado sobre el tablero de ajedrez, con la mirada en las hermosas piezas talladas en marfil. Iluminado por la luz intensa que entraba por la ventana, Vangerdahast tenía el aspecto de un veterano de unos cincuenta años. Azoun sabía que no era verdad. A pesar del color en las mejillas curtidas, la mirada penetrante y las manos firmes, el hechicero real tenía más de ochenta años. La magia lo había ayudado a retrasar los efectos de la vejez desde hacía mucho tiempo.
—¿Por qué la invasión de los tuiganos no preocupa a mis súbditos? —repitió el rey—. ¿Acaso piensan que la guerra no los afectará? Se comportan como si no pasara nada.
Vangerdahast se enderezó con un gruñido al tiempo que echaba una mirada rápida a su oponente en la partida de ajedrez —un hombre bajo y robusto de pelo gris y brillantes ojos azules—, y se volvió hacia Azoun. El hechicero, que no pasó por alto el tono intrigado en la voz del monarca, comprendió que Azoun estaba preocupado de verdad por el tema. Vangerdahast había escuchado ese tono muchas veces desde que el rey Rhigaerd II, el padre de Azoun, lo había contratado para instruir al joven príncipe en temas de heráldica y ética. No obstante, nunca aquel tono había predominado en la voz de Azoun como ocurría desde que la caballería tuigana había interrumpido el comercio entre Faerun y las tierras orientales de Kara-Tur, hacía poco más de un año atrás.
—En realidad —contestó Vangerdahast—, tú mismo has respondido a la pregunta, porque considerar la incursión tuigana como una «guerra» puede ser un tanto prematuro. —Al ver que el rey no hacía ningún comentario, el mago añadió—: Hasta el momento, los bárbaros no han hecho nada que afecte de verdad las vidas del ciudadano medio. Desde que invadieron Ashanath desde Rashemen durante el otoño pasado, no han avanzado hacia el oeste. ¿Debo recordarte que el tuigano más próximo se encuentra a más de mil seiscientos kilómetros de distancia por el este, al otro lado del Mar Interior? Que los bárbaros estén acampados allí no se puede considerar como una amenaza directa a Cormyr.
El oponente de Vangerdahast en la partida de ajedrez movió la reina y sonrió.
—¿Qué me dices de las ganancias perdidas? ¿Acaso los ataques a Thesk y a los países vecinos no han obstaculizado el comercio? —preguntó el hombre—. Sin duda a los gremios los preocupa el dinero.
—Los gremios, en especial los tramperos, son los primeros que se oponen a cualquier acción militar en contra de los tuiganos —comentó Azoun—. Consideran prudente esperar hasta que los bárbaros amenacen directamente a Cormyr antes de gastar el dinero en combatirlos.
—Por una vez los gremios tienen razón —reconoció Vangerdahast, irritado—. Los tuiganos no son un problema urgente. —El hechicero miró el tablero, advirtió la sonrisa del adversario, y maldijo por lo bajo—. Se supone que debes anunciar tu jugada, Dimswart. Veamos, ¿qué has…? Ah, la reina.
—Y creo que es jaque mate —afirmó Dimswart—. No has progresado mucho en el juego en todos estos años, Vangy. —El hombre de cabellos grises, también conocido como el sabio de Suzail, entrelazó los dedos detrás de la nuca y se reclinó contra la pared blanca.
—Tenemos cosas más importantes que hacer en el castillo que dedicarnos a los juegos durante todo el día —explicó Vangerdahast enfadado mientras se levantaba—. Ahora que estás retirado y todas tus hijas están casadas, supongo que no haces otra cosa que estudiar textos casi desconocidos y mirar partidas. Vaya, incluso hasta aquel supuesto «sabio» de Valle de las Sombras, Elminster, está más ocupado que tú.
Dimswart perdió la sonrisa y abrió la boca dispuesto a replicar al insulto del hechicero real. Era del conocimiento público que Vangerdahast sentía un profundo rencor contra el legendario sabio y hechicero, Elminster, aunque el origen de éste había sido olvidado hacía mucho. Por lo tanto, que Vangerdahast lo comparara con alguien al que despreciaba era toda una ofensa. No obstante, el sabio no pudo contestar porque Azoun carraspeó con fuerza, como una señal para acabar con cualquier discusión.
—Mi estimado hechicero real está en lo cierto —dijo el rey con una mano sobre el hombro de Vangerdahast. La sombra de una sonrisa apareció en el rostro del monarca, pero no se suavizó la mirada de sus oscuros ojos—. Tenemos que considerar asuntos importantes y el más urgente es la cruzada.
Vangerdahast frunció el entrecejo al escuchar la palabra «cruzada». Azoun advirtió la expresión de su amigo y se volvió otra vez hacia la ventana.
—Sé que no estáis de acuerdo con mi plan. Sin embargo, he considerado el tema con mucho cuidado, y creo que será mejor para Cormyr y el resto de Faerun si actúo según mis decisiones… a pesar de la oposición de los tramperos. Después de las conversaciones que mantuve con los líderes de los valles y de Sembia, con nuestros propios señores y con algunos más, creo que podré reclutar un gran número de aliados. Si aceptan dar su apoyo a esta aventura, yo la dirigiré. —El rey apoyó una mano en el marco de la ventana y agachó la cabeza—. Los tuiganos son como una plaga para todo el continente de Faerun —dijo, colérico—. Incluido Cormyr. Y, si esos bárbaros causan daño a mi pueblo, entonces debo enfrentarme a ellos. La cruzada es el único medio.
La expresión de Vangerdahast se volvió más ceñuda. Se acercó al monarca, rozando el suelo con su gruesa túnica marrón al caminar.
—Mira allá —indicó el hechicero, señalando a través de la ventana—. El tuigano más próximo está en Ashanath, a medio continente de aquí. No puedes pensar que nos invadirán muy pronto. ¿De verdad crees que los bárbaros han puesto un freno a nuestra economía?
El rey levantó la cabeza y miró otra vez la ciudad. En la dirección que señalaba Vangerdahast se encontraban los muelles de Suzail. En el puerto reinaba una gran actividad, algo habitual en esta época del año. Navíos con las banderas de países y ciudades libres de todo el Mar Interior salpicaban los muelles, y los bajeles cormytas que viajaban a esos lugares y a muchos otros ocupaban el resto. Centenares de marineros y estibadores trabajaban en la carga y descarga de los barcos. Paños y ganado, oro y marfil, obras de arte y muchas cosas preciosas llegaban a la ciudad continuamente.
Azoun paseó la mirada desde los muelles al pie de su torre. Cerca de los muelles, el rey vio docenas de posadas y tiendas, todas activas con el comercio generado por el puerto. Entre los techos de pizarra y madera de estos establecimientos, Azoun distinguió la calle ancha y polvorienta llamada «la Rambla». Esta calle, como los muelles, estaba a rebosar con los mercaderes de todos los puntos de Faerun y de otras partes de Cormyr. Mientras el monarca miraba, el paso de las carretas cargadas con mercaderías era incesante, esto sin contar la multitud de mercaderes y ciudadanos que circulaban por la Rambla ocupados en sus asuntos. El ruido de la gente en la calle se mezclaba con los agudos graznidos de las aves marinas que volaban sobre la bahía, formando un telón de fondo al que Azoun estaba habituado.