—Y debido a esos... malos momentos, la policía no investigó su muerte como un caso de asesinato, ¿verdad?
—Así es. Rasmus había intentado quitarse la vida en una ocasión. Dos años después del accidente. Cuando tomó conciencia de hasta qué punto había cambiado. Y de que nada volvería a ser como antes. Pero yo lo encontré a tiempo. Rasmus me prometió que jamás volvería a intentarlo y sé que cumplió su promesa. —Miró alternativamente a Patrik y a Martin, deteniéndose unos segundos en cada uno de ellos.
—Bien, ¿y qué ocurrió después, el día que lo encontraron muerto? —preguntó Patrik antes de coger una galleta de nueces. Su estómago protestaba advirtiéndole de que ya había pasado la hora del almuerzo, pero pensó que podría mantener el hambre a raya con un poco de azúcar.
—Llamaron a la puerta. Justo antes de las ocho. Lo supe en cuanto los vi. —Eva cogió la servilleta y se enjugó despacio una lágrima que rodaba por su mejilla—. Me dijeron que habían encontrado a Rasmus. Que había saltado desde un puente. Era... ¡Era tan absurdo! El jamás habría hecho tal cosa. Y dijeron que parecía que había bebido un montón justo antes. Pero eso no podía ser. Rasmus jamás bebía. No podía, desde el accidente. No, nada encajaba, y yo lo indiqué. Pero nadie me creyó. —Bajó la vista y volvió a secarse las lágrimas con la servilleta—. Después de transcurrido un tiempo, archivaron el caso clasificándolo de suicidio. Pero yo llamo al comisario Gradenius de vez en cuando, para que no lo olvide. Tengo la sensación de que él me cree. Al menos, un poco. Y ahora aparecen ustedes...
—Sí —dijo Patrik reflexivo—. Ahora aparecemos nosotros. —Sabía perfectamente lo difícil que les resultaba a los familiares aceptar la idea del suicidio de las víctimas. Y que aceptaban cualquier razón, salvo que la persona que amaban hubiese optado por quitarse la vida y causarles tanto dolor. En no pocas ocasiones ellos mismos sabían que era cierto, pero, en este caso, Patrik se inclinaba por creer en las convicciones de Eva. Su relato suscitaba los mismos interrogantes que la muerte de Marit; y su sensación de que existía una conexión se veía reforzada a cada minuto—. ¿Aún conserva su habitación? —preguntó en un impulso.
—Desde luego que sí —respondió Eva al tiempo que se ponía de pie, como agradecida por la interrupción—. La dejé tal y como estaba entonces. Puede parecer un poco... sentimental, pero es lo único que me queda de Rasmus. A veces entro y me siento en el borde de la cama y hasta hablo con él. Le cuento cómo ha sido la jornada, qué tiempo hace y lo que pasa en el mundo. Una vieja loca, ¿verdad? —preguntó y rompió en una carcajada tan sincera que toda su cara pareció iluminarse por un momento.
Patrik pensó que debió de ser guapa de joven. No hermosa, quizá, pero sí guapa. Una foto ante la cual pasaron al cruzar el pasillo se lo confirmó. Una joven Eva, con un bebé en brazos. El rostro encendido de felicidad, pese a que le resultaría difícil criar sola a un niño. Sobre todo en aquella época.
—Es aquí —afirmó Eva señalándoles la última habitación del pasillo.
El dormitorio de Rasmus estaba tan limpio y ordenado como el resto de la casa, sólo que aquella estancia tenía un carácter peculiar. Era evidente que la había decorado el propio Rasmus.
—Le gustaban los animales —explicó Eva orgullosa al tiempo que se sentaba en la cama.
—Sí, ya lo veo —dijo Patrik riéndose. Había pósters de animales por todas partes. Y también había animales en las fundas de los almohadones, en la colcha y en la gran alfombra, con el dibujo de un tigre.
—Soñaba con trabajar como cuidador en un zoo. Los demás chicos querían ser bomberos o astronautas, pero Rasmus quería ser cuidador de animales. Yo creía que de mayor se le pasaría, pero siguió fiel a sus inclinaciones. Hasta que... —Se le quebró la voz, carraspeó un poco y pasó la mano despacio por la colcha—. Después del accidente, le quedó el interés por los animales. Y que se le presentara la oportunidad de trabajar en una tienda de mascotas fue... un regalo del cielo. Le encantaba su trabajo, y lo hacía muy bien. Se encargaba de dar de comer a los animales y de procurar que las jaulas y los acuarios estuviesen limpios. Y lo hacía de un modo ejemplar.
—¿Podríamos echar un vistazo un momento? —preguntó Patrik con dulzura.
Eva se puso de pie.
—Pueden mirar lo que quieran y preguntar lo que necesiten saber, con tal de que hagan lo posible por traernos la paz a mí y a Rasmus.
Cuando la mujer salió de la habitación, Patrik y Martin intercambiaron una mirada. No era preciso que dijeran nada. Ambos sentían el peso de la responsabilidad que llevaban sobre sus hombros. No querían traicionar las esperanzas de la madre de Rasmus, pero tampoco podían prometerle que sus investigaciones condujesen a alguna parte.
En cualquier caso, pensaban hacer cuanto estuviese en su mano.
—Yo miraré en los cajones y tú en el armario, ¿de acuerdo? —dijo Patrik, que ya había abierto el primer cajón.
—Claro —convino Martin dirigiéndose a la pared, cubierta por un armario de puertas blancas y sencillas—. ¿Buscamos algo en concreto?
—Si quieres que te sea sincero, no tengo ni idea —confesó Patrik—. Cualquier cosa que nos dé una pista de cuál es la conexión entre Rasmus y Marit.
—Vale —aceptó Martin con un suspiro. Era consciente de que ya resultaba bastante difícil dar con aquello que uno sabía que quería encontrar; buscar algo así, indeterminado, se le antojaba casi imposible.
Invirtieron una hora en revisar todo lo que había en el cuarto de Rasmus, pero no hallaron nada que despertase su interés. Absolutamente nada. Abatidos, fueron en busca de Eva, que estaba trajinando en la cocina, y se plantaron en el umbral.
—Gracias por dejarnos mirar.
—No hay de qué —respondió ella con una mirada esperanzada—. ¿Han encontrado algo? —El silencio de los dos policías le dio la respuesta, y la esperanza que había sentido dio paso al desánimo.
—Lo que buscamos es la conexión con la víctima hallada en nuestro distrito. Se trata de una mujer, Marit Kaspersen. ¿Le suena? ¿Es posible que Rasmus la conociera en algún contexto?
Eva hizo memoria, pero terminó por negar con un gesto.
—No, no lo creo. Ese nombre no me dice nada en absoluto.
—Sólo hemos hallado una conexión evidente, y es que Marit tampoco probaba el alcohol, pero, cuando murió, tenía una tasa elevadísima. Rasmus no pertenecería a alguna asociación de abstemios o algo así, ¿verdad? —preguntó Martin.
Una vez más, la mujer negó con la cabeza.
—No, nada de eso. —Vaciló un instante, antes de reiterar sus palabras—. No, no pertenecía a ninguna asociación de ese tipo.
—De acuerdo —dijo Patrik—. En ese caso, le damos las gracias, hasta nueva orden. Pero volveremos a llamarla. Y seguramente, tendremos más preguntas que hacerle.
—Pueden llamar a medianoche si quieren. Aquí estaré —respondió Eva.
Patrik tuvo que contener el impulso de avanzar unos pasos y darle un abrazo a aquella mujer menuda de ojos tristes y castaños como los de una ardilla.
Justo cuando se disponían a salir, Eva Olsson los detuvo.
—¡Un momento! Hay algo que quizá les interese saber. —Se dio media vuelta y entró en su dormitorio, de donde regresó después de transcurridos unos minutos—. Esta es la mochila de Rasmus. Siempre la llevaba encima. Y también la llevaba cuando... —Volvió a quebrársele la voz—. No he sido capaz de sacarla de la bolsa en la que estaba cuando la policía me la devolvió.
—Eva le entregó a Patrik la bolsa de plástico transparente que contenía la mochila de Rasmus—. Llévensela, quizá haya algo que les sea de ayuda.
Cuando se cerró la puerta, Patrik se quedó allí, con la bolsa en la mano. Observó la mochila, que reconocía de las fotografías tomadas en el lugar donde murió Rasmus. Lo que no se distinguía en las fotos, que habían sido tomadas de noche, era que estaba cubierta de manchas de color oscuro. Patrik comprendió que era sangre reseca. La sangre de Rasmus.
Hojeaba impaciente las páginas mientras hablaba por el móvil.
—Sí, pero si lo tengo aquí delante.
—…
—Pero, entonces, ¿qué pagáis?
—…
—¿Sólo eso? —Frunció el ceño, algo decepcionada.
—Bueno, pues entonces llamo a la revista
Hant.
—Vale, diez mil me va bien. Puedo entregároslo mañana. Pero para entonces el dinero tiene que estar ingresado en mi cuenta. De lo contrario, no os lo daré.
Tina cerró satisfecha la tapa del móvil. Se apartó un poco de la granja y se sentó a leer en una roca. No conocía bien a Barbie. Y, por otro lado, tampoco tuvo nunca el menor interés. Y le resultaba un poco desagradable tener acceso a todo lo que pasaba por su cabeza ahora, después de su muerte. Pasó la hoja del diario y leyó con avidez. Ya veía los párrafos en el periódico vespertino, con los mejores fragmentos subrayados. Lo que más sorpresa le causó cuando empezó a leer el diario era el hecho de que Barbie no fuese tan estúpida como ella pensaba. Sus razonamientos y exposiciones estaban bien formulados y, de vez en cuando, eran muy inteligentes. Pero Tina enarcó una ceja, insatisfecha, cuando llegó al pasaje que la inclinó definitivamente a venderles aquella basura a los periódicos. Aunque no sin antes haber arrancado aquella página, por supuesto. La página en la que decía:
«Hoy estuve escuchando a Tina mientras ensayaba su tema. Lo cantará esta noche, en la fiesta de la granja. Pobre Tina. No sabe lo mal que suena. Me pregunto cómo funcionan esas cosas, cómo es que algo que suena tan mal para los de fuera puede sonar tan bien para el que lo canta. Aunque, claro, en eso se basa todo el concepto del programa
Idol,
así que debe de ocurrir con bastante frecuencia. Al parecer fue su madre la que la convenció de que podía ser cantante. En ese caso, la madre de Tina debe de tener un oído enfrente del otro. No se me ocurre otra explicación. Pero no tengo valor para decírselo a Tina. Así que le sigo el juego, aunque en el fondo sé que le hago un flaco favor. Hablo con ella de su carrera musical, de los éxitos que cosechará, de los conciertos y las giras. Pero me siento como una mierda, porque en realidad le estoy mintiendo a la cara. Pobre Tina».
Presa de la mayor indignación, Tina rasgó la hoja y la partió en pedacitos. ¡Gilipollas! Si había sentido el menor atisbo de pena por que Barbie hubiese muerto, ya se le había pasado, desde luego. La muy cerda se había llevado su merecido. Era una imbécil que no sabía de qué hablaba. Tina hundió los trozos de papel en la grava. Luego, continuó hojeando, hasta llegar a aquello que la llenó de desconcierto. En una de las páginas que había escrito poco después de que llegaran a Tanum, Barbie había escrito:
«Hay en
él
algo que me resulta familiar. No sé lo que es. Siento que mi cerebro trabaja a toda máquina para intentar encontrar algo que está oculto, pero no sé lo que es. Es algo en su modo de moverse, en su modo de hablar. Sé que lo he visto antes, pero no recuerdo dónde. Lo único que sé es que siento una desazón que crece sin cesar. Es como si algo se me removiera en el estómago. Y no puedo detenerlo, hasta que lo sepa.
»He pensado tanto en mi padre últimamente... Me pregunto por qué. Creía que había pasado página hacía mucho tiempo a esa parte de mis recuerdos. Me duele demasiado recordar. Ver su sonrisa, oír su voz ronca y sentir sus dedos en la frente cuando me retiraba un mechón de pelo para darme un beso de buenas noches. Todas las noches. Siempre me daba un beso en la frente y otro en la punta de la nariz. Ahora lo recuerdo. Por primera vez en muchos años. Y me veo a mí misma como desde fuera. Veo lo que he hecho conmigo misma. Lo que he permitido que hagan otros. Veo los ojos de mi padre fijos en mí. Veo su desconcierto, su decepción. Su Lillemor se encuentra ahora muy lejos. Oculta en algún lugar, detrás de toda la ansiedad y el agua oxigenada y la silicona. Me puse un disfraz detrás del cual esconderme, para que los ojos de mi padre no me encontraran, para que no me vieran. Me dolía recordar cómo me miraba. Cómo estuvimos los dos juntos tantos años. La tranquilidad y la calidez de vivir con él. La única forma de sobrevivir al frío que me sobrevino después era olvidar aquella calidez. Pero ahora, vuelvo a sentirla. La recuerdo. Y la siento. Y hay una voz que me grita. Mi padre intenta decirme algo. ¡Si supiera qué! Pero sé que tiene algo que ver con
él.
Eso sí que lo sé».
Tina leyó el pasaje varias veces. ¿A qué se refería Barbie? ¿Acaso había reconocido a alguien allí, en Tanum? Aquellas líneas habían despertado la curiosidad de Tina, sin lugar a dudas. Enrolló su larga melena castaña y la dejó descansar sobre el hombro. Con el diario en el regazo, encendió un cigarrillo, dio un par de caladas con auténtica fruición y volvió a hojearlo. Salvo el fragmento que acababa de leer, no había en él mucho más que le resultara de interés. Algunos pasajes en los que explicaba cómo veía a los demás participantes, ideas sobre el futuro, el mismo aburrimiento que todos empezaban a sentir por el día a día en aquel lugar... Por un instante, Tina pensó que tal vez la policía tuviese interés en aquel diario, pero luego vio los fragmentos de la hoja que acababa de arrancar y desechó la idea. Disfrutaría viendo las ideas íntimas de Barbie aireadas en la prensa de la tarde. Se lo había ganado, por falsa y por mojigata.
Vio con el rabillo del ojo que Uffe se le acercaba. Para sacarle un cigarro, seguro. Tina se apresuró a guardar el diario dentro de la cazadora y adoptó la expresión más neutra de que fue capaz. Aquella historia era suya, y no pensaba compartirla.
La añoranza del mundo exterior era cada vez más intensa. A veces los dejaba correr por el césped, pero sólo por breves espacios de tiempo. Y siempre con la angustia pintada en los ojos, que lo hacía mirar a su alrededor asustado y sin cesar, en busca de los monstruos que, según ella, se escondían allá fuera, los monstruos de los que sólo ella era capaz de defenderlos.
Pero, pese al miedo, era maravilloso. Sentir que la luz del sol le calentaba la piel y el cosquilleo de la hierba en la planta de los pies. Solían correr como locos, él y su hermana, y a veces no podían ni contener la risa cuando ella los veía saltar de un lado a otro. En una ocasión hasta jugó al pilla pilla y rodó con ellos por el césped. En aquel instante, él sintió una felicidad pura y verdadera. Pero el ruido de un coche en la distancia la hizo levantarse y, con el terror en la mirada, les gritó que entrasen corriendo. Rápido, debían correr rápido. Y acuciados por aquel horror sin nombre, se precipitaron hacia la puerta y entraron en su habitación. Ella llegó corriendo detrás de los dos y cerró con llave todas las puertas de la casa. Luego se quedaron en el cuarto, abrazados, temblando como un fardo en el suelo. Ella les había prometido una y otra vez que nadie se los llevaría, que nadie volvería a hacerles daño nunca.