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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda (16 page)

La Negra de la Rosada

Nadie sabe con certeza de dónde vino ni cuál fue el día exacto de su aparición, pero casi todos coinciden en que llegó a Casa de Gobierno promediando el segundo mandato de Carlos Saúl Menem; y desde entonces ha cautivado prácticamente a toda persona que transita los pasillos del edificio presidencial.

Hablamos de Felipa, la gata negra que vive en La Rosada. Y es alrededor de esta gata que se ha forjado un interesante mito, basado en el supuesto misterio que esconde la verdadera naturaleza del felino.

Diego R. D
. (periodista acreditado en Casa de Gobierno): «Cuando Felipa te mira no parece un gato común; sentís como si te estudiara, como si leyera tus pensamientos. Casi todos los que estamos acá la queremos. Pero nunca falta algún supersticioso que le tenga miedo. Esos tipos ni la tocan, porque dicen que, además de ser negra, a la gata la dejó Menem, y como "el patilla" es yeta, el animal también. Hasta llegaron a decir que Menem dejó a Felipa a propósito, para que la yeta de la gata no permita que, de aquí en más, ningún presidente termine su mandato».

Y no es solamente la mirada intimidante y calculadora del felino lo que alimenta los rumores de que es «algo más que un simple gato», sino que ciertos acontecimientos sospechosos darían fe, según algunos, de sus extraordinarias habilidades.

El viernes 9 de enero de 2004 se produjo el último y quizás el más importante de estos hechos.

Aquel día personal del Movimiento Argentino de la Protección al Animal (MAPA) acudió a Balcarce 50 (Casa de Gobierno) para desalojar definitivamente a Felipa. Esto fue lo que dijo la gente de la institución protectora con respecto a su repentina visita a la sede gubernamental (extraído textualmente del diario Crónica del 10 de enero de 2004):

Nos haremos cargo de la gatita, en caso de que haya algún problema con ella. Vinimos a llevarla en adopción para que esté más protegida y con sus pares. Estamos esperando para ubicarla, debe andar por algún rincón o por los techos.

Pero llegó el mediodía y ni rastros de «la gatita»…

Nos vamos porque no la encontramos, dejamos una jaulita y después volveremos, si la encontramos la llevamos.

Pero cuando un grupo de defensores de Felipa pidió explicaciones, la gente de MAPA, antes de irse, tuvo que dar más detalles de las causas del desalojo felino:

… sabemos que tiene problemas, está muchas horas abandonada, desprotegida, y necesita algunos cuidados que aquí no puede tener. También hay aquí mucha gente a la que no le gustan los gatos negros, porque son supersticiosos y porque creen que traen mala suerte, entonces maltratan a estos animalitos.

Así, el personal de la protectora se retiró… y ya no volvió. ¿La razón? Un hecho inaudito: el mismísimo presidente de la Nación Néstor Kirchner autorizó a la gata Felipa a quedarse a vivir en la Casa Rosada.

¿Dónde estaba la gata mientras la gente de MAPA la buscaba minuciosamente? ¿Qué pudo provocar semejante reacción del Presidente? Algunas de las respuestas que se dieron a estas preguntas no hicieron más que alimentar el mito:

Marcelo M
. (periodista acreditado en Casa de Gobierno): «Esa gata no es de este mundo: primero se esconde porque sabe que la vienen a buscar para llevársela, y justo después que los tipos de MAPA se van, Felipa aparece lo más pancha, como suponiendo lo del permiso que le iba a otorgar el propio Kirchner. A mí nadie me saca de la cabeza que mediante alguna telepatía felina o algo así, convenció al Presidente para que diera semejante anuncio. Si Néstor hubiera actuado sin la interferencia mental de Felipa, se habría acordado de eso que dicen, que mientras esté la gata en el edificio no habrá presidente que termine su mandato; entonces habría dejado que los de MAPA se la llevaran».

Y no sólo los periodistas sospechan de la normalidad de Felipa. Personajes del lugar, como un lustrabotas, nos aseguró: «Para mí, la gata desapareció, así como les digo. Hay gente que dice haberla visto desaparecer delante de sus propios ojos. Cuando este bicho se huele algún quilombo, chau, no está más, se hace invisible. Eso fue lo que hizo cuando vinieron a llevársela: de-sa-pa-re-ció».

Pero antes de analizar el caso de Felipa, hagamos un poquito de historia.

Sea por su personalidad ambigua y misteriosa, sea por su mirada perturbadora e hipnotizante, el gato fascinó desde siempre al hombre, y esta fascinación se vio reflejada en la gran variedad de mitos y leyendas en los que se lo integró.

Se han encontrado evidencias de que ya en la ciudad de Jericó, hace 9.000 años aproximadamente, se le dedicaban al gato representaciones pictográficas.

En la Europa de la Edad Media se vinculó al gato con brujos, y se lo relacionó con seres diabólicos. En esta época nacieron los mitos felinos más oscuros, entre ellos el de la desgracia atribuida a los gatos negros.

En cambio, en el antiguo Egipto la adoración a los gatos creció tanto que provocó la creación del culto a la diosa Bastet, representada con cuerpo humano y cabeza felina. Y quizás allí, en la tierra de los Faraones, encontremos, salvando las distancias, cierto paralelismo con el mito de Felipa.

Profundicemos un poco: ¿de dónde nació la adoración del pueblo egipcio hacia los gatos? Existen documentos antiquísimos que narran cómo, hace unos 500o años, un gran número de gatos se acercó a los graneros egipcios, debido a la cantidad de roedores que allí se escondían. Ocurrió entonces que los predadores saciaron su hambre, pero a la vez, sin quererlo, eliminaron la plaga que amenazaba las cosechas. De este modo los hombres consideraron la llegada de los gatos como un envío divino. He aquí el punto de partida que terminó provocando, en Egipto, la creciente devoción a los felinos, hasta el punto de alcanzar el grado de culto.

En síntesis, unos cuantos gatos que buscan comida son convertidos en mensajeros de los dioses. Es decir, un hecho totalmente natural es el origen de un mito.

Felipa, al igual que los gatos «salvacosechas», habría llegado por necesidad a la Casa Rosada: techo y comida. ¿Y qué la convirtió en mito? No creemos que haya sido su apetito por los roedores, como ocurrió con sus hermanos hace 5.000 años (aunque dicen que desde que ella llegó las ratas no son tan numerosas). No, quizá se trate de su color. Y de que tal vez haya ocurrido algo durante sus primeros días de huésped, algo que fue interpretado de manera tal que disparó la leyenda, algo que se perdió en el olvido… o que quisieron que se perdiera. Algo que se silenció.

¿Serán ecos de aquel acontecimiento olvidado los débiles rumores que hablan de los gritos de una niña que se escuchaban hace unos siete u ocho años en la Rosada, y que nunca fueron identificados?

¿Será esta niña y su historia sepultada la que lanzó a la categoría de «criatura poderosa» a la gata Felipa?

No lo sabemos, y tal vez nunca lo hagamos; pero una posible relación entre aquellos gritos y el felino nos la sugirió otro personaje de Balcarce 50. Tuvimos la fortuna de encontrarlo, ya que dicen que es el más misterioso de todos, el que menos se deja ver. «¡¿Pudieron hablar con él?!», nos preguntó uno de los agentes de seguridad. Cuando le respondimos afirmativamente nos dijo: «Muchachos, o ustedes tienen mucha suerte o el tipo necesitaba decirles algo».

El personaje en cuestión es el Relojero, así lo conocen todos, pues, al parecer, ésa es su ocupación: poner en hora todos y cada uno de los relojes del edificio. El hombre aparenta no menos de 70 años, y está siempre apurado. A nosotros tampoco nos reveló su verdadero nombre, pero no dudó en entregarnos su testimonio, un testimonio «extraño», como dicen que es él:

«Lo recuerdo muy bien, los gritos se oían a las 10.34 de la mañana, todos los días. Era un lamento, una súplica. Pero todo terminó cuando llegó esa gata, el séptimo animal del ciclo».

Le preguntamos a qué se refería con esas últimas palabras. El Relojero nos respondió:

«Todo es parte de un ciclo, de un plan maestro. Estamos dentro de un Universo cíclico, un Universo que empezó con una explosión, y que ahora se expande para luego contraerse y explotar de nuevo. Todo lo que habita dentro del Universo está atrapado en este ciclo. Nuestra propia existencia es una réplica en miniatura de éste. Investiguen, analicen y verán que cada suceso, desde el suspiro de una pulga hasta la colisión entre galaxias, es parte de un círculo vicioso, interminable, hermoso. La aparición de la gata es el comienzo de la séptima fase del ciclo de los animales, acá, en Gobierno. ¿No oyeron hablar de los otros animales que vivieron en este lugar? Antes que Felipa estuvo Poli, el ovejero. ¿No escucharon nada acerca del siniestro cuervo de López Rega? En algún sótano aún se guarda la abollada jaulita donde aquel ave maldita vivió sus últimos días ¿Por qué creen que le decían "el Brujo" a López Rega? Y antes del cuervo hubo otros especímenes, cada uno con una misión que cumplir. Creo que el primero fue un gato también, pero no estoy seguro, eso fue hace mucho tiempo».

La palabra «tiempo» pareció alertar al Relojero y, como si se tratara del conejo de
Alicia en el País de las Maravillas
, miró inmediatamente su reloj de pulsera (¿lo imaginamos o realmente tenía más de un reloj en la muñeca?), se disculpó y se fue corriendo por uno de los pasillos del edificio gubernamental.

A favor de los que creen que Felipa es «algo más que un gato» puede comentarse el dato de color que remató los hechos de aquel 9 de enero de 2004, el día que Kirchner «indultó» a la gatita: muchos de los que culminaban la jornada en Casa de Gobierno fueron, sin perder un minuto, a alguna agencia de quiniela para apostar por el 5 (el gato en la jerga del juego). Y bien que hicieron. El 5 salió a la cabeza del sorteo nocturno de la Quiniela Nacional. «Fue Felipa», dijeron después, «con sus poderes nos está agradeciendo a todos los que la bancamos».

En cambio, a favor de la teoría de que Felipa es una gata común, y que por algún suceso mal interpretado del pasado, así como por su color, la gente terminó alimentando una leyenda respecto de su verdadera naturaleza, podemos decir que existen testigos que aseguran haber visto, aquel 9 de enero, cómo personal de Casa de Gobierno escondía a Felipa en la oficina de taquígrafos justo antes de que la gente de MAPA llegara a La Rosada.

Esto eliminaría la supuesta «desaparición sobrenatural» de Felipa.

¿Una gata o algo más que una gata? Un mito.

PARTE V
Leyendas sobre leyendas
Abasto

El mito del Zorzal

Qué sería de Buenos Aires sin Gardel, y viceversa. Una relación simbiótica tan fuerte como real.

El Zorzal
es el mito entre los mitos, el megamito por definición. ¿Cómo abordar semejante desafío y salir airoso? Carlos Gardel tiene entidad propia y no sólo a nivel nacional sino también mundial, como lo demuestra el hecho de que su voz haya sido declarada patrimonio cultural de la humanidad por la Unesco en 2003.

Repasemos. Tenemos un cantante carismático y de excelente voz. Le agregamos sus dotes de compositor y una probada intuición para elegir el repertorio adecuado. Por si esto fuera poco, surge en el momento de mayor popularidad del tango. Y como toda figura mítica que se precie de tal, cuando está en la cúspide de su carrera y es amado por todo el mundo, muere trágicamente en un accidente aéreo. Además, para completar un perfil de por sí atractivo, dos países (Argentina y Uruguay) se disputan su nacionalidad.

Hagamos un poco de historia. Gardel llega proveniente de Francia con su madre —soltera— durante la ola inmigratoria de 1893. Recordemos que Charles Romuald Gardes había nacido en aquel país el 11 de diciembre de 1890 en la ciudad de Tolouse.

Se instala en la ciudad rioplatense, toma sus costumbres y se amolda a su nuevo hogar rápidamente. Bebe a Buenos Aires y lo mismo hace la ciudad con él. Se nutren mutuamente. Y desde ese barrio de humildes trabajadores empieza a tejerse la leyenda.

Muy pronto, al «morocho del Abasto» le queda chico el barrio y canta en cuanto bar y café puede. Gardel patea toda la urbe. Desde el bajo Belgrano, pasando por el hipódromo (del cual era asiduo concurrente), y terminando en el barrio de la Boca. Buenos Aires y
el Zorzal
crecen juntos.

Después llegan las giras, las grabaciones (grabó unas mil canciones en toda su carrera), la fama y la consagración nacional e internacional.

Hasta aquella trágica tarde del 24 de junio de 1935.

Gardel era un suceso en todas partes: en Nueva York, donde acababa de filmar varias películas para la Paramount, entre ellas
Cuesta abajo
y
El día que me quieras
, y en Centroamérica y América del Sur, con su exitosísima gira que abarcaba un ambicioso y extenso recorrido que culminaría en Cuba.

La comitiva se encontraba en Colombia (donde Carlitos era reverenciado por sus seguidores) dispuesta a enfrentar la última parte de la agotadora gira. Ese 24 de junio por la mañana, se embarcan en un avión trimotor Ford 31 que parte al mediodía de Bogotá. Llegan al aeródromo «Olaya Herrera» de la ciudad de Medellín para cargar combustible. En las cercanías del lugar unas 20.000 personas se dan cita para despedir al cantor.

El avión comienza su ascenso por la pista. El ruido de la multitud se mezcla con el de la máquina a toda potencia. Algo pasa. Al principio, todos interpretan que el avión realiza esa extraña maniobra de escape como una forma de saludo, algo que ya habían hecho antes otros aviadores volando en círculo. Pero esta vez pasa demasiado cerca del piso, ¡demasiado! Todo el mundo ve asombrado cómo el F-31 encara directamente a otro avión que espera pista. La colisión es inminente. Es un juego, piensan algunos. Sin embargo, cuando el choque y el inmediato incendio se producen ya nadie duda de la tragedia.

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