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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (7 page)

Ivy se irguió en su asiento y, aunque no fue deliberado, su gesto me dio a entender que nos encontrábamos cerca, de manera que empecé a prestar atención a los números. Tenía el aspecto de un vecindario de humanos de las afueras de Cincinnati, el típico barrio de clase media-baja. A juzgar por la buena iluminación y por el cuidado aspecto de la mayoría de las casas, no se trataba de un distrito conflictivo, sino que simplemente tenía un aspecto algo envejecido. Hubiera apostado cualquier cosa a que la mayoría de los vecinos eran jubilados o familias que estaban empezando. Me recordaba al barrio en el que había crecido y no veía la hora de que llegara el día siguiente para recoger a mi hermano, Robbie, en el aeropuerto. Había tenido que trabajar durante el solsticio, pero había conseguido que le dieran unos días de permiso para Año Nuevo.

Que las luces que nos rodeaban fueran verdes y rojas no quería decir que fuera un vecindario humano. La mayoría de los vampiros celebraban la Navidad, del mismo modo que un buen número de humanos celebraban el solsticio. Ivy todavía no había retirado el árbol de la sala de estar, y nos intercambiábamos regalos cuando nos apetecía, y no en una fecha concreta. Por lo general, sucedía apenas una hora después de que yo hubiera vuelto de comprar los míos. El control de los impulsos era cosa de Ivy, no mía.

—Debe de ser esa —dijo quedamente, y Jenks agitó las alas para entrar en calor, consiguiendo ponerme de los nervios. Un poco más adelante, en la acera izquierda, había un grupo de coches patrulla aparcados y con las luces apagadas, lo que hacía que, con la escasa iluminación, parecieran de color gris. En una esquina, en un lugar en el que había un poco de luz, había dos personas de pie, curioseando, mientras sus perros tiraban con fuerza de las correas con intención de entrar. Todavía no había ninguna furgoneta de los informativos, pero no tardarían en llegar. Casi podía olerlas.

Tampoco se divisaba ningún coche patrulla de la SI, lo que supuso un alivio, ya que lo más probable habría sido que enviaran a Denon. No había vuelto a ver al vampiro de origen humilde desde el verano, cuando había puesto al descubierto su tapadera de los hombres lobo asesinos, y me hubiera jugado lo que fuera a que habían vuelto a degradarlo.

—Por lo visto, la SI no tiene intención de presentarse.

—¿Y qué esperabas? A ellos les da lo mismo que le propinen una paliza a un miembro de la AFI.

Me acerqué lentamente al bordillo y aparqué el coche.

—Podrían hacerlo si el culpable fuera un inframundano.

Jenks soltó una carcajada.

—Lo dudo mucho —opinó.

Tras decir aquello, sentí un tirón en mi gorro, lo que significaba que se estaba introduciendo bajo la suave lana para el viaje de entrada.

Desgraciadamente, tenía razón. Por mucho que a la SI le correspondiera investigar los delitos cometidos por las especies sobrenaturales, no tendrían ningún reparo en ignorar un crimen si les venía en gana y, de hecho, lo habían hecho en más de una ocasión. Aquel era el motivo por el que se había creado la AFI, una fuerza policial formada por humanos. Tiempo atrás creía que, en cierto modo, la SI le daba mil vueltas a la AFI, pero después de un año colaborando con ellos, estaba impresionada y gratamente sorprendida por la información que conseguían recabar.

Hacía solo cuarenta años que, durante la Revelación, todas las especies del Inframundo, entre las que se encontraban los vampiros, los brujos y los hombres lobo, habían colaborado activamente para evitar que los humanos se convirtieran en la última especie en vías de extinción después de que una variedad de tomates alterada genéticamente sufriera una mutación y acabara con una buena parte de la población humana. Aunque, para ser sinceros, si los humanos hubieran desaparecido de la faz de la Tierra, la mayor parte de los inframundanos lo hubiera pasado muy mal cuando los vampiros hubieran empezado a perseguirnos a nosotros, en vez de a los maleables, ingenuos y felices humanos. Por no hablar de que tanto al jefe supremo de los vampiros como al de los hombres lobo les gustaba mantener su alto nivel de vida, y eso no era posible sin el respaldo de una población.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ivy con la mano apoyada en la puerta al verme revolver bajo el asiento.

—Debo de tener una identificación de la AFI por algún sitio —musité, retirando la mano de golpe cuando, inesperadamente, mis dedos tocaron algo frío y blando.

Ivy me miró con una tenue sonrisa en sus labios cerrados.

—Todos los miembros de la AFI conocen tu coche.

Emitiendo un suave sonido que indicaba que estaba de acuerdo, desistí y me puse los guantes. En efecto, ninguno de ellos tendría problemas en reconocerlo, teniendo en cuenta que me lo habían dado como pago por haberles ayudado en una ocasión, algo que la mayoría parecía haber olvidado últimamente.

—¿Estás listo, Jenks? —pregunté. Como única respuesta, me pareció oír una larga ristra de palabrotas. Algo sobre mi acondicionador y vómito de hadas.

Ivy y yo salimos a la vez. La emoción de una misión me invadió al oír el ruido de las puertas cerrándose de golpe. Una vez de pie, junto a mi coche, inspiré profundamente, permitiendo que el aire cortante y seco llegara hasta el fondo de mis pulmones. Las nubes tenían el aspecto compacto que solo adquieren después de una fuerte nevada, y podía oler el asfalto, blanco por la sal y tan frío y seco que podía quemar los dedos con solo tocarlo.

Taconeando con paso firme, mi compañera rodeó el coche, y la seguí hasta la pequeña casa. Habían retirado los doce centímetros de nieve formando pequeños montículos, pero en un rincón del jardín todavía se alzaba un muñeco de nieve de aspecto triste y de casi un metro de altura con la cara medio derretida y un sombrero que le cubría los ojos. Las cortinas estaban descorridas, y los rectángulos de luz amarillos sobre la nieve empezaban a hacerse evidentes. Las luces rojas y verdes que decoraban la casa de un vecino creaban un extraño contraste, y en ese momento pude oír la conversación de la pareja de la esquina. Muerta de frío, me recoloqué el asa del bolso sin dejar de caminar.

Cada vez había más vecinos que abandonaban sus casas para curiosear, y sentí que me invadía la indignación cuando vi las luces de una furgoneta con una antena avanzando lentamente bajo las farolas.

Mierda
. ¿
Ya están aquí
? Me hubiera gustado charlar con los vecinos antes de que los reporteros les llenaran la cabeza de ideas sensacionalistas, en lugar de realistas. Estaba segura de que Edden habría interrogado a los más allegados, pero su gente no les habría hecho las preguntas cuyas respuestas me interesaban.

—Allí —me indicó Ivy entre dientes, y seguí su mirada en dirección a la oscura sombra que salía de la puerta lateral del garaje en dirección a donde nos encontrábamos.

—¡Eh! ¡Hola! —exclamé, adoptando un tono agudo para dar la impresión de que éramos inofensivas. ¡
Como si fuera cierto
!—. Edden nos pidió que nos pasáramos. Somos de Encantamientos Vampíricos.

¿Nos pidió? Más bien podría decirse que lo habíamos obligado, pero tampoco hacía falta entrar en detalles.

El joven agente de la AFI encendió las luces del exterior y el crujiente camino asfaltado se iluminó con un brillo artificial.

—¿Me permiten ver sus credenciales? —preguntó. Seguidamente pareció caer en la cuenta de algo—. ¡Ah! ¡Vosotras sois la bruja y la vampiresa! —exclamó metiéndose una carpeta sujetapapeles bajo el brazo.

Desde debajo de mi gorro se oyó una voz de fastidio que añadía:

—Y un pixie congelado. ¿Podrías darte prisa, Rachel? Creo que se me han caído las pelotas.

Yo reprimí un gesto de desagrado y lo sustituí por una sonrisa fingida. Hubiera preferido que nos conocieran por el nombre de nuestra sociedad, y no como «la bruja y la vampiresa», pero al menos Edden les había avisado de que pasaríamos. Quizás no iba a ponernos tantas trabas para que lo auxiliáramos. Observé el lenguaje corporal del agente, pero fui incapaz de dilucidar si su impaciencia se debía a la reciente desconfianza de la AFI o a que tenía frío.

—Así es, Encantamientos Vampíricos. Hemos venido para averiguar si existe alguna conexión con el Inframundo —aclaré antes de que Ivy adoptara una actitud vampiresca. No ayudaría que se pusiera a proyectar un aura y le pegase un susto de muerte, por muy entretenido que pudiera resultar.

—¿Podemos entrar? —preguntó en un tono algo amenazante, y Jenks se rió por lo bajo.

—Por supuesto. —El agente tenía la cabeza baja mientras anotaba algo—. Pero antes tendréis que colocaros unos protectores para el calzado.

Ivy, que se encontraba ya a medio camino de la puerta del garaje, se puso rígida. No le había hecho ninguna gracia que nos tratara como si no supiéramos cómo comportarnos en la escena de un crimen. Miré hacia la calle, sin saber muy bien qué hacer. El personal de los informativos había comenzado la tarea, y el enorme foco que habían encendido atraía a la gente como si fuera una hoguera.

—Ummm…, Ivy… —murmuré.

Ella vaciló y, apoyando su larga mano enguantada sobre la puerta, me miró con una sonrisa ladeada.

—¿Quieres ir a hablar con ellos? —Yo asentí con la cabeza, y entonces añadió—: ¿Crees que estarás bien, Jenks?

—¡Oh, mierda! —mascullé. Me había olvidado por completo de él.

—¡No os preocupéis por mí! —gruñó, y sentí un tirón de pelo cuando se puso cómodo—. Las cosas no van a cambiar ahí dentro, y me gustaría oír lo que tienen que decir los vecinos. Chismorreos, Ivy. Ahí es donde está la verdad. Lo que importa son los chismorreos.

Yo no tenía ni idea de chismorreos, pero si decía que no suponía ningún problema para él, prefería escuchar las primeras impresiones antes que un montón de comentarios viciados y repetidos mecánicamente después de que todo el mundo hubiera tenido oportunidad de recapacitar.

Ivy frunció el ceño. Era evidente que opinaba que la mejor manera de resolver un crimen era reunir pruebas y no con un confuso puñado de intuiciones y presentimientos, pero se limitó a encogerse de hombros y a entrar en la casa mientras yo me adentraba en la oscuridad de la noche.

Caminando a paso ligero, encontré un hueco detrás de la creciente multitud, mientras intentaba mantenerme fuera de las cámaras. Probablemente Jenks oía el doble que yo, y me puse de puntillas para echar un vistazo al hombre del abrigo de paño y mejillas sonrosadas que el reportero estaba entrevistando. Teniendo en cuenta que todavía no eran las seis, era bastante improbable que estuvieran retransmitiendo en directo, de manera que me aproximé algo más, tras abrirme paso a empujones.

—Gente de bien —explicaba con los ojos brillantes por la emoción—. Una pareja muy agradable. Eran muy reservados y jamás dieron ningún problema.

Alcé las cejas y Jenks soltó un bufido. Aquello sonaba a que se trataba de inframundanos.

Sin embargo, el chico que estaba a mi lado emitió un sonido grosero, y Jenks me tiró del pelo cuando comentó a su amigo en tono malicioso:

—¡Si ni siquiera los conocía! Ese tío es repulsivo y le zurra a su mujer.

—Ya lo he pillado —susurré al pixie para que dejara de tirarme del pelo. La investigación lenta y minuciosa estaba bien, pero quería encontrarlos antes de que el sol se convirtiera en una nova.

Con una sonrisa, me volví y descubrí a un chaval que tenía un gorro de lana negro con el emblema de los Howlers. Animada por la muestra de solidaridad con el Inframundo, sentí que me invadía una insólita oleada de afinidad. No llevaba abrigo, y tenía las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros.

—¿Le zurra? —pregunté sonriendo a su amigo para animarlo a que entrara en la conversación—. ¿Tú crees?

—No lo creo, lo sé —respondió sin titubeos. Apenas se dio cuenta de lo que había dicho, empezó a ponerse nervioso. Supuse que debía ir al instituto, así que desplegué todos mis encantos de mujer madura que seduce a jovencitos.

—¿Ah, sí? —exclamé a punto de echarme encima de él cuando el gentío se agitó al ver que el reportero se ponía a buscar carne fresca—. ¿No te parece flipante que la gente cuente una cosa delante de las cámaras y que luego, en el bar, digan lo que de verdad piensan?

El joven esbozó una sonrisa de satisfacción. Era evidente que pensaba que le echaba más años de los que en realidad tenía.

—Así me gusta, Rachel —dijo un impresionado Jenks desde debajo de mi gorro—. Sácale todo lo que puedas.

—Entonces, ¿los conocías? —pregunté agarrándolo por el brazo y apartándolo de los tipos de los informativos. Aun así, no me alejé demasiado para no abandonar el ambiente que había creado la presencia de la furgoneta, pero me volví de modo que, en caso de que la cámara nos apuntara, solo captara mi espalda. Su amigo se había quedado atrás, y en ese momento estaba dando saltos intentando aparecer en el fondo de la imagen. Tampoco llevaba abrigo, y pensé que era muy injusto que no tuvieran frío cuando a mí se me estaba helando el culo. Los brujos teníamos una tolerancia al frío mucho menor que el resto, a excepción, claro está, de los pixies.

—Tú no eres una reportera —dijo, y sonreí, alegrándome de que fuera más listo de lo que me había parecido en un principio.

—Pertenezco a Encantamientos Vampíricos —dije revolviendo en mi bolso hasta que encontré una tarjeta de visita medio doblada y se la tendí—. Me llamo Rachel. Rachel Morgan.

—¡No jodas! —De pronto su rostro adoptó una expresión más animada—. Me llamo Matt y vivo ahí enfrente. He oído hablar de ti —añadió dando unos golpecitos a la tarjeta que tenía en la mano—. ¿No eres tú la que sale en ese vídeo arrastrando…?

—Arrastrando el culo por toda la calle —dije terminando la frase por él y ajustándome el gorro para que entrara un poco de aire frío y hacer que Jenks dejara de reírse—. Sí, soy yo. Pero no es cierto que me dedique a invocar demonios.
Al menos, no mucho
.

—¡Qué guay! ¡Yo alucino! —exclamó. Parecía que había crecido diez centímetros de golpe—. ¿Estás intentando localizar a los Tilson?

Un subidón de adrenalina me provocó un escalofrío. Edden no me había dicho cómo se llamaban.

—Efectivamente. En este momento es nuestro principal objetivo. ¿Sabes a dónde han ido?

Él sacudió la cabeza, intentando parecer mayor de lo que era mientras miraba a su amigo con aires de superioridad.

—No, pero son gente muy rara. Toda la familia. En verano les corté el césped. Él trabaja de conserje en mi instituto. Dice que es alérgico a la hierba. —Matt esbozó una sonrisa burlona—. Aunque, si quieres que te dé mi opinión, es alérgico al trabajo. Pero si lo cabreas, empiezan a pasarte cosas extrañas.

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