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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (15 page)

—Creía que había terminado el periodo de inscripción —intervino Jenks, y Marshal alzó las cejas mientras lo cogía.

—Así es —dijo.

Me encogí de hombros.

—Me han devuelto el cheque que les envié —me lamenté—. ¿Puedes intentar que te lo cojan? Tal vez, si echas mano de tus contactos para que lo introduzcan en el sistema… No quiero tener que pagar un plus por estar fuera de plazo.

Asintiendo, dobló el sobre y se lo guardó en un bolsillo trasero para echarle un vistazo más tarde. Con el ceño fruncido, se recostó en el respaldo de la silla, pensativo.

—¿Te apetece un poco de sopa? —pregunté.

Marshal esbozó una sonrisa.

—No, gracias —respondió. Acto seguido se le iluminó la mirada—. ¡Oye! Mañana tengo el día libre. No hay clases en la universidad, porque es el día que los profesores se reservan para trabajar en sus despachos, pero no tengo exámenes que corregir. ¿Te apetecería quedar? Podríamos hacer algo para liberar tensiones. Después de que lleve tu cheque, claro está. He oído que han abierto una nueva pista de skate en la calle Vine.

Aunque dos meses antes aquella oferta habría hecho que me pusiera en guardia, en aquel momento una sonrisa asomó a mis labios. Marshal no era mi novio, pero hacíamos cosas juntos continuamente.

—No creo que pueda —dije, cabreada por no poder decir que sí y, simplemente, ir—. Tengo que seguir trabajando en el asesinato… y limpiar el rótulo…

Jenks agitó las alas enérgicamente.

—Ya te dije que te ayudaría con eso, Rachel —dijo alegremente.

Sonreí y lo rodeé con la mano.

—Hace mucho frío, Jenks —protesté. A continuación, volviéndome hacia Marshal, añadí—: A las tres tengo que ir a recoger a mi hermano al aeropuerto, ir a ver a Ford a las seis, y regresar a casa de mi madre para comportarme como una buena hija y cenar con ella y con Robbie. El sábado lo pasaré en siempre jamás con Al… —Poco a poco mi voz se fue apagando—. ¿Qué te parece la semana que viene?

Marshal asintió con gesto comprensivo y, de pronto, viendo una oportunidad de oro para evitar que mi madre me volviera loca, le espeté:

—A menos que quieras venir a cenar a casa de mi madre… Va a hacer lasaña.

Él soltó una sonora carcajada.

—Quieres que finja que somos novios para que tu vida no parezca patética, ¿verdad?

—¡Marshal! —le reproché dándole un manotazo en el hombro, pero el rubor de mis mejillas me delató. ¡Oh, Dios! Me conocía demasiado bien.

—Entonces, ¿tengo razón? —me chinchó con los ojos brillantes bajo su pelo chafado después de haber llevado el gorro de lana.

Torcí el gesto y luego le pregunté:

—¿Me vas a ayudar o no?

—¡Y tanto! —respondió con gesto radiante—. Tu madre me cae genial. ¿Habrá tarta? —añadió enfatizando la última palabra, como si le fuera la vida en ello.

Esbocé una sonrisa, sintiéndome ya mejor por el día siguiente.

—Cuando le cuente que vas a venir, preparará dos.

Marshal se rió por lo bajo y, mientras yo daba un sorbo al café y le devolvía la sonrisa, satisfecha y feliz, Jenks abandonó la cocina sin hacer ruido dejando tras de sí una estela de polvo verde que lentamente se desvaneció.

6.

El vestíbulo de la AFI era ruidoso y frío. El suelo estaba cubierto de un lodo grisáceo fruto de los restos de nieve medio derretida que habían arrastrado desde el exterior, haciendo que el felpudo quedara empapado y creando un sendero negruzco que llegaba hasta el mostrador, situado en el lado opuesto de las puertas de cristal. El emblema del centro de la sala estaba cubierto de cientos de pisadas. Me recordaba a la insignia que había en el suelo de las oficinas de los tribunales de los demonios. Según Al, se trataba de una broma, pero yo tenía mis dudas. Me revolví nerviosamente en una de las horribles sillas de color naranja que tenían allí fuera. El sábado, día en que tenía mi cita con Algaliarept, siempre parecía llegar demasiado pronto. Intentar explicar a mi madre y a Robbie por qué iba a estar incomunicada todo el día iba a resultar una ardua tarea.

Había entrado alegremente en las oficinas de la AFI diez minutos antes (me encontraba de un humor excelente desde que Alex me había traído el coche a la iglesia), dejando las marcas de mis elegantes botas sobre su emblema cuando me dirigía al mostrador para anunciar quién era, y me encontré con que me pedían que tomara asiento como si fuera un bicho raro cualquiera. Con un suspiro, me encorvé y apoyé los codos en las rodillas intentando encontrar una postura cómoda. No me hacía ninguna gracia que me hubieran pedido que esperara. Si Ivy hubiera estado allí, se hubieran volcado con ella, pero no conmigo, una bruja con problemas de memoria de la que ya nadie se fiaba.

En aquel preciso instante, Ivy estaba pateando las calles intentando seguir el rastro de lo que había hecho el asesino de Kisten en los últimos seis meses. Los remordimientos por no haber actuado con la suficiente premura habían hecho que se levantara mucho antes que yo. Jenks, por su parte, me había acompañado con la esperanza de que, de vuelta a casa, nos detuviéramos en una tienda de hechizos. No estaba interesado en los encantamientos, sino en los productos necesarios para su realización, cosas que un pixie amante de la jardinería que estaba burlando el letargo no podía conseguir en diciembre. Matalina estaba teniendo algunos problemas de salud, y sabía que estaba disgustado y dispuesto a gastarse en su mujer una parte del dinero del alquiler que le dábamos Ivy yo. En consecuencia, los dos teníamos la sensación de estar perdiendo el tiempo allí sentados. Por no hablar del frío que estábamos pasando.

Me erguí y empecé a balancear mi bolso entre las piernas para intentar quemar parte de la irritación que sentía; cuando me ajusté la bufanda, Jenks dio señales de vida.

—¿Qué te pasa, Rachel? —preguntó aterrizando sobre mis manos para que dejara de mover el bolso.

—Nada —respondí secamente.

Él alzó las cejas y me miró fijamente a los ojos.

—Entonces, ¿por qué se te ha acelerado el pulso y te ha subido la temperatura corporal? —A continuación, hizo una mueca de disgusto, y añadió—: ¡Dios! Tu perfume apesta. ¿Qué has hecho, bañarte en él?

Desvié la mirada hacia la recepcionista, evitando la pregunta de Jenks. No podía decirle que estaba preocupada por que su mujer no sobreviviera al invierno. Él agitó las alas con fuerza, intentando llamar mi atención, y yo di unos golpecitos al informe sobre la banshee que reposaba sobre mi rodilla. Lo había escrito para Edden aquella misma mañana, lo que hacía que estuviera aún más cabreada. Había ido hasta allí para ayudarles, y me tenían esperando con un montón de padres angustiados y varios matones esposados a la pared. ¡Qué bonito!

—¡Mira esto, Rachel! —dijo Jenks alzando el vuelo sin soltar ni una mota de polvo. Acto seguido aterrizó sobre un diario que se encontraba dos asientos más allá—. ¡Has salido en el periódico!

—¿Qué?

Esperándome lo peor, me incliné y lo agarré. Jenks regresó afanosamente y se posó en mi mano mientras yo alzaba el periódico y examinaba la fotografía. ¡
Lo que me faltaba
!, pensé. No obstante, mi preocupación disminuyó cuando descubrí que se trataba de una instantánea tomada en el exterior de la casa de los Tilson, en la que se veía un montón de gente y una unidad móvil. El pie de foto decía: «Operación fallida de fin de año contra el tráfico de azufre», y resultaba prácticamente imposible reconocerme, a menos que supieras que había estado allí.

—¿Quieres llevártela para tu álbum de recortes? —preguntó Jenks mientras yo echaba un rápido vistazo al artículo.

—No —respondí dejando el periódico donde lo habíamos encontrado, y dándole la vuelta para que no se viera la fotografía. ¿
Conque una operación contra el tráfico de drogas
?
Estupendo. Como queráis
.

Con las manos en las caderas, Jenks se colocó en mi campo de visión, pero me salvé del comentario socarrón con el que iba a obsequiarme cuando las puertas giraron y entraron dos agentes uniformados llevando de forma violenta a un delgado Santa Claus. El hombre gritaba algo sobre su reno. La fría corriente de aire nos golpeó de lleno, y Jenks se zambulló en mi bufanda.

—¡Por las tetas de Campanilla, Rachel! ¿Crees que podrías ponerte un poco más de perfume? —se lamentó, y sentí un escalofrío cuando sus alas rozaron mi piel desnuda.

—Me lo ha dado Ivy —dije.

—¡Ah!

Entonces suspiré y me dispuse a seguir esperando. Había encontrado la botella de aroma cítrico sobre la mesa de la cocina aquella misma mañana. Había entendido lo que significaba e, inmediatamente, me había puesto unas gotas. Por lo visto, después de lo que había sucedido el día anterior, a Ivy le había parecido prudente recuperar nuestra costumbre de intentar camuflar la mezcla de nuestros olores naturales. Por un determinado periodo de tiempo, no habíamos tenido que recurrir a ningún producto químico para mitigar sus instintos, pero llevábamos varios meses encerradas en la iglesia con las ventanas cerradas.

El hombre disfrazado de Santa Claus se zafó de sus captores y salió disparado hacia la puerta. Me puse de pie de un salto, pero enseguida me relajé cuando los dos agentes se echaron sobre él, estampándose contra la puerta de cristal. El tipo estaba esposado. ¿Hasta dónde creía que podía llegar?

—¡Maldición! —exclamé por lo bajo, con un gesto de dolor—. Eso le va a dejar una buena marca.

De pronto percibí un ligero aroma a café, y no me sorprendí al descubrir que Edden se había colocado junto a mí.

—El que está debajo es Chad. Es nuevo, y creo que está tratando de impresionarte.

El enfado por haberme tenido esperando regresó, y alcé la vista para mirar al capitán de la AFI. Llevaba sus habituales pantalones caquis y una camisa de vestir. No se había puesto corbata, pero les había sacado brillo a los zapatos y se movía con su acostumbrada rectitud. Sus ojos también mostraban una mayor determinación. Parecía cansado, pero el miedo había desaparecido. Glenn debía de encontrarse mejor.

—Y lo ha conseguido —dije, observando con el rabillo del ojo cómo Chad arrastraba a Santa Claus hasta el fondo de la sala—. ¿No podríais meter a los chiflados por la puerta de atrás?

Edden se encogió de hombros.

—Está todo cubierto de hielo. Nos podrían denunciar.

—Mientras que estamparlos contra la puerta de cristal es muchíiisimo más seguro —dijo Jens desde mi bufanda.

—Se ha resistido a la autoridad delante de un montón de testigos —dijo Edden—. Eso sí que es más seguro. —Seguidamente ladeó la cabeza y echó un vistazo a mi bufanda—. ¡Hola, Jenks! No te había visto. Hace un poco de frío, ¿verdad?

—¡Oh, sí! El suficiente para congelarme las pelotas —respondió Jenks, asomando la cabeza al oír la voz de Edden—. ¿No tenéis algún sitio un poco más calentito? Entre el frío y el perfume de Rachel, estaría más cómodo en la ceremonia de circuncisión de un hado.

El achaparrado capitán sonrió y extendió la mano para coger el informe sobre la banshee que había escrito para él en uno de mis numerosos ratos de asueto, esta vez, aquella misma mañana.

—Venid conmigo a la parte posterior. Siento que os hayan hecho esperar aquí. Son las nuevas reglas.

Nuevas reglas
, pensé agriamente poniéndome en pie. ¿
Nuevas reglas o nueva desconfianza
?
O mejor dicho, una vieja desconfianza renovada. Al menos a Chad le gustaba
.

—No importa —respondí con amargura, sin querer darle a entender lo mucho que me molestaba. Tanto él como yo sabíamos que había cierto rencor en el aire. ¿Qué necesidad había de restregármelo por las narices?

—¿Qué tal está Glenn? ¿Ha recobrado el conocimiento?

Él tenía una mano apoyada en la parte inferior de mi espalda y, aunque ese tipo de gestos solía resultarme muy ofensivo, a él se lo perdonaba. Edden era un tipo genial.

—No —respondió bajando la vista con expresión pensativa—, pero está mejorando. Ha aumentado la actividad cerebral.

Una vez lejos de la corriente, Jenks abandonó mi bufanda y yo hice un gesto de asentimiento pensando que debía acercarme un momento a ver a Glenn después de la cena. Para entonces, ya podría disfrutar de un poco de compañía silenciosa. Tal vez podría hacerle cosquillas en las plantas de los pies hasta que se despertara o, mejor aún, hacerme pis en sus sábanas. Sonriendo ante la idea, estuve a punto de perder de vista a Edden cuando se desvió inesperadamente a la izquierda, alejándose de las salas de interrogatorios.

—¿No vamos a interrogarla? —pregunté cuando vi que Edden me conducía hacia su despacho.

—No. No hemos podido localizar a Mia Harbor.

Aunque no ralenticé el paso, el hecho de que me hubieran tenido congelándome en el vestíbulo cobraba mucho más sentido. ¿Para eso me había molestado en traer el amuleto de la verdad que llevaba en el bolso? Tanta historia para luego… nada.

Jenks estaba empezando a despedir una tenue estela de polvo, lo que significaba que ya no tenía frío y que se encontraba mucho mejor.

—¿Se ha ausentado sin permiso de las autoridades? —preguntó el pixie volando hacia atrás, lo que generó un pequeño alboroto entre los agentes que nos observaban.

A Edden no le impresionó lo más mínimo la exhibición aérea del pixie y, sujetando la puerta de su despacho, me hizo un gesto para que entrara.

—Así es —dijo, sin seguirme hacia el interior—. Se ha mudado sin dejar ninguna dirección donde localizarla. Hemos conseguido una orden de arresto de manera que, si la quieres, es toda tuya.

—¿Una banshee? —pregunté con una carcajada—. ¿Yo? ¿De cuánta pasta dispones, Edden? Yo no me embarco en misiones suicida.

Edden deslizó mi informe sobre la mesa con actitud vacilante, como si intentara averiguar si estaba bromeando.

—¿Te apetece un café? —dijo finalmente—. ¿Y a ti, Jenks? Me parece haber visto una bolsita de miel en el frigorífico. Debe de ser de las galletas de alguien.

—¡Y tanto! —exclamó él antes de que me diera tiempo a protestar.

Edden asintió con la cabeza y dejó la puerta abierta mientras iba en su busca.

Una vez a solas, lancé a Jenks una mirada cargada de reproche, mientras él alzaba el vuelo para acercarse a examinar el nuevo trofeo de bolos. Entonces di la vuelta a la silla y me dejé caer sobre ella con un ruido sordo.

—Esperaba de todo corazón que, en esta ocasión, te mantuvieras sobrio —dije.

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