Read Blonde Online

Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Blonde (46 page)

Se enjugó los ojos y rió.

—A diferencia de ti, yo no puedo decidir qué es verdaderamente importante para mí. No tengo ese poder.

Ayúdame a adquirir ese poder. Enséñame, cariño
.

El insomnio de Norma Jeane empeoraba. Su cabeza era un continuo clamor en el que destacaban susurrantes voces burlonas y risas crueles, imprecisas y sin embargo familiares. ¿Eran sus jueces o los espíritus de los condenados que la esperaban? Angela era su única arma contra ellas. Sólo contaba con su trabajo —su interpretación—, su «arte».
¿Por qué le das tanta importancia?
Permanecía en vela cuando estaba sola en su minúsculo apartamento, tendida en la cama de bronce que había comprado en la tienda del Ejército de Salvación, y también cuando Cass dormía con ella, en esa misma cama o en otra. (¡El escurridizo Cass Chaplin! El apuesto joven tenía muchos amigos en Hollywood, Beverly Hills, Hollywood Hills, Santa Mónica, Bel Air, Venice y Venice Beach, Pasadena, Malibú y cualquier otro sitio de Los Ángeles, y esos amigos, casi todos desconocidos para Norma Jeane, eran propietarios de apartamentos, bungalows, casas y mansiones en los que Cass era bien recibido a cualquier hora del día o de la noche. No tenía una dirección permanente. Sus posesiones, que se limitaban casi exclusivamente a prendas de vestir caras y regaladas, estaban desperdigadas en una docena de residencias y a menudo viajaban con él en un bolso de lona y una gran maleta raída con las iniciales «C. C.» grabadas en oro.)

Durante las horas de la madrugada, Norma Jeane se paseaba por la casa, descalza y temblorosa. Si Cass no estaba con ella, sufría y lo echaba de menos, pero si dormía a su lado, envidiaba su sueño, un sueño en el que no podía penetrar y durante el cual su amante la eludía. En momentos semejantes recordaba a su antigua amiga Harriet y a su hijita, Irina, que también había sido una hija para Norma Jeane. Harriet le había contado que ella también había padecido insomnio en la infancia y la adolescencia, pero que durante el embarazo no había hecho más que dormir y luego, después del nacimiento de su hija y la desaparición de su marido, dormía cuanto podía, un descanso tranquilo y sin sueños que Norma Jeane conocería algún día si tenía suerte.
Si me quedara embarazada. Si tuviera un hijo. Ahora no, pero ¿cuándo?
No imaginaba a Angela embarazada. De hecho, no podía imaginarla en circunstancias distintas de las del guión. Había repetido las frases de su personaje hasta que éstas perdieron el sentido, como incomprensibles palabras extranjeras aprendidas de memoria. Bastó una semana de rodaje para que empezara a sentirse agotada. Jamás habría adivinado que actuar fuera una experiencia tan fatigosa. ¡Como levantar su propio peso! Rompió a llorar, o quizá a reír. Se enjugó los ojos con las palmas de ambas manos.

Entonces Cass, el hermoso joven, salió desnudo y con el pelo alborotado al minúsculo balcón donde estaba ella y alargó una mano con dos píldoras blancas.

—¿Qué es eso? —preguntó Norma Jeane con recelo.

—Una poción que te ayudará a dormir, mi querida Norma. Que nos ayudará a dormir a ambos —respondió Cass besando la nuca húmeda de la joven.

—¿Una poción mágica? —preguntó Norma Jeane.

—Las pociones mágicas no existen. Pero ésta sí.

Norma Jeane se volvió de espaldas en un gesto de desaprobación. No era la primera vez que Cass le ofrecía sedantes. Barbitúricos, como los llamaban. O whisky, ginebra, ron. Y a ella le habría gustado ceder. Sabía que de ese modo complacería a su amante, que rara vez dormía sin tomar previamente píldoras, alcohol, o ambas cosas. Cass se jactaba de que el mero agotamiento no podía con él. Con su cálido aliento en el oído de Norma Jeane, rodeando sus pechos con un brazo, dijo:

—Un gran filósofo griego dijo que, de todos los estados del ser humano, no hay ninguno tan dulce como no haber nacido. Aunque yo creo que el estado más dulce es el sueño. Estás muerto, pero vivo. No existe otra sensación tan placentera.

Norma Jeane apartó a su amante con más fuerza de la que pretendía. En momentos como aquél, no amaba a Cass Chaplin. O lo amaba, pero le tenía miedo. Era el demonio en persona, tentándola. Sabía que la doctora Mittelstadt no aprobaría esa actitud. Ni la Ciencia Cristiana. Ni su tatarabuela Mary Eddy Baker.

—No, no me parece bien. Es un sueño artificial.

Cass rió, pero Norma Jeane rechazó su poción y permaneció en vela, ansiosa, mientras su amante dormía plácidamente. Al amanecer, la joven se preparó para ir al estudio y durante el largo día en Culver City estuvo irritable y nerviosa; se equivocó al decir las frases que tan bien conocía y reparó en la mirada crítica de John Huston, que sin duda estaría preguntándose si él, que nunca cometía errores al escoger el reparto, lo habría cometido con ella, de modo que esa noche Norma Jeane aceptó las dos cápsulas que Cass le ofreció y le puso solemnemente sobre la lengua, como si fueran hostias.

¡Y qué sereno y profundo fue su sueño esa noche! No recordaba haber dormido tan bien en toda su vida.
Un sueño artificial pero saludable, ¿no?
La poción era mágica, después de todo.

Y a la mañana siguiente, mientras ensayaba con Louis Calhern en el plató, Norma Jeane pensó:
¡Clive Pearce!

Atribuiría esta revelación a la poción mágica de Cass. Quizá no hubiera sido un descanso sin sueños. ¿Era posible que aquel hombre maduro se le hubiera aparecido en sueños?

Porque ahora creía verlo todo claro: Louis Calhern, el «tío Leon», era en realidad el señor Pearce. El señor Pearce en el papel de Alonzo Emmerich.

Hasta ese momento había visto al célebre Calhern como un extraño, cuando de hecho era el señor Pearce, que regresaba a ella: tenía aproximadamente la misma edad, aproximadamente el mismo contorno y figura y ¿no era acaso la ajada y apuesta cara de Calhern la cara de Clive Pearce con unos años más? Los ojos furtivos, la boca temblorosa y no obstante un porte altivo, o un resabio de orgullo; por encima de todo, cultivaba un tono ligeramente irónico. En los ojos de Norma Jeane debió de reflejarse una luz. Una corriente eléctrica debió de recorrer su ágil e inquieto cuerpo de niña. Era Marilyn —no, era Angela—, era Norma Jeane que interpretaba a Marilyn interpretando a Angela, como una muñeca rusa compuesta por muñecas pequeñas encerradas dentro de una más grande, que es la madre; en cuanto comprendió quién era el «tío Leon», se convirtió en una mujer dulce y seductora, tan ingenua y confiada como una niña. Calhern se dio cuenta en el acto. Era un experto en las técnicas de interpretación e imitaba emociones como si las señalara; no era un actor nato, pero advirtió el cambio en el acto. Y el director también. Al final de la jornada, él, que era parco en elogios y que hasta el momento prácticamente no había hablado con Norma Jeane, dijo:

—Hoy ha ocurrido algo, ¿verdad? ¿Qué ha sido?

Norma Jeane, que estaba muy contenta, meneó la cabeza en silencio y sonrió como si no lo supiera, porque ¿cómo explicárselo a él cuando era incapaz de explicárselo a sí misma?

Parte de su talento residía en que se dejaba dirigir. Podía leerme la mente. Las cosas habrían podido ser de otra manera, desde luego, y a mí me pareció un hecho accidental, como si hubiera arrojado semillas en el suelo y éstas hubieran brotado inesperadamente
.

Su único beso. El de Norma Jeane y Clive Pearce. Él jamás la había besado en la boca, como hubiera deseado. Había tocado su cuerpo escurridizo, le había hecho cosquillas y (según creía) la había besado en sitios que ella no podía ver, pero nunca en los labios y ahora se derretía con su contacto, llena de deseo y al mismo tiempo inocente, virginal, porque era su alma la que se abría ante el hombre maduro y no su tenso cuerpo de mujer.
¡Oh! ¡Oh! ¡Te quiero! No me dejes nunca
. Jamás perdonaría a Pearce por haberla engañado, por haberla llevado al orfanato para abandonarla allí; sin embargo, ahora que Pearce había vuelto a ella convertido en el distinguido abogado Alonzo Emmerich, en el «tío Leon», lo perdonó de inmediato y después del espectacular y conmovedor beso siguió pegada a él, los ojos de Angela brumosos y vehementes, los labios entreabiertos, mientras Louis Calhern, un veterano con décadas de experiencia, la miraba estupefacto.

Esa chica no actuaba. Era ella misma. Se había convertido en la Angela que quería mi personaje. En su deseo
.

A partir de ese momento, Norma Jeane no volvió a preocuparse por Angela.

En el plató era una joven callada, respetuosa, atenta y perspicaz. Ahora que había resuelto el enigma de su personaje, le fascinaba ver cómo los demás resolvían el suyo, o batallaban con él. Porque actuar consiste en desentrañar una sucesión de misterios, ninguno de los cuales sirve para explicar los demás. Porque el actor es una sucesión de identidades unidas por la promesa de que, en la interpretación, todas las pérdidas son recuperables. Llamaba la atención el hecho de que la joven cliente rubia de I. E. Shinn, Marilyn Monroe, observara con tanto interés las escenas, ensayos y rodajes de los demás, presentándose en el plató incluso cuando no le tocaba trabajar.

Utilizó la cama para medrar. Empezando con Z y con X. También estaba Shinn, por supuesto. Y Huston, desde luego. Y los productores. Y Widmark. Y Roy Baker. Y Sol Siegel, y Howard Hawks. Y cualquier otro nombre que se os ocurra
.

Norma Jeane creía que en presencia de los grandes actores sus poros podían absorber sabiduría. Que el mero contacto con un gran director le enseñaría a «dirigir». Porque Huston era un genio; de él aprendió la verdad esencial del cine: que lo importante no es lo que ocurra en una escena, sino lo que se ve. Lo que eres o dejas de ser es irrelevante; lo único que importa es lo que proyectas en la película. La película te redimirá y sobrevivirá a ti. Por ejemplo, Jean Hagen, que interpretaba el papel de la amante de Sterling Hayden, en el plató exudaba personalidad y era apreciada por todos. En la pantalla, sin embargo, su personaje parecía una mujer demasiado sentimental, nerviosa y poco seductora.
Yo habría interpretado el papel más despacio, con mayor profundidad
, pensó Norma Jeane.
Le falta misterio
.

La joven y rubia Angela, por el contrario, rebosaba misterio a pesar de su superficialidad. Porque nadie podía asegurar que esa superficialidad no fuera, más bien, una profundidad inconmensurable. ¿Manipula al embobado viejo con su inocencia? ¿Se propone destruir a su «tío»? La irritante falta de expresión en su rostro era el espejo en el cual los demás, el público incluido, podían mirarse.

Norma Jeane estaba emocionada, eufórica. ¡Ya era una actriz! Nunca volvería a dudar de sí misma.

Sorprendió a John Huston al preguntarle si volvería a filmar escenas con las que él estaba satisfecho. El director preguntó por qué y ella respondió:

—Porque sé que podría hacerlas mejor.

Estaba nerviosa, pero llena de determinación. Y sonreía. Marilyn sonreía continuamente. Marilyn hablaba en voz baja, grave y sensual. Marilyn casi siempre se salía con la suya. Aunque Louis Calhern estuviera satisfecho con su propia interpretación, aceptó repetir el rodaje, fascinado por Marilyn. Y así fue: la interpretación de la joven mejoró en cada toma nueva.

El último día de rodaje, John Huston dijo con ironía:

—Bueno, Angela, nuestra jovencita ya es toda una mujer, ¿eh?

No volveré a dudar de mí misma. Soy una actriz. Estoy segura. Puedo serlo. ¡Lo seré!

Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del preestreno, los antiguos temores volvieron a asaltar a Norma Jeane. Porque por muy satisfecha que se sintiera con su papel y por muchas alabanzas que hubiera recibido de sus compañeros, aún debía enfrentarse a un vasto mundo de desconocidos con opiniones propias, entre los cuales se encontraban profesionales del cine y críticos de Hollywood que no sabían nada de Norma Jeane Baker y le concederían la misma importancia que a una hormiga solitaria que se cruza en el camino, un insecto que podían pisar de manera accidental e involuntaria. ¡Y adiós, hormiga!

Norma Jeane confesó a Cass que se sentía incapaz de asistir al preestreno y, menos aún, a la fiesta que se celebraría a continuación. Cass se encogió de hombros y respondió lo harás, es lo que se espera de ti. Norma Jeane insistió: ¿y si le entraban náuseas? ¿Y si se desmayaba? Cass volvió a encogerse de hombros. Era imposible precisar si se alegraba por Norma Jeane o sentía envidia, si le molestaba o le entusiasmaba que ella trabajara con un director de la talla de Huston. (¿Y su carrera? Norma Jeane no le preguntaba cómo habían ido sus entrevistas, audiciones o citas. Sabía que Cass era sensible y malhumorado. Él mismo reconocía con sarcasmo que se ofendía tan fácilmente como el Gran Dictador. Había aceptado un pequeño papel en un musical de la Metro, pero había cambiado de idea pocos días después, al enterarse de que habían ofrecido un papel más importante a un rival, otro joven bailarín.) Norma Jeane se acurrucó contra el pecho de Cass y ocultó la cara en su cuello. Ahora él era más hermano que amante, un hermano gemelo capaz de protegerla del mundo. ¡Cuánto le habría gustado refugiarse entre sus brazos! Esconderse allí para siempre.

—No lo dices en serio, Norma —dijo Cass acariciándole distraídamente el pelo, enganchándose las uñas en su pelo—. Eres una actriz, hasta es posible que seas una buena actriz, y las actrices quieren que las vean y que las amen. Necesitan el amor de las multitudes, y no sólo el de un hombre solitario.

—No, Cass, cariño, no es verdad —protestó la joven—.

eres lo único que quiero.

Cass rió. Enganchándose las uñas mordidas en el pelo de Norma Jeane.

Sí; ella hablaba en serio. Se casaría con él, tendría un hijo suyo, viviría con él y para él en Venice Beach, por ejemplo. En una casita estucada con vistas al canal. El hijo de ambos, un niño de alborotado cabello moreno y hermosos ojos azabache, dormiría en una cuna situada junto a la cama de matrimonio. Y a veces en la cama, entre los dos. Un pequeño príncipe. El bebé más hermoso del mundo. ¡El nieto de Charlie Chaplin!

—Abuela Della, no vas a creer lo que tengo que decirte —dijo Norma Jeane con voz quebrada por la emoción—. ¡No lo creerás! Mi marido es el
hijo
de Charlie Chaplin. Fue amor a primera vista y estamos locos el uno por el otro. Mi hijo es el
nieto
de Charlie Chaplin. ¡Tu
bisnieto
, abuela!

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