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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (69 page)

Y, viendo la expresión endurecida del rostro de Ulfr, Thojdhild quiso dejar bien claras sus intenciones.

—La sobrina de Bjarni está llamada para asuntos con los que tú no tienes nada que ver. Y si porfías en tu interés por ella, no solo me ocuparé de que esas tierras no sean tuyas, también le rogaré a mi esposo que te expulse de Groenland y te obligue a regresar a Nidaros. No puedes probar que eres un hombre libre…

Assur tensó su mandíbula antes de responder.

—No renunciaré a Thyre por un pedazo de tierra. Por mí, eres libre de decirle a Eirik el Rojo que puede hacer como le plazca…

Thojdhild no había esperado aquel ataque de integridad, hubiera sido mucho más lógico decantarse por la posibilidad de tener una hacienda propia que la promesa de un amor que solo sería eterno mientras durase. De repente se sentía como si hubiera equivocado su lugar.

Lo que la matrona no sabía era que Assur había dejado atrás demasiados seres queridos. El alma del hispano no estaba dispuesta a echar de menos a nadie más, su cupo se había alcanzado hacía tiempo, y prefería la miseria a perder a la mujer que le había enseñado a aguardar cada amanecer con la jovialidad de un niño.

—No renunciaré a ella —insistió Ulfr recordando las miradas dulces que se colgaban de los ojos trigueños de Thyre—. ¡Jamás!

Thojdhild, sin embargo, fue capaz de recomponerse rápidamente y, aunque no había esperado algo así, tenía otros modos de hacer realidad sus propósitos.

—Entiendo…

Algo cambió en la expresión de la matrona, que se mordisqueó el labio inferior con sus grandes dientes cuadrados antes de hablar de nuevo.

—Pretendes comprometerte con ella, organizar una boda, ¿verdad? Crees que podéis formar una familia sin importar si tenéis o no dónde caeros muertos… Piensas que vuestro amor es suficiente, ¿no es así?

Assur no quiso tomarse la molestia de contestar; dando el asunto por zanjado, hizo amago de levantarse, pero la mano de la mujerona se posó en su hombro para impedírselo.

—Y cuando esté sentada en el banco, durante la boda, aguardándote en la ceremonia, ¿qué regalo piensas presentarle?, ¿cuál va a ser tu pago por la dote?

El hispano quiso morderse la lengua, pero no supo guardar la dignidad del silencio y él solo se metió en la encerrona.

—A ella eso no le importa —dijo Assur, y se arrepintió de notar en su voz un deje lastimero que no supo evitar.

—Claro —contestó Thojdhild destilando un cinismo ácido que corroyó los tímpanos del hispano—, seguro. Y tampoco le importará que la asamblea os deniegue las tierras a las que aspiras, pero ¿y tu pasado?

—Ella sabe todo lo que tiene que saber —dijo él apresuradamente, midiendo sus palabras para no admitir nada más allá de lo que Thojdhild ya sospechaba.

—Por supuesto, os queréis, os amáis, no tenéis secretos… Pero ¿y su familia?… ¿Acaso piensas que Bjarni aceptaría esa ceremonia?

La matrona dejó que el silencio alborotado de la
skali
los envolviese. Cuando volvió a hablar lo hizo con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.

—¿Eres consciente de que mi esposo es el
jarl
de Groenland? De las dos colonias —apuntilló Thojdhild con claras intenciones.

Assur entendió la amenaza.

—Vosotros os queréis, pero ¿piensas que su amor por ti será suficiente para vivir en el exilio? —preguntó Thojdhild destilando amarguras pasadas en su voz biliosa.

Al hispano empezaban a sobrarle los detalles.

—¿Y te parece que su amor por ti será suficiente para perdonarte que toda su familia sea también exiliada?…

Assur sintió cómo algo se le encogía en el pecho.

—Eirik podría reclamarle a Bjarni por el escándalo que montó sobre el pago en marfil, podría retarlo a un duelo, o podría pedir una compensación, quizá incluso de un precio tan alto como para que las hermanas de Thyre tengan que ser vendidas como esclavas…

—Leif no lo permitiría —negó Assur entre dientes.

—Me temo que no lo comprendes, no importa lo que Leif quiera, se hará lo que mi esposo decrete, y mi esposo hará lo que yo le diga… O cambias de actitud, o me encargaré de que los que no acaben como esclavos sean exiliados, podrás casarte con ella, pero te aseguro que, antes de la noche de bodas, ella partirá encadenada hacia los mercados de esclavos de Oriente, acompañada de todas sus hermanas…

—¡Bobadas! Ni mal presagio, ni mala fortuna… Es más sencillo, las
nornas
no han querido concederme la oportunidad de buscar la gloria de nuevo… ¡Los inviernos me han ablandado los huesos!

La multitud congregada escuchaba las palabras de su señor, y Eirik,
jarl
de Groenland, rugía desde un roquedal al que sus hombres le habían ayudado a subir. Mantenía su pierna derecha estirada, envuelta con jirones de tela basta que, bien prietos, sostenían un par de tablillas que ayudaban a mantener los huesos de la pantorrilla y el tobillo en la posición correcta. La propia Thojdhild se la había vendado cuando, mientras cabalgaba desde Brattahlid al embarcadero, el caballo que el Rojo montaba se había encabritado y el señor de Groenland había acabado por los suelos entre bufidos y relinchos.

Unos pocos hablaron de malos augurios, y el nombre de Loki se mencionó por lo bajo. Pero el buen humor de Eirik parecía suficiente para disipar las dudas.

—Y si mis huesos se ablandan, ¡los de mi linaje se endurecen! Mi hijo Leif parte al oeste. Tras la estela de la gloria y la fama de toda Groenland. Parte a una travesía hacia costas ignotas de las que nada se sabe. —Bjarni sonrió con malicia, pero no abrió la boca—. Regresará con riquezas y tierras que todos los groenlandeses podremos reclamar. —Eirik vio de reojo que su esposa le hacía un gesto contenido con el mentón y el Rojo recordó algo que debía añadir—, y para loor del nuevo
konungar
Olav Tryggvasson y esparcimiento de la nueva fe del Cristo Blanco, que llegará así hasta los más escondidos rincones del mundo de los hombres.

Nunca se podía saber si los que escuchaban hablarían de más en el futuro, y había que tomar precauciones; el único mercader que había llegado hasta el Eiriksfjord siguiendo la ruta abierta por Leif el año anterior había levantado rumores. El poder y la influencia del monarca crecían por momentos, y el juego a medias aguas que Eirik y su esposa habían planteado en un principio parecía obligado a decantarse definitivamente, ambos habían decidido insistir, al menos públicamente, en la instauración del cristianismo.

Casi todos los habitantes de la colonia escuchaban a su señor hablar, solo faltaban algunos chiquillos y mujeres. Y los pocos ancianos que ya no podían hacer otra cosa que consumirse en sus lechos esperando el desenlace final. Y todos los presentes parecían dichosos e imbuidos por las palabras de Eirik, especialmente, la orgullosa tripulación del Gnod, curtidos hombres que el propio Leif Eiriksson había elegido personalmente. La caída del Rojo les había dejado a falta de un par de brazos, pero en el último momento se les había unido alguien dispuesto a cubrir la vacante.

Ulfr se había presentado ante Leif y había sido aceptado sin una sola pregunta, y toda la tripulación confiaba en el juicio del patrón, además, muchos conocían el valor como marino del callado arponero.

Contando a Leif, al veterano Tyrkir, al timonel Bram, al bravucón Halfdan, al chabacano Tuerto, a unos cuantos colonos del asentamiento del norte hambrientos de gloria y a dos gemelos del tamaño de osos blancos que se las apañaban como carpinteros de a bordo y respondían a los nombres de Helgi y Finnbogi; aun con la falta de Eirik, sumando a Ulfr, eran un total de treinta y cinco hombres dispuestos a seguir a Leif hasta el fin del mundo. Y se habían preparado para ello, en las bodegas de Gnod habían cargado harina, salazones, conservas, armas, pieles engrasadas, sal en bruto, barriles de agua dulce y unos cuantos animales a los que habían atado las patas por si un golpe de mar los enfurecía. Estaban listos.

—No estoy llamado a descubrir más países que este en el que ahora vivo —continuó el Rojo—. Y este viaje ha terminado para mí antes incluso de partir… Pero estoy seguro de que vosotros lo conseguiréis, todos los hombres del norte hablarán de la hazaña que lograréis. ¡Vuestros nombres se cantarán en las sagas! —rugió alzando los brazos.

Y todos vitorearon. El hispano, que era el único que no parecía compartir el buen ánimo, se mantenía apartado esperando la orden de hacerse a la mar. Sentado en un pequeño repecho cercano al embarcadero, con la cabeza gacha, Assur tallaba un trozo de colmillo de morsa que había recortado, esforzándose por vaciarlo de la dura médula interior. En su mejilla izquierda todavía se distinguía el rubor de un cardenal que se desdibujaba bajo la sombra de la barba.

Una brisa se revolvió desde el mar. Los aromas de la primavera inundaban el aire anunciando el buen tiempo. El sol brillaba en un cielo limpio e impecable en el que los pájaros hacían cabriolas.

—¡Partid con la marea y no regreséis si no es envueltos en gloria!

A los hombres del Gnod se unieron los colonos y todas las gargantas bramaron ovaciones. Imbuido del espíritu alegre, el patrón dio la orden que todos esperaban.

—¡Todos a bordo! ¡Zarpamos!

Los marinos caminaron entre las despedidas de los que se quedarían en tierra y las bromas y pullas que se lanzaban mutuamente. Ulfr permanecía silencioso y, de tanto en tanto, rebuscaba con la mirada entre los presentes intentando encontrar a alguien que no estaba allí.

Aparejaron el Gnod, izaron la gran vela de lino, limpia y reluciente. El pujamen se dobló y el paño se dejó preñar por los vientos que se alejaban de tierra firme. El pesado
knörr
zarpó jaleado por los vítores de los colonos groenlandeses. Siguiendo las órdenes de Leif, aproaron un rumbo largo, aprovechando casi todo el viento, roda a poniente. Y Bram, observando la tensión de las escotas, ajustó el timón un punto. Todos miraban hacia el océano de azul intenso preguntándose qué futuro estaban tejiendo las
nornas
para ellos. Sin embargo, Assur barrió una última vez la línea de costa con una mirada apagada y, cuando no encontró lo que buscaba, se sentó en un arcón de las bancadas y recomenzó su talla con el pequeño cuchillo de hoja curva que tanto tiempo atrás le había quitado al same.

Por el momento había hecho poco más que ajustar el tamaño y delinear los motivos principales, un pájaro de fuerte pico y diseño claramente normando; Assur llevaba demasiados años en el norte como para no dejarse influir por sus tendencias.

Una ola de mar de fondo hizo cabecear el Gnod y la punta del pequeño cuchillo se salió de la talla. Assur se cortó. No era una herida profunda, pero unas gotas de sangre empezaron a manar del pulpejo del índice derecho y, mientras las miraba, el hispano suspiró recordando.

—Ha ido muy justo, pensé que no podría llegar a tiempo —había dicho Thyre al encontrarlo—, creo que mi tío sospecha algo. Hace un par de días habló con Thojdhild y, desde entonces, está muy suspicaz, me está siempre preguntando adónde voy y qué estoy haciendo.

Assur la había mirado intentando encontrar el modo de no perderla, buscando alguna solución de última instancia que no lo obligase a renunciar a la paz que encontraba en aquellos ojos del color de la miel. Pero, como en cada ocasión en los últimos días, todas las opciones morían a manos de las amenazas de la matrona de Brattahlid. La mujerona lo había dejado claro.

Assur apretó el dedo herido contra la tela áspera de sus pantalones e hizo presión esperando detener la pequeña hemorragia. A su alrededor los hombres iban y venían, Bram mantenía el rumbo y Leif hablaba con su contramaestre Tyrkir.

—Estaba deseando verte, ¡ya han pasado dos días! —había dicho ella con una enorme sonrisa al tiempo que se acercaba ofreciendo sus labios húmedos—. ¡Te he echado de menos!

Y Assur había dejado que el dulce beso llenase su alma de esperanzas. La amaba tanto que dolía.

Y ahora, mientras restañaba la sangre de su herida, recordaba el sabor de aquella boca que le había correspondido. Incluso le pareció sentir en su rostro la caricia de aquellos largos rizos.

Por momentos dudaba, arrepentido. Y la sola idea de que quizá había dejado malograrse la única posibilidad de estar con ella hasta el fin de sus días lo castigaba impenitentemente.

Todo estaba perdido ya, pero no podía dejar de pensar en ello. Era incapaz de olvidar y repasaba una y otra vez lo sucedido, intentando desesperadamente encontrar el modo de eludir las explícitas coacciones de Thojdhild. Pero no encontraba el modo. Y sabía muy bien que podía vivir con su propio dolor, pero que jamás hubiera podido perdonarse el haberle hecho daño a ella. Podía sobrellevar cualquier mal que se cebase en él, pero solo pensar en lo que le sucedería a Thyre cuando Thojdhild hiciese efectivas sus coerciones hacía que un espectro helado le reptase por la columna vertebral.

El aceitoso, denso y maloliente poso del dolor propio era algo a lo que estaba acostumbrado, los años le habían enseñado a tolerar esa pena honda que se acomodaba en el alma para corroerla; madre, padre, el pequeño Ezequiel, Sebastián. E incluso las esperanzas deshechas sobre Ilduara. Pero lo que nunca hubiera podido perdonarse era el daño que podría haber causado a Thyre, por eso había preferido hacer las cosas de ese modo, porque el amor que sentía le había gritado al oído su obligación, lo único importante era que ella estuviera bien. Tenía que garantizar su bienestar, y el saber que su marcha impediría que las amenazas de Thojdhild se cumpliesen era su único consuelo.

Durmió desazonado y malamente. Ni siquiera el suave bamboleo del Gnod, mecido por el oleaje, le ayudó a conciliar el sueño.

La mañana apareció bonancible. El viento soplaba favorable y no había siquiera un jirón de niebla. Eran buenos augurios y el ánimo de la tripulación, a pesar del trasiego de horizontes desconocidos hasta entonces, se mantenía alto. Leif cruzaba frases jocosas con sus hombres y todos respondían con efusividad, imbuidos por el contento del patrón. Se hacían bromas sobre monstruosas criaturas surgidas de las profundidades de aquellas aguas por descubrir y todos los interpelados respondían con bravuconería. Nadie parecía dudar del buen fin de la aventura.

Algunos aprovechaban la holganza que les regalaba el buen viento para desayunar con calma panes ácimos y salazones. Y un grupo elucubraba sobre lo que aquella travesía les depararía, ansiosos ya por arribar.

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