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Authors: Mary Gentle

Tags: #Fantasía

Ash, La historia secreta (8 page)

—¡Voy a cocerme si no salgo de esto pronto, así que vamos! —Levantó el brazo cubierto de placas y lo bajó con una sacudida.

El caballo de cuello grueso de Robert Anselm hundió los cuartos traseros y luego se lanzó hacia delante con un salto. El estandarte de la compañía, sujeto por el guantelete armado de Anselm, se elevó. Ash azuzó a Godluc para que se internase en la espesura de lanzas levantadas y las atravesara, por delante de sus hombres, con Anselm a su lado, medio paso por detrás del trote de su montura. La joven volvió a darle unos golpecitos a sus largas espuelas y Godluc cambió del trote al medio galope. La sacudida la hizo estremecerse desde los dientes hasta los huesos y le vibraron las placas de la armadura milanesa que llevaba, el viento le azotó la celada y le arrancó el aliento de la nariz.

Un estremecimiento sacudió el mundo. Los cientos de herraduras de acero que golpeaban con fuerza la tierra levantaron lluvias de tierra. El ruido pasaba casi desapercibido, lo sentía en el pecho y en los huesos en lugar de oírlo con los oídos; y la fila de jinetes... su fila, sus hombres;
¡dulce Cristo, no me dejes equivocarme con esto!
, fueron adquiriendo velocidad al bajar la pendiente para luego salir a campo abierto.

Que no haya conejeras
, rezó y luego:
Joder, ese no es el estandarte de lino de sus comandantes, es la enseña del Duque. ¡Por el dulce Cristo Verde! ¡Pero si es el mismísimo Duque Carlos de Borgoña!

El sol de verano arrancaba reflejos brillantes de los caballeros borgoñones ataviados con arnés completo, placas de plata acerada de la cabeza a los pies. El sol les guiñaba un ojo desde las estrellas que eran las puntas de sus lanzas de guerra ligeras. Su visión se empañó y no vio más que el color verde y naranja.

Ya no quedaba tiempo para nuevas tácticas. Lo que no se ha practicado, no se puede hacer.
El entrenamiento de esta temporada tendrá que servirnos para salir de esta
. Ash echó un vistazo rápido a la derecha y a la izquierda, a los jinetes que ya llegaban a su altura. Rostros de acero, ya irreconocibles como los líderes lanceros Euen Huw, Joscelyn van Mander o Thomas Rochester; jinetes duros y anónimos, selvas de lanzas que descendían para alcanzar la posición de ataque.

Ash bajó su propia lanza sobre el cuello grueso y arqueado del bayo Godluc. El guantelete de cuero que llevaba sobre la palma de la mano estaba arrugado y húmedo de sudor por donde agarraba la madera. Los ingentes espasmos del caballo la sacudían en su silla de respaldo alto y el aleteo de las gualdrapas de color azur de Godluc y el tableteo de la armadura del caballo apagaban aún más los sonidos ya ahogados. Tenía el olor, casi el sabor, de la armadura sudorosa y caliente en la boca; metálico como la sangre. El movimiento se suavizó cuando azuzó a Godluc para que se lanzara al galope.

La mujer le murmuró al forro de terciopelo de la babera:

—Cincuenta hombres a caballo. Arnés completo. Ochenta y uno conmigo, media armadura.

—¿Cómo va armado el enemigo?

—Lanzas, mazas, espadas. No veo armas de proyectiles por ningún lado.

—Carga contra el enemigo antes de que refuercen al enemigo.

—¿Qué cojones —le gritó Ash con alegría a la voz que oía en su cabeza—, te crees que estoy haciendo? ¡Haro! ¡Un león! ¡Un león, joder! —Levantó el brazo libre y bramó—¡A la carga!

Robert Anselm, detrás de ella, a medio cuerpo de distancia, le respondió con un rugido:

—¡Un león! —Y levantó de golpe, muy por encima de su cabeza, el asta de la enseña de tela que se ondulaba al viento. La mitad de los jinetes ya se lanzaban por delante de Ash, casi fuera de la formación; demasiado tarde para pensar en eso, demasiado tarde para hacer nada que no fuera pensar, ¡que aprendan a no separarse del estandarte! La joven dejó caer las riendas sobre el borrén de la silla, levantó la mano libre con un gesto automático sobre la celada y cerró de golpe toda la cimera, con lo que redujo su visión a una ranura.

La bandera borgoñona dio una sacudida salvaje.

—¡Nos han visto!

No estaba muy claro, y mucho menos para ella en ese momento, a tal velocidad y con la visión restringida, ¿pero estaban intentando apiñarse alrededor de un hombre? ¿Pretendían alejarse? ¿Volver galopando a mata caballo al campamento? ¿Una mezcla de las tres cosas?

En una décima de segundo, cuatro caballos borgoñones dieron media vuelta, se reunieron y se lanzaron a galope tendido contra ella.

La espuma le salpicaba la coraza. El calor de un cielo azul oscuro la cegaba. Para ella era tan real y tan sólido como el pan...
esos cuatro hombres que galopan hacia mí sobre tres cuartos de tonelada de caballo cada uno, con placas de metal atadas alrededor del cuerpo, llevan pértigas con puntas de lanza afiladas tan largas como mi mano, puntas que van a dar un golpe con el impulso concentrado de un caballo y cien kilos de jinete. Atravesarán la carne como si fuera papel
.

Vio una imagen mental de la punta de la lanza perforándole la cicatriz de la mejilla, llegándole al cerebro y atravesándole la nuca.

Un caballero borgoñón levantó con esfuerzo la lanza, agarrándola con el guantelete de acero y apoyándola en el ristre para lanzas que tenía en la coraza. Su cabeza era de metal pulido, tocada con plumas de avestruz y abierta por una franja de oscuridad, una cimera por la que ni siquiera se podían ver los ojos. La punta de lanza descendió directamente hacia ella.

La inundó un júbilo macabro. Godluc respondió al movimiento que hizo al cambiar el peso y giró hacia la derecha. Bajó la lanza, la bajó y la volvió a bajar y sorprendió directamente bajo la mandíbula al castrado gris del caballero borgoñón que iba en cabeza.

La fuerza del golpe le arrancó la vara de la mano. El caballo del hombre dio unos pasos hacia atrás, resbalando sobre las patas traseras rotas. El hombre salió despedido sobre lo cuartos traseros de su caballo y cayó bajo los cascos de Godluc. Entrenado como caballo de guerra, Godluc ni siquiera tropezó. Ash deslizó el acollador de la maza por el guantelete hasta la muñeca, levantó la vara de seis centímetros y estrelló la pequeña cabeza de metal con púas justo sobre la nuca del casco del segundo caballero. El metal se arrugó. La joven sintió cómo cedía. Algo se estrelló contra el flanco de Godluc: la joven se desvió por la hierba (hierba caliente, resbaladiza por el calor, más de un caballo perdió pie) y cambió el peso del cuerpo una vez más para acercar a Godluc a Robert Anselm. Estiró las manos y tiró de las riendas de su caballo de guerra, con eso lo levantó con ella.

—¡Eso es!

La confusión de colores, libreas y guiones (gallardetes de lanza de la caballería) rojos, azules y amarillos, se transformó en una masa de hombres trabados en una escaramuza. Terminada la primera carga, las lanzas casi todas abandonadas, salvo las de los tipos alemanes de la dotación de Anhelt, que rozaban el borde de la refriega pinchando a los hombres con las lanzas como si estuvieran azuzando a un oso (y Josse, con la brigantina azul que estiraba el brazo desde la silla con la mano en el espaldar de un caballero borgoñón, estaba intentando meter la daga por el hueco existente entre la parte superior de la coraza y el espaldar) y un hombre tirado, boca abajo en el polvo, y un chorro de color rojo que le acertó de lleno en la coraza a ella, alguien había roto una arteria femoral, nada que ver con el golpe salvaje que ella había lanzado a la cabeza de alguien, el acollador de cuero se había roto y su maza había salido volando para dibujar una parábola perfecta hacia el sol.

Ash agarró la empuñadura envuelta en cuero de su espada y la sacó de un tirón de la vaina. En una continuación del mismo movimiento, la estrelló con el pomo por delante en la cara de un hombre blindado. El golpe le sacudió la muñeca. Giró la espada y la bajó de golpe contra la parte superior y el codo del brazo derecho del hombre. El impacto sacudió y dejó insensible todo el brazo de la joven.

El hombre levantó la maza con un giro.

Las placas deslizantes de las defensas del brazo del hombre chirriaron allí donde el golpe de la chica había aplastado el metal, y se atoraron. Atascadas.

El hombre no podía subir el brazo... ni bajarlo.

Lanzó la hoja con fuerza contra la cota de malla más vulnerable de la axila.

Tres caballos cayeron sobre ellos en una estampida salvaje a través de la masa de cuerpos palpitantes y los separaron. La joven miró a su izquierda, a su derecha, con desesperación: el estandarte del león allí... (
por la condenación de mi alma, si yo me separo del estandarte de la unidad, ¿cómo voy a esperar que no lo hagan ellos?
) y el estandarte del Duque a unos veinte metros de distancia, cerca del límite de la lucha.

Jadeó.

—Grupo de mando del enemigo... al alcance...

—Entonces neutraliza a su comandante de unidad.

—¡Un león! ¡Un león! —Ash se levantó en los estribos y señaló con la espada —¡Coged al Duque! ¡Coged al Duque!

Algo se estrelló solo de refilón contra la parte posterior de su celada pero la derribó boca abajo sobre el cuello de Godluc. El caballo de guerra giró en redondo y se puso de manos. Ash estaba muy ocupada agarrándose al animal pero sintió que los cascos aplastaban algo. Los gritos le taladraron los oídos y gritaron órdenes en francés y flamenco y, otra vez, el estandarte del león se deslizó hacia un lado y ella soltó una maldición; entonces vio que el estandarte ducal daba una sacudida y caía y el caballero que tenía delante lanzaba la espada con la punta por delante contra su rostro, la joven se agachó y el suelo estaba vacío...

Aproximadamente treinta caballos con sus hombres vestidos con los colores borgoñones volvían galopando a su campamento, en completo desorden, a través de la tierra apelmazada.
Solo minutos
, pensó Ash aturdida.
¡Solo han pasado unos minutos, si acaso!

Las figuritas que corrían por la línea de campaña borgoñona se convirtieron en un cuerpo de infantería, con las libreas de Philippe de Poitiers y Ferry de Cuisance, arqueros de Picardía y Hainault.

—Arqueros... veteranos... quinientos...

—Si no tienes suficientes tropas con proyectiles, retírate.

—Ya no hay salida. ¡Joder! —Levantó de golpe el brazo, captó la atención de Robert Anselm y cargó todo el peso en el gesto de ¡atrás!—. ¡Retirada!

Dos de los lanceros de Euen Huw (un vergonzoso montón de hijos de puta en el mejor de los casos) ya se estaban bajando de los caballos para despojar de sus bienes a los heridos que permanecían con vida. Ash vio al propio Euen Huw hundir una daga de misericordia directamente en la cimera de un caballero desmontado. Salpicó un chorro de sangre.

—¿Quieres ser carne de ballesta? —Desmontó de la silla y levantó al galés—. ¡Sal de aquí, cojones, retírate... ahora mismo!

El acuchillado no estaba muerto, daba manotazos y gritaba mientras la sangre salía a chorro de la cimera. Ash volvió a subirse a la silla y le pasó por encima de camino hacia Robert Anselm, luego gritó.

—¡Volved al campamento, vamos!

El estandarte del león se retiró.

Un hombre con una chaqueta de librea azul con un león salió arrastrándose de debajo de su caballo muerto. Thomas Rochester, un caballero inglés. Ash se quedó quieta en la silla durante un minuto, sujetando a Godluc con la presión de las rodillas, hasta que el hombre la alcanzó y ella lo subió a la grupa.

El campo abierto que había delante de Neuss estaba ahora salpicado de caballos sin jinetes que una vez superado el pánico, frenaban el galope y se detenían.

El hombre que llevaba detrás chilló:

—¡Jefe, cuidado con los arqueros, salgamos de aquí!

Ash eligió con cuidado el camino de salida de un terreno tomado por la escaramuza. Se inclinó y buscó entre los hombres desmontados para ver si alguno de los muertos o heridos era de los suyos, o el Duque, pero no había ninguno.

—¡Jefe! —protestó Thomas Rochester.

El primer arquero picardo pasó por un matojo que ella había decidido en privado que estaba a cuatrocientos metros de distancia.

—¡Jefe!

Thomas debe de estar frenético. Ni siquiera quiere que me pare a capturar algún caballo perdido para sustituir al suyo. Ahí fuera hay dinero a cuatro patas. Y arqueros
.

—De acuerdo... —Ash dio la vuelta y volvió tras vadear el arroyo casi seco del Erft y subir la colina. Se obligó a cabalgar al paso hacia las barreras de agua de la puerta más cercana del campamento imperial. Acarició con fuerza el cuello blindado de Godluc.

—Menos mal que te dimos de comer para las prácticas.

El castrado levantó la cabeza. Tenía sangre en las comisuras de la boca y sangre en los cascos.

Salieron del campamento imperial masas de hombres luciendo el león azul y con arcos en las manos. El campamento imperial era un reflejo del campamento borgoñón situado en la llanura del río, solo que con murallas de carretas. Ash atravesó a caballo la brecha vigilada que había entre las carretas.

—Ya estamos, Thomas. —Tiró de la rienda para que se bajara el hombre y volvió los ojos para mirarlo—. Pierde otro caballo y la próxima vez puedes volver a casa andando...

Thomas Rochester esbozó una amplia sonrisa.

—¡Claro, jefe!

Figuras que corrían, hombres de su sector del campamento que se apiñaban a su alrededor y alrededor de Robert Anselm aullando preguntas y advertencias.

—No creo que esos malditos borgoñones vayan a seguirnos hasta aquí dentro. Esperad. —Los abrasaba el sol. Ash le dio un empujoncito a Godluc para que se alejara un paso de la multitud, dio un tirón a las hebillas de los guanteletes para abrirlos y luego estiró la mano para alcanzar el casco.

Tuvo que echar la cabeza hacia atrás para llegar a la correa y la hebilla que le sujetaba la babera a la barbilla. De un tirón abrió la hebilla. Casi se le cae la celada de la cabeza pero la cogió a tiempo y la colocó sobre el borrén de la silla, luego soltó el broche de la babera y dejó caer las láminas de la gola.

Aire. Aire fresco. Tenía la garganta seca e irritada. Volvió a incorporarse sobre la silla.

Su Muy Graciosa Majestad Imperial Federico III, Sacro Emperador Romano, la observaba desde la silla de guerra de su corcel gris favorito.

Ash echó un vistazo a su alrededor. Un séquito completo de caballeros cabalgaba con el Emperador. Todos con brillantes libreas y tocados de avestruz en los cascos. Ni un arañazo en el acero. Demasiado tarde para unirse a cualquier escaramuza. Le llamó la atención uno de los hombres que cabalgaban más atrás (del Crepúsculo Eterno
[9]
, a juzgar por su aspecto, con camisote de malla; tenía los ojos vendados con tiras finas de muselina oscura) y que, sin embargo, lucía una sonrisa de un suave cinismo.

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