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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Amos y Mazmorras II (32 page)

Sharon sonrió de vuelta de todo.
—Puedes quedarte si quieres —murmuró Sharon mientras tomaba de la mano a Cleo y la apartaba de Prince.
—Ya lo creo que me quedaré.
Sharon se posicionó tras Cleo para asegurar la sujeción de la correa que iba del collar a las muñecas. Tiró con fuerza y eso hizo que la cabeza de Cleo cayera hacia atrás. La rubia se inclinó para hablarle al oído en voz muy baja.
—Esto no lo hago por ti, mariposita —murmuró—. Lo hago por Lion.
—Lion no necesita tu ayuda. Ni yo tampoco.
—¿Es que eres tonta, niña? —preguntó asombrada.
—¿Cómo dices?
—Obedéceme y cállate. Todo saldrá bien.
Cleo apretó los dientes para estudiarla por debajo de sus largas pestañas. ¿Acaso se pensaba que le hacía un favor?
Sharon no solo lo hacía por Lion. Lo hacía por ella misma. Prince se había vuelto malo: ya no respetaba a nadie, y ella no iba a permitir que hiciera daño a Lion gratuitamente. Solo un ciego no se daría cuenta de lo enamorado que estaba ese amo de aquella mujer con corsé de fantasía. Si Cleo jugaba con Prince y Lion tuviera que tragar ese disgusto, no lo superaría nunca. Igual que ella no había superado la reacción de Prince cuando los encontró en una situación comprometida tiempo atrás.
Pero eso ya pasó; y aunque las heridas permanecían abiertas y no sanaban, Sharon se veía en la obligación moral de no hacer daño a parejas que estaban vinculadas emocionalmente. Cleo y Lion lo estaban de un modo desgarrador.
La joven pelirroja era especial para ese hombre. Y Lion era especial para la Reina; porque había sido su amigo y su escudo en aquella horrible noche: la noche que cambió su vida para siempre.
—Si pretendes ayudarnos, deberías dejar que nos fuéramos de aquí —contestó Cleo.
—Ah, no. —Sharon recogió su pelo rojo con una goma negra que tenía en la muñeca y, cuando lo hubo hecho, tiró del manojo para demostrarle a la joven quién mandaba—. Cuidado con cómo me hablas. Ahora mismo estás en mis manos, y en las de mi cría. Y los Villanos te están viendo —susurró mucho más bajo para que ella le prestara atención—. No me pongas las cosas difíciles. Esta es vuestra prueba, así que elige. ¿Quieres a Prince y destrozar a Lion definitivamente? ¿o prefieres que sea yo quien juegue contigo?
Cleo no sabía encajar aquella actitud de la altiva mujer. ¿De verdad quería ayudarla? Miró a Prince, que intentaba escuchar la conversación que ambas mujeres mantenían.
—No quiero destrozar a Lion.
—Buena chica —asintió más relajada—. Yo me ocupo de ti. Llevas un corsé precioso. —Sharon deslizó el
short
de Cleo por las piernas y las acarició con suavidad mientras le quitaba la prenda por los tobillos—. Te lo voy a dejar puesto, ¿te parece?
Cleo asintió. Agradecía no exponerse más de lo que ya lo hacía; y aquel era todo un detalle del ama. «¿Estoy temblando?». Sí, estaba temblando.
—Bonitas botas y bonitas piernas. —admiró como mujer, acariciándole los muslos—. Y, definitivamente, bonitas bragas —sonrió al ver las braguitas negras de látex con cremallera por delante y por detrás—. ¿Me tienes miedo, Nala? ¿Una switch versada como tú? —preguntó con tono irónico.
—No, no te tengo miedo.
—Yo creo que sí. —Pegó su mejilla a la de ella—. Oye... —cubrió su propia boca con la mano para ocultar sus palabras de los Villanos y le dijo al oído—. ¿Es la primera vez que haces esto?
—No.
Sharon entrecerró los ojos color caramelo. No la creía, y ambas lo sabían.
—No te voy a hacer daño.
Pero Cleo no le contestó. Estaba concentrada en Lion. Sara le había quitado la ropa y solo le había dejado los calzoncillos negros. Sus brazos y sus piernas estaban extendidos, sujetos con correas marrones. Respiraba agitadamente y sudaba. Parecía que sufría muchísimo. Cleo quería calmarlo y decirle que estaba bien, que iba a estar bien. Cuando acabara esa jornada, y se reunieran en el hotel, pediría que la abrazara y que se calmaran mutuamente y todo estaría solucionado... ¿Verdad?
—Te ayudo a subir a la mesa.
Sharon la sostuvo con fuerza mientras Cleo se quedaba de rodillas sobre la fría superficie. Solo el calor de la piel de Lion podría quitarle la destemplanza. Sin embargo, él también temblaba, pero de la rabia.
Afuera, la tormenta tropical irrumpió con fuerza y, a través de la ventana de la celda, la cortina de agua se iluminaba acompañada por los rayos y los relámpagos. El olor a humedad se colaba a través de las rejas.
—Ponte a horcajadas sobre él —ordenó Sharon.
Ella obedeció, pasando una pierna por encima de su vientre y anclando las rodillas a cada lado de sus masculinas caderas. No podía apoyarse con las manos porque las tenía atadas a la espalda.
Prince se reclinó en la pared de piedra y observó el modo de proceder y de ordenar de Sharon. Dulce y, a la vez, convincente. Seda y acero.
Sharon tomó a Cleo de las caderas y la obligó a posicionarse casi sobre las rodillas de Lion.
—Sara, descubre a King.
—No... —Cleo tragó saliva y se mordió la lengua. No podía decir «no lo toques o te sacaré los ojos», que era justo lo que le apetecía hacerle.
—Chist —ordenó Sharon con la cola de Cleo en una mano.
Cleo asintió y parpadeó mientras miraba cómo los dedos de la cría de araña deslizaban los calzoncillos hacia abajo y descubrían el pene semi duro y los testículos de Lion. Estaba excitado, no lo podía negar.
—Ayúdalo a que se endurezca más. —Sharon guió la cabeza de Cleo hasta el pene de Lion y la obligó a que lo lamiera y lo excitara.
Cleo cerró los ojos y obedeció. Siempre había considerado que tenía una gran habilidad para abstraerse de las situaciones que no le gustaban. Aquella no le desagradaba; esa era la realidad: el hacer algo prohibido y sensual como aquello tenía su punto de excitación. Pero estaba siendo observada por Sharon y Prince, que eran una especie de eminencias en aquellos lares, y por la otra cría, que sonreía feliz de presenciar sus habilidades felatorias.
En cambio, lo único que le molestaba era que vieran a Lion desnudo. No le importaba si la veían a ella; pero lo que Cleo no quería era que lo tocaran a él o que disfrutaran de su cuerpo como ella había hecho. Estaba descubriendo que era muy celosa. Pero no podía evitar sentirse así. Para ella, Lion le pertenecía.
Se centró en él y olvidó lo demás; o, al menos, eso intentó, porque mientras se trabajaba a Lion, Sharon le acariciaba la espalda con una mano y después la hacía inclinarse y descender para... ¡Bajarle la cremallera de atrás de la braguita! «Muy bien, Cleo. Tú piensa que es Lion. No, pero Lion lo tengo debajo... ¡No importa, mente perversa! ¡Hay otro Lion igual detrás de ti!», se repitió.
No obstante, las manos de Sharon no eran como las de Lion. Eran más suaves y pacientes, y le acariciaban de otra manera. Además, Sharon olía bien... Como a melocotón. Era agradable.
De repente, sintió que le soltaba la coleta y acariciaba su trasero con dos manos. Siguiendo su forma.
Cleo se tensó, incómoda, por no poder apartarse. No podía echarse atrás.
La cremallera de atrás se deslizó con lentitud.
—Relájate, Lady Nala —susurró Sharon con tono calmante—. Vas a disfrutarlo. Solo piensa en que estás... experimentando. —Llevó una mano a su parte delantera y también bajó el cierre con cuidado. Después, con movimientos hipnóticos, la obligó a incorporarse y a colocarse sobre la erección de Lion—. ¿Cómo estás por aquí abajo? —le preguntó cuando la tocó levemente con los dedos—. ¿Necesitamos ayuda? —Sara le ofreció el bote de lubricante que Prince había tirado al suelo y Sharon se untó los dedos con él. Sin muchas ceremonias, pero con un cuidado exquisito, embadurnó el pene de Lion con la resbaladiza crema, y después untó a Cleo por delante y por detrás.
Ella gimió y sacudió la cabeza. Se estaba calentando. Aquello era un torneo, una competición; y había accedido a jugar con todas las consecuencias. Bien, esas eran las consecuencias. Y el efecto de tener que aceptar lo que te hacían, era que el cuerpo se relajaba muy poco a poco y aceptaba el contacto y las caricias. Cleo no se iba a tensar; no quería que le doliera.
—Apuesto a que estás pensando que no importa que sea una mujer, ¿verdad? —preguntó Sharon—. El cuerpo reacciona igual a los estímulos.
«¿Ahora eres telépata?», pensó Cleo avergonzada.
—Muy bien —dijo Sharon pegando su torso a la espalda de Cleo. La tomó de la cintura y la instó a que bajara poco a poco para empalarse en Lion—. Así. Lion es muy grande.
—No lo mires —espetó Cleo sin querer.
Sara soltó una exclamación ahogada.
Sharon arqueó una ceja rubia y la azotó en la nalga derecha. Cleo apretó los dientes, rabiosa.
—Vuelve a darme una orden, Nala, y le diré a Prince que ocupe tu boca —Sharon la empujó por los hombros, poco a poco, para que sintiera la penetración con más potencia.
Cleo gimió con fuerza. Notó cada centímetro de Lion estirándola, quemándola y ensanchándola. Oh, qué bien. Era muy grueso, pero lo necesitaba. Lo necesitaba en ese momento. Anhelaba el calor de su cuerpo; y no quería sentirse sola.
—Ahora yo te llenaré por detrás, leona. —¡Zas! Le dio una cachetada en la otra nalga. Se puso el cinturón pene de color negro, y ajustó un consolador fálico de color rosa en la parte frontal de su braguita. Echó lubricante por el largo y ancho de su falso miembro.
Cleo la miró por encima del hombro y sus ojos verdes echaron chispas; pero Sharon sonreía divertida y provocadora.
—Seguro que nunca has visto un pene rosa... —murmuró Sharon riéndose de ella. Le ayudó a pegar su pecho sobre el pecho de Lion y llevó los dedos a su parte trasera.
Cleo hundió el rostro en el cuello del agente. Empezaba a sentir cosas. Lion la llenaba por delante y los dedos de aquella mujer la tocaban por atrás... Ay, señor. Ay, Señor...
—El tiempo empieza ya —decretó Sara girando el reloj de arena que calculaba los quince minutos.
Y lo que vino durante los quince minutos siguientes fue una especie de catarsis. Sara utilizaba el encendedor eléctrico y electrocutaba sus cuerpos con él: los brazos, el interior de los muslos, los pechos, las nalgas desnudas... Después se pasaba al
flogger
, y los azotaba sin remisión.
Lion movía las caderas arriba y abajo y penetraba a Cleo con fuerza, aunque su cabeza iba de un lado al otro, como si negara aquella situación... Cleo levantó el rostro para mirarlo, y, sin pedirle permiso a nadie, cogió la cremallera de la máscara de Lion con los dientes y la abrió para liberar la constricción de sus labios.
—King... —susurró sobre él.
—¡Te mataré, Prince! ¡Te mataré! —gritaba descontrolado, con la voz completamente desgarrada y llorosa.
Prince, que estaba cruzado de brazos en la pared, miró hacia otro lado con gesto serio.
Cleo lo besó para que se callara y acarició su lengua con la de él.
—Por Dios, King... No es Prince —murmuraba improductivamente. Lion no la oía—. No es él... Cálmate —lo besó de nuevo para que dejara de gritar.
Sharon hacía su trabajo, introduciéndose en ella con movimientos rítmicos, acariciando sus caderas con las manos y estremecida por los gritos de Lion.
Cleo se sentía completamente rellena. Lion tocaba un punto tan a dentro de ella que la volvía loca, y hacía que se moviera con un vaivén mucho más rápido e intenso.
—Cinco minutos —gruñó Prince.
!Zas! ¡Zas! Latigazos. Y, después, quemazones leves de la electricidad. El dolor duraba tan poco que no sabía si era dolor. Y, a continuación, toda la energía se trasladaba de golpe a sus sexos. Parecía que iban a estallar, a volar los dos por los aires.
—Vamos, Nala. Estás a punto. Córrete y él se correrá. —La apresuró Sharon, controlando el reloj de arena. Con decisión llevó la mano a su parte delantera y colocó un dedo en su clítoris, para moverlo haciendo círculos con suavidad.
—No, no...
—Sí, Nala. Claro que sí. Déjate ir. ¡Ahora!
—¡Oh, Dios! —Cleo cerró los ojos, mordió la barbilla de Lion y empezó a correrse con el consolador de Sharon y el pene de King en su interior, haciendo estragos.
—¡Diiioooossssss! —rugió Lion furioso, echando la cabeza hacia atrás y estirando todos los músculos del cuello. Intentaba mover brazos y piernas. Se corría con Cleo—. ¡Hijo de putaaaaaa! ¡Prince! ¡Hijo de putaaaaaaa! ¡Te equivocaste con Sharon y ahora te equivocas conmigo! ¡Pregúntale a Dom lo que pasó! ¡Pregúntaselo! ¡A ver si se atreve a decírtelo!
Sharon detuvo sus caderas y retiró la mano del sexo de Cleo.
Parpadeó incrédula.
¿Qué había dicho Lion? ¿Cómo se atrevía a decirle nada a Prince y a sacar ese tema, enterrado, de nuevo? El ama dio un paso atrás, impactada por esa última frase, y salió del ano de la chica.
Ya había hecho su trabajo. Había logrado que Prince no tocara a Cleo y, con ello, había calmado al león interior de Lion. Ahora debía irse de ahí corriendo. Porque si se encaraba con Prince, entonces, ¿qué pasaría? Odiaba cómo la miraba, cómo la juzgaba, cómo la rebajaba a menos que una mierda. Y le dolía, y era tan injusto todo...
Con el rostro pálido por completo, guardó el consolador y se dispuso a irse de allí, pero Prince la tomó del antebrazo con fuerza y la detuvo antes de que desapareciera de su vista.
—¿Qué dice King? —exigió saber el amo.
Sharon fijó su mirada color caramelo en los dedos que, como auténticas esposas, rodeaban su piel, y la quemaban con solo rozarla, como antaño. Como siempre había pasado entre ellos.
No la había tocado desde entonces. Nunca más lo hizo desde aquel día. Y, en aquella celda, en aquella mazmorra, era la primera vez que volvía a sentir su contacto.
—No dice nada —aseguró Sharon.
—Maldita sea. —Los ojos de Prince se oscurecieron y la desafiaron a responder—. ¿A qué se refiere con lo de Dominic?
Sharon sonrió con tristeza e inclinó la cabeza a un lado.
—No te importó cuando sucedió todo. No me escuchaste entonces e hiciste tus propias cábalas... Tampoco te importa ahora —se encogió de hombros—. Desatadlos y que se vayan —ordenó mirando a Sara.

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