Read Alice Online

Authors: Milena Agus

Tags: #Romántico

Alice (12 page)

—¡Ah, qué buena eres! ¡Qué bonita novela! Pero para vengarme de verdad tendrás que escribir una historia que no es verdadera, pero que podría serlo.

—Sin duda: un poco de realidad y un poco de invención. Por lo demás, ¿no es eso la vida? ¿Qué sería de nosotros sin imaginación? ¿Cómo sería posible inventar de la nada?

—¡Ah, qué buena eres! Te lo pido por favor, escribe deprisa, que así me dará tiempo a leer esa preciosa novela tuya. Desde luego, las novelas las han inventado los hombres, como a lo mejor se han inventado también a Dios, pero son dos invenciones hermosísimas, ¿no te parece?

Segunda parte
Fin de la novela
Capítulo 1

Natascia no sabía cómo consolar a su madre. Pero ¿consolarla de qué? ¿De no estar más en el piso de arriba? Se habría consolado sola también esta vez y habría vuelto a meterse luego en otro lío. Pero ahora estaba enferma y Natascia temía que a su madre ya no le quedara tiempo de meterse en más líos. Lo decía tal cual y después se echaba a llorar.

Cuando oían el timbrazo tímido e indeciso de Johnson sénior no le abrían, y si Natascia estaba en casa y él insistía, ella se ponía detrás de la puerta y le decía: «¡Váyase! No vuelva más. ¡Déjenos en paz, por favor!».

Un día yo estaba sentada en la cama de Anna. Llamaron a la puerta. El timbrazo era claramente de Giovannino y ella me dio permiso para que fuese a abrir. Y sí, era Giovannino, pero su abuelo estaba detrás. El niño subió corriendo al piso de arriba, yo me adelanté a Johnson sénior, entré en el dormitorio de Anna y conseguí decirle: «Quédate tranquila». Invité a Mr. Johnson a que se sentara, pero contestó algo que no entendí y que debió de ser algo así como: «No importa, me quedo de pie», y no pasó del umbral de la puerta. No se dijeron una palabra, ni ella ni él, se los veía pálidos, con cara de afligidos. Los dos estábamos lejos de la cama de Anna, yo me acerqué para arreglarle las almohadas y él se apresuró a ayudarme, aunque no había necesidad, sólo por hacer algo. Y como el silencio se estaba haciendo pesado, dije:

—¿Qué tal? Hacía mucho que no nos veíamos.

—Todo bien, gracias. ¿Y vosotras?

—Ya lo ve. No hay motivos para estar alegres.

—Vendrán tiempos mejores. Estoy seguro.

—¿Su hijo y su nieto le han contado lo que pasó?

—Claro. Tampoco en el piso de arriba hay motivos para estar alegres.

—¿Su mujer se encuentra mal? Hace tiempo que no la vemos.

—Está muy bien, gracias. Pero ya no es mi mujer. Es mi ex mujer. Bueno, mi futura ex mujer.

Nos lo quedamos mirando con la boca abierta y él se acercó otra vez a Anna para arreglarle las almohadas.

Mi intención era dejarlos solos, pero Mr. Johnson se dirigió a Buckingham Palace y de ahí a la puerta de entrada para marcharse.

—Y su mujer, es decir, su futura ex mujer, ¿cómo se lo ha tomado? —le pregunté en la puerta.

—Ahora está contenta. Hacía tiempo que no era feliz conmigo. Yo no sabía que se pudiera ser tan infeliz con una persona sólo porque esa persona es infeliz con nosotros
and to be happy only if she’s happy
. Discúlpame, hoy me siento como un muchacho y hablo como entonces, en inglés, como hace cincuenta años. Mi querida pequeña, te deseo la inmensa felicidad que nos llega de la felicidad de alguien que es feliz con nosotros. Mi mujer me quería, pero llegó un momento en que le molestaba todo lo que yo hacía o decía. De mí le irritaba todo, mi forma de andar, de estar en la mesa, de ser distraído. Tonterías, dirás tú. Pero yo siempre tenía la impresión de que había llegado el momento de marcharse. Empecé a soñar con un pájaro negro, parecido a una cucaracha, alguien lo cogía con la mano para matarlo y él hacía crac. Pero volvía todas las noches y eso significaba que renacía todas las mañanas, para fastidiar. Yo era ese pájaro. Mientras tuve éxito mi mujer me lo perdonaba todo. Pero yo sabía que tarde o temprano eso se terminaría. Yo no era violinista. Era alguien que tocaba el violín. Y si tenía que terminar, pues que terminara enseguida. Y desaparecí de la circulación.

—Pero, Mr. Johnson, ¿entonces por qué aceptó tocar en el concierto?

—Podía hacerlo. Anna me habría querido igual aunque me hubiesen tirado tomates podridos.

—Puede estar seguro. Era muy feliz con usted. Estaba guapa, y ahora está enferma, flaca flaquísima y tiembla. ¿Sabe que tendrán que operarla del corazón?

—Me lo ha dicho mi hijo. Y si ella acepta, la llevaré a Estados Unidos. La operación es sencilla, pero está el problema de la edad, sesenta y cinco ya son años.

—¿Quién le ha dicho que tiene sesenta y cinco años?

—Mi hijo.

—¿Cuándo?

—Cuando se enteró.

Y se fue con ese movimiento de la cabeza, la inclinación imperceptible que hacen los músicos cuando termina el concierto.

Al día siguiente volvió, armado de maleta y violín, y me resultó de lo más raro asistir a esa escena, era como contemplar el sol radiante en el cielo azul, pero en un cementerio.

—¡No era mi destino! —exclamó Anna y le tendió los brazos.

—Si me aceptas —dijo el señor de arriba, corriendo hacia ella para dejarse abrazar—, aquí me tienes. Sin nada. Con mi violín. Me vengo a vivir contigo, aquí, al piso de abajo.

—Te quiero aunque no tengas nada. Nosotros somos más importantes que las cosas. Pero la verdad es que me da pena por tu mujer. Y me da pena por ti, que tienes que dejar tus cosas bonitas y cómodas.

—Mis cosas bonitas y cómodas siempre me han parecido inmerecidas. La rica es mi mujer. Todo es de ella. Yo me las gané por un malentendido. Ella amó a un violinista y yo era alguien que tocaba el violín. Siempre seré alguien que toca el violín, feliz de tocarlo. Entonces ¿me puedo quedar? Para tamborilear melodías con los dedos, todos los alféizares sirven.

—Fíjate qué fea estoy. Se me han resecado los pechos. Mira qué ojeras tan oscuras, si parece que tuviera los ojos embadurnados de maquillaje.

—Pero ¿qué dices? ¿De qué pechos resecos me hablas? ¿De qué ojos embadurnados?
You are lovely
. Como siempre.

Capítulo 2

De manera que ahora, en el piso de abajo, también vivía el señor de arriba.

Se acercaba el verano y esperábamos la operación de Anna, en otoño, con el fresco. Mientras tanto hacíamos planes para ver cómo reorganizar la casa para el nuevo huésped.

Un día Johnson júnior me dijo:

—La pediatra me ha preguntado si mi hijo sólo me tiene a mí, es decir, si, en el caso de que yo llegara a faltar, porque lo cierto es que no soy un padre jovencito, habría alguien joven dispuesto a hacerse cargo de él. No se me ocurría nadie. Pero después pensé en ti. Si llegara el caso, ¿aceptarías ser su tutora?

—Pero prométeme que no te morirás.

—Te lo prometo. Soy duro de pelar. Con la de palizas que he recibido no debería tener un solo hueso entero. Y aquí me tienes.

—¿Quién te pegó?

—Mis compañeros en las escuelas públicas, privadas, en el colegio, en Italia, en Estados Unidos, en Francia.

—¿Y por qué?

—¿Dónde vives, Calamidad? Porque soy gay.

—¿Cómo lo sabían?

—Se daban cuenta. Todos se dan cuenta, menos tú, Alicia en el país de las maravillas.

—Y tú, ¿por qué no me dijiste que eras gay?

—Porque yo soy siempre yo, sea gay o no. Nadie más que yo. Si no me llamara Johnson pero, fíjate bien lo que te digo, siguiera siendo yo, ¿no sería el mismo? Y si, siempre siendo yo, hubiese nacido en cualquier parte y no en Estados Unidos, ¿acaso no seguiría siendo yo? La cuestión es que cuando saben que eres gay es como si no les hiciera falta saber nada más de ti, como pasa en el registro civil cuando das tu nombre, apellido, fecha y lugar de nacimiento, que te expiden el documento sin mirarte siquiera.

—Quizá tengas razón. Pero cuando te pegaban, ¿ganabas?

—Ganaba siempre. No con las manos, con la cabeza.

—¡Eres un mito, Johnson júnior, gay o no, americano o no, Johnson o no!

Mrs. Johnson volvió a llamar al timbre de casa. Preguntaba si molestaba y si podía sentarse a charlar y por qué no nos tuteábamos, pero a mí no me salía tutearla.

—Estoy preocupada por Giovannino —me decía—, no se defiende.

—Si no le hacen nada malo, ¿de qué debe defenderse?

—Dice que a él no le hacen nada, pero que a los demás niños sí. Y entonces yo le pregunto: «¿Cómo es que a los demás sí y a ti no?». Y me contesta: «No sé». Me tiene preocupada, no puede ser verdad, el problema es que él no se da cuenta. Tengo miedo de que sepan cómo es su padre, a lo mejor los niños no lo saben, pero sus padres sí. Tengo miedo de que le den de lado. Sospecho que nunca le hacen nada malo por el simple hecho de que no lo consideran uno de ellos. Sé que mi hijo ha ido muchas veces a recogerlo al colegio con ese novio que tiene. Algo monstruoso.

Pero de las últimas reuniones con la maestra Mrs. Johnson regresó confundida. La maestra le dijo que Giovannino era un paladín de los débiles, que ella sentaba en el pupitre de su nieto a los niños más desarrapados, porque en Giovannino encontraban protección, porque Giovannino, al tener un alto concepto del mundo, apreciaba a todos y, cuando para defender debía atacar, después siempre estaba dispuesto a hacer las paces, a olvidar el feo incidente. Era un niño buenísimo, pero se notaba que lo había criado un hombre solo, y que tal vez había que tener cuidado de que con los años esas hermosas cualidades no se transformaran en machismo.

—¿Machismo? —repitió Mrs. Johnson casi riendo—. Cosa de locos.

Mrs. Johnson estaba confundida, confundida y con las ideas patas arriba.

De todas maneras, en otra ocasión en que el novio de su hijo estaba en Cagliari, insistió en invitarlo a cenar. Mrs. Johnson quiso preparar con la ayuda de su criada las mejores especialidades sardas, alguna receta típica como la sopa de pescado de Oristano, almejas
alla schiscionera, sebadas
[12]
.

Al día siguiente bajó al piso de abajo, por primera vez desde que Levi Johnson vivía allí. Se disculpó varias veces, se sentó al lado de Anna y se puso a hablar de la cena. Había hecho la compra en las tiendas de los indígenas. Mrs. Johnson clasificaba a los tenderos de aquí, de la Marina, en dos grupos: los indígenas, o sea los blancos, y los no indígenas, todos los demás, chinos, senegaleses, paquistaníes, indios, marroquíes, etcétera. Omar, el amigo de su hijo, porque no le salió decir «novio», parecía un buen muchacho, de París había traído
macarons fondants
y no habían hecho otra cosa que hablar de lo hermosa que es París. Pero había una cosa que no funcionaba, una cosa seria.

Después de abrirle la puerta, su marido se había ido a tocar el violín a otra habitación.

—¡Stéphane Grappelli!
I like New York in June
. ¿Le gusta? —le preguntó Mrs. Johnson a Anna.

—Bueno, no es que el jazz me guste mucho.

—Tiene que acostumbrarse. Después lo preferirá a cualquier otra música.

Y dirigiéndose a Levi, que había vuelto a entrar en el cuarto, Mrs. Johnson dijo:

—El amigo de nuestro hijo no es un diferente normal.

—¿En qué sentido? —preguntó Johnson sénior.

—En el sentido de que es palestino.

—¿Y entonces?

—Entonces ¿no será que simula querer a nuestro hijo y en cambio, como tu madre era judía y tú también eres de religión judía, quiere hacerlo saltar por los aires?

Johnson sénior estalló en carcajadas y no podía parar. Anna nunca lo había visto reír tan a gusto.

—No hay ningún motivo para reírse —le soltó su mujer—, fíjate que nuestro pobre Giovannino, un niño cristiano, cuando saluda a Omar, también le dice «
insha’Allah!
» y no «¡si Dios quiere!», y su padre le ha explicado que es lo mismo. El mismo Dios. Pero no es verdad. Es un Dios completamente diferente.

—Claro que es siempre el mismo Dios. El vuestro, el mío, el de Omar.

—A ti y a tu hijo todo os sirve para hacer caldo. Hasta Dios os sirve para hacer caldo.

—Esta preocupación tuya por la religión es una novedad. Nunca te había preocupado el hecho de que yo fuera judío.

—Los judíos son un caso aparte. Nadie tiene nada que objetar al hecho de que alguien sea judío.

—Claro, ahora nadie tiene nada que objetar.

—¿Qué insinúas, que en tiempos de tu madre te habría denunciado?

Capítulo 3

Natascia se preguntaba qué había visto Johnson sénior en una mujer como su madre para renunciar a todas las comodidades de su matrimonio, y qué había visto su madre en Johnson sénior para estropear por completo la estética de la única habitación bonita de su fea casa, trasladando allí la enorme cama, porque antes Natascia y su madre dormían en la misma habitación que ahora es sólo para la hija.

Yo también me lo había preguntado y también Johnson júnior, pero él había encontrado una respuesta.

—Imagínate que llega alguien de otro planeta —dijo—, y que no sabe nada de la Tierra, y que Annina es la primera terrícola con la que se encuentra. Estoy seguro de que el alienígena decidiría establecerse aquí para siempre porque pensaría: «Si todos son como Anna, éste es un lugar donde merece la pena establecerse». Mi madre y yo siempre sospechamos que papá era de otro planeta y que no se sentía a gusto en la Tierra, y ya ves, al final acabó conociendo a Annina.

—La conoció tarde —dije con pena.

—A lo mejor en su planeta calculan el tiempo de otra manera.

A Natascia le dije que recogiera sus cosas y que se viniera a vivir conmigo. Se puso contentísima, el único problema era que su novio no debía verme de ninguna de las maneras y por ello no debíamos invitarlo jamás a subir a casa.

Las cosas que se trajo Natascia me permitieron comprender hasta qué punto era pobre y cuánto llegaba a ahorrar. Le ponía jabón o esmalte a las carreras de las medias o bien se las metía un poco más dentro del zapato. Tenía un neceser floreado con productos de belleza que, seguramente, eran puro detergente, porque ¿cómo era posible que un gel de baño de medio litro costara dos euros?

Desde que Natascia se mudó conmigo, mi tía vino a verme con frecuencia. Seguro que estaba celosa de lo bien que me entendía con los vecinos. Decía que a ella, que desde la desgracia era mi tutora, ni siquiera la llamaba por teléfono y que cuando yo iba al pueblo a ver a mi madre no iba a visitarla, y que, si ella no se invitaba sola, podía esperar sentada. Y que ni siquiera me ponía demasiado contenta al verla, porque seguro que esperaba que se fuera para poder estar en compañía de esa que parecía mi nueva familia estrafalaria, en la que no se sabía quiénes eran los padres, quiénes las madres, de quién eran los hijos y cuáles eran las esposas.
Unu misciamoroddu
. Un berenjenal.
Su mundu a fundu in susu
. El mundo patas arriba.

Other books

The Nexus Ring by Maureen Bush
The Magic Wagon by Joe R. Lansdale
The Whisperer by Fiona McIntosh
David Bowie's Low by Hugo Wilcken
Tommy Thorn Marked by D. E. Kinney
Cait and the Devil by Annabel Joseph


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024