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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Relato

Al desnudo (21 page)

Pero envuelta en el encaje de un velo de novia, mi señorita Kathie siempre consigue convertirse en un futuro prometedor. Las luces de las cámaras resplandecen entre las flores y su calor marchita y chamusca las rosas y los lirios. Emitiendo un olor a humo dulzón.

Esta escena nupcial revela a Webb como un actor brillante, que coge a la señorita Kathie en brazos y la dobla hacia atrás, indefensa, mientras con los labios la desequilibra todavía más. Sus ojos de color castaño luminoso centellean. Su sonrisa fulgurante emite un resplandor lunar.

La señorita Kathie arroja su ramo a una audiencia entre la que se encuentran
Lucille Ball
,
Janet Gaynor
,
Cora Witherspoon
y
Marjorie Main
y
Marie Dressler
. Tiene lugar un forcejeo enloquecido entre
June Allyson, Joan Fontaine
y
Margaret O’Brien
. De la refriega emerge
Ann Rutherford
con las flores en la mano. Todos lanzamos arroz adquirido en
Ciro’s
.

Zasu Pitts
corta el pastel de bodas.
Mae Murray
se ocupa del libro de invitados.

En un momento tranquilo durante el cual la señorita Kathie ha salido a cambiarse el vestido de boda, yo me planto con sigilo al lado del novio. A modo de regalo de boda, le doy a Webb unas cuantas páginas impresas.

Mirando las páginas con los ojos castaños deslustrados, y leyendo las palabras
Esclavos del amor
que hay mecanografiadas en el margen superior, me dice:

—¿Esto qué es?

Yo le sacudo el arroz de los hombros de la chaqueta y le digo:

—No te hagas el tonto...

Esas páginas son de él, yo se las he robado de la maleta y ahora me estoy limitando a devolvérselas a su legítimo propietario. Y diciéndole esto, le recoloco la flor del ojal y le aliso las solapas.

Webb coge la primera página, le echa una ojeada y lee en voz alta:

—«Nadie sabrá nunca por qué
Katherine Kenton
se suicidó en una ocasión que se prometía tan feliz...».

Él me mira con los ojos de color castaño luminoso, luego vuelve a mirar la página y sigue leyendo.

ACTO 3, ESCENA 2

La voz de
Webster Carlton Westward III
sigue leyendo a modo de transición sonora: «...
Katherine Kenton
se suicidó en una ocasión que se prometía tan feliz».

La puesta en escena muestra a la sustituta de mi señorita Kathie en su camerino, entre bastidores, perfecta y difuminada como si estuviera filmada a través de un velo. La vemos sentada a su tocador, inclinada en dirección a su reflejo en el espejo, poniéndose las últimas manchas de sangre y cicatrices y costras de sangre reseca para la escena de la
batalla de Guadalcanal
que le toca a continuación. Oímos una voz que la llama desde el otro lado de la puerta cerrada del camerino:

—Dos minutos, señorita Kenton.

La voz en off continúa leyendo:

—«Hacía mucho tiempo que se rumoreaba que el
señor don Oliver «Red» Drake
se había quitado la vida, puesto que después de su muerte repentina se habían descubierto restos de cianuro. Aunque nunca se encontró ninguna nota de suicidio, y la investigación posterior no pudo llegar a ninguna conclusión, sí se informó de que Drake se encontraba muy bajo de ánimos, según la sirvienta de Katherine,
Hazie Coogan
...».

En la mesa de tocador de la señorita Kathie, entre los frascos de maquillaje teatral y los cepillos para el pelo, vemos una bolsita de papel; los costados de la bolsita han sido replegados para mostrar que contiene un surtido multicolor de
peladillas
. La esbelta mano de estrella de cine de la señorita Kathie se lleva las peladillas a la boca, primero una roja, luego una verde y por fin una blanca. Al mismo tiempo, sus ojos de color violeta permanecen clavados en su reflejo del espejo. Justo al lado de las almendras confitadas hay un frasco de cristal, llamativamente etiquetado como CIANURO. Alguien le ha quitado el tapón.

La voz en off de Webb sigue hablando:

—«Es probable que mi adorada Katherine tuviera miedo de perder la felicidad que tanto y durante tanto tiempo había luchado por alcanzar».

Vemos a la versión delgada e idealizada de la señorita Kathie ponerse de pie y ajustarse el uniforme militar, mientras examina su reflejo en el espejo del tocador.

La voz de Webster sigue leyendo:

—«Después de tantos años, mi amada Katherine acababa de recuperar el estrellato como protagonista de un éxito de
Broadway
. Había superado una década entera de adicción a las drogas y trastornos alimentarios. Y, lo que es más importante, había encontrado una satisfacción sexual que jamás habría podido ni siquiera soñar».

La sustituta de
Katherine Kenton
en la fantasía levanta un pintalabios, lo desenrosca hasta sacarlo del todo y lo acerca al espejo. Sobre el hermoso reflejo de sí misma, escribe: «El asombroso y enorme pene de Webster es el único placer de este mundo que voy a echar de menos», escribe: «Como dirían los franceses:
Auf Wiedersehen
». La versión fantástica de la señorita Kathie se seca una lágrima, se da la vuelta a toda prisa y sale del camerino.

Mientras el plano la sigue, la señorita Kathie camina a toda prisa por el laberinto de elementos escénicos, decorados sin usar y tramoyistas ociosos; la voz en off lee:

—«Según las declaraciones de la señorita Hazie, el
señor don Oliver «Red» Drake
había hablado a menudo en privado de quitarse la vida. Pese a la impresión general del público de que él y Katherine estaban profunda y entregadamente enamorados, la señorita Hazie declaró que se había cernido sobre él una depresión secreta y taciturna. Tal vez se trataba de la misma pena secreta que ahora estaba llevando a mi exquisita Katherine a comerse aquellos dulces envenenados cuando faltaban solo unos minutos para el final de la exitosa obra».

Sobre el escenario, las bombas japonesas acribillan los barcos de
Pearl Harbor
. Bajo la cascada retumbante de muerte explosiva, la esbelta señorita Kathie salta desde la derecha del escenario y da un brinco en la cubierta inclinada del
USS Arizona
. Ya se le ve la tez más pálida por debajo de su base de maquillaje.

Y oímos la voz en off de Webster, leyendo:

—«En el momento álgido de la carrera de la actriz más grande que ha existido, con el arcoíris de tonos rojos, verdes y blancos de aquellos dulces letales todavía tiñéndole los seductores labios...».

En el punto más elevado del malogrado acorazado, la versión idealizada de la señorita Kathie se pone firme y se cuadra ante su público.

—«En aquel momento, en lo que era clara e innegablemente un asesinato romántico de sí misma —continúa la voz en off—, mi queridísima Katherine, el mayor amor de mi vida, me tiró un beso, a mí, que estaba sentado en la sexta fila... y sucumbió.»

Sin dejar de cuadrarse, la figura se desploma y se hunde en el agua azul celeste tropical.

La voz de Webster lee:

—«Fin».

ACTO 3, ESCENA 3

Abrimos con el «pum» característico del tapón de corcho de una botella de champán y a continuación la imagen funde para mostrarnos a la señorita Kathie y a mí de pie en la cripta familiar. La espuma se derrama de la botella que ella tiene en la mano y salpica el suelo de piedra mientras la señorita Kathie se apresura a servir el espumoso en las dos copas polvorientas de champán que yo le sostengo. Aquí, en las profundidades de piedra de debajo de la catedral donde ella se casó hace poco, la señorita Kathie coge una copa y la levanta para brindar por una urna nueva que ha aparecido en el nicho de piedra, junto a las urnas con las inscripciones
señor don Oliver «Red» Drake, Amoroso
y
Lotario
. Todos sus seres queridos que murieron ya hace tiempo.

La urna nueva de plata bruñida y reluciente tiene grabado el nombre de
Terrence Terry
al lado de la huella de un beso a pintalabios, idéntica a las demás huellas de besos, ya vetustas y tan resecas que se han puesto del color magenta de la sangre vieja y hasta casi negro en las urnas que ahora se ven herrumbrosas y sucias por el paso del tiempo.

La señorita Kathie levanta la copa para brindar por la nueva urna de plata y dice:


Bonne nuit
, Terrence. —Da un sorbo de champán y añade—: Que quiere decir
bon voyage
en italiano.

A nuestro alrededor unas cuantas velas parpadeantes iluminan la cripta fría y polvorienta, titilando en medio del caos de botellas de vino vacías. En las copas sucias de champán hay arañas muertas, cada una de ellas agarrotada como un puño huesudo. En los ceniceros abandonados hay colillas de cigarrillos manchadas de un largo historial de tonos de pintalabios, las colillas amarillentas y el pintalabios rojo descolorido hasta quedar de color rosa. Cenizas y polvo. El espejo de la cara verdadera de la señorita Kathie, lleno de las raspaduras y los arañazos de su pasado, yace tirado boca abajo entre los souvenirs y los sacrificios de todo lo demás que ella ha dejado atrás. Los frascos de pastillas medio llenos de
Tuinal
y
Dexamyl
. De
Nembutal, Seconal
y
Demerol
.

Apurando el champán y sirviéndose otra copa, la señorita Kathie dice:

—Creo que tenemos que plasmar esta ocasión, ¿no?

Se refiere a que yo ponga el espejo de pie mientras ella se planta en la X marcada a pintalabios en el suelo. A continuación la señorita Kathie me ofrece la mano izquierda con los dedos extendidos para que yo le saque el anillo con un diamante solitario de
Harry Winston
. Cuando su cara se alinea con el espejo, cuando los ojos le quedan perfectamente encajados entre las patas de gallo y los labios le quedan en el centro de los hoyos trazados con rayaduras y las mejillas hundidas, solo cuando ella está perfectamente superpuesta al registro de su pasado... entonces cojo el diamante y me pongo a dibujar.

La noche del estreno de
Rendición incondicional
, me cuenta, Terry la fue a visitar a su camerino antes del telón final. En medio del caos de telegramas y flores, es probable que Terry hurtara las
peladillas
. Había pasado a verla para desearle mucha suerte y sin saberlo se largó con los dulces envenenados, salvándole la vida a ella. Pobre Terrence. El mártir accidental.

Mientras la señorita Kathie se dedica a especular, yo clavo la punta del diamante en la superficie blanda del espejo y me pongo a trazar arrugas y líneas de preocupación nuevas en nuestro registro acumulativo.

Desde ese día, la señorita Kathie afirma haber registrado sin parar el equipaje de Webster. No podemos permitirnos que se nos pase por alto ningún otro plan de asesinato. Y así es como ha descubierto otro último capítulo, un séptimo borrador del final de
Esclavos del amor
.

—Parece ser que esta vez me pega un tiro un intruso —me explica— cuando yo lo sorprendo entrando a robar en mi casa.

Pero por fin ha conseguido urdir un contraataque: ella le ha mandado esta última versión del último capítulo a su abogado, sellada dentro de un sobre de papel manila, junto con instrucciones para que lo abra y lea el contenido si ella se encontrara con una muerte repentina y sospechosa. Después ha informado a Webster de su maniobra. Por supuesto, él ha negado vehementemente cualquier conspiración; ha protestado y ha clamado que él no ha escrito ese libro. Ha insistido en que él la ama sin más, y en que nunca ha tenido intención de hacerle ningún daño.

—Pero eso —me dice la señorita Kathie— es exactamente lo que yo ya me esperaba que dijera ese bellaco maligno.

Ahora, en caso de que la señorita Kathie se caiga debajo de un autobús o se bañe con un transistor eléctrico, o bien se lance a los osos pardos, se caiga desde un rascacielos, se enfunde la afilada daga de un asesino en el corazón o ingiera cianuro... ahora
Webster Carlton Westward III
jamás conseguirá publicar su terrible «birriografía». Sus abogados desvelarán su conjura en curso. En lugar de llegar a la lista de los libros más vendidos, adonde llegará Webster es a la silla eléctrica.

Y durante todo ese tiempo uso la punta del diamante para trazar en el espejo las canas nuevas que le han salido a la señorita Kathie. Doy golpecitos en el cristal para marcar las nuevas manchas de la vejez que le han ido saliendo.

—Eso debería protegerme —me dice la señorita Kathie— de los ladrones de casas homicidas.

La presión hace que el espejo se doble y se deforme, estirando y distorsionando el reflejo de mi señorita Kathie. El cristal se ve muy debilitado de tantas cicatrices y rayaduras que se entretejen en su superficie.

La señorita Kathie levanta su copa para brindar con champán con su yo reflejado y dice:

—Como castigo final a Webb, lo he obligado a casarse conmigo...

El aspirante a asesino se ha convertido ahora en su esclavo de amor residente a tiempo completo.

El prodigio de luminosos ojos castaños hará todo lo que ella le ordene: le recogerá la ropa de la tintorería, le hará de chófer, le fregará el cuarto de baño, le hará los recados, le lavará los platos, le dará masajes en los pies y le proporcionará cualquier placer oral-genital específico que la señorita Kathie juzgue necesario, hasta que la muerte los separe. Y más le vale que no sea la muerte de ella la que los separe, porque en ese caso lo más seguro es que Webster acabe detenido.

—Pero para guardarnos las espaldas... —dice, y estira el brazo para coger algo que hay sobre el nicho de piedra. Lo recoge de entre los frascos de píldoras abandonados y los cosméticos y anticonceptivos caducados, se lo guarda en la mano y se lo mete en el bolsillo del abrigo de piel—. Solo por si acaso...

Y se mete este nuevo objeto, teñido de rojo por el óxido y de azul por la grasa, en el bolsillo del abrigo.

Es un revólver.

ACTO 3, ESCENA 4

Pasamos por fundido a otro flashback. Vemos la oficina de casting que tiene la
Monogram Pictures
o bien los
Selig Studios
en
Gower Street
, esa calle que todo el mundo llama «Calle Miseria», o tal vez las viejas oficinas de la
Central de Casting
de
Sunset Boulevard
, donde una multitud de aspirantes a actrices se pasan el día deambulando con los dedos cruzados. Se trata de las chicas más guapas del mundo, las mismas que fueron elegidas
Miss Reina del Maíz Dulce
y
Princesa de la Flor del Cerezo
. Las antiguas poseedoras de los títulos de
Ángel del Carnaval de Invierno
y
Miss Cosecha Abundante del Mar
. Un panteón de diosas míticas encarnadas.
Miss Baile Acrobático
. Una hermosa migración, todas ansiosas de más fama y gloria. Y entre todas ellas, hay un par de chicas que llaman la atención de ustedes. Una de ellas tiene los ojos demasiado juntos, una nariz que hace que la barbilla se le vea pequeña por comparación y una cabeza que se le apoya directamente en el pecho sin un solo asomo de cuello entre ambas cosas.

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