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Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

Agentes del caos (4 page)

El férreo sistema de control de la Hegemonía estaba basado en tres elementos independientes: los Visores y Cápsulas, los Custodios humanos y el sistema de pases.

Todo Protegido debía portar siempre consigo sus documentos de identidad. Para poder viajar entre los planetas y sus lunas, debía tener un pase especial de viajero, adjunto a sus papeles, para el destino específico que fuera. Los pases de viajero se otorgaban por un período limitado, y sólo cuando la Hegemonía consideraba que había razones válidas para hacerlo. No existían pases permanentes ni válidos para todos los planetas y sus lunas, salvo para los funcionarios más importantes de la Hegemonía. Cada pase servía para un viaje de ida y vuelta entre dos lugares, a menos que fuera un pase de inmigrante. Ser aprehendido viajando sin el pase correspondiente era un delito que, al igual que todos los demás Actos No Permitidos, merecía la pena de muerte.

Johnson había viajado desde la Tierra a Fobos, la gran «estación especial natural» de Marte, con sus papeles a nombre de «Samuel Sklar», que incluían un pase de viajero Tierra-Fobos con una excursión autorizada a Deimos. Los papeles de «Vassily Thomas» eran los de un residente marciano y por lo tanto no incluían ningún pase de viajero.

De este modo, Johnson era «Thomas» en Marte y «Sklar» mientras viajaba, sin que hubiera una conexión detectable entre ambos.

El truco consistía en viajar de Fobos a Marte en forma clandestina, y volver del mismo modo.

Johnson había cambiado varias veces de dirección sobre el complejo de calzadas móviles para asegurarse de que no lo siguieran, y se encontraba en una cinta expreso, en el nivel cero, rumbo al perímetro de la bóveda y la compuerta número ocho.

A medida que se acercaba a los límites de la bóveda, Boris Johnson experimentaba aquella vieja y conocida sensación de encierro que lo asaltaba en cualquier lugar que no fuera la Tierra.

El problema de los Cuerpos Extraterrestres consistía en que las colonias eran islas controladas por la Hegemonía y rodeadas de un medio mortalmente hostil. Solamente en la Tierra los hombres podían sobrevivir sin la protección de un traje espacial o de una bóveda de vitrolux.

Todas las bóvedas eran obra de la Hegemonía y estaban planificadas y controladas hasta su última molécula de aire. Era una paradoja irónica: en el espacio, en los mundos fronterizos y sus satélites, donde todos los pensadores de la época preespacial habían imaginado la existencia de esta tradicional libertad de frontera; reinaba el control Hegemónico más absoluto. Sobre la Tierra, con sus miles de años de historia, sus áreas todavía deshabitadas, sus lugares secretos y olvidados, existía aún la posibilidad de eludir a los Visores de la Hegemonía. Pero las colonias eran su creación, y las enormes bóvedas de vitrolux que mantenían a raya a la muerte eran como acuarios para paces tropicales… o jaulas.

De este modo, cualquier refugio de la Liga Democrática, por precario que fuera, tenía que estar en la Tierra.

Johnson se encaminó hacía el borde de la calzada móvil, hasta la cinta de tres kilómetros por hora. Cuando llegó a la altura de la compuerta número ocho descendió de la calzada y caminó por la acera. La compuerta número ocho era poco usada. Había sido ideada originalmente como una salida para excursionistas marcianos, pero como la curiosidad era una característica desalentada —y como, de todos modos, había muy poco de interés en la superficie marciana para quien no fuera especialista— la compuerta estaba desatendida y dotada de una guardia mínima.

El solitario Custodio, apoyado contra la hilera de trajes espaciales frente a la puerta externa, tenía aspecto de estar muy, pero muy aburrido.

Johnson avanzó tranquilamente hacía el Custodio.

—Quisiera salir —dijo.

—¿Por qué? —gruñó el Custodio, aliviado al tener una oportunidad de mostrarse desagradable.

—Tengo ganas de dar una vuelta. Quizás encuentre la Ciudad Perdida de los Marcianos —dijo Johnson riendo. Lo de la Ciudad Perdida era una broma corriente en Marte, ya que la forma de vida más evolucionada que se podía encontrar en el planeta eran unos pequeños escuerzos de arena.

—Muy gracioso —dijo el Custodio—. Pero ocurre que en este preciso momento nadie puede salir de la bóveda.

—¿Ah, si? —dijo Johnson—. ¿Ocurre algo?

—¡Pregunta si ocurre algo! ¿Dónde estuvo? ¡La Hermandad de los Asesinos acaba de intentar asesinar al Coordinador!

—¿La Hermandad…? —dijo Johnson asombrado—. Pero sí…

Y cortó la frase justo a tiempo. ¡Ese Khustov era listo, no cabía duda! No había forma de negar que había habido un atentado —lo había presenciado todo Marte—, pero debían de haber suspendido la transmisión antes que se activara la bomba anunciadora. Era mucho mejor para la imagen de Khustov el haber escapado de un atentado de la Hermandad que tener que difundir la noticia de que había sido salvado por esa misma Hermandad de un complot de la Liga. Solamente los pocos cientos de Protegidos que habían presenciado el hecho sabían lo que había ocurrido en realidad; pero de poco valdrían sus testimonios aislados contra todo el peso de la propaganda masiva. El atentado de la Liga nunca habría tenido lugar para la mayoría de los Protegidos de la Hegemonía. ¡Maldito sea!

—¿Qué le ocurre…? —preguntó el Custodio, acariciando su pistola láser y mirando fijamente a Johnson.

Johnson pensó rápidamente. Si no volvía a Fobos pronto sería hombre muerto. Lo habían visto abandonar el Ministerio, y en cualquier momento este Custodio recibiría una llamada ordenándole detener a cualquiera con uniforme de Mantenimiento cuya descripción concordara con la de «Thomas»-Johnson. Si hacía eso, verificarían los papeles de identidad de Thomas. Los papeles eran perfectos, pero si los comparaban con el Custodio Maestro de Marte descubrirían que «Vassily Thomas» no existía; no había constancia ni de su nacimiento, ni de su educación ni de su trabajo. Johnson sabía que debía llegar a Fobos o moriría. Para ello tendría que sortear a este Custodio, sin demorar un instante.

—Debe de haber alguna conexión… —murmuró Johnson.

—¿Qué?

—Dije que debe de haber alguna conexión entre el intento de asesinato y el sabotaje a los trajes espaciales —concluyó.

—¿De qué está hablando? —gruñó el Custodio.

—Bueno; como usted tiene sus instrucciones, tendré que informarle —concedió Johnson a regañadientes—. Soy del equipo de Mantenimiento de Trajes Espaciales. Hace un par de días descubrimos tres trajes espaciales saboteados en la compuerta dos. Un trabajo bien hecho: unos orificios demasiado pequeños que no se notan hasta que uno está demasiado lejos de la bóveda como para volver con vida. Esa es la verdadera razón por la cual quería ir al exterior. Estamos verificando todos los trajes de la bóveda, pero es una tarea lenta y tenemos orden de no causar alarma. Sería un problema grave si los Protegidos descubriesen que alguien pudo hacer este sabotaje. Pero ya que no puedo salir, tendré que examinarlos aquí mismo. Espero que no se lo comente a nadie.

—¡No me enseñe a mí cómo mantener la seguridad! —rugió el Custodio—. Vamos, verifique los trajes.

Johnson se acercó al depósito de trajes y comenzó a revisarlos. Quitó el casco de uno de ellos y se lo puso.

—¡Pero esto es increíble! —exclamó de repente, lanzando un juramento.

—¿Qué sucede?

Johnson silbó, sacó la cabeza del casco por su cuello amplio.

—Hombre, no lo podría creer —dijo consternado—. ¡Es absolutamente increíble!

—¡Pero, hombre! ¿Qué encontró? —gritó el Custodio.

Johnson señaló el traje, atónito.

—Mire eso —chilló—. ¡Mírelo!

Murmurando, el Custodio se acercó e introdujo la cabeza en el casco. Entonces Johnson le asestó un golpe con el canto de la mano en la base del cráneo.

El Custodio lanzó un leve quejido y se desplomó en el suelo.

Rápidamente, Johnson se puso un traje, tomó la pistola láser del Custodio y llenó los demás trajes de agujeros.

Luego se detuvo y miró por largo rato al Custodio inconsciente. Sabía que lo más sensato sería matarlo, pero le repugnaba asesinar a un hombre indefenso, aun a un cerdo como ese, al cual no dudaría un instante en eliminar. Encogiéndose de hombros ante su propia debilidad, abrió la compuerta y salió al exterior.

Esperaba que el asalto al Custodio y el sabotaje de los trajes especiales fueran tomados como un mero acto de terrorismo cuando se descubriera; al menos hasta que el Custodio recobrara el conocimiento. Después de todo, esa compuerta daba solamente al desierto marciano. Todas las naves interplanetarias estaban controladas por la Hegemonía, de modo que por un buen tiempo no se darían cuenta de que ésa era una vía de escape de Marte.

Y más tarde no habría nada que vinculara el asunto con «Samuel Sklar», un hombre que jamás había puesto un pie en Marte.

Cualquiera que se hubiera topado con la pequeña nave oculta entre las enormes rocas rojas de óxido de hierro habría tenido dificultad en explicar la presencia de ella en la superficie marciana. La nave era de las que se usaban para viajar entre Fobos y Deimos, los pequeños satélites de Marte, y tenía muy poca potencia.

Boris Johnson se encaminó con dificultad hacia la nave, escalando las rocas en su pesado traje, y sintió que jadeaba cuando abrió la escotilla de la minúscula cabina. Había avanzado a campo traviesa con la mayor rapidez posible, maldiciendo la debilidad que le había impedido ganar más tiempo de haber matado al Custodio. Si deducían lo ocurrido antes de que pudiera despegar de Marte…

La Hegemonía se preocupaba en mantener la mayor cantidad posible de ilusiones de libertad. Junto a la creciente prosperidad, ayudaba a mantener tranquilos a los Protegidos. Deimos se conservaba como una especie de parque nacional, donde un hombre podía estar a solas con las estrellas en esa pequeña roca sin aire y sentirse libre.

Pero como todas las demás «libertades» de la Hegemonía, ésta era una mera ilusión. Los visitantes de Fobos podían alquilar pequeñas naves que ofrecían agencias privadas, las cuales tenían combustible para ir a Deimos y volver, nada más. En la nave, el hombre podría sentir que el vasto universo era suyo y que podía explorarlo, pero la cruda realidad era que solamente podía ir a Deimos y volver.

De este modo, la Hegemonía se sentía perfectamente segura permitiendo que los Protegidos hicieran turismo espacial: Deimos era una roca deshabitada y sin aire, y las naves llevaban aire suficiente sólo para dos días. «Samuel Sklar» había alquilado una de esas naves en Fobos, en la agencia «Fobos Phil», una de las más pequeñas. Oficialmente, Sklar estaba en Deimos —una coartada perfecta—, y «Fobos Phil» era miembro de la Liga…

Johnson se introdujo por la escotilla en la diminuta cabina. La nave era simple y barata: una cabina individual que se cerraba herméticamente —pero que carecía de compuerta, ya que la pérdida de aire resultante de su contacto directo con el espacio exterior sería mínima—, con unos cohetes propulsores situados debajo de la cabina y cubiertos por una lámina de metal.

Pero Fobos Phil había efectuado algunos cambios en esta nave en particular. Su apariencia exterior era la de un vulgar crucero a Deimos, pero debajo de la lámina de metal se ocultaban motores mucho más poderosos que los autorizados para una nave de ese tipo. Lo suficientemente poderosos y con bastante combustible para aterrizar en Marte y regresar a Fobos…

Johnson se acomodó en el asiento del piloto y desconectó el medidor. Las naves se alquilaban por kilómetro y el recorrido total aparecía en el medidor, otra manera que tenía la Hegemonía de asegurarse de que no se hicieran viajes sin autorización.

Johnson oprimió el botón N.° 3 de la minicomputadora de la nave. «Tres» era la trayectoria de emergencia a Deimos: aceleración máxima durante toda la trayectoria.

Se preparó para el despegue y el arduo viaje. Su idea era llegar a Deimos, donde la nave debía estar en el menor tiempo posible para reducir al mínimo las posibilidades de ser descubierto.

Los propulsores arrancaron con un rugido ensordecedor y aplastaron a Johnson en su asiento. Tendría que aguantar seis gravedades durante todo el recorrido a Deimos, sin dispositivos antigravitacionales, pero la peor parte del viaje sería no saber si viviría o no hasta llegar a Deimos. Si una nave Hegemónica lo avistaba en esa trayectoria prohibida, lo fulminaría sin previo aviso…

Con la aceleración nublándole la vista, Johnson tuvo su primer momento de repaso desde el atentado. No estaba aliviado pues sentía sobre él todo el peso del fracaso, peor que las seis gravedades de aceleración. El resultado había sido desastroso, una pérdida total. No sólo Khustov estaba a salvo, sino que la Liga Democrática ni siquiera aparecía implicada en el intento de asesinarlo. Adjudicar el operativo a la Hermandad había puesto el asunto más allá del dominio Hegemónico, pues la actitud de la mayoría de los Protegidos hacia la Hermandad era la misma que tenía hacia el destino o la enfermedad mental. Sus acciones parecían obra de fanáticos religiosos, quienes, según se rumoreaba, seguían los mandamientos de un libro místico de antiguas supersticiones, que recibía nombres tan diversos como
La Biblia
,
El Corán
o
La Teoría de la Entropía Social
.

Nadie conocía el contenido de ese libro; pero, fuera cual fuera, era algo surgido directamente del Milenio de la Religión, y los dementes que lo adoraban debían ser considerados como una peste natural, al igual que las víctimas de otras enfermedades mentales que subsistían.

Todo esto hacía que fuera muy conveniente para el Consejo acusar a la Hermandad de los Asesinos de realizar los atentados que en realidad perpetraba la Liga, pues de ese modo aparecían como la obra de fanáticos dementes…

Johnson esforzó la vista para leer el cronómetro. Faltaban solamente un minuto o dos para llegar a Deimos…

«Quizás logre llegar, después de todo…», pensó; «aunque no se de qué servirá…». La pura verdad era que la Liga estaba en un callejón sin salida. Sus miembros, que nunca habían sido muy numerosos, eran menos cada día, y el control de la Hegemonía era cada vez más estricto. Más y más lugares se equipaban con Visores y Cápsulas. Los Protegidos se volvían cada vez más bovinos y satisfechos con su suerte a medida que el nivel de vida subía y el castigo a los Actos No Permitidos se tornaba más seguro.

Ahora, la Hermandad parecía estar ayudando a la Hegemonía, aunque esto pasara inadvertido para la mayoría…

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