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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (47 page)

Los brujetos habían salido todos para asistir a la boda, vestidos con su ropa humilde. No eran tan numerosos como en otros tiempos, pero aún había los suficientes para formar una nutrida concurrencia. Cuando Patience llegó, se levantaron y la aclamaron. La muchacha no acusó recibo de los vítores y felicitaciones.

Ante el altar aguardaba Simon Arkeley. Todavía llevaba una venda elástica en una muñeca. Cuando Malvern lo había lanzado contra un árbol en aquella noche funesta, debería haber muerto. Se le habían roto la mayor parte de los huesos del cuerpo, se le había perforado un pulmón y aplastado la vesícula biliar. Patience lo había cuidado hasta que se había recobrado, se había quedado noche y día con él en el hospital, y luego se lo había llevado a la casa de la cresta para que pasara la convalecencia cuando se le agotó la cobertura del seguro de salud. Al principio, él había rechazado la presencia de ella, se ponía de los nervios cada vez que la veía y revivía los acontecimientos de aquellos días.

Ella había comenzado a curarle el alma, además del cuerpo. Y llegó un momento en que él se volvió bastante dependiente de ella. Tal vez no era la mejor manera de empezar una relación.

Pero cuando la vio avanzar hacia el altar donde la esperaba, lloró. Grandes lagrimones sensibleros. Era una de las cosas más dulces que Laura Caxton había visto en su vida, y sintió que una lágrima saltaba de uno de sus propios ojos y le caía por la mejilla.

Los anillos que intercambió la feliz pareja eran viejos, de oro deslucido. Laura los había visto antes, en los dedos de Vesta Polder. La chaqueta del esmoquin que llevaba Simon no le quedaba bien, porque tenía los hombros demasiado anchos y las mangas demasiado cortas. Había pertenecido a Jameson Arkeley, aunque Laura aún no podía creer que Jameson lo hubiese llevado alguna vez.

La ceremonia fue breve y formal, oficiada por uno de los brujetos.

—En el nombre de la tierra —dijo, cuando los votos fueron aceptados—, del sol y de las estrellas, yo os declaro marido y mujer.

No se besaron. Eso no habría sido decoroso. Sin embargo, mientras se encaminaban hacia la casa, todos se pusieron a provocarlos y hacer bromas ordinarias sobre qué se pondrían a hacer cuando estuvieran con la puerta cerrada.

No era más que la manera de ser de los brujetos, supuso Laura.

Cuando concluyó su papel en la ceremonia, se encaminó hacia las hileras de sillas y encontró a Clara, que la esperaba. Se había puesto un precioso vestido sin mangas de los años cincuenta, del color de la hierba en primavera. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto, y se secaba con toquecitos de un pañuelo de papel para que no se le corriera el maquillaje.

—Todavía no entiendo esto de «sin banquete» —dijo Clara, que se levantó de un salto de la silla—. ¿Quieres decir que no comeremos pastel?

—No. No son muy aficionados a las ocasiones especiales. La semana que viene hay una gran cena comunitaria, si quieres volver, pero no será para celebrar la boda. Lo hacen una vez al mes, el día de la luna llena.

—Sin ánimo de ofender, pero no creo que quiera volver a este sitio tan pronto —dijo Clara. Desvió la mirada hacia la otra cresta, en dirección al lugar en que había estado la cueva. Había sido sellada para siempre, con el cuerpo de Malvern aún dentro. Nadie, ni siquiera los policías, habían querido tocar aquella cosa, así que simplemente la habían dejado que se pudriera allí.

—Créeme, te entiendo —dijo Laura.

—¡Pero no habrá baile! —dijo Clara, para cambiar de tema—. ¡Cómo se puede celebrar una boda sin baile!

—Ah, es que ellos nunca bailan. Eso sería poco recatado, o algo parecido. Salvo cuando se desnudan y bailan en el bosque. Pero eso es diferente. Es religioso.

—Ajá. —Clara se encogió de hombros y dio media vuelta para marcharse—. Vale. Hay un largo camino hasta Harrisburg, y pronto oscurecerá.

Laura asintió. Entonces se detuvo y asió a Clara por un brazo. Tenía que decirle algo.

La otra mujer se volvió y la miró con ojos expectantes.

—Te amo —dijo Laura.

—Es lo que deberías hacer —replicó Clara.

Laura sonrió. Esa vez, pensó, Clara sólo bromeaba. Había habido una época en la que lo habría dicho en serio. Pero el tiempo tenía un efecto curioso sobre la gente. Y, sin ningún lugar a dudas, había tenido un efecto sobre ella.

—Hay un lugar en Mechanicsburg —dijo—, donde todos los viernes celebran una noche de música de los ochenta.

—Hoy es viernes —señaló Clara.

—Y también sirven buenos Margaritas.

—Vaya —dijo Clara—, creo que tenemos una cita.

Riendo, se encaminaron hacia el coche. Por suerte no era el viejo Miata, que había quedado para chatarra años antes. En esos días llevaban un Prius. Condujo Clara en dirección norte. Hacia sus vidas. El sol se puso mientras conducía, pero no había razón ninguna para tener miedo de la oscuridad.

Agradecimientos

Esto va a quedar un poco sensiblero. Quedáis avisados.

Cuando empecé a trabajar en
13 balas
, iba a ser un relato corto de cuatro mil palabras. Acababa de leer un libro poco memorable sobre vampiros que se enamoraban de mujeres humanas porque eran… no sé, especiales, o algo parecido. Arrojé el libro al otro lado de la habitación y dije: «Drácula le patearía el culo a este tipo. Y luego se comería a su novia como postre.» Me senté a escribir una escena rápida de lucha, presentando al vampiro más horrible y brutal que se me ocurrió. Laura Caxton y Justinia Malvern surgieron más tarde. Al principio estaba sólo Arkeley sentado dentro de un coche, deseando estar preparado para lo que se avecinaba. Y sabiendo que no lo estaba. Yo tampoco estaba preparado.
Zombie Island
ni siquiera había sido publicada en aquel momento. Era un escritor profesional, pero aún no había visto publicado uno de mis libros; y no podía predecir qué me reservaba el futuro.

Cinco libros más tarde, aquí estamos. Ha sido todo un viajecito.

Ojalá tuviera espacio suficiente para darles las gracias a todas las personas que me ayudaron a lo largo del camino. Eso requeriría un libro por separado. Por tanto, si no veis vuestro nombre escrito aquí, no penséis que me he olvidado de vosotros. Comencemos por el principio con Alex Lencicki, que no se queda a medias tintas. El tipo, él solito, me llevó a un lugar en el que pude hacer esto. Luego apareció Byrd Leavell y se aseguró de que esto no fuese una simple trilogía. A Jason Pinter le encantó la primera novela. Creyó en ella, con una fe pura. Carrie Thornton tomó las riendas y con su bolígrafo rojo me enseñó más sobre el oficio de escritor que todos los talleres a los que he asistido jamás. Jay Sones vendió cantidades ingentes de estas novelas durante años, aunque continuó siendo uno de los tipos más majos que he conocido. Russell Galen (sobre quien poco necesita decirse, escritores mucho mejores que yo le deben su éxito), me ayudó a pagar el alquiler y comprar nuevos portátiles a medida que yo acababa con los anteriores. Y Julia Pavia nos trajo a casa. Todos ellos son gente con verdadera clase.

Luego está el pequeño ejército de correctores, editores, gente de marketing, los de publicidad, los comerciales (algunas de las personas más importantes y más criminalmente desatendidas del negocio), los libreros (los de las cadenas y los independientes, Del Howison es un héroe sacado de una época mítica), los diseñadores de cubiertas, los diseñadores publicitarios, los blogeros, los críticos (Curt Purcell, del
The Groovy Age of Horror
, estoy pensando en ti), los críticos de Amazon, los que hacen los eBooks, los artistas que ponen su voz a los libros hablados, toda la gente que monta los libros, que los imprime, que los vende, todas las personas que simplemente aman los libros, que los quieren tanto que aceptan las frustraciones, los desalientos, las profecías fatalistas, los grandes fracasos y los pequeños triunfos. Cada persona que alguna vez haya trabajado en la creación del libro que tienes en las manos (o en el Kindle, o en cualquier cosa en la que estés leyendo esto), merece mi más absoluto y sincero agradecimiento.

Y luego estás tú. Este libro está dedicado a ti, la persona que lo ha leído. La persona que ha leído las cinco novelas y me ha hecho saber que los había disfrutado, o me ha dicho que me equivoco con las armas de fuego, o me ha preguntado cuándo iba a publicarse el siguiente. La persona que los ha leído y se los ha recomendado a sus amigos, o que los ha leído con la familia, o que simplemente, ya sabes, los ha disfrutado. Los escribí para entretenerte. Tal vez también para asustarte un poco. ¿Qué tal me ha salido? Tú, amigo mío, me has dado la posibilidad de hacer lo que me encanta. Me has mantenido en marcha durante un divorcio, problemas de salud, problemas económicos, crisis familiares y miedos existenciales. Porque yo sabía que estabas ahí fuera, esperando la siguiente novela, y ése era el único incentivo que necesitaba para continuar adelante. Para volver a escribir.

Gracias. No puedo repetirlo bastante. Gracias.

Sinceramente,

David Wellington

Nueva York, 2011

DAVID WELLINGTON es un autor estadounidense que nació en Pittsburgh, Pennsylvania, en 1971. Aficionado desde joven a las películas de George Romero y a todo tipo de literatura de terror, desde Stephen King hasta Edgar Alan Poe, se ha convertido en creador de historias apocalípticas sobre zombies y vampiros. Estudió en la Universidad de Syracuse donde se especializó en escritura creativa, y también tiene un máster en Biblioteconomía por el Instituto Pratt, lo que le llevó a un puesto de trabajo como archivista para las Naciones Unidas en Nueva York. Comenzó a hacerse conocido publicando de manera seriada por internet, obteniendo una gran aceptación de crítica y de lectores y convirtiéndose en un fenómeno de culto, lo que le llevó a publicar su serie en papel (la trilogía zombie de Monster Island, Monster Nation y Monster Planet); sistema que ha mantenido también para sus novelas posteriores.

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