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Authors: Patrick Dunne

Tags: #Intriga

Villancico por los muertos (37 page)

BOOK: Villancico por los muertos
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—Pues entonces déjalo, por amor de Dios.

—No. Voy a hacer algo mejor. Estoy confirmando paso a paso lo que nos has revelado. Mira…

Sacó el periódico para que pudiera leer los titulares: «LA POLICÍA INVESTIGA LA RELACIÓN DEL MINISTRO CON EL HOTELERO ASESINADO».

—¿Ves lo que quiero decir? Esto lleva su tiempo. Primero empezaremos con una visita a la casa de Traynor esta mañana. Luego hablaremos con el ministro. Y, dependiendo de cómo nos vaya, puede que llamemos a las buenas monjitas después.

—Si es que siguen allí. Han vendido el convento.

—Seguramente acordaron con Traynor una fecha para irse. No creo que fuera antes de Año Nuevo. Pero haré que alguien las llame.

Cuando Gallagher se fue, telefoneé a Peggy para decirle que me encontraría con ellos en el Old Mill para la comida de Navidad de la empresa. No quise relatarle lo que me había pasado ni por qué no estaba en la oficina; tampoco se lo había contado a mi madre.

Subí al dormitorio. Me tumbé vestida sobre la cama, apoyé la cabeza sobre la cómoda almohada y traté de pensar, sin distracciones ni detalles irrelevantes que entretuvieran mi mente. Para no desviarme de mi objetivo, recordé la máxima de Gallagher: «Mezclar partes de verdad con hechos no comprobados no forma parte de mi labor». Seguro.

La hermana Gabriela…

Me quedé dormida con las palabras de Gallagher todavía resonando en mi cabeza y me desperté con su voz en mi oído. Sin ser consciente de haber escuchado el teléfono, había logrado cogerlo.

—¿Qué…? —no le estaba entendiendo en absoluto—. ¡Repítelo!

—He dicho que acabamos de salir de casa de Traynor. Deberías haber visto lo que tiene acumulado, no sólo en el garaje sino también en las dependencias exteriores. Todo tipo de antigüedades. Algunas son chatarra verdaderamente vieja…

—¿Chatarra? —observé la hora en el despertador junto a la cama. Eran las 11.34. Me había quedado dormida casi una hora.

—Hay muchos ornamentos de iglesias que, según su mujer, fueron adquiridos junto con la abadía. Parece como si todo el lugar hubiera sido devastado —reclinatorios, bancos, barandillas de altar, candelabros, cálices, todo lo imaginable. Aunque creo que el material que más te va a interesar es el del garaje…

Balanceé mis piernas fuera de la cama y me senté en el borde.

—¿Estás ahí?

—Aquí sigo; continúa.

—Empezaré por algunos objetos que hemos encontrado en una caja de cartón en el suelo. Una ganga de recipiente, como dirías. Sin etiquetas por ninguna parte, sólo un montón de metal oxidado. Espadas, balas, uno de esos arpones con un agujero por detrás que encajaba en un palo largo…, una lanza, eso es. Y… —podía oír el ruido metálico mientras cogía algo de la caja— algo parecido a un mecanismo de disparo, como la llave de chispa de un mosquetón o una pistola. ¿Qué valor puede tener esto?

—Es difícil de saber. Desde el punto de vista arqueológico, son virtualmente inútiles si no se conoce dónde o cuándo fueron encontrados. Ésa es la causa de que exista una ley contra el uso de detectores metálicos sin homologar, y de por qué es ilegal no comunicar cualquier descubrimiento histórico.

—De acuerdo. Ahora, continuando, llegamos a las estanterías donde los objetos están bien colocados y etiquetados… Por ejemplo, hay un cuchillo con la hoja rota, tiene una etiqueta atada que dice «Tesoro vikingo de Bettystown». Viéndolo de cerca, observo que tiene piedras incrustadas. Y hay otras cosas junto a él, brazaletes, broches y algo parecido a lingotes de plata maciza.

—Eso es exactamente lo que son. Cambiando de tema, ¿recuerdas esa historia?

—Vagamente.

—El tesoro fue encontrado el año pasado por buscadores furtivos de tesoros, pero para cuando fueron detenidos y juzgados ya habían vendido una gran parte de los objetos, alguno de los cuales me estás describiendo ahora.

No me extraña que Traynor hubiera necesitado a Muriel Blunden para que hiciera la vista gorda sobre sus actividades. Aunque sólo fuera un coleccionista de objetos y no un vendedor de artículos robados, iba contra la ley tenerlos en su poder.

—¿Qué más puedes ver, Matt?

—Una cabeza de piedra de un caballero etiquetada como «Cruzado». Parece como si hubiera estado incrustada en un muro. Apoyada contra las estanterías hay también una losa de piedra —debe de medir casi dos metros—, con una escultura de lo que parece ser un obispo, en la parte superior. Hay también una cruz celta completa en una de las esquinas de allí…

Era repugnante. Traynor no sólo había estado recibiendo y probablemente vendiendo «artefactos» arqueológicos; además patrocinaba la destrucción y el robo de monumentos históricos.

—Espera un momento… —pude oír a alguien hablando con Gallagher, comentándole algo ininteligible, y como papeles crujiendo cerca del teléfono; al cabo de unos segundos volvió a ponerse—. ¿Recuerdas el cuaderno que te describí con los dibujos? Hicimos varias copias antes de mandarlo a analizar. Hemos reconocido ya algunas cosas. Ken acaba de traer las fotocopias del coche para poder compararlas con lo que estamos viendo… Un segundo… —más ruido de papeles—. Sí, como te decía. Por ejemplo, hay un pequeño dibujo aquí de lo que parece un escudo con una cinta debajo y resulta que en la estantería hay un gran trozo de roca exactamente igual. Es un escudo de armas. Todavía tiene restos de pintura. Tiene lo que yo diría es un dragón de espaldas, con una espada, en realidad una cruz, clavada en su vientre, y un emblema dentro de la cinta…
«La croix du dragon est…»
No consigo leer más…

—¿La dolor de déduit?

—¡Justo, eso es! ¿Qué significa?

—La cruz del dragón es el placer del dolor.

—¿Cómo has dicho?

—Es el lema de la orden de santa Margarita, tiene que ver con las consecuencias de la lujuria. Lo que estás mirando debió de pertenecer al interior de la abadía, quizá al capitel de una columna, o a un friso. ¿Alguna otra cosa de interés del cuaderno de Traynor?

—Sí. Hay un objeto en concreto que no podemos encontrar y necesitamos, porque la última entrada del cuaderno se refiere a él. Está dibujado justo debajo del escudo. Pero yo diría que su autor es distinto al de los otros, menos fino. Es un tosco boceto en bolígrafo Bic. Un círculo, podría ser una moneda o algún tipo de medallón, es difícil de saber con este tamaño. Hay una figura humana dentro de él, sin forma, como el dibujo de palotes de un niño. Y a su lado hay unas palabras. Parece que las escribió Traynor. «Ricitos de oro». ¿Alguna idea de qué pueda ser?

—No, pero no es muy descabellado pensar que se trata del retrato de una mujer. E imagino que estará realizado en oro.

—Muy interesante, porque sólo hay una anotación más en la página, y hemos reconocido la letra de Brendan O’Hagan. Está escrita junto a una línea que sale del medallón con el escudo de la orden, y dice: «Te pillé».

Capítulo 28

Como Finian había llevado a Fran a la iglesia en su coche la noche anterior, ella pudo volver a su casa trayéndose mi coche; por eso, después del
tour
telefónico de Gallagher por el garaje de Traynor, regresé a la mía para ducharme y cambiarme antes de la comida con los de la oficina. Decidí llevar una sobria chaqueta y pantalón negros con una blusa blanca; nada de maquillaje ni bisutería. No pensaba ser la animadora de la fiesta; era simplemente el modo como me sentía, sobria. O quizá fuera sombría.

Mirándome en el espejo, vi que la piel de la sien se había agrietado un poco sin llegar a sangrarme. Me aseguré de taparla con el pelo; no quería que nadie me hiciera preguntas.

Keelan me saludó al entrar en el bar del Old Mill. Se había enfundado en la parte de arriba de un esmoquin que llevaba con una camisa de volantes y un fular amarillo con dibujos de cachemir.

—Estás muy elegante —me piropeó y susurró en mi oído con complicidad—: comprobarás que Peggy se ha vestido como un pastel de Navidad escarchado, mientras que Gayle ha mantenido su ropa de trabajo.

Gayle tenía una cerveza en la mano y estaba hablando con Peggy; llevaba jersey grueso, vaqueros y botas; por contra, Peggy vestía un traje rosa con miles de perlas falsas bordadas en él. El contraste entre las dos era cómico, pero aun así me pareció que el comentario de Keelan era malvado; lo atribuí al par de copas que se había tomado y a lo sensible que me encontraba.

Después del aperitivo nos sentamos a comer y la conversación giró inevitablemente sobre los sucesos que habían seguido al hallazgo de Monashee. Traté de mantenerme lo más fiel posible a los detalles científicos que poseíamos por el momento, los resultados del carbono 14, los análisis de polen, la identificación de las bayas del acebo, dándole a Keelan el mérito de haber obtenido la información botánica del EZP antes de lo previsto.

Cuando nos sirvieron el segundo plato, cambié de tema y hablé sobre mi reunión en Newgrange el día del solsticio, y lo que algunas personas comentaron entonces. Esto llevó a Gayle a mencionar que el Templo del Sol, en la ciudad inca de Machu Picchu, era un observatorio que en esta época del año se utilizaba para indicar la salida del sol, igual que Newgrange señalaba su regreso. Peggy le pidió que contara más cosas sobre su viaje mochilero a Perú, lo que hizo con todo detalle. Las mesas de nuestro alrededor empezaban a estar muy bulliciosas al haber terminado de comer y empezar con las copas. Keelan, que estaba sentado frente a mí, parecía cada vez más aburrido; observé cómo jugaba con una ramita de acebo que estaba metida en un vaso que adornaba la mesa.

Miré para otro lado y me concentré en la explicación de Gayle sobre su excursión. Entonces me invadió una extraña sensación, aquello que el día anterior no había conseguido recordar y que me pareció fuera de sitio surgió con nitidez en mi mente. Podía verlo, con claridad meridiana, era el
e-mail
de Keelan en la pantalla de mi ordenador.

«Con respecto a las muestras macro-botánicas, estoy seguro de que coincidirás conmigo en que lo más importante hasta el momento, por razones obvias, son las semillas que encontramos, que han resultado ser los frutos del
Ilex aquifolium…»

Todo se detuvo a mi alrededor. Mientras fingía escuchar la charla de Gayle, observé lo que Keelan hacía. El murmullo de las conversaciones de los demás se diluyó en la distancia al verle retorcer el acebo entre el índice y el pulgar.

Sin que los demás se dieran cuenta, le hice una seña.

—Sólo por cambiar un segundo de conversación, Keelan —dije nerviosa—, en tu mensaje de ayer decías que yo estaría de acuerdo en que las bayas del acebo eran muy significativas, por muchas razones. ¿A qué te referías, exactamente?

Se encogió de hombros.

—Imagino que porque deseabas que el cadáver fuera lo más antiguo posible. Las bayas de acebo puede que no tuvieran ninguna relación con la comida, pero eran utilizadas en los rituales druidas, lo que la convertiría en pre-cristiana, si no del Neolítico o quizá de la Edad del Hierro.

Era una respuesta convincente. No tenía duda de haber compartido con mi equipo mi esperanza de que el hallazgo fuera prehistórico. Aunque mi instinto me decía que había revelado en su
e-mail
más cosas de lo que debía, en relación con las bayas. Porque la razón de su importancia era que aparecieran en las bocas de las víctimas de los asesinatos —dato que sólo conocíamos Sherry, el equipo de Gallagher, el asesino y yo.

—Eh, me tengo que ir —soltó Keelan de repente, levantándose de la mesa—. Tengo que comprar un regalo para mi hermana.

Las otras le reprocharon que dejara la reunión, pero se consolaron cuando prometió volver más tarde para tomar una copa con nosotros. Se puso su chaquetón del ejército y sacó los guantes de uno de los bolsillos donde los había guardado. Ya había visto sus mitones con anterioridad, pero ahora eran distintos: los dedos estaban tapados.

¿Qué fue lo que dijo Sherry? «Como si el asesino tuviera sólo cuatro dedos… lo que a veces se llama “manos de mitón”…»

Esperé hasta que vi salir a Keelan por la puerta; entonces interrumpí la conversación de Gayle y Peggy.

—Gayle, esos guantes de Keelan, me encantaría conseguir un par para mí.

—Ah, ¿sus mitones? Son estupendos para nuestro trabajo, es verdad. Te mantienen las manos calientes, mientras trabajas con los dedos libres; y cuando has acabado puedes volver a ponerte la parte de arriba de los dedos y,
presto,
ya estás totalmente protegida del frío.

—Increíble. Oye, ¿recuerdas el viernes pasado, cuando estabais trabajando en el montón de tierra en el cobertizo? ¿Recuerdas a qué hora os fuisteis del hospital? Si mi memoria no me falla, dejé un mensaje en el móvil de Keelan poco después de las seis.

—Sobre las 6.20. Me acuerdo que estaba congelada.

—¿Tan tarde? Pensé que os habríais ido antes.

—Tendríamos que haberlo hecho, pero Keelan tuvo que irse a la ciudad a recoger algunas cosas y tardó siglos en volver.

—¿A qué hora se fue?

—Hum… Sobre las cinco. Sí, dijimos que estaríamos hasta esa hora.

Me relajé. El forense local había llamado a Sherry sobre las 16.45, cuando Traynor ya llevaba muerto una hora.

Entonces observé que Gayle se sonrojaba. Solía enrojecer fácilmente, eso lo sabía, pero esta vez eran varios tonos más intensos de lo normal.

—¿Hay algo que no me hayas contado, Gayle? —sugerí delicadamente.

—No quiero meter a nadie en un lío —contestó.

—Te entiendo. Pero esto es de vital importancia. Necesito saberlo.

—También se había ausentado antes —confesó.

—Ah, ¿te refieres a la hora de comer?

—No. Comimos juntos en la cafetería del hospital. Se fue sobre las tres, y regresó poco antes de que tú volvieras para ver cómo nos iba.

Se me secó la boca. Eso fue después de las cuatro. Keelan había estado fuera al menos una hora. Y esa hora coincidía con el momento en que Traynor fue asesinado.

—¿Dónde ha dicho Keelan que iba ahora?

—Ha ido a comprarle un regalo a su hermana —recordó Peggy.

—Pero luego vuelve para acompañarnos —añadió Gayle.

—Peggy, ¿puedo hablar contigo un minuto?

Nos levantamos y fuimos hasta una esquina.

—El día que me llamaron por lo del hallazgo de Newgrange, te pedí que hicieras algunas llamadas por mí…

—Sí. Déjame pensar. A Con Purcell para decirle que estabas de camino… A Keelan, para anular la reunión que tenías con él y a Gayle sobre la autopista… y, un poco más tarde, me pediste que volviera a llamar a Keelan para decirle que estuvieran en el hospital de Drogheda a primera hora de la mañana.

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