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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia-ficción

Viaje alucinante (31 page)

BOOK: Viaje alucinante
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–Así que podemos desminiaturizarnos, súbitamente, en cinco minutos, o incluso en un minuto, o incluso en mi próximo aliento.

–En teoría.

–¿Lo sabían todos? –Sus ojos recorrieron la nave–. Por supuesto que todos lo sabían. ¿Por qué no se me dijo?

Boranova explicó:

–Somos voluntarios, Albert. Trabajamos para la ciencia y para nuestra nación. Conocemos todos los peligros y los aceptamos. Usted ha sido incluido a la fuerza y no tiene la motivación que nos mueve. Parecía posible que si conocía todos los peligros, se negara a entrar voluntariamente en la nave pese a cualquier persuasión; metido en la nave a la fuerza, nos resultaría absolutamente inútil por causa del...

–Por causa del pánico, iba a decir. Tengo derecho a sentir pánico. Hay razón para temer.

Kaliinin lo interrumpió, con voz algo estridente:

–Ya va siendo hora de dejar de insistir en el miedo de Albert, Natalya. Fue él quien salió de la nave con un traje inadecuado. Fue él quien giró la nave arriesgando su vida, ¿dónde estaba entonces su miedo? Si lo sentía, se lo tragó y no permitió que le impidiera hacer lo que había que hacer.

–No obstante –cortó Dezhnev– era usted la que no dudaba en decir, antes, que todos los americanos eran cobardes.

–Entonces estaba equivocada. Hablaba injustamente y pido perdón a Albert.

Fue en este punto en que Morrison captó la expresión de Konev.

El hombre estaba retorcido en su asiento y lo miraba furioso. Morrison no alardeaba de ser un maestro en la lectura de expresiones faciales, pero esta vez comprendió con una mirada lo que atormentaba a Konev. Estaba celoso..., furiosa e impresionantemente celoso.

La nave continuó su lento avance por el capilar, en dirección al destino que había marcado Konev: el nódulo
sképtico.
Ya no dependía de la corriente, que era en verdad muy lenta. Los motores funcionaban, como adivinaba Morrison, de dos maneras diferentes. Primero, hacían que la nave se moviera firme y activamente, más que deslizarse pasivamente, y servían para amortiguar el efecto, ahora sorprendentemente pequeño, del movimiento browniano. Segundo, la nave alcanzaba los glóbulos rojos, uno tras otro.

En la mayoría de los casos los empujaba a un lado y los glóbulos rodaban hacia atrás, entre la nave y la pared. En ocasiones, un glóbulo rojo se interponía en el mismo centro y entonces era empujado hacia delante, por un tiempo, hasta que reventaba. Los restos quedaban atrás, dejando intacto el casco de la nave. Con, por lo menos, cinco millones de glóbulos en cada milímetro cúbico de sangre, no importaba la cantidad que fueran destruidos y Morrison había aprendido a no sufrir por la carnicería.

Pensaba deliberadamente en las células rojas, más que en la posibilidad de una desminiaturización espontánea. Sabía que no existía la posibilidad de estallar en el futuro inmediato e incluso, si así ocurriera, significaría simplemente un apagón. La muerte por fritura del cerebro ocurriría con tanta rapidez que sería inconcebible que la sintieran.

Poco antes, cuando casi se cocina en el propio torrente sanguíneo, todo había ocurrido muy lentamente. Se había
sentido
morir. Después de aquello, la muerte instantánea no era terrorífica.

De todos modos, prefería pensar en otras cosas.

¡Aquella mirada de Konev! ¿Qué bullía en su interior y lo desgarraba? Había abandonado a Sofía con la máxima crueldad, ¿pensaba realmente que la niña no era suya? La gente no necesita motivos para llegar a una conclusión emocional, y la sospecha de estar equivocado no le hacía sino aferrarse defensivamente, implacable, a su conclusión. Patológico. Piensen en Leontes, de los
Cuentos de Invierno;
Shakespeare siempre entendió bien esas cosas. Konev la apartaría y la odiaría por el daño que
él
le hacía a ella. La empujaría en brazos de otro hombre y la aborrecería por haberlo permitido..., y además, sentiría celos.

¿Y ella? ¿Se daba cuenta de sus celos y jugaba con ellos? ¿Se volvería deliberadamente hacia Morrison, un americano, para hacer trizas a Konev? Lavando tiernamente al americano con la toalla húmeda. Defendiéndolo a cada momento. Con Konev, por supuesto, testigo de todo.

Morrison apretó los labios. No le gustaba ser pelota de tenis, lanzada de uno a otro con la intención de producir el máximo dolor.

No era asunto suyo, después de todo, y no debía tomar partido por nadie. ¿Pero cómo podría mantenerse neutral? Sofía Kaliinin era una mujer atractiva que reaccionaba con dolor silencioso. Yuri Konev, era un bestia ceñudo que reaccionaba con odio hirviente y concentrado. No podía evitar que le gustara Sofía; ni que le disgustara Yuri.

Entonces descubrió a Boranova mirándolo gravemente y se preguntó si estaría interpretando mal su silencio y reflexión.

¿Sentía ella que podía estar pensando en la posibilidad de morir a causa de la miniaturización mientras él, valientemente, se esforzaba por no pensar en ello?

De pronto, Boranova le dijo:

–Albert, ninguno de nosotros es un temerario. Yo tengo un marido. Tengo un hijo. Quiero volver viva junto a ellos y me propongo devolverlos vivos a todos ustedes. Quiero que lo comprenda.

–Estoy seguro de que sus intenciones son buenas, pero ¿qué puede usted hacer contra una posibilidad de desminiaturización que es espontánea, imprevisible, imparable?

–Espontánea e imprevisible, sí, de acuerdo, ¿pero quién habló de imparable?

–¿Puede detenerla entonces?

–Puedo intentarlo. Cada uno, aquí, tiene su trabajo. Arkady maneja la nave. Sofía le da su trazado eléctrico. Usted va a estudiar las ondas cerebrales. En cuanto a mí, estoy sentada ahí y tomo las decisiones... Mi mayor decisión, hasta ahora, fue un error, lo confieso..., y vigilo el chorro de calor.

–¿El chorro de calor?

–Sí. Antes de que tenga lugar la desminiaturización, hay una pequeña devolución de calor, característica en su tipo. Es esta emisión de calor lo que es desestabilizante, lo que inclina la delicada balanza. Después de un breve retraso da comienzo el proceso de desminiaturización. Cuando esto ocurra, si soy lo bastante rápida, puedo intensificar el campo de miniaturización de tal forma que reabsorba el exceso de calor y restablezca la metastabilidad.

Morrison murmuró dubitativo:

–¿Y se ha hecho esto alguna vez...? ¿Se ha hecho realmente en condiciones de campo de miniaturización...? ¿O es pura teoría?

–Se ha hecho..., con menor intensidad de miniaturización, por supuesto. No obstante, estoy preparada para esto y mis reflejos se han agudizado. Espero que no me coja desprevenida.

–¿Fue la desminiaturización espontánea lo que dejó a Shapirov en estado de coma, Natalya?

Ella titubeó.

–Realmente, no sabemos si fue un desgraciado encuentro con las leyes de la Naturaleza o un error humano..., o ambas cosas. Puede haber sido una vacilación, ligeramente mayor que lo normal, del punto metastable del equilibrio, y nada más que eso.

No es algo que pueda analizar detalladamente con usted, porque no tiene los conocimientos básicos necesarios de la física y la matemática de la miniaturización, ni se me permitiría que le proporcionara estos conocimientos.

–Lo comprendo. Material clasificado. –En efecto.

–Natasha –interrumpió Dezhnev–, acabamos de llegar al nódulo
sképtico...,
o así lo asegura Yuri.

–Entonces, deténgase –ordenó Boranova.

Poder detenerse fue cuestión de un buen rato.

Morrison notó, con cierta sorpresa, que Dezhnev no parecía impresionado en absoluto. Comprobaba sus instrumentos pero no hacía el menor esfuerzo por controlar el movimiento de la nave.

Era Kaliinin la que ahora estaba profundamente involucrada. Morrison miró a su izquierda, estudiándola, mientras se inclinaba sobre su dispositivo, con el cabello cayéndole hacia delante, pero no demasiado como para entorpecerle la visión, con los ojos fijos, y sus dedos finos acariciando las teclas de su computadora. Los gráficos que aparecían en la pantalla no tenían el menor sentido para Morrison, naturalmente.

–Arkady –pidió–, adelántese un poco.

La débil corriente de los capilares apenas movía la nave. Dezhnev proporcionó un pequeño suministro de energía. (Morrison sintió que su cuerpo sin masa caía ligeramente hacia atrás, puesto que no había la suficiente inercia para darle una verdadera sacudida.) Los glóbulos rojos más cercanos, entre la nave y la pared del capilar, quedaron atrás.

–Pare, pare –dijo Kaliinin–. Ya basta.

–No puedo parar –respondió Dezhnev–. Sólo puedo apagar los motores y es lo que he hecho.

–Ya está bien. Ya lo tengo, ahora. –Y añadió como inevitable comentario salvador–: Me parece... Sí, lo tengo.

Morrison fue inclinado hacia delante, ligeramente. Entonces se fijó en los glóbulos rojos cercanos, junto con alguna plaqueta deslizándose junto a ellos y adelantándolos perezosamente.

Además, notó un cese total del movimiento browniano, ese leve temblor al que se había acostumbrado de tal forma que podía ignorarlo..., hasta que cesó. Ahora su ausencia era notable y producía la misma sensación, en Morrison, que le hubiera producido el cese súbito de un zumbido, bajo y continuado. Se movió inquieto. Era como si se le parara el corazón, aunque intelectualmente sabía que no era así. Preguntó:

–¿Qué ha ocurrido con el movimiento browniano, Sofía?

–Estamos sujetos a la pared del capilar, Albert.

Morrison asintió. Si la nave formaba una sola pieza con la pared capilar, por decirlo de algún modo, el bombardeo de moléculas de agua que producía el movimiento browniano perdería su efecto. La fuerza de sus impactos se centraría en mover una sección entera de la pared relativamente inerte, en lugar de golpear una pequeña nave del tamaño de una plaqueta. Naturalmente, el temblor cesaría.

–¿Cómo ha conseguido sujetar la nave, Sofía? –preguntó.

–La fuerza eléctrica habitual. La pared capilar es de carácter en parte proteínico, en parte fosfolipídico. Hay, aquí y allá, grupos cargados positiva y negativamente. Yo he tenido que detectar un tipo lo suficientemente compacto, y producir, a continuación, un tipo complementario para la nave: negativo donde la pared es positiva y viceversa. Lo malo es que la nave se mueve con la corriente, de modo que tengo que detectarlo con cierta anticipación y producir el tipo complementario antes de rebasarla. He perdido tres oportunidades y después he caído en una zona donde no había ningún tipo apropiado, así que he tenido que pedir a Arkady que nos hiciera avanzar un poco, hasta una zona mejor... Pero lo he conseguido.

–Si la nave dispusiera de marcha atrás –preguntó Morrison– no habría habido ningún problema, ¿verdad?

–En efecto –respondió Kaliinin– y la próxima nave la tendrá. Pero por ahora, no tenemos más que lo que tenemos.

–Eso mismo –afirmó Dezhnev–. Como mi padre solía decir: «Muramos de hambre hoy pensando en el banquete de mañana»

–Por el contrario –continuó Kaliinin–, si dispusiéramos de un motor que pudiera hacer todo lo que quisiéramos tal vez sentiríamos el fuerte impulso de abusar de él, y esto podría no ser bueno para el pobre Shapirov. Y, además, muy caro. Dada la situación, utilizamos un campo eléctrico que ahorra más energía que un motor y el precio es solamente algo más de trabajo para mí... ¿Y qué?

Morrison tuvo la impresión de que no hablaba precisamente para él. Le preguntó:

–¿Está siempre tan filosófica?

Por un momento, sus ojos se abrieron y las ventanillas de su nariz se dilataron; pero sólo fue un instante. Se relajó y contestó sonriendo:

–No. ¿Cómo podría? Pero lo intento.

Boranova interrumpió con cierta impaciencia:

–Basta de charla, Sofía. Arkady, es obvio que está en contacto con la Gruta. ¿A qué se debe este retraso?

Arkady alzó una manaza, se giró a medias en su asiento y dijo:

–Paciencia, mi capitán. Quieren que nos quedemos exactamente donde estamos por dos razones. Primera, les estoy enviando una onda trazadora en tres direcciones. Están localizando cada una de ellas y utilizándolas para localizarnos a nosotros a fin de ver si nuestra situación concuerda con la que Yuri asegura, por deducción.

–¿Y cuánto tardarán?

–¿Quién sabe? En todo caso, unos minutos. Pero es que mis ondas no son muy intensas y la localización debe ser precisa, así que estarán repitiendo las medidas varias veces para calcular posibles márgenes de error. Después de todo, deben ser correctos, porque como mi padre solía decir: «Casi bien, no es mejor que mal»

–Sí, sí, Arkady, pero todo depende de la naturaleza del problema. ¿Cuál es la segunda razón por la que esperamos?

–Están haciendo un reconocimiento a Pyotr Shapirov. Su corazón latía con cierta irregularidad.

Konev levantó la mirada con la boca algo entreabierta; sus delgadas mejillas, bajo los pómulos salientes, parecían demacradas.

–¡Qué! –exclamó–. ¿Dicen que es por algo que
estamos
haciendo?

–No, y no te pongas trágico. No dicen nada de eso. ¿Qué podríamos hacerle a Shapirov que fuera de alguna importancia? Somos simplemente un glóbulo rojo entre los glóbulos rojos de su corriente sanguínea. Uno entre billones.

–Bien, ¿qué ocurre entonces?

–Y yo qué sé –respondió Dezhnev claramente irritado–. ¿Acaso me lo cuentan? Yo sólo hago funcionar la nave y no piensen en mí excepto como en un par de manos sobre los controles.

Kaliinin murmuró entristecida:

–En todo caso, el académico Shapirov se aferra débilmente a la vida. Es sorprendente que haya podido permanecer estable durante tanto tiempo.

–Tiene razón, Sofía –asintió Boranova.

–Pero debe seguir así –exclamó Konev–. No puede abandonar ahora.
Ahora
no. Todavía no hemos podido tomar nuestras medidas.

–Podremos tomarlas –lo tranquilizó Boranova–. Un latido irregular no es el fin del mundo, ni siquiera para un hombre en estado de coma.

Konev golpeó el brazo de su asiento con el puño cerrado:

–No quiero perder ni un momento... Albert, empecemos.

Morrison, sobresaltado, preguntó:

–¿Y qué podemos hacer aquí, en la corriente sanguínea?

–Un efecto neural puede ser percibido inmediatamente fuera de la célula nerviosa.

–De ningún modo. ¿Por qué las neuronas iban a tener axones y dendritas para canalizar el impulso si éste iba a extenderse y debilitarse en el espacio exterior? Las locomotoras se mueven sobre raíles, los mensajes telefónicos sobre cables, los impulsos neurales...

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