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Authors: David Safier

Tags: #Humor

Una familia feliz (34 page)

Esperaba la confrontación con la moral muy alta: si tenía que vencer el bien, los cuatro Von Kieren nos convertiríamos en héroes. En caso contrario, ¿quién quiere vivir en un mundo donde no triunfa el bien? Excepto, tal vez, Drácula, Darth Vader y los gerentes de las centrales nucleares.

Al llegar al piso trece, corrimos por el pasillo y abrimos la puerta de los aposentos de Drácula, que estaba sentado delante de su inmenso teclado del horror, con cuya ayuda pretendía lanzar los misiles rusos. En las pantallas se veía cómo se abrían las escotillas de los silos atómicos. Oh, oh, en esos momentos, no me habría gustado formar parte de la guarnición de uno de esos silos y tener que decir por teléfono: «Ejem, señor presidente... Acabamos de tener un pequeño percance...»

El príncipe de las tinieblas se quedó perplejo al vernos y, encima, en nuestra forma humana. Cuando recuperó el habla, preguntó desconcertado:

—¿Sois los Von Kieren?

—No, tres chinos con el contrabajo —contestó Ada.

—¡Te ha llegado la hora, bribón! —grité con mucho patetismo. Sonreí contento y les dije a los demás—: Siempre había querido pronunciar esa frase.

ADA (14)

El conde se echó a reír a carcajadas.

—Humanos... A veces sois muy divertidos.

Dejamos que se riera. No le duraría mucho la diversión. Los Von Kieren habíamos urdido un plan en el búnker. Y era muy bueno.

Mientras Drácula se olvidaba entre carcajadas de sus misiles nucleares por un instante, todos hicimos lo que debíamos: papá fue corriendo hacia el psicópata y lo agarró. Sabíamos que pasaría más o menos un segundo y medio antes de que Drácula lo estampara contra la pared. Pero ¡no necesitábamos más! Sólo nos hacía falta distraerlo mientras yo corría hacia el arcón donde guardaba la máscara de gas y Max salía pitando al mismo tiempo hacia la consola.

Papá chocó contra la pared, resbaló al suelo y gruñó:

—Pocas veces el dolor es tan gustoso.

Drácula se fijó entonces en Max, pero lo vio demasiado tarde.

—¡No hagas eso! —gritó el príncipe.

—Si Jacqueline estuviera aquí, levantaría el dedo corazón y diría algo así como: «Súbete aquí encima y baila.»

Luego pulsó el botón y salieron las boquillas de las paredes. Drácula sabía que al cabo de un segundo comenzarían a pulverizar gas, y no resistiría. Corrió despavorido hacia mí para arrebatarme la máscara, su última salvación.

Pero ¿habría sido un buen plan si no lo hubiéramos calculado todo?

EMMA (24)

Me mantuve quieta todo el rato, mirando a mi familia. Con buenos ojos. Fue fantástico verlos en acción.

Luego, como habíamos acordado, Ada me tiró la máscara de gas. De ese modo ganábamos los segundos decisivos que nos hacían falta para que el gas mezclado con ajo saliera de las boquillas. Me puse la máscara mientras, para variar, los demás respiraban con dificultad y se desplomaban. Sin embargo, en esta ocasión, Frank, Ada y Max lo hicieron con una sonrisa en los labios. En cambio, Drácula jadeaba y, entre dos ataques de tos, dijo:

—¡Me las pagarás!

Me acerqué a él, me agaché y con una preciosa voz de máscara de gas le susurré al oído:

—¡No creo!

El resto fue bastante sencillo: corrí hacia la consola y detuve los misiles, cosa que el presidente ruso seguramente celebraría con un cargamento de vodka. Luego busqué los interruptores que controlaban las rejas de las mazmorras. Los encontré, los pulsé y vi en las pantallas que las celdas se abrían. Elfos, ángeles de la guarda y hadas salieron de su encierro. Gritaron de alegría, volaron bailando por el aire y cantaron canciones preciosas de libertad. Después me ayudaron, con Cheyenne y Jacqueline, a registrar el castillo, a encerrar en las mazmorras a los criados que intentaban huir en desbandada, como Renfield, y a asistir a mi familia. Pero, sobre todo, me ayudaron a cumplir el mayor deseo de Drácula.

DRÁCULA (2)

Al despertar, estaba solo en mi búnker. Con miles de cajas llenas de píldoras rojas. Bastarían para mucho, muchísimo tiempo. Los elfos, las hadas y los ángeles de la guarda incluso me habían instalado el baño de Lázaro. Pero los botones del búnker estaban destrozados y la puerta, cerrada a cal y canto: seguiría allí dentro eternamente. El único alivio en aquel momento fue saber que los vampiros no hacen la digestión.

Miré alrededor: por fin estaba solo, sin humanos que me incordiaran. Seguramente para siempre. De repente, ya no estuve tan seguro de que eso me depararía realmente tanta alegría.

EMMA (25)

¡Los Von Kieren habíamos barrido a Drácula! Besé de nuevo a Frank. Al mismo tiempo, Jacqueline besó por primera vez a un Max humano. Lo apartó un poco, se rió y dijo:

—A ver cuándo te sale la barba.

Y volvió a besarlo.

Ada los miró y dijo sonriendo:

—Si hasta el renacuajo puede encontrar el amor, seguro que yo también tendré novio algún día.

—¿Uno? ¡Al menos 427! —dijo Cheyenne con una gran sonrisa.

—Buen plan —dijo Ada riendo.

Sin embargo, no todo era paz, alegría y dulzura.

Me despedí un momento de los demás, bajé a las mazmorras y fui a ver a Baba Yaga. La pobre estaba agonizando. A su lado, acurrucado en silencio, el pequeño Golem.

Baba me reconoció y me preguntó con voz débil y trémula:

—¿Habéis dado patada en culo de Drácula?

—¡Y menuda patada! —confirmé.

—Entonces, tú no mujer ridícula.

Sonreí levemente.

—Yo ahora muero...

—Lo siento mucho....

Lo dije sinceramente. Sin Baba, los Von Kieren habríamos seguido siendo los de antes y, a la corta o a la larga, nos habríamos desintegrado como familia. Seguramente a la corta.

—Tú no tiene que sentir... —susurró Baba—. Yo tengo que pidirte cosa...

—¿Qué?

Me hizo una seña para que me agachara y me susurró al oído:

—Por favor... cuida tú mi Golem...

No lo dudé ni un instante y, con voz firme, le prometí:

—Lo criaré como a mis propios hijos.

—Entonces... será buen niño.

Se me hizo un nudo en la garganta.

Pero Baba sonrió y, con su último aliento, murmuró:

—Yo ahora puede morir feliz.

Cerró los ojos. Para siempre.

Golem se echó a llorar en silencio. Me acerqué a él y lo estreché en mis brazos. Miré a Baba, que ya había muerto y tenía una sonrisa bondadosa en los labios. Le estaba infinitamente agradecida. Gracias a ella había comprendido algo muy importante: no hay que estar siempre feliz para ser feliz.

Cuando el pequeño estuvo demasiado agotado para seguir llorando, le sequé la cara. Lo saqué de las mazmorras para llevarlo arriba y anuncié que había un nuevo miembro en la familia. Todos le dieron una cariñosa bienvenida.

—Vaya, lo que siempre había querido: ¡otro hermano! —bromeó Ada.

Max fingió que le daba un codazo entre las costillas. Y los dos se sonrieron mutuamente. Incluso Golem esbozó algo parecido a una pequeña sonrisa.

—¡Ahora toca irse a casa! —proclamé.

—Creo que no —replicó Ada—. Al menos, yo no.

Eso me sorprendió y, entonces, ella explicó:

—Y no sólo porque, después de todo lo que hemos vivido, tenga todavía menos ganas de que el profe de biología me ponga la cabeza como un bombo con el rollo de las medusas...

—Entonces ¿por qué? —le pregunté.

—Mientras tú estabas abajo, me ha pedido ayuda un hada, una criatura mágica que se llama Campanilla...

—Oh —dijo Jacqueline—, pensaba que se llamaba Cogorcilla...

—El caso es que vivía en el País de Nunca Jamás y necesita ayuda para liberar el reino de la tiranía de un malvado capitán... —siguió contando Ada.

No pude evitar una sonrisa.

—Hace tres días, te habría internado en un psiquiátrico si llegas a venirme con esa historia.

—La ayudaré.

—Y no lo hará porque el destino la ha elegido como a Harry Potter o Luke Skywalker —la defendió Max emocionadísimo—, sino porque ella elige su destino.

—Y eso es muchísimo mejor —concluí, sonriendo con orgullo.

Ada me devolvió una sonrisa de agradecimiento y, de repente y sin más preámbulos, preguntó:

—¿Venís conmigo?

Max contestó sin vacilar:

—No permitiremos que vayas sola.

Y Frank dijo en broma:

—Ufta.

Los tres me miraron esperanzados, y me di cuenta de que estaban más que decididos a vivir nuevas aventuras.

En los últimos días había aprendido una cosa: nunca viene mal hacer cosas en familia.

Y nuestra familia era ahora más numerosa que antes.

Por eso exclamé:

—¡Al País de Nunca Jamás!

AGRADECIMIENTOS

Mi gratitud a Ulrike Beck, la heroína de las editoras, a Michael Töteberg, el agente literario que no se deja derrotar por ningún monstruo, a Marcus Hertneck (por asesorarme con el dialecto de los turistas suabos), a Marcus Gärtner y a Uft K., el ilustrador más fabuloso de todo el planeta.

Querido lector,

En mi primera novela, Maldito karma, la protagonista se reencarnaba en hormiga porque había acumulado un montón de mal karma. Para que tanto tú como yo nos ahorremos ese destino, he creado la Gutes Karma Stiftung (Fundación del Buen Karma).

Bromas aparte: creer en la reencarnación o en el Cielo no es relevante para cambiar cosas en este mundo. No se trata de recibir un premio o un castigo después de la muerte por nuestras acciones, sino de que ahora, en este preciso instante, es conveniente ayudar a las personas que no viven tan bien como nosotros. Eso no sólo las beneficia a ellas, sino que (y se puede reconocer tranquilamente, aunque no sea tan altruista) también te alegrará a ti.

La Gutes Karma Stiftung, que fue posible sobre todo gracias al éxito de mi novela, pretende ayudar a niños de todo el mundo. Por eso se centra en la educación, y lleva a cabo proyectos educativos grandes y pequeños en todo el planeta, incluso en Alemania. Para empezar, la fundación financia la construcción de una escuela en Nepal que ofrecerá a más de setecientos niños la posibilidad de ir en buenas condiciones a la escuela durante diez cursos.

Los proyectos se realizan en colaboración con distintos socios escrupulosos, con los que queda garantizado que las donaciones se emplearán con sensatez sobre el terreno. Así pues, tanto si quieres evitar reencarnarte en hormiga como si quieres hacer el bien, aquí podrás ayudar de una manera concreta.

Encontrarás más información en el web www.gutes-karma-stiftung.de

Cordialmente,

DAVID SAFIER

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