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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un triste ciprés (8 page)

Mary contrajo la frente, y preguntó:

—¿Qué le parece que haga con mi padre, mistress Hopkins? Él cree que yo debo darle parte de ese dinero.

—Nada de eso —contestó mistress Hopkins, iracunda—. Mistress Welman no pensó en que ese dinero fuera a parar a él. En mi opinión, hace muchos años que habría perdido el empleo, de no ser por usted. ¡En mi vida he visto un hombre más gandul!

—¡Parece extraño que teniendo ella todo ese dinero no hiciera testamento diciendo cómo había de distribuirse!

La enfermera Hopkins movió la cabeza.

—La gente es así. Siempre lo aplaza.

Mary observó:

—Encuentro que es una tontería.

Mistress Hopkins preguntó:

—¿Ha hecho usted testamento, Mary?

Mary la miró con asombro.

—¡Oh, no!

—Y, sin embargo, ya es mayor de edad.

—Pero yo..., yo no tengo nada que dejar. Por más que ahora sí que tengo.

La enfermera Hopkins dijo bruscamente:

—Desde luego que sí... Y una bonita suma.

Mary murmuró:

—¡Oh, no hay prisa!...

—Ya lo ve —interrumpió la enfermera secamente—. Así es todo el mundo. Porque sea una muchacha que goza de buena salud, no obsta para que pueda sufrir un accidente en un autobús o que la atropelle un auto.

Mary rió. Confesó:

—Ni siquiera sé cómo se hace un testamento.

—Pues es muy fácil. Puede pedir un impreso en la oficina de Correos. Vamos a buscar uno.

En la casita de la enfermera Hopkins, el impreso fue extendido sobre una mesa y se discutió el asunto. La enfermera Hopkins se divertía muchísimo. Un testamento, declaró, era lo mejor después de una muerte.

Mary preguntó:

—¿Quién recibiría el dinero si yo no hiciese testamento?

La enfermera Hopkins contestó con tono de duda:

—Supongo que su padre.

Mary declaró con aspereza:

—De ninguna manera. Preferiría dejárselo a mi tía de Nueva Zelanda.

La enfermera Hopkins dijo alegremente:

—De poco serviría dejárselo a su padre..., pues seguramente no ha de vivir mucho.

Mary había oído decir eso a la enfermera Hopkins tantas veces, que ya no le impresionaba.

—No recuerdo las señas de mi tía. No tenemos noticias de ella desde hace años.

—Supongo que eso no tiene importancia —observó la enfermera Hopkins—. ¿Conoce su nombre de pila?

—Se llama Mary, Mary Riley.

—Muy bien. Escriba que lo deja todo a Mary Riley, hermana de la difunta Elisa Gerrard, de Hunterbury, Maidensford.

Mary se inclinó sobre el impreso, escribiendo. Cuando llegó al fin, se estremeció de repente. Una sombra se había interpuesto entre ella y el sol. Levantó la vista y vio a Elinor Carlisle de pie, al otro lado de la ventana, mirando hacia adentro.

Elinor preguntó:

—¿Qué está haciendo, tan ocupada?

La enfermera Hopkins contestó con una sonrisa:

—Está haciendo su testamento.

—¿Haciendo su testamento?

De pronto, Elinor prorrumpió en una risa extraña..., casi histérica. Comentó:

—¿De manera que está haciendo testamento, Mary?
Es cómico. Muy cómico...

Riendo aún, se apartó de la ventana y echó a andar rápidamente por la calle.

La enfermera Hopkins la miró asombrada.

—¿Ha visto? ¿Qué le ha ocurrido?

5

Elinor no había andado más de una docena de pasos, riendo todavía, cuando una mano se posó sobre su brazo por detrás. Ella se detuvo bruscamente y se volvió.

El doctor Lord la miró con fijeza, con el ceño fruncido. Preguntó en tono imperioso:

—¿De qué se ríe?

Elinor contestó:

—Realmente... no lo sé.

Lord exclamó:

—¡Es una respuesta muy tonta!

Elinor enrojeció y explicó:

—Creo que deben de ser los nervios. Miré por la ventana de la enfermera Hopkins y... Mary Gerrard estaba escribiendo su testamento. Eso me hizo reír. ¡No sé por qué!

Lord interrogó bruscamente:

—¿No lo sabe?

Elinor respondió:

—Ha sido una tontería, le digo; estoy nerviosa.

El doctor Lord repuso:

—Le recetaré un tónico.

Elinor comentó incisivamente:

—¡Qué útil será!

Lord sonrió, desarmado.

—Completamente inútil, de acuerdo. Pero ¡es lo único que se puede hacer cuando una persona no quiere decir lo que tiene!

Elinor afirmó:

—No tengo nada.

El doctor repuso con toda calma:

—Sí que tiene, y mucho.

Elinor explicó:

—Supongo que he tenido algo de tensión nerviosa...

El doctor Lord interrumpió:

—Lo creo. Pero no estoy hablando de eso —hizo una pausa—. ¿Va usted a quedarse mucho tiempo aquí?

—Me marcho mañana.

—¿No quiere usted vivir aquí?

Elinor denegó con la cabeza:

—No..., jamás. Creo..., creo... que venderé la casa si me hacen una buena oferta.

El doctor Lord dijo:

—Comprendo...

Elinor anunció:

—Ahora tengo que marchar a casa.

Tendió su mano con firmeza. Peter Lord la cogió. La retuvo. En tono muy serio y un tanto preocupado, rogó:

—Miss Carlisle, ¿quiere hacer el favor de decirme qué pensaba cuando reía hace un momento?

Ella retiró su mano rápidamente.

—¿Qué había de pensar?

El rostro de Lord estaba grave y algo entristecido.

—Eso es lo que quisiera saber.

Elinor dijo con impaciencia:

—¡Simplemente, lo encontré muy divertido; eso es todo!

—¿Que Mary Gerrard estuviese haciendo su testamento? ¿Por qué? Hacer testamento es una cosa muy natural. Ahorra muchos sinsabores. ¡A veces, desde luego,
produce
disgustos!

Elinor dijo con impaciencia:

—Desde luego, todo el mundo debería hacer su testamento. No quería decir eso.

El doctor Lord observó:

—Mistress Welman debería haber hecho su testamento.

Elinor dijo con pasión:

—Sí, en efecto.

El color le subió a la cara.

El doctor Lord preguntó inesperadamente:

—¿Y usted?

—¿Yo?

—Sí, acaba usted de decir que todo el mundo debería hacer su testamento.
¿Lo ha hecho usted?

Elinor le miró con fijeza un momento; luego rió.

—¡Qué cosa más extraordinaria! —exclamó—. No, no lo he hecho. ¡No había pensado en ello! Soy lo mismo que mi tía Laura. ¿Sabe usted, doctor Lord ? Ahora mismo me voy a casa y le escribiré a mister Seddon al respecto.

Lord observó:

—Lo encuentro muy cuerdo.

6

En la biblioteca, Elinor acababa una carta:

«Estimado mister Seddon:

¿Quiere hacer el favor de redactar un testamento para que yo lo firme? Uno que sea muy sencillo. Quiero dejarlo absolutamente todo a Roderick Welman.

Sinceramente suya,

Elinor Carlisle.»

Miró el reloj. Dentro de unos minutos se llevarían el correo.

Abrió el cajón de la mesa y recordó que había usado el último sello aquella mañana.

Sin embargo, estaba segura de que tenía algunos en su dormitorio.

Subió. Cuando volvió a entrar en la biblioteca con el sello en la mano, Roddy estaba de pie junto a la ventana.

Él dijo:

—¿De modo que nos marchamos de aquí mañana? Hemos pasado muy buenos tiempos aquí en este querido Hunterbury.

Elinor preguntó:

—¿Tienes algún inconveniente en que se venda?

—¡Oh, no, no! Comprendo que es lo mejor que puede hacerse.

Hubo un silencio. Elinor cogió su carta y le dio una ojeada para ver si estaba bien. Luego cerró el sobre y pegó el sello.

Capítulo VI
-
Algunas cartas

Carta de la enfermera O'Brien a la enfermera Hopkins. 14 de julio.

Laborough Court.

Querida Hopkins:

He tenido la intención de escribirle desde hace unos días. Ésta es una casa preciosa, y los cuadros, según creo, muy famosos. Pero no puedo decir que es tan cómoda como lo era Hunterbury, si entiende lo que quiero decir. En esta parte del campo es difícil encontrar una criada, y las muchachas que hay son muy rústicas y algunas de ellas poco serviciales; y aunque yo no soy de las que se quejan, la comidas, cuando se las mandan en una bandeja, deberían estar calientes por lo menos. ¡Y no hay facilidades para calentar un cacharro de agua, y el té no siempre se hace con agua hirviendo! Sin embargo, no importa. El paciente es un caballero muy simpático: una pulmonía doble, pero la crisis ha pasado y el doctor dice que está mejorando.

Lo que tengo que decirle, que realmente le interesará, es la siguiente extraña coincidencia: en el salón, sobre el piano, hay un retrato montado en un armazón de plata, y, ¿querrá usted creerme?, es el mismo retrato del que ya le he hablado; el que está firmado Lewis, que mistress Welman pidió. Desde luego, me intrigó... ¿Quién no lo estaría? Y pregunté al mayordomo quién era, y me contestó al instante que era el hermano de lady Rattery, sir Lewis Rycroft. Vivía, a lo que parece, no muy lejos de aquí, y murió en la guerra. Muy triste, ¿no es verdad? Pregunté casualmente si estaba casado, y el mayordomo contestó que sí, pero que lady Rycroft ingresó en un manicomio, la pobre, poco después de su casamiento: «Vive aún», dijo. Interesante, ¿no es cierto? Como ve, estábamos equivocados. Tienen que haberse querido mucho él y mistress W., y no pudieron casarse porque la esposa estaba en un manicomio. Parece cosa de película, ¿verdad? Y eso de que ella recordase los años pasados y antes de morir mirase el retrato de él... «Murió en la guerra, en el año mil novecientos diecisiete», dijo el mayordomo. Toda una novela, a mi entender.

¿Ha visto la nueva película de Myrna Loy? He visto que la proyectaban en Maidensford esta semana. ¡Y no hay ningún cine por aquí cerca! ¡Oh, es terrible encontrarse enterrada en el campo! ¡No extraño que no encuentren criadas decentes!

Bueno, adiós por ahora, querida; escríbame y cuénteme todas las novedades.

Sinceramente suya,

Eileen O'Brien.

Carta de la enfermera Hopkins a la enfermera O'Brien. 14 de julio.

Villa Rosa.

Querida O'Brien:

Todo continúa aquí como siempre. Hunterbury está desierto; todos los criados se han marchado y hay un cartel que dice: «Se vende.» Vi a mistress Bishop el otro día; vive con su hermana, que habita a unos kilómetros de aquí. Se llevó un disgusto, como puede imaginarse, al observar que la casa estaba en venta. Al parecer, ella se aseguró de que miss Carlisle se casaría con mister Welman y que vivirían aquí. ¡Mistress B. dice que el compromiso de casamiento quedó roto! Miss Carlisle marchó a Londres poco después de su partida. Una o dos veces que la vi noté en ella unas maneras muy extrañas. Realmente, yo no sabía qué le ocurría. Mary Gerrard ha marchado a Londres y ha empezado a estudiar para masajista. Creo que ha hecho muy bien. Miss Carlisle le dará, en concepto de legado, dos mil libras esterlinas, lo cual encuentro muy decente por su parte.

A propósito, es extraño cómo suceden las cosas. ¿Recuerda que le hablé en una ocasión de un retrato firmado Lewis, que mistress Welman me enseñó? Estaba yo conversando el otro día con mistress Slattery..., era el ama de llaves del viejo doctor Ransone, que ejercía aquí antes que el doctor Lord..., y desde luego, ella ha vivido siempre aquí y está muy enterada de la vida y milagros de la gente de esos parajes. Abordé el tema en tono casual, mencionando algunos nombres de pila, y diciendo que el nombre de Lewis no era común, y, entre otros, ella mencionó a sir Lewis Rycroft, de Forges Park. Aquél sirvió, en la gran guerra, en el regimiento de Lanceros número 17, y murió hacia el final de la contienda. Así, yo dije: «Era un gran amigo de mistress Welman, de Hunterbury, ¿no es verdad?» Ella me miró y dijo: «Sí, habían sido muy íntimos amigos, pero ella no quería hablar..., ¿y por qué no habían de ser amigos?» Entonces, yo dije que seguramente mistress Welman era viuda en aquella época, y ella contestó: «¡Oh, sí, era viuda!» Como ve, querida, presumí al instante que ella quería decir algo con eso, y en consecuencia manifesté que era extraño, entonces, que no se casaran. Ella repuso al instante: «No podían casarse. Sir Lewis tenía a su esposa en un manicomio.» ¡Por consiguiente, como ve, ahora lo sabemos todo! Considerando el modo fácil como se consigue un divorcio en estos tiempos, constituye una vergüenza que la locura no sea un motivo para concederlo.

¿Recuerda a aquel joven apuesto, Ted Bigland, que solía cortejar a Mary Gerrard? Ha venido a pedirme las señas de ella en Londres, pero no se las he dado. En mi opinión, Mary está por encima de Ted Bigland. Ignoro si usted se dio cuenta, querida; pero mister R. W. estaba enamorado de ella. Es una lástima, porque se han producido algunos disgustos. Fíjese bien: ése es el motivo por el cual se han roto las relaciones entre él y miss Carlisle. Y si me lo pregunta, le diré que esto la ha afectado mucho. Yo no sé lo que ella vio en él. Tengo la seguridad de que R. W. no hubiera sido objeto de mi elección; pero oigo de persona bien enterada que ella estaba locamente enamorada de él. Un lío, ¿no le parece? Y la señorita tiene ahora todo ese dinero.

Creo que él esperaba que su tía le dejase alguna suma de importancia.

El viejo Gerrard, del pabellón, decae rápidamente: ha sufrido algunos ataques graves. Sigue tan grosero y quisquilloso como siempre. Llegó a decir el otro día que Mary no era su hija. Yo entonces le repuse: «A mí me daría vergüenza decir una cosa semejante de su esposa.» Él me miró y contestó: «No es usted más que una idiota. No comprende usted.» Cortés, ¿no es verdad? Su mujer era, según tengo entendido, doncella de mistress Welman antes de su casamiento.

Vi La buena tierra la semana pasada. ¡Es preciosa! Al parecer, las mujeres tienen que soportar muchas cosas en China.

Siempre suya,

Jessie Hopkins.

Postal de la enfermera Hopkins a la enfermera O'Brien.

¡Qué casualidad! ¡Nuestras cartas se cruzaron! ¿No le parece que hace un tiempo horrible?

Postal de la enfermera O'Brien a la enfermera Hopkins.

Recibí su carta esta mañana. ¡Qué coincidencia!

Carta de Roderick Welman a Elinor Carlisle. 15 de julio.

Querida Elinor:

Acabo de recibir tu carta. No; realmente, no siento que se venda la casa de Hunterbury. Has sido muy amable al consultarme. Creo que procedes muy bien si no te gusta vivir allí, lo cual es evidente. No obstante, es posible que tengas alguna dificultad en deshacerte de ella. Es una casa demasiado grande para las necesidades actuales, aunque, desde luego, ha sido modernizada, está provista de buenas dependencias para la servidumbre, tiene gas y luz eléctrica y todo lo necesario. De todas formas, espero que tengas suerte. El calor aquí es espléndido. Paso horas enteras en el mar. Hay aquí una gente algo extraña, pero no me mezclo mucho con ella. Ya me dijiste una vez que yo no era muy sociable. Temo que sea la pura verdad. Encuentro que la mayor parte del género humano es extraordinariamente repulsiva. Probablemente los otros tienen hacia mí el mismo sentimiento. Hace mucho tiempo que me di cuenta de que tú eras uno de los representantes más aceptables de la Humanidad. Estoy pensando en pasar una semana o dos en las costas dálmatas. Mis señas: a la casa Cook, de Dubrovnik, desde el día 22. Si puedo hacer algo por ti, dímelo.

Agradecido y con admiración, tuyo,

Roddy.

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