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Authors: Jack McDevitt

Un talento para la guerra (39 page)

BOOK: Un talento para la guerra
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Escuché sus pasos durante varios minutos y luego el ruido de las cerraduras de otras compuertas que se deslizaban. Hice consideraciones de todo tipo respecto de cuáles serían mis opciones si algo le pasaba a Chase, y anhelé ansiosamente que retornara. Pensé en ir a buscarla y traté de recordar los pasos necesarios para pilotar el Centauro. Ahora tomaba conciencia de que no sabía en qué dirección estaba la Confederación.

Me paseé entre las cajas negras rotuladas y los cables y miles de otras cosas, basura que ni siquiera podía empezar a identificar, tableros, objetos de vidrio, tubos con un líquido verde y viscoso.

Algunos de los gabinetes parecían ser pertenencia individual de tripulantes. Estaban sus nombres: VanHorn, Ekklinde, Matsumoto, Pornok, Talino, Collander, Smyslov. Dios mío, ¡los siete desertores!

No había nada cerrado. Abrí los gabinetes uno por uno y encontré osciladores, medidores, cable, generadores, fundas. No mucho más. Lisa Pornok (cuya foto había visto en alguna parte y que era una mujer pequeña de piel oscura y grandes ojos luminosos) había dejado un antiguo intercomunicador, que debió de haber llevado en el bolsillo, y un peine. Tom Matsumoto había colgado en un gancho un sombrero de colores brillantes de la época. Manda Collander tenía algunos libros escritos en cirílico. Me aproximé nerviosamente al de Talino, donde encontré solo media docena de periódicos con datos tecnomecánicos, una camisa de trabajo (era bastante más pequeño de lo que me había imaginado) y varios listados que resultaron ser conciertos.

Encontré una sola foto: era de una mujer con un bebé; la había dejado Tor Smyslov. El niño era probablemente un varón, no estoy seguro.

Todo estaba fijado con bandas, abrazaderas o acomodado en compartimentos. No había nada tirado o suelto. El equipo estaba limpio y reluciente. Parecía haber sido lustrado el día anterior.

Oí a Chase aproximarse mucho antes de que pasara la compuerta.

—Bien —me dijo—, hay una teoría que ya no sirve.

—¿Cuál?

—Pensé que tal vez habían bajado a la superficie y había habido algún tipo de accidente. O tal vez que les falló la cápsula de aterrizaje y que no pudieron volver.

—Por Dios, Chase —repliqué, desechando la idea—, es imposible que todos hayan dejado la nave.

—No, no si estaba toda la tripulación a bordo. Pero tal vez únicamente hubo un par de supervivientes. —Estiró los brazos—. Diablos, me parece que esto tampoco tiene sentido. Parece que hubieran venido aquí a esconderse. La guerra estaba perdida, y los mudos probablemente no tomaban prisioneros vivos. Y entonces tuvieron un desperfecto. A causa de algún incidente en la batalla, tal vez. No pudieron volver a su casa. Si la radio estaba inservible, podría haber sucedido que nadie llegase a saber de ellos. De hecho, en esta clase de naves, la radio tampoco tiene demasiada capacidad de comunicación a distancia. Así que, si tenían problemas, tampoco podían pedir ayuda. Al menos, no a los humanos. Y aún hay más: yo tenía razón acerca de las unidades armstrong. Se perdieron. No hay nada aquí de sus instalaciones. Esta cosa no tiene propulsión estelar. Tiene el sistema magnético de propulsión lineal, pero no se puede pretender ir muy lejos viajando así. Lo verdaderamente extraño es que tuvieron que reparar la dirección cuando las unidades quedaron fuera de servicio. Ese es un trabajo muy pesado. No puede haber tenido lugar aquí.

—Entonces, ¿cómo llegó la nave hasta este punto?

—No tengo ni idea —respondió—. A propósito, la cápsula de aterrizaje está todavía en su sitio. Todos los trajes de presión están colgados aquí. ¿Cómo salió la tripulación?

—Pudo haber habido una segunda nave —dije.

—O están todavía aquí. En alguna parte.

La mayoría de los paneles luminosos habían dejado de funcionar. Los corredores estaban llenos de sombras que tomaban formas diversas mientras avanzábamos con lámparas portátiles. Tampoco funcionaban los ascensores, y había un tufo a ozono en el aire, que sugería que uno de los compresores estaba recalentado. Había un compartimento lleno de globos acuáticos; otro chamuscado por un cortocircuito eléctrico. Desde algún rincón remoto de la nave llegaba un lento y pesado latido.

—Es una compuerta que se abre y se cierra —informó Chase—. Otro desperfecto.

Avanzábamos despacio. La falta de gravedad y las compuertas trabadas nos retrasaban. Todas estaban cerradas. Algunas respondían a los controles; otras teníamos que abrirlas a mano. Chase trató un par de veces de establecer la energía normal a partir de los tableros secundarios, pero no tuvo suerte ninguna de las dos veces. En ambas ocasiones las lámparas verdes se encendieron, lo que indicaba que la función se había ejecutado, pero no pasó nada. De modo que continuamos tropezando en la semioscuridad. Una cerradura se resistió a nuestros esfuerzos con tanta firmeza que nos preguntamos si no había una cámara de vacío tras ella, aunque los registros indicaban que todo era normal. Por fin, bajamos un nivel, y lo circunvalamos.

Hablábamos muy poco y en voz baja.

—El comedor.

—Parece una sala de operaciones. Los ordenadores están funcionando.

—Cuartos privados.

—No hay ropa ni equipo personal.

—En realidad, tampoco había demasiado en las unidades de almacenamiento. Deben de haberse llevado todo con ellos cuando se fueron.

Ya hace varios años que Chase y yo atravesamos a pie el interior de la nave. Pero el frío denso que hacía en ese lugar todavía me visita por las noches.

—Duchas.

—Diablos. Mira esto, Alex. Es un arsenal.

Láseres, disruptores, generadores de rayos, pistolas de aguja. Bombas nucleares. Había como una docena de bombas nucleares del tamaño de un puño. Nos detuvimos frente a otra compuerta cerrada.

—Esta debe de ser —dijo Chase.

Me pregunté otra vez si, como Scott, estaría a punto de convertirme en un enajenado.

La puerta respondió a los controles y se abrió. Se podían ver las estrellas por una ventanilla de plexiglás. Las lámparas parpadeaban en la oscuridad.

—El puente de Christopher Sim —susurró uno de nosotros.

—Un segundo —ordenó Chase.

Se encendieron las luces.

Enseguida reconocí el lugar, gracias a los simuladores. Las tres estaciones, la burbuja como la que yo había ocupado durante la incursión en Hrinwhar, los bancos de navegación y comunicaciones y el equipo antiincendios.

—Basura primitiva —exclamó de pie cerca de la posición del conductor.

Su voz retumbó en las paredes. Me paseé por el lugar y me paré detrás de la silla del comandante, el asiento desde el que Sim había dirigido las batallas que lo convirtieron en un héroe de leyenda.

Chase inspeccionaba cuidadosamente las consolas y se le iluminó el rostro cuando encontró lo que buscaba.

—Pongamos una unidad de gravedad, Alex. —Tecleó una secuencia y no obtuvo respuesta. Lo intentó de nuevo. Esta vez algo se movió e hizo gemir las paredes, y luego se asentó. Sentí que mi sangre, mis órganos, mi cabello, todo se subía a la plataforma—. También he aumentado la temperatura —me anunció.

—Chase —le dije—, creo que tendríamos que escuchar al capitán Sim.

—Sí, desde luego. —Asintió con energía—. Vamos a averiguar qué pasó. —Experimentó con uno de los tableros de control. Las luces bajaron, los monitores de la nave se iluminaron y aparecieron vistas externas de la nave. Una enfocó hacia el Centauro y se quedó junto a él; otra nos mostraba la cápsula que nos había traído—. Control de batalla, probablemente —comentó—. No toques nada. No estoy segura de las condiciones en que están las armas. Todo parece poder activarse. No creo que haga falta mucho para cargarse nuestro transporte para volver a casa.

Traté de visualizar el puente como lo había visto desde el
Stein
: quieto, eficiente, iluminado por las lámparas estrictamente necesarias. Pero las cosas habían sucedido demasiado rápido entonces para que pudiera fijarme en los procedimientos. No tenía idea de quién hacía qué.

—¿Has podido encontrar el cuaderno de bitácora? —le pregunté.

—Todavía lo estoy buscando. No conozco ninguno de estos símbolos. Ayúdame. —El sistema general de comunicación de la nave se ponía en movimiento y dejaba de funcionar alternativamente.

—Deben de habérselo llevado —opiné, pensando en el equipo de aterrizaje del
Tenandrome.

—El ordenador dice que está todo aquí. Solo queda encontrarlo.

Mientras Chase revisaba, me puse a observar el puesto de mando central diseñado por gente que poseía claramente un profundo y cultivado amor por el arco, la elipse y la parábola. La geometría era del mismo tipo que la del exterior de la nave: era casi imposible hallar líneas rectas en alguna parte. Quedaba claro también que los dellacondanos nunca habían adorado a los dioses utilitarios que dominan nuestra época. El interior de la nave poseía una riqueza y un lujo que sugerían la intención de ir a la guerra con estilo Parecía una afectación rara en gente que provenía de un árido planeta fronterizo.

—Bien, Alex, ya lo tengo. Estas son las últimas anotaciones. —Hizo una pausa momentánea para elevar el suspense o tal vez para permitirme agregar alguna reflexión—. La voz que vas a oír…

… No era en absoluto la de Christopher Sim.

—Cero seis catorce veintidós —dijo—. Abonai cuatro. Las categorías uno y dos completan la fecha. La categoría tres, reparada tal como dice el inventario. Los sistemas de armas están recargados por completo. El
Corsario
retorna hoy a servicio. Devereaux, soporte técnico.

—Probablemente sea el jefe de mantenimiento —murmuré.

—Si le devuelve el mando al capitán, debe de haber más.

Lo había. Christopher había dejado pocos discursos, nunca había hablado en los parlamentos y no había vivido lo suficiente para preparar discursos de despedida. Al contrario que la de Tarien, su voz nunca se le había hecho familiar a los escolares de la Confederación. Sin embargo, la reconocí enseguida. Me impresionó la habilidad de los actores para reproducirla.

—Cero seis catorce treinta y siete —dijo una voz de barítono—. El Corsario recibió la orden por trabajo dos dos tres kappa. Destacar que los transformadores delanteros reaccionan a nueve seis punto tres siete, lo que no es un nivel aceptable para el combate. El mando entiende que los utilitarios de salida están bajo presión justo en este momento. Sin embargo, si mantenimiento es incapaz de efectuar las reparaciones, al menos deben darse cuenta de sus deficiencias. El
Corsario
retorna al puerto. Christopher Sim, comandante.

Otra ronda de anotaciones anunció la reparación de los transformadores y la voz crispada de Sim que aceptaba sin comentarios. Pero, incluso después de dos siglos, se podía leer la satisfacción en su tono.
Le gustaba tenerla última palabra
, pensé divertido.

—Estas debieron ser todas las reparaciones que hicieron en Abonai —comenté—. Justo antes de que la tripulación se amotinara.

—Sí, las fechas coinciden.

—Dios mío-dije—. La traición, los Siete, lo tenemos todo. ¡Veamos el resto!

Ella se volvió hacia mí con lentitud y esbozó una pálida sonrisa.

—Esta era la última anotación. No hay nada más. —Su voz se debilitaba y su rostro sudaba, pese al aire frío del lugar.

—¡Entonces la gente del
Tenandrome
se lo llevó! —exclamé.

—Este es el cuaderno de bitácora, Alex. No puede ser borrado ni destruido, ni cambiado sin consecuencias. El ordenador dice que está intacto. —Se inclinó sobre el teclado, escribió algo, miró los resultados y se encogió de hombros—. Aquí está todo.

—¡Pero si el
Corsario
entró en combate poco después! ¡Tiene que haber más anotaciones!, ¿no?

—Sí —respondió—. No me puedo imaginar que un servicio naval trate de funcionar sin un diario de a bordo. Por alguna razón, Christopher Sim contrató una tripulación de voluntarios para la batalla decisiva de su vida y no quiso poner los datos en el diario.

—Quizá estaba demasiado ocupado —sugerí.

—Alex, eso no puede ser.

Ella se sentó con cierta deferencia en la silla del capitán y le dio nuevas órdenes al ordenador.

—Veamos qué dicen los registros anteriores.

Volvió la voz de Sim.

—No tengo dudas de que la destrucción de los dos cruceros de guerra focalizará la atención del enemigo en las pequeñas bases navales de Dimónides II y de Chippewa. No podría ser de otro modo. Esos sitios serán percibidos por el enemigo como una espina en su garganta y serán atacados tan pronto como concentren fuerzas suficientes. El Ashiyyur probablemente reservará a su principal grupo de batalla para realizar la tarea…

—Creo que esto es del principio de la guerra —opiné.

—Sí. Por lo menos, es bueno saber que usaba el diario.

Escuchamos cómo Sim describía la composición y fuerzas del ejército que esperaba. Se complicó en una descripción detallada de la psicología del enemigo y su probable estrategia de ataque. Me impresionó su intuición tan certera. Chase escuchó un rato, luego se levantó y anunció que deseaba explorar el resto de la nave.

—¿No quieres venir?

—Me quedaré aquí —respondí—. Me gustaría escuchar un poco más.

Tal vez fue un error.

Después de que ella saliera, me senté en la semipenumbra y me puse a escuchar los comentarios de Sim acerca de las necesidades energéticas, de la tecnología del enemigo, con ocasionales informes de batalla y descripciones de su táctica de golpear y huir contra las flotas enemigas.

¡No me extrañaba que Gabe hubiera estado entusiasmado! Me preguntaba si habría sabido con exactitud lo que estaba acechando.

Gradualmente fui arrastrado al drama de esa vieja batalla y vi las monstruosas formaciones del Ashiyyur a través de los ojos de un comandante que triunfó con claridad haciendo retroceder a un enemigo poderoso con flotillas de naves ligeras. Comencé a entender la importancia de su capacidad de relacionar de forma inteligente, de introducirse en las líneas enemigas, de analizar el movimiento de las flotas, incluso su captación de la psicología individual de los comandantes enemigos. Como si no pudieran hacer nada sin que Sim se percatara.

Los acontecimientos individuales eran cautivadores.

Fuera de Sanusar, los dellacondanos, asistidos por unas pocas naves aliadas, atacaron y destruyeron dos pesados cruceros con el costo de una simple fragata. Escuché a Sim informando de su golpe en Las Hilanderas. Había otras acciones, muchas de las cuales no conocía. Pero siempre, pese a las victorias, el resultado era el mismo: retirada, recuento de pérdidas, reagrupamiento. Los dellacondanos no pudieron nunca detenerse y pelear. Una y otra vez, Sim tuvo que retroceder, porque carecía de fuerzas completas para sacar partido de las victorias.

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