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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tarzán en el centro de la Tierra (2 page)

Por todo ello, inicialmente, no pensábamos que fuera necesaria su publicación por El Rastro Ediciones, pero, sin embargo, varios de vosotros nos habéis insistido en que sería de agradecer el tener toda la serie de Pellucidar en un mismo formato.

Como no sabíamos qué hacer ante opiniones tan dispares, finalmente hemos decidido adoptar una solución intermedia, esto es, sacar únicamente aquellas novelas que particularmente nos habéis solicitado. Por lo tanto, la edición ha quedado reducida a un número simbólico de ejemplares con los que esperamos haber acertado, aunque siendo conscientes que este tipo de decisiones siempre tiende a generar polémica.

Hecha esta aclaración, os dejamos ya con T
arzán en el Centro de la Tierra
, sin ninguna duda, una de las mejores novelas escritas por Edgar Rice Burroughs.

EL RASTRO EDICIONES

Capítulo I
EL O-220

T

arzán de los Monos se detuvo para escuchar y olfatear el aire. Si tú hubieras estado allí no habrías podido oír lo que él oyó, o al menos no lo habrías comprendido. Sólo hubieras podido percibir el débil aroma del moho de la vegetación pútrida, con el que se mezclaba el tenue perfume de los tallos y matas que empezaban a germinar.

El ruido que percibió Tarzán provenía de una gran distancia, y resultaba débil incluso para su agudo oído; al principio no comprendió su significado, aunque tuvo la impresión de que anunciaba la llegada de un grupo de hombres.

Buto, el rinoceronte, Tantor, el elefante, o Numa, el león, podían ir de un lado a otro a través de la selva sin despertar otra cosa que la indiferencia en el señor de la jungla; pero cuando se acercaba el hombre, Tarzán indagaba y se ponía en guardia, pues sólo el hombre de entre todos los seres vivos traía cambios, discordias y disputas allí donde posaba sus pies.

Duramente educado entre los grandes monos, los gorilas, sin tener conocimiento de que existieran otros seres semejantes a él, Tarzán había aprendido desde entonces a considerar con inquietud e interés cada nueva invasión de sus dominios selváticos por aquellos heraldos de lucha y discordia que eran los hombres, los animales de dos patas. Entre muchas razas humanas había encontrado amigos, pero ello no le impedía averiguar e indagar los propósitos y motivos de la presencia de cualquier extraño en sus dominios. Así aquel día se dirigió silenciosamente, a través de la llanura arbolada que iba atravesando, hacia el sitio de donde le había llegado aquel ruido.

A medida que disminuía la distancia entre el lugar donde oyera aquel rumor y el sitio del que procedía, su fino oído pudo deducir que se trataba de blandos pasos de pies desnudos, al tiempo que escuchaba los cánticos de unos indígenas que avanzaban llevando a sus espaldas pesados fardos. En ese momento llegó hasta su olfato el peculiar olor de los hombres blancos y, con él, más débil, otro olor singular. Tarzán comprendió que un hombre blanco atravesaba el país con un safari, antes de que la cabeza de la columna apareciera ante sus ojos en el amplio y bien marcado sendero hecho por las fieras en la selva, sobre la cual Tarzán observaba el paisaje desde una zona escarpada.

A la cabeza de la columna marchaba un joven blanco. Cuando Tarzán lo hubo examinado un momento, el rostro del señor de la jungla expresó su agrado porque, a semejanza de las fieras salvajes y los hombres primitivos, Tarzán poseía un misterioso instinto para juzgar correctamente el carácter de los desconocidos con los que se encontraba.

Volviéndose, Tarzán empezó a avanzar rápida y sigilosamente entre las ramas de los árboles hasta que llegó a poca distancia de la cabeza del safari; entonces se dejó caer a tierra, y esperó la llegada de la columna.

Siguiendo una curva del sendero el safari apareció por fin, y entonces todos se detuvieron empezando a hablar atropelladamente, ya que aquellos hombres habían sido reclutados en otro distrito y no reconocieron a Tarzán de los Monos.

—Yo soy Tarzán —dijo el hombre mono—. ¿Qué hacéis en el país de Tarzán?

Inmediatamente el joven blanco, que se había detenido a la cabeza de la columna, avanzó sonriendo hacia el hombre mono.

—¿Es usted Lord Greystoke? —preguntó con cierta ansiedad.

—Aquí soy Tarzán de los Monos —contestó el hijo criado a los pechos de Kala. 

—Entonces la suerte me ha favorecido —exclamó el hombre blanco—. Vengo desde el sur de California en tu busca.

—¿Quién eres? —Preguntó el hombre mono— ¿Qué quieres de Tarzán de los Monos? 

—Mi nombre es Jason Gridley —contestó el otro—. Y el objeto de mi viaje en tu búsqueda sería una historia muy larga de explicar. Tan sólo deseo que dispongas del tiempo necesario para acompañarnos al próximo campamento, y que tengas la paciencia suficiente para escucharme mientras te explico el objeto de mi misión. 

Tarzán asintió.

—En la jungla rara vez tenemos prisa por nada —murmuró—. ¿Dónde piensas levantar tu campamento?

—El guía que conseguí en la última aldea que hemos atravesado se sintió enfermo y se volvió hace una hora, y ya que ninguno de mis hombres conoce este país no sabemos si hay un lugar a propósito para levantar el campamento a una o a diez millas de aquí.

—Existe un sitio adecuado a media milla, en el que hay además excelente agua —dijo entonces Tarzán.

—Perfecto —exclamó Gridley.

Así el safari reanudó su marcha, mientras los indígenas reían y cantaban, contentos ante la idea de un descanso en un lugar cercano donde levantarían el campamento.

Sólo cuando Jason y Tarzán estuvieron saboreando un buen café aquella tarde, el hombre mono volvió sobre el tema del viaje del americano.

—Y ahora, dime, ¿qué te ha traído desde el sur de California al corazón de África?

Gridley sonrió.

—Ahora que estoy aquí, hablando contigo —dijo—, creo que cuando hayas oído mi historia va a ser difícil convencerte de que no estoy loco y, sin embargo, estoy tan profunda y absolutamente convencido de la verdad de lo que voy a contarte, que he invertido ya una considerable suma de dinero y empleado mucho tiempo para venir a exponerte mi proyecto, con el fin de obtener tu apoyo y ayuda, personal y financiera, y todavía estoy dispuesto a emplear en ello más dinero y todo mi tiempo. Desgraciadamente, no puedo sufragar totalmente la expedición que planeo con mis propios medios, pero esta no es la razón principal que me ha obligado a venir a buscarte. Sin duda, podría haber encontrado el dinero suficiente en otro sitio, pero estoy convencido de que eres la persona más apta e indicada para dirigir una expedición como la que proyecto.

—Sea cual sea la expedición que proyectas —dijo Tarzán a su vez—, los beneficios económicos deben de ser muy grandes, si estás dispuesto a arriesgar tanto dinero en ella.

—Al contrario —opuso Gridley—; no habrá beneficios económicos para nadie, al menos que yo sepa.

—¿Y tú eres americano? —preguntó sonriendo Tarzán.

—No todos los americanos sienten la fiebre y la locura del oro —contestó Gridley.

—Entonces, ¿dónde está el incentivo, el aliciente? Explícamelo.

—¿Has oído alguna vez la teoría que sostiene que la Tierra es una esfera hueca que contiene en su interior un mundo habitable?

—Esa teoría ha sido definitivamente refutada por los científicos —contestó el hombre mono.

—¿Pero ha sido refutada satisfactoriamente? —preguntó Gridley.

—A satisfacción de los hombres de ciencia —repuso Tarzán.

—Y también a la mía —siguió diciendo entonces el americano—; hasta que recientemente recibí un mensaje desde el mundo interior. 

—Me sorprendes —dijo el hombre mono.

—Yo también me quedé sorprendido, pero el hecho que sigue en pie es que he estado en comunicación con Abner Perry en el mundo interior de Pellucidar. He traído conmigo una copia de aquella comunicación, así como una certificación de su autenticidad de un hombre cuyo nombre no te será extraño, y que se hallaba conmigo cuando la recibí; en realidad, los dos la escuchamos al mismo tiempo. Aquí están.

De un portafolio que llevaba sacó una carta que alargó a Tarzán, y un voluminoso manuscrito atado entre tapas de cartón.

—No voy a leerte toda la historia de Tanar de Pellucidar —dijo Gridley—, porque hay aquí muchas cosas que no son esenciales ni necesarias para la exposición de mi proyecto.

—Como quieras —dijo Tarzán—. Te escucho.

Durante media hora Jason Gridley estuvo leyendo fragmentos del manuscrito que tenía ante sus ojos, y al fin dijo:

—Esto es lo que a mí me ha convencido de la existencia de Pellucidar, y la desgraciada situación de David Innes es la que me ha movido a venir en tu busca con la idea de que emprendamos una expedición, cuyo fin primordial sería rescatar a ese hombre de la mazmorra en la que le tienen preso los korsars.

—¿Y cómo crees que puede llevarse a cabo esa tarea? —preguntó el hombre mono—. ¿Acaso estás convencido de la certeza de la teoría de Innes de que hay una entrada al mundo interior en cada polo?

—No me importa decirte que no sé qué pensar —repuso el americano— pero después de recibir el mensaje de Perry empecé a investigar y he podido averiguar que la teoría de un mundo habitado en el centro de la Tierra, con entradas en ambos polos, norte y sur, no es nueva, y hay grandes probabilidades de que sea exacta. He encontrado una completa exposición de dicha teoría en un libro escrito allá por el año 1830, y también en otro publicado más recientemente. Allí he encontrado una explicación racional a varios fenómenos bien conocidos, y que hasta ahora no habían sido explicados satisfactoriamente por las hipótesis científicas.

—¿Por ejemplo? —preguntó Tarzán.

—Por ejemplo los vientos y las corrientes cálidas del océano que proceden del norte, y con los que se han topado todos los exploradores árticos; la presencia de troncos y ramas de árboles de follaje verde flotando hacia el sur en los parajes donde se sitúan esas corrientes y vientos, precisamente en lugares y latitudes muy lejanos de aquellos que, en la superficie de nuestro globo, constituyen las regiones propias de aquellas especies; además, el fenómeno de las luces árticas que, según David Innes, pudieran ser explicadas por los rayos del sol del mundo interior que a veces surgen, atravesando la niebla y las luces del polo, a través de la entrada; y, por último, el polen que a menudo cubre espesamente el hielo y la nieve de las regiones polares. Este polen no puede llegar hasta allí de otro sitio que del mundo interior. Y, además de todo esto, está todavía la insistencia de numerosas tribus de esquimales que afirman que sus antepasados vinieron de unas regiones situadas al norte.

—¿Pero no llegaron a negar Amundsen y Ellsworth, después de la famosa expedición Norge, la teoría de que en el Polo Norte existiera un gran agujero en la corteza terrestre, al igual que lo han hecho los numerosos aeroplanos que frecuentemente realizan vuelos sobre regiones polares hasta ahora inexploradas? —preguntó el hombre mono. 

—La respuesta a eso podría ser que la abertura polar es tan enorme, que un buque, un dirigible o un aeroplano podrían llegar hasta su mismo borde y no descubrir nada; pero la teoría más factible es que la mayoría de los exploradores, sencillamente, han bordeado la parte exterior del orificio, lo que podría además explicar satisfactoriamente los errores y la falta de exactitud de las brújulas y otros aparatos científicos para fijar con precisión el polo norte magnético, punto este que, como es sabido, ha intrigado mucho a todos los exploradores árticos. 

—Entonces, ¿tú estás convencido de que no sólo hay un mundo interior, sino que además existe una entrada a ese mundo en el Polo Norte? —preguntó Tarzán.

—Estoy convencido de que existe un mundo interior, pero no estoy seguro de la existencia de una abertura en el polo —contestó Gridley—. De todos modos, lo que sí puedo decir es que existen evidencias de sobra para justificar una expedición como la que me propongo llevar a cabo.

—Suponiendo que existiera una entrada en el polo hasta ese mundo interior, ¿de qué medios piensas valerte para descubrir y explorar esa entrada?

—El medio más práctico que existe hoy para llevar adelante mi plan sería un modelo especial de dirigible, construido bajo el mismo tipo y líneas de los modernos zepelines. Tal dirigible, utilizando el moderno gas de helio, representaría el medio de transporte más rápido y seguro de que podríamos disponer. He pensado mucho en ello y creo que, en caso de existir una gran abertura polar, los obstáculos que pudiéramos encontrar para penetrar en ella serían mucho menores que los que encontró la expedición Norge en su famoso viaje al polo a través de Alaska; siempre he pensado que lo que aquella expedición en realidad hizo fue dar un gran rodeo al seguir el borde del orificio polar, realizando de ese modo un camino mucho más largo del que nosotros tendríamos que hacer para alcanzar un punto en el que razonablemente pudiéramos pensar para aterrizar cerca del mar helado del polo que David Innes descubrió al norte de la tierra de los korsars, antes de que estos le hicieran prisionero. El mayor riesgo que correremos será la imposibilidad de regresar a la superficie exterior del globo, debido a la perdida que experimentaremos en el gas de helio del dirigible. Pero esto no es, en realidad, sino el mismo riesgo de vida o muerte que por su propia voluntad corren todos los exploradores, cuando intentan llevar a cabo sus ideas y empresas. Si pudiéramos construir un dirigible lo suficientemente ligero y a la vez lo suficientemente fuerte para resistir la presión atmosférica, no tendríamos que utilizar ni el peligroso gas de hidrógeno, ni el caro y raro del helio, sino que tendríamos la máxima seguridad y facilidad de un dirigible sostenido enteramente por tanques en los que se hubiera hecho el vacío.

—Quizá eso pudiera ser factible —dijo Tarzán, que empezaba a mostrar un creciente interés por la proposición de Gridley.

El americano denegó con la cabeza.

—Eso quizá sea posible algún día —murmuró—, pero no hoy con los materiales de que disponemos. Cualquier receptáculo que fuera lo suficientemente fuerte como para resistir la presión atmosférica en un tanque vacío, sería demasiado pesado para que por medio del vacío precisamente se pudiera elevar.

—Tal vez sí, y tal vez no —opuso Tarzán.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Gridley.

—Que eso que acabas de comentar —contestó Tarzán—, me recuerda algo que recientemente me dijo un buen amigo. Erich von Harben es a la vez que un explorador, un científico, y la última vez que lo vi acababa de volver de una segunda expedición a las montañas Wirambazi, en las que me comentó haber descubierto una tribu lacustre que usaba unas extrañas canoas hechas de un metal que, aparentemente, era ligero como el corcho y, sin embargo, era más fuerte que el acero. Trajo con él varias muestras de dicho metal, y la última vez que le vi estaba realizando algunos experimentos en un pequeño laboratorio que él mismo había instalado en la misión de su padre.

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