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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (9 page)

—Le prometimos que la ayudaríamos a recuperar su nave cuando se uniera a nosotros, o a reemplazarla por otra —dijo Cole—. Además, con una segunda nave podemos asumir encargos mayores que, esperemos, estarán mejor pagados.

—Oh, vamos, Wilson —dijo Sharon, irritada—, ese tío va a viajar en una nave monoplaza, no en un buque militar. No nos va a servir de nada.

—Hay un antiguo dicho de la vieja Tierra —respondió Cole—: De pequeñas bellotas nacen grandes robles.

—¿Qué es un roble, qué es una bellota y qué tiene que ver con lo que digo? —preguntó Sharon.

—¿Alguna vez has ido a pescar? —preguntó Cole.

—¿Vas a contestarme?

—Lo estoy haciendo. ¿Alguna vez has ido a pescar?

—Sí. ¿Y qué?

—¿Y qué utilizas como cebo?

—No sé… gusanos, moscas artificiales, otras cosas.

—¿Qué otras cosas?

—Pescado, principalmente.

—Usabas un pez pequeño para atrapar al grande ¿verdad? —dijo Cole—. Eso es exactamente lo que vamos a hacer con la nave del matón.

—¿Cómo?

Se volvió hacia Val.

—Díselo.

—¿Y qué pasa cuando el matón no vuelva ni informe, cuando no puedan contactar con él por la radio subespacial? —preguntó Val, y después respondió a su propia pregunta—. Envían una nave mayor para ver qué ha pasado. ¿Y cuando ésa no vuelva ni responda a ningún mensaje? —Se unió a la sonrisa de Cole—. No pueden ignorarlo, así que tarde o temprano van a enviar la nave que quiero.

—Y cuando lo hagan —continuó Cole—, una nave tan grande va a tener mapas estelares, códigos informáticos, algo, que nos diga dónde está el cuartel general de Gengis Khan.

—¿Y entonces atacamos? —preguntó Christine.

—No con la
Teddy R
. —dijo Cole—. Pero no es de esperar que disparen a su propia nave.

—¿Sabes?—dijo Forrice—, entre tu astucia y la total falta de moralidad de Val, acabaremos siendo los dueños de la galaxia.

—Desde que dejamos la República, nada ha sido tan fácil como parecía —dijo Cole—. Vamos a conformarnos con conseguir ese millón de libras de Lejano Londres y otra nave.

—Brindo por eso —dijo Val.

Capítulo 10

Bannister I era una estrella de clase G con seis planetas. El segundo tenía una atmósfera de oxígeno. Había pocas formas de vida en el planeta, ninguna de las cuales se aproximaban aún a la conciencia. Pero había depósitos de oro, platino y materiales fisionables, de modo que en él había crecido una industria minera, y como el planeta estaba tan bien situado y era capaz de producir suficientes alimentos para abastecerse se había convertido, tras un período de dos siglos, en un centro especializado en el comercio de gemas.

Había tres continentes, pero sólo una ciudad, que había pasado de ser un destartalado villorrio hasta casi una metrópolis, con un tercio de millón de hombres y cincuenta mil alienígenas. El edificio más alto —sólo tenía siete plantas, el espacio no era escaso— albergaba al Cártel Apolo, y era en el despacho del presidente donde Cole y Val se encontraban ahora, sentados confortablemente en sillas de felpa que flotaban unos pocos centímetros por encima del suelo y que se mecían muy suavemente.

—¿Está seguro de que vienen hoy? —estaba diciendo Cole.

—Es sólo uno —respondió el presidente—. Y éste es el día de la semana que siempre aparece para recoger lo que él llama el «seguro de protección».

—¿Y siempre viene aquí y no a la oficina del interventor?

—Así es.

—¿Se limita a entrar —continuó Cole— o se registra en algún lugar? ¿Alguien lo anuncia?

El presidente negó con la cabeza.

—Hubo algunos problemas con uno de nuestros guardias de seguridad el año pasado. Desde entonces he dado instrucciones a todo el mundo para que le deje pasar sin problemas, pues va a llegar a esta oficina de un modo u otro.

—¿Y aparca su nave en su puerto espacial privado, en el que hemos aparcado nuestra lanzadera?

—Sí.

—¿Es siempre el mismo hombre?

El presidente asintió.

—Durante el último año, en cualquier caso.

—Vale —dijo Cole.

—Asegúrense de que lo que sea que hacen, funcione —dijo el presidente—. Odio pensar lo que Kahn le hará a este planeta si fracasan. —Se puso de pie y se dirigió a la puerta mientras las sillas de Cole y Val giraban para encararse hacia él—. ¿Ella habla? —preguntó, señalando a Val.

De repente apareció una pistola láser en la mano de Val.

—Con esto —dijo.

El presidente salió apresuradamente.

—Has estado viendo demasiados holos malos —comentó Cole mientras volvía a guardarse la pistola en su cadera.

—Hicieron dos sobre mí en mis días de pirata —respondió Val—. Dije eso en uno de ellos. Nunca lo dije en la vida real. —Se detuvo—. ¿Cómo quieres que lo hagamos?

—Improvisaremos.

—¿Y por qué no lo matamos en el mismo momento en que entre? —dijo—. No tenemos que dejarle contactar con Khan.

—Lleva más de un año haciendo sus recogidas sin problemas —dijo Cole—. Quizás se ha ablandado un poco. Quizás le gusta estar vivo.

Val negó con la cabeza.

—Es una pérdida de tiempo. Uno no envía alfeñiques a hacer este tipo de trabajo.

—Tenemos poco tiempo que perder —dijo Cole.

Ella se encogió de hombros.

—Tú eres el jefe.

—Soy el capitán —la corrigió.

—Da lo mismo. —Echó una ojeada al despacho—. ¿Crees que tienen algo de bebercio por aquí?

—Olvídalo. Te quiero sobria.

—Podría tumbarte bebiendo y aún así seguir sobria —repuso Val.

—Supongo que podrías —admitió Cole—. Pero no bebas, de todos modos.

Lo miró fijamente.

—¿Cuál es la verdadera razón?

—No quiero ponerle a la defensiva en el momento que entre —dijo Cole—. En un minuto o dos vas a salir de aquí y te vas a instalar en ese despacho vacío que está al otro lado del corredor. Una vez que esté lo bastante cabreado, vas a tener como unos tres segundos para irrumpir aquí y desarmarlo. Quiero que me salves, no que me vengues, y quiero asegurarme de que tu tiempo de reacción es el que debería ser.

—Vale —dijo—. Nada de alcohol. Te mantendré entero para tu directora de Seguridad. Pero cuando hayamos acabado, si algún ejecutivo de esta planta tiene una botella de coñac Cygnian, pienso bebérmela.

—Parece bastante justo —dijo Cole—. No creo que Khan se presente en Bannister II antes de mañana.

—Señor —dijo una voz incorpórea femenina—. Ha entrado en el edificio.

—Gracias —dijo Cole—. Lanzó un diminuto audífono a Val.

—Ponte en marcha y escucha con esto. Así sabrás cuándo te quiero aquí.

Val cogió el audífono, asintió y salió al corredor mientras Cole se dirigía a la silla que había tras la mesa del presidente.

Poco más de un minuto después, un hombre alto y corpulento entró en el despacho.

—¿Quién demonios eres tú? —preguntó.

—¿Qué dice el cartel de la puerta? —respondió Cole.

—¿Así que tenemos nuevo presidente? —dijo—. ¿Te habló el que sustituiste de nuestro arreglo?

—¿Por qué no me lo cuentas? Sólo para que lo tenga absolutamente claro —dijo Cole.

—Es fácil y simple. Gengis Khan y su organización os proporcionan protección para que operéis por veinticinco mil libras del Lejano Londres por semana. En efectivo.

—¿Veinticinco mil? —repitió Cole.

—Exacto. —El hombre frunció el ceño—. ¿No te lo dijo?

—Sí, lo hizo.

—¿Y bien?

—No es suficiente —dijo Cole.

El hombre frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?

—Veinticinco mil. No es suficiente.

—¿Estás loco? —preguntó el hombre.

—No, sólo soy un hombre de negocios —dijo Cole—. Creo que lo vamos a hacer por cincuenta mil.

—¿Nos quieres pagar cincuenta mil libras a la semana?

Cole sacudió la cabeza.

—No.

—¿Entonces qué…?

—Quiero que nos paguéis cincuenta mil libras por semana por el privilegio de protegernos.

—¡Estás loco! —bramó el hombre.

—Piensa lo que quieras —dijo Cole despreocupadamente.

—¡Tienes treinta segundos para darme mi dinero!

—Val —dijo Cole sin levantar la voz—. Creo que es tu señal.

—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó el hombre mientras la puerta se irisaba para dejar pasar a Val.

La oyó entrar, se volvió para encararse a ella y trató de coger su pistola láser, pero Val era demasiado rápida para él. Su mano izquierda salió disparada y lo agarró por la muñeca. Y un momento después Cole oyó un crujido desde el otro lado de la habitación.

El tipo Aulló con rabia y angustia e intentó darle a Val un puñetazo con su otra mano. Ella se agachó, avanzó y le asestó dos golpes de karate, uno en la garganta y otro en la ingle. El tipo cayó al suelo, jadeando, y antes de que pudiera volver a ponerse de pie Val lo había desarmado.

—¡No os saldréis con la vuestra! —rugió.

—Creo que lo acabamos de hacer —dijo Cole amablemente.

—Volveré —prometió—, y traeré los suficientes hombres para ocuparme de ti y de esta diablesa.

—¿Quieres decir que si te dejamos volver vivo a tu nave, volverás con refuerzos?

—¡Puedes apostarte el culo! ¡Ésta no es la última vez que nos vemos!

—Si lo dices en serio, sería bastante idiota dejarte marchar vivo ¿no crees? —dijo Cole.

De repente, el talante del hombre cambió. Echó una mirada a Val y empezó a retroceder.

—¡No podéis matarme! —dijo desesperadamente—. ¡Sería un asesinato!

—Corrígeme si me equivoco pero ¿no es justo esto lo que amenazaste con hacernos?

—Podemos hacer un trato.

—Estaba esperando que dijeras eso —dijo Cole—. Dime únicamente dónde está Kahn y qué códigos nos permitirán atravesar sus defensas, y te dejaremos vivir. No permitiré que te vayas antes de saber si la información es válida, pero una vez que la comprobemos serás liberado.

—¡No puedo decírtelo! —dijo el hombre—.¡Me matará!

—Y nosotros te mataremos si no lo haces —dijo Cole—. Quizás deberías considerar quién tienes más cerca en este momento.

El hombre, en cuyos ojos se reflejaba el pánico, hizo un repentino quiebro hacia la puerta, pero Val fue demasiado rápida para él. Un veloz golpe que hizo crujir su rodilla lo hizo caer al suelo, retorciéndose y gimiendo, y un minuto después se desmayó de dolor.

—Va a ir cojo una buena temporada —señaló Cole.

—No, no creo —dijo Val, apuntándolo con su pistola láser—. Va a estar muerto en diez segundos.

—¡No! —dijo Cole.

—¡Maldita sea, Wilson! —dijo—. En la misma situación, ten por seguro que él nos mataría.

—Si tenemos que matarle, lo haremos —dijo Cole—. Pero por ahora no es necesario.

—Mira —dijo Val—, sé que casi todos los demás de la
Teddy R
. sois de la Armada, y yo soy sólo una pirata, pero estás dejando que esta movida del poli bueno y el poli malo te afecte el pensamiento. Es un enemigo. Quiere matarnos. Si fuera un soldado de la Federación Teroni, ¿qué le haría un soldado de la Armada?

—Los matamos si tenemos que hacerlo. De lo contrario, los hacemos prisioneros.

—¿Tal vez piensas que matar a un hombre inconsciente es un pecado? —dijo—. Bien. Hazte a un lado y déjame que peque yo. Diablos, no se notará entre todos mis otros pecados.

—No es un pecado —dijo Cole—. Sólo que no es necesario.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Un hijo de puta como éste guarda rencor, especialmente si pasa el resto de su vida con una nueva muñeca y una pierna artificial. Un año de éstos, tú y tu directora de Seguridad vais a tener un niño, y éste es exactamente el tipo de bastardo que esperará el momento oportuno y entonces le rajará la garganta al niño.

—Ahórrame tus predicciones —dijo Cole—. Vivirá hasta que yo diga lo contrario. Es una orden.

Val se encogió de hombros y respiró hondo.

—Eres el capitán.

—Me alegra que lo recuerdes —dijo Cole—. Ha de haber algún hospital por aquí, en alguna parte. Es una ciudad demasiado grande para no tenerlo. Consigue una ambulancia para que lo lleven allí, y, después, que Toro Salvaje baje con una lanzadera y monte guardia. Una vez que esté en condiciones, que nadie, excepto el doctor, entre en la habitación, y que no envíe ni reciba mensajes. Luego, cuando se hayan ocupado de él, esconde su nave. Haré que el presidente de Apolo utilice sus influencias para borrar cualquier registro de aterrizaje en el puerto espacial. Para cuando sea de noche quiero que toda traza de la presencia de este matón haya sido borrada. —Se detuvo un momento—. Cambia eso. Quiero que Domak lo vigile, no Toro Salvaje.

—¿Por qué? —preguntó.

—Sólo quiero a alguien que disuada a cualquiera que quiera hablar con él, y Domak es un polonoi de la casta guerrera. Su apariencia, con su coraza natural puntiaguda, asustará más que los músculos de Toro Salvaje.

—¿Algo más?

Lo consideró un momento.

—No, eso debería bastar. El siguiente movimiento le toca a Khan.

Y llegó la tarde siguiente, cuando un mensaje subespacial llegó al despacho del presidente de Apolo.

—No sabemos nada de nuestro representante. ¿Dónde está?

—No tengo ni idea —respondió Cole—. Le estábamos esperando ayer, y no apareció, ni nos envió un mensaje diciendo que se retrasaría.

—Si descubrimos que nos ha mentido…

—¿Por qué mentiría? —preguntó Cole—. Aquí está el dinero, esperándolos. Por supuesto, lo habría entregado si me hubieran dicho dónde.

—Lo recogeremos en su despacho.

—¿Están seguro de que no habrá ningún inconveniente?

—Téngalo listo. Y será mejor que me diga la verdad.

—¿Por qué les mentiría? —preguntó Cole—. Les estoy pagando por protegerme de los demás. No estoy pagando a nadie más para protegerme de ustedes.

—Modere sus palabras. Estamos de camino. Deberíamos estar ahí en seis horas.

—Bien —dijo Cole—. Los estoy esperando.

Capítulo 11

Cole estaba sentado a la mesa, mirando ocioso en la holopantalla del despacho un partido de pelota asesina que emitían desde el Cúmulo Quinellus. Se estaba preguntando por qué alguien querría participar por voluntad propia en un juego que tenía una media del setenta por ciento de bajas, por muy bien pagado que estuviera. Decidió no considerar la estadística de sus propias bajas. Podían ser aún peor.

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