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Authors: Mike Resnick

Tags: #Ciencia Ficción

Starship: Mercenario (28 page)

—Admiro lo que puede hacer —dijo Cole. Bebió un sorbo de su cerveza y puso mala cara al darse cuenta de que ya estaba caliente—.Y admiro lo que podría llegar a ser. Es como un cachorro muy testarudo pero muy prometedor. Sólo necesita un poco de disciplina y un poco de madurez.

—A ser posible antes de que se cargue toda la Frontera Interior —añadió Sharon.

—Si hubiéramos tardado más en llegar a Prometeo, o si ella hubiera llegado antes, podría habernos atacado —dijo Jacovic.

Cole negó con la cabeza.

—No. Es capaz de hacer un montón de cosas estúpidas, pero ésa no es una de ellas. No carece de sentido de la lealtad, y nosotros la ayudamos cuando perdió su nave.

—Hablando del rey de Roma… —dijo Sharon, mirando hacia la entrada, donde Val acababa de aparecer.

La pelirroja se encaminó directamente hacia su mesa, sobresaliendo por encima de todos los demás humanos, como era habitual, y se sentó en la silla que había dejado vacía tras el altercado.

—¿Cómo está el paciente? —preguntó Cole.

—Despierto —dijo Val—. Y cabreado como una mona.

—¿Con alguien en particular, o sólo con toda la galaxia? —preguntó Cole.

—Realmente, está muy cabreado contigo —respondió.

—Tiene eso en común con la República y la Federación Teroni —dijo Cole—. Tendrá que hacer cola.

—Pero con quien más cabreado está es con el duque por haberle expulsado de la estación delante de todo el mundo —continuó Val—. Cree que lo has humillado públicamente ante sus amigos.

—No tiene amigos —dijo Cole.

—No voy a dejar que vuelva —respondió el duque categóricamente.

—Ése no es el problema —dijo Val—. No pretende volver a poner el pie en la Estación Singapore nunca más.

—Bien —dijo el duque—. Sorprendente, pero bien.

—No me has dejado acabar. Lo que pretende es que tampoco nadie más vuelva a poner los pies aquí.

—Explícate —le pidió Cole.

—Va a hacer a la Estación Singapore lo que le hizo al hospital espacial de Prometeo. —Val se volvió hacia el duque—. Ha ofrecido a la
Esfinge Roja
cuatro millones de libras del Lejano Londres para unirnos a él. ¿Qué nos ofreces para defenderte?

—Ni un solo crédito —dijo Cole antes de que el duque pudiera responder—. No atacamos a nuestros amigos.

—Tú dices que el duque es mi amigo —dijo Val—. Pero le he descubierto a muchos tramposos y no me he llevado nada a cambio.

—Oye —dijo Cole—, tienes una nave por las molestias.

—Fue a ti a quien te dio la misión, no a mí: y tuvimos que dejarnos el culo por esa nave —replicó Val—. Si él es mi amigo y Csonti no, ¿por qué no iguala entonces lo que Csonti está ofreciendo?

Estoy ofreciendo mis servicios al duque, nada más. Si decide no contratarme, entonces me iré con el único postor.

—¿Sabes cuánta gente vive en la Estación Singapore, cuánta gente matarías si la destruyes? —preguntó el duque.

—Los únicos que peligrarán serán los que se queden y luchen —dijo Val—. Me aseguraré de que Csonti no ataque hasta al menos dentro de tres días, lo que permitirá que se marche todo el mundo que desee hacerlo. Le debo eso a Cole.

—Le debes mucho más que eso —dijo Sharon, cortante.

—Entonces convence al duque de que iguale la oferta de Csonti —replicó Val.

—De ningún modo —dijo Cole.

—Entonces no tenemos nada más que decir —dijo Val, poniéndose de pie.

—Perdone —dijo Jacovic, hablando por primera vez desde que Val había llegado—. Si algo de esto tiene que ver con que ahora ocupo tu antigua posición a bordo de la
Theodore Roosevelt
, me alegraría renunciar a ella.

—Era capitana antes de que me encontrara a Wilson Cole, y soy capitana ahora —respondió—. ¿Para qué mierda quiero ser tercera oficial?

Y dicho eso, les dio la espalda y salió del casino.

—Espero fervientemente que la estación cuente con algunas defensas —dijo Cole—. Csonti va a tener, al menos, treinta naves, quizás hasta cuarenta. Nosotros tenemos cinco y cuatro de ellas no tienen mucha potencia de fuego.

—No nos faltan defensas —respondió el duque—. No tenemos tantas como yo desearía, pero no estamos completamente indefensos.

—Tenemos tres días —dijo Cole—. Sharon, haz correr la voz: los permisos quedan cancelados. Deberían irse acostumbrando a eso. Después dile a Cuatro Ojos y a Mustafá Odom que quiero que inspeccionen las capacidades ofensivas y defensivas inmediatamente. Oh, y que Briggs y Toro Salvaje los acompañen.

—Toro Salvaje aún está a bordo de la
Esfinge Roja
—le recordó Sharon.

—¡Mierda! Lo había olvidado —dijo Cole—. Ponte en contacto con él y explícale que si se queda allí, va a encontrarse luchando contra la
Teddy R
.

—¿Algo más? —dijo.

—Ahora mismo no.

—Contactaré con él desde el baño —dijo, levantándose—. Hay demasiado ruido de fondo aquí.

—Pensaba —dijo Jacovic mientras Sharon empezaba a alejarse— que la valkiria nunca alzaría las armas contra la
Theodore Roosevelt
.

—Me pregunto qué idiota dijo tal cosa —respondió Cole.

Capítulo 28

Transcurrió un día entero.

Odom, Briggs y Forrice habían pasado el tiempo inspeccionando la estación y examinando los planos hasta el más mínimo detalle. Toro Salvaje se había presentado a medio día, había trasladado su equipo a la
Teddy R
. y se había unido a ellos.

Cole había mantenido dos reuniones con los capitanes de las cuatro naves más pequeñas y finalmente les había hecho regresar para preparar las armas y defensas de sus naves, y para que vieran si entre todos se les ocurría alguna estrategia viable.

—No vamos a sacar nada en limpio —admitió a Jacovic mientras ambos estaban sentados a solas a una mesa de El Rincón del Duque—. ¿Cómo desplegar cuatro pequeñas naves que tienen una potencia de fuego mínima contra una flota de treinta y cinco a cuarenta naves enemigas?

—Vas por la cabeza, y el cuerpo quedará sin dirección —respondió Jacovic—. Ésa es la primera cosa que se les enseña a los oficiales teroni. Si uno está en inferioridad numérica y es imposible o poco viable escapar, hay que ir a por el líder de tus enemigos con todo lo que tengas.

—No estoy tan preocupado por Csonti como por la
Esfinge Roja
—dijo Cole.

—Hay una alternativa —dijo el teroni.

—¿Echar a correr?

Jacovic asintió.

—No tenemos ninguna obligación de defender la Estación Singapore. Todo lo que hiciste fue poner fin a una pelea.

—No irían tras la estación si yo no le hubiera puesto fin —dijo Cole—. ¿Tú huirías?

—No, probablemente no —admitió Jacovic.

Cole bebió un trago de su cerveza.

—Esto se está desbravando —se quejó—. ¿Dónde está el duque?

—No lo he visto.

—Espero que no esté metiendo sus cosas en una nave —dijo Cole—. Si él abandona la estación, no seré yo quien se quede aquí para defenderla.

Casi como en respuesta, el duque se acercó y se sentó a la mesa.

—¿Dónde demonios estabas? —preguntó Cole.

—Durmiendo —respondió el duque—. Aquí no hay noches o días, así que duermo cuando estoy cansado y me quedo despierto cuando no.

—Mi cerveza se está desbravando.

—¿Hace cuánto rato que la estás bebiendo?

—No lo sé. Jacovic, ¿cuánto tiempo hemos estado calculando las posibilidades de vencer a la flota de Csonti?

—Dos horas, quizás tres —respondió el teroni.

—Dos cervezas más —ordenó el duque, y la mesa respondió con cervezas frescas casi al instante—. Estoy seguro de que estáis bromeando. Sigo diciéndolo: la estación no carece de defensas.

—Están siendo analizadas ahora mismo —dijo Cole.

—Entonces, ¿por qué estáis aquí sentados? —dijo el duque—. ¿Por qué no estáis ahí fuera con vuestros hombres?

—Porque saben más de armamento que yo —dijo Cole.

—Pero tú eres el capitán.

—Un buen capitán sabe cuándo sólo hace bulto —respondió Cole.

—Para el caso, es lo mismo que hace un buen comandante de Flota —añadió Jacovic—. Y un buen empresario. Me he dado cuenta, por ejemplo, que tú no te encargas de barajar las cartas en las mesas, aunque es tu dinero el que está en juego.

—Este teroni cada vez me gusta más —dijo Cole—. Espero que vivamos lo suficiente como para verlo al mando de su propia nave de guerra.

—Yo tenía una nave de guerra —respondió Jacovic—. Lo que necesito ahora es una causa.

—Me inclino a pensar que repeler a Csonti y sus malditos asesinos es una causa suficiente —dijo el duque.

—No tengo nada contra Csonti —dijo Jacovic—. Haré todo lo que pueda para defenderme y destruirlo, pero esto es una circunstancia, no una causa.

—Semántica… —dijo el duque—. Es matar o que te maten. Deberíais estar ambos ansiosos por matar a ese hijo de puta.

—Ningún militar ansía combatir —dijo Cole—. Hemos visto la guerra, y hemos visto la paz, y no hay un soldado en ningún lugar de la galaxia que no piense que la paz es mejor. —Hizo una pausa, frunciendo el ceño—. Además, voy a tener que enfrentarme al guerrero más hábil que he conocido, y eso me molesta.

—¿Csonti? —preguntó el duque—. No sabía que lo hubieras visto en acción.

Cole negó con la cabeza.

—Me refiero a Val. No tendríamos que haber llegado a esto.

—Ella desertó.

Cole suspiró.

—No es tan sencillo.

—Precisamente es así de sencillo —respondió el duque.

—La convencí de que abandonara una carrera muy exitosa como pirata. Le mostré que una unidad militar que estaba teniendo dificultades para ejercer como pirata podría desenvolverse mejor como mercenaria. Lo aceptó. No puedo culparla por hacer algo de lo que la convencí que hiciera.

—Nunca le dijiste que luchara contra la
Theodore Roosevelt
—dijo el duque.

—No la entiendes —dijo Cole—. Creció como una proscrita. En una sociedad que recompensa las agallas y la fuerza, alcanzó la cima de una profesión en la que la mayoría de las mujeres ni siquiera participan y en la que la mayoría de los hombres no llegan a los treinta. No hay un miembro de la
Teddy R
. que no esté en deuda con ella de un modo u otro. Lucharemos contra ella, incluso la mataremos si es lo que hay que hacer, pero no me alegra.

—Parece como si la hubiera querido preparar para que hiciera grandes cosas —dijo Jacovic.

—Era capaz de hacerlas —respondió Cole—. Yo estaba intentando limar las aristas más afiladas y señalarle la dirección correcta.

—Y ahora tendremos que matarla —dijo el teroni.

—Si tenemos suerte —dijo Cole—. Es la persona menos fácil de matar que conozco.

Guardaron silencio unos momentos. Entonces, Cole vio que Forrice y Mustafá Odom entraban en el casino. Los saludó con la mano y se abrieron camino entre la multitud.

—Tomad asiento —dijo el duque—. Las bebidas corren a cuenta de la casa. Confío en que traéis buenas noticias.

—Bueno, noticias en cualquier caso —dijo Forrice.

—¿Cuál es el balance final? —preguntó Cole.

—Por usar una expresión humana —dijo el molario—, somos una presa fácil.

—¡No! —exclamó el duque, enfadado—. Tengo más de ciento cincuenta cañones láser y de energía situados alrededor de la estación.

—Todos son de nivel 2 —dijo Odom.

—¿Y eso qué cuernos significa? —preguntó el duque.

—Significa que el fuego de un cañón de plasma se disipa a diez mil kilómetros, y el láser es tan débil que alrededor del ochenta y cinco por ciento de las naves de la Frontera pueden desviarlo. Todo lo que tienen que hacer es situar su flota a treinta mil kilómetros y empezar a disparar.

—Eso en cuanto al armamento —dijo Cole—. ¿Qué hay de las defensas de la estación?

—Sus escudos y deflectores pueden rechazarlo todo hasta el nivel 4 —respondió Odom—. Pero he preguntado por ahí, y Csonti tiene al menos nueve naves con cañones láser y de energía de nivel 4.

—¿Cuánto tiempo tardaríamos en mejorarlos?

—Dos semanas —respondió Odom—. Y los gastos para cubrir la estación entera dejarían pelado al Duque Platino.

—Pero ¿qué hay aquí que esté como Dios manda? —preguntó Cole.

—Los cañones y escudos que hemos probado lo están.

—Todo funciona —dijo el duque—. Hago que se compruebe todo cada mes estándar.

—Vale —dijo Cole—. Gracias, señor Odom. —Miró al molario. —¿Tienes algo que añadir, Cuatro Ojos?

—Sólo que la Estación Singapore posiblemente no puede defenderse de la flota de Csonti. La única pregunta es si la
Teddy R
. puede encargarse sola.

—Eso no es una alternativa viable —intervino Jacovic.

—Podría ser —dijo Forrice—. Si no tienen nada por encima del nivel 5…

—La
Theodore Roosevelt
podría sobrevivir, aunque lo dudo —dijo Jacovic—. Pero a menos que Csonti sea un comandante totalmente inepto, que mantenga sus naves unidas en formación para que podamos enfrentarnos a todas ellas a la vez, la mitad de ellas puede estar atacando la estación mientras el resto mantiene la
Theodore Roosevelt
a raya.

—Tiene razón —dijo Cole—. La estación no puede defenderse ni dañar la flota de Csonti, e incluso si la
Teddy R
tiene potencia suficiente para cargarse todas las naves de Csonti, lo que es una posibilidad altamente dudosa, no podemos estar luchando contra él y defendiendo la estación al mismo tiempo.

—¿Así que estamos derrotados antes de empezar? —preguntó el duque.

—Yo no diría eso —respondió Cole—. Sólo significa que tenemos que idear una estrategia que saque partido de nuestros puntos fuertes.

—Dime con claridad qué vamos a hacer —dijo el duque.

—Si se me hubiera ocurrido una estrategia, ya te la habría contado.

—¡Pero van a venir dentro de tres días! —dijo el duque—. Y tus expertos nos acaban de decir que la estación es prácticamente indefendible.

—No —dijo Cole—. Han dicho que no puede ser defendida con los medios convencionales y tienen razón. No vamos a abandonar; sólo necesitamos que se nos ocurran diferentes medios para cumplir nuestro objetivo.

—Uno no se rinde sólo porque tiene los números en contra —añadió Jacovic—. Ahí es donde entra la habilidad, la inteligencia, la experiencia y la innovación.

—Exacto —dijo Forrice—. Desde que llegamos a la Frontera Interior, la
Teddy R
. probablemente ha ganado más batallas evitando la confrontación directa que entrando en ella.

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