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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Sombras de Plata (45 page)

BOOK: Sombras de Plata
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Foxfire levantó una mano para acariciarle la mejilla. —Gracias, pensaré en lo que me has dicho. Pero ven, tenemos que unirnos a los demás en el consejo.

La Arpista hizo un gesto de asentimiento y, tras incorporarse, echó a andar con su habitual determinación hacia la hoguera. Pero Hurón cogió a Foxfire por el brazo antes de que pudiese correr tras ella.

—Durante la penúltima celebración del solsticio de verano, nos comprometimos —musitó la elfa con voz suave—. ¿Tan pronto lo has olvidado?

Foxfire contempló, confuso, los ojos negros de la mujer elfa.

—Éramos muy jóvenes cuando hablamos de compromiso, y desde aquel día nuestros pasos nos llevaron por caminos distintos. Fuiste tú quien pediste acabar con el compromiso antes de irte con los humanos.

—No puedo lamentar lo que se ha hecho por el clan, pero olvidaste los motivos por los que nos comprometimos hace tantos años. Yo soy narradora de historias y hermana del Portavoz; tú, un líder de guerra. Juntos habríamos podido criar elfos fuertes para el clan, elfos que a la vez habrían podido dirigir al Pueblo. Si no escoges pronto una compañera y produces herederos, dejarás de ser nuestro líder de guerra. Se te necesita, y tienes que pensar en el clan.

—Ah... —Al final comprendía Foxfire la inquietud de la mujer—. Temes que si elijo a Arilyn como compañera, el clan pueda no aceptar los hijos de una elfa de la luna en nuestra tribu.

Hurón asintió.

—Eso en parte. Hay cosas de nuestra nueva líder de guerra que no sabes. Ella y yo nos habíamos visto ya en la ciudad de los humanos. Debes creerme cuando te digo que no es lo que aparenta ser.

—Ya veo —repuso el elfo, lentamente.

Examinó un instante a la mujer elfa, maravillado de que también ella supiera y hubiese ocultado el secreto de Arilyn durante tanto tiempo. Pero luego, al considerar el asunto, no se sorprendió. Hurón tenía como único objetivo su deseo de servir a favor de los elfos del pueblo, incluso si eso significaba que debía permitir que una semielfa entrara en su fortaleza y mantener el secreto ante su propio hermano.

—Así que tú sabías que Arilyn era semielfa —le espetó bruscamente—. Y sabiéndolo, ahora que has llegado a conocerla, ¿crees que existe de verdad alguna diferencia?

Una expresión sorprendida cruzó por el rostro de Hurón, primero al darse cuenta de que Foxfire ya conocía la verdadera naturaleza de Arilyn y, segundo, cuando se dispuso a considerar su pregunta.

—No —repuso en tono interrogativo—. No, supongo que no hay diferencia.

Luego, la expresión de su rostro se suavizó y apoyó una mano en el brazo de Foxfire.

—Hay una cosa más, algo que no pensaba decirte. Así como tus palabras encierran una gran verdad, sabrás que la semielfa no es para ti. Ama a otra persona. A un humano.

—Eso también lo sabía —replicó el elfo con voz suave—, pero te agradezco tu preocupación. Ven, tenemos que unirnos a los demás.

Los elfos se acercaron al círculo donde se sostenía un acalorado debate sobre la mejor estrategia para tratar con un brujo humano.

Arilyn hizo un gesto a sus amigos y luego volvió a integrarse en la discusión porque acababa de ver la oportunidad para explicar la presencia de Chatarrero en la inminente batalla.

—Todos habéis presenciado el daño que puede infligir un hechicero humano. No sólo la destrucción de Árboles Altos sino el modo en que puede hacer que las flechas disparadas por nuestros arqueros se vuelvan en contra de aquel que las lanza. ¡Imaginaos lo que puede llegar a hacer si dispone de tiempo para prepararse una batalla en un lugar de su elección! ¿Habéis pensado en los hechizos que podrá lanzar, en las trampas que dispondrá?

Varios de los elfos hicieron un sombrío gesto de asentimiento. Ninguno de los que había participado en aquella primera batalla olvidaría la visión de sus compañeros convertidos en cenizas en el tiempo en que tarda en latir el corazón.

—Conozco a una persona que puede descubrir esas trampas y superar a ese hechicero en la batalla. Es un humano, un estudioso y sacerdote adorador de un dios bueno. Ha sido mi aliado durante muchos años, y hasta los lytharis lo han aceptado y lo han conducido al campo de batalla, junto con dos guerreros que lo protegen, para investigar el terreno y prepararse.

—Una sabia precaución —se apresuró a intervenir Foxfire al ver el gesto de desaprobación de la mayoría de los presentes—. Incluso en tiempos de Cormanthor, los humanos lucharon junto al Pueblo frente a un enemigo común.

—Os hablaré con toda franqueza. Ese hombre no se parece en nada a los humanos del antiguo Myth Drannor. No ama al pueblo elfo ni nuestro modo de vida —explicó Arilyn con sencillez—, pero tampoco nos desea nada malo y sí que odia todas las cosas procedentes de Halruaa. ¡Os aseguro que pondrá todo su empeño en librar esa batalla con el hechicero!

—Así se hará —concluyó Zoastria, y los demás, todavía asombrados por el retorno de su milenaria heroína, aceptaron su palabra como la última.

Los elfos debatieron brevemente cuál era el mejor modo de aproximarse al territorio de los Suldusk. A menos de dos días de marcha hacia el este se abría el valle conocido como Claro del Cisne, donde estaba el mayor lago de todo el bosque, y en él desembocaba un pequeño riachuelo que tenía su origen en el territorio Suldusk. Podían construir balsas y remar contracorriente, cosa que les permitiría avanzar con más rapidez que si iban andando. Acordaron salir con la primera luz del alba, tras pasar una noche dedicada al ensueño, la meditación y las oraciones al Seldarine.

Cuando el coro de pájaros matutinos inició los primeros trinos soñolientos y dubitativos, los elfos habían partido ya, siguiendo el rastro que habían dejado impreso los humanos al retirarse, cosa harto sencilla.

Como de costumbre, Tamsin iba un poco adelantado a modo de explorador. No les lanzó ninguna señal de advertencia, pero de repente a ningún elfo le quedó la menor duda de que le habían infligido un súbito dolor, porque su hermana Tamara se detuvo de pronto y se encogió, tapándose los ojos con las manos.

El silencio cubrió a los elfos. ¿Qué había podido ver la elfa que le causara una desolación tan profunda sino la muerte de su hermano gemelo?

Los hombros de Tamara se alzaron y bajaron de forma rítmica cuando la elfa respiró hondo y
alzó
los ojos para mirar a Foxfire.

—Es como tú has dicho. Los humanos nos están atrayendo hacia ellos. Nos están esperando: a nosotros, y a ti. Ven. No desearás ver esto, pero tienes que hacerlo.

Un centenar de pasos más adelante, se había arrancado un árbol joven para usarlo a modo de estaca, y en él se había atado el cuerpo de un elfo. No se trataba de Tamsin, era un extraño, un elfo Suldusk, que llevaba muerto quizás unos tres días. Un enjambre de moscas zumbaba a su alrededor, hurgando en la silueta de una flor que había sido esculpida en sus mejillas.

—¿Cuántos más elfos habrá en todo el trayecto? —murmuró Tamsin con voz presa de desesperación—. ¿Cuántos más van a morir en cautividad antes de que lleguemos al sur del bosque?

Ganamede, que había regresado junto a los elmaneses con la llegada del alba, se acercó al trote hasta Zoastria.

—He visto el campamento humano. Nos superan en número y además han tenido tiempo para preparar su defensa. La única baza de que disponemos es el factor sorpresa, y llegar a tiempo para liberar a cuantos elfos no hayan sucumbido todavía en el cautiverio. He hablado con mi clan y hemos decidido que los lytharis os llevaremos entre dos mundos hasta un lugar mucho más cercano al campamento que el Claro del Cisne, un punto que está a menos de un día de camino.

—Los humanos nos llevan más de tres días de ventaja —comentó Rhothomir—, pero aun así no llegarán mucho antes que nosotros al campamento y, además, no creo que nos esperen tan pronto. Sin duda habrán apostado informadores que controlen nuestro paso. Con eso que sugieres, podemos pasar sin ser vistos y pillar a los humanos completamente desprevenidos. Si estáis dispuestos a hacerlo, aceptaremos encantados.

Los elfos se dividieron en grupos reducidos para que pudiesen viajar con la docena aproximada de lytharis a través de las puertas hasta el campo de batalla. Foxfire fue de los primeros en pasar, al igual que Rhothomir. Parecía lógico enviar primero a los líderes, pero Zoastria hizo que pasara su turno y le indicó con un gesto a Arilyn que se acercara.

Las dos hembras elfas se alejaron de los demás y, al llegar a un claro situado a la sombra de unos robles centenarios, Zoastria le indicó que se detuviera.

—La batalla acontecerá antes de lo que esperaba —comentó, bruscamente—. Ha llegado la hora.

Arilyn se quedó contemplando a la elfa de reducida talla, sin comprender, y al seguir la trayectoria de su mirada vio que tenía la vista fija en la hoja de luna que llevaba colgada del cinto.

—La has llevado bien, para ser semielfa —admitió Zoastria—, pero ha llegado la hora. La hoja de luna tiene que regresar a mí.

21

Arilyn se quedó mirando a su antepasada, aturdida por su petición. ¡No había previsto aquel desenlace cuando había despertado a la guerrera durmiente!

—La hoja de luna me aceptó a mí como portadora. ¡Las dos estamos unidas! — protestó—. ¡No puedo dejársela a otro como si fuera un arma corriente!

—Sólo uno puede blandir la espada —repuso Zoastria en tono severo—. Si tienes otra espada, desenfunda y dejemos que la más diestra en esgrima decida el asunto.

La semielfa rechazó aquella solución de inmediato. A pesar de que admiraba la habilidad de la mujer elfa con las armas, Arilyn sospechaba que podría vencer a Zoastria en combate, y no había devuelto a aquella antigua heroína a la desmoralizada tribu elmanesa para destruirla. Aunque tampoco había rechazado nunca un combate. Simplemente no podía hacerlo, ni siquiera las criaturas del bosque.

Zoastria debió de ver algo de eso en los ojos de la semielfa porque enseguida hizo otra propuesta.

—O sigue los deseos de tu corazón. Dame la espada voluntariamente y líbrate de la hoja de luna de una vez por todas. Al restituir la espada a un portador anterior, y en definitiva a su legítimo dueño, tu deuda con el Pueblo se verá cumplida con honor y te verás libre de tu promesa de servir a la hoja de luna.

Mientras la semielfa meditaba aquella inesperada solución, un peso enorme se le quitó del corazón, y el vacío se vio repleto de inmediato de una extraña tristeza y sensación de pérdida.

—¿Y el poder que conferí yo a la espada? —preguntó, dubitativa.

—Será eliminado. Si es ése tu deseo, procedamos.

—Un momento —murmuró Arilyn. Desenfundó la espada y la sostuvo frente a sí, saboreando por un momento el único vínculo que tenía con su herencia elfa. Aunque temía a la hoja de luna, y a menudo se sentía resentida con ella e incluso la odiaba, nunca había pensado que un día le pedirían que la dejara. Y, sin embargo, estaba dispuesta a hacerlo, porque aquello era lo mejor para el Pueblo elfo y para aquel espíritu que amaba y que, de otro modo, se vería atrapado en su interior.

Arilyn alzó los hombros y levantó por última vez la hoja de luna. Contempló su imagen doble y también la segunda sombra que sin querer había consignado al servicio de la espada. Acto seguido, las invocó a las dos.

La pareja de sombras elfas emergió de la espada y cobró forma frente a ella. Arilyn sintió un nudo en la garganta al contemplar la imagen calcada de Danilo y se preguntó brevemente si su amigo sabría algo de lo que había sucedido en los bosques de Tethir. Antes de haber conocido a su propia sombra elfa, y cuando la entidad de la espada estaba bajo el control de su maestro, Arilyn se había visto asaltada a menudo por sueños cuando su sombra elfa se veía obligada a cumplir los mandatos de Kymil Nimesin. Sólo esperaba que en sus sueños Danilo comprendiese lo que estaba a punto de hacer y el motivo.

Tras absorber fuerza de la calidez de sus ojos grises, Arilyn volvió a enfundar la hoja de luna y se desató el cinturón para tendérselo a su antecesora.

Zoastria desenfundó la hoja con un movimiento suave y familiar. La luz azulada de la piedra brilló un instante y luego la luz se amortiguó. La espada acababa de aceptar de nuevo a su antigua dueña. Al mismo tiempo, una de las runas grabadas mágicamente sobre la espada, la que indicaba el poder que Arilyn había añadido, empezó a hacerse borrosa.

Mientras Zoastria murmuraba el ritual de aceptación que nunca habían enseñado a Arilyn, la semielfa presenció cómo se borraba su imprenta sobre la espada y vio cómo se disipaban como niebla su sombra elfa y la de Danilo, con las manos entrelazadas.

—Gracias por recibirme, duque Hembreon —agradeció Hasheth mientras tomaba asiento en la silla que el hombre corpulento le ofrecía. Era una experiencia de por sí difícil estar en presencia de un hombre tan poderoso, y a Hasheth no le importó que fuera la valía de otra persona lo que le hubiese dado acceso a aquel privilegio. No siempre iba a ser así.

—Decíais que habíais recibido noticias de Hhune. ¿Hay conflictos en Aguas Profundas?

—Nada fuera de lo corriente —respondió Hasheth, confiando en que no se alejara mucho de la verdad—. Como sabéis, lord Hhune se ha comprometido a encontrar una solución al problema que presentan los elfos del bosque.

«Al menos —añadió Hasheth para sus adentros—, eso es lo que habría hecho yo en su lugar.» El joven dudaba que el otro miembro de los Caballeros del Escudo estuviese al corriente de las actividades ilegales de Hhune en el bosque elfo o que las tolerase. ¿Qué mejor opción le quedaba a Hhune para que nadie se enterase que ofrecerse a manejar él solo el asunto?

—Parece que Hhune ha confiado en vos —comentó el duque Hembreon para poner a prueba los límites del conocimiento del joven.

—Soy su aprendiz —repuso Hasheth, simplemente—. Espero aprender todo lo que desee enseñarme.

Ya estaba. Era imposible decir con más franqueza, a menos que abandonara cualquier intento por resultar sutil, que tenía conocimiento de los secretos de los Caballeros.

El duque asintió, pensativo.

—¿Y qué ha aprendido Hhune de los conflictos de los elfos?

—Los elfos de Tethir están siendo expoliados. Sus árboles centenarios están siendo talados para conseguir madera y asesinados sus habitantes, por obra de un noble de poca monta, un capitán de mercenarios conocido con el nombre de Bunlap. Los elfos han hecho un juramento de sangre en su contra y no cesarán en sus ataques vengativos hasta que ese hombre muera.

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