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Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (5 page)

Entonces cambió de tono.

—Te lo voy a tocar, subida sobre ti, metiendo mi mano dentro, te muerdo la nuca, la mano en una teta, te folio con un dedo… Mi peso te impide casi respirar, tienes la cara contra el cojín, te cuesta coger aire, mi cuerpo te aplasta mientras te penetro…

Me doy la vuelta para aplastarme contra el sofá, imaginando que la llevo a mi espalda. Estoy tal y como ella me dice, con mi mano debajo de mi cuerpo, masturbándome, con el teléfono sobre un cojín al lado de mis oídos. Sus palabras me llegan suaves y, en un momento dado, es como si estuviera aquí, a mi lado. Mis suspiros se convierten en gemidos, mi mano se mueve muy rápidamente.

—Así, así, mi amor… Te estoy follando como te gusta…

Finalmente, el orgasmo convierte mi gemido en un grito ahogado.

PLACER

Se sienta delante de mí. Yo estoy en mi sillón azul, que he colocado justo enfrente de la cama en la que ella se sienta. A mi lado tengo una mesita con todo lo necesario. Vamos a jugar.

Le digo que se desnude. Y lo hace muy despacio, quitándose cada prenda y dejándolas caer a un lado. Cuando está en bragas y sujetador le digo que pare. Me acerco, me pongo en cuclillas frente a ella, le huelo el coño, se lo toco —ya está mojada—, le toco los pezones por encima de la tela; me gusta sentir los aros que los atraviesan y la cadena que va de una anilla a la otra. Me encanta esa cadena de la que yo puedo tirar si quiero.

Vuelvo a mi sillón y le digo que acabe de desnudarse. Lo hace y se sienta. La miro despacio, pensando lo que pienso siempre que la tengo así, y que incluso después de tanto tiempo no hay nadie que pueda gustarme tanto. Y si lo pienso cada vez que la veo desnuda es porque es extraño el deseo que me inspira, y eso que nunca me han gustado las mujeres rubias, blancas, con aspecto nórdico, sino que siempre he preferido a las morenas y meridionales. Pero así son las cosas del deseo; Cris es una anglosajona pálida que desde que apareció en mi vida la trastornó totalmente.

Me acerco a ella y la toco toda entera mientras permanece muy quieta, sólo se mueve ligeramente para facilitar el acceso de mi mano. Le toco la cara, le acaricio el cuello por debajo de su mata de pelo largo color miel, le acaricio los labios, le meto la mano en la boca y, por un rato, dejo que chupe los dedos de mi mano izquierda mientras la derecha continúa con la inspección. Bajo por las tetas, dibujo con un dedo los pezones, dejando que se ponga tensa mientras imagina que voy a tirar de la cadena y sí, tiro ligeramente, lo suficiente como para que se queje, pero no más. Juego con los pelos de su axila, y finalmente, con las dos manos apoyadas en sus caderas, vuelvo a ponerme en cuclillas para pasar el dorso de la mano por el suave coño recién afeitado. Con el dedo recorro su abertura sin llegar a profundizar. Eso vendrá luego, pero ella ya está pidiendo más.

Noto que también yo estoy muy caliente y que podría correrme ya, sólo con verla así, sólo con recorrerla, pero hoy voy a follarla porque se lo prometí la última vez y lo voy a hacer como sé que a ella le gusta. Es lo que espera de mí y es lo que voy a darle.

Me acerco de nuevo y me sitúo de pie, frente a ella. Pongo mi mano sobre su cabeza y le digo que se tumbe boca abajo, con la cabeza hacia fuera. Así ésta queda a la altura de mi roño. Me bajo el pantalón y las bragas hasta los tobillos y, cogiéndola del pelo, llevo su boca hasta mi coño y le digo que saque la lengua y lo lama. Le cuesta mucho porque no tiene apoyo para la cabeza, pero pone las manos en el suelo y consigue llegar a mí con su lengua húmeda. Abro un poco los piernas para que llegue mejor: su lengua recorre mi abertura y me lame el clítoris, muy suavemente, sólo la punta, como me gusta, pero enseguida me retiro porque no es el momento todavía.

Ahora que está con el cuerpo tendido boca abajo y sujetándose con las manos en el suelo, saco los pies del pantalón y las bragas y le acaricio el culo. Un culo precioso, tan bonito como toda ella. Meto mi dedo en su agujero, su rosa roja lo atrapa y Cris se pone a jadear; no sé si se queja o le gusta. A veces es lo mismo.

Ya que estoy desnuda de cintura para abajo aprovecho para coger el arnés y ponérmelo mientras le digo que vuelva a sentarse. Cuando lo hace, mira con deseo la enorme polla que me he puesto en su honor, pero no voy a dársela todavía, al menos no en su coño, ni en su culo, pero me acerco y se la aplasto contra la boca hasta que la abre y se la meto entera; cuando le da una arcada se la saco y le repaso su propia saliva por la cara. En realidad estoy muriéndome por besarla, pero me contengo. Sé que hoy eso no le gustaría; hoy esto no va de besos.

Vuelvo a la mesilla y cojo las esposas que uso para atarle las manos: a veces se las ato por delante, lo que tiene sus ventajas porque puede, por ejemplo, masturbarse o masturbarme a mí. A veces se las ato por detrás, lo que la inmoviliza mucho más; se queda completamente a mi merced, sin que pueda hacer nada. Ahora se las ato por detrás y si me masturba tendrá que ser con la lengua. Y lo intenta.

Cuando me pongo frente a ella para atarle las manos a la espalda, mi coño queda de nuevo a la altura de su boca y, como tiene agachado el cuello para dejar que ponga sus brazos hacia atrás, intenta meter su lengua por un lado del arnés y llegar hasta mi clítoris. Pero yo no quiero que lo haga y no se lo he pedido: ese movimiento me fastidia. Agarro un mechón de su pelo, le subo la cabeza y le pego una bofetada, que la tira de lado sobre la cama. Me subo a horcajadas sobre ella y termino de sujetarle las manos con las esposas.

Me incorporo y la incorporo a ella tirando de la cadena que lleva en las tetas, lo que hace que use sus rodillas para evitar que tire y la haga daño. Se levanta casi de un salto y se sienta de nuevo, tiro un poco y la pongo de pie. Vuelvo a mi sillón. Le digo que se agache y que haga pis, que quiero ver cómo mea. Se pone en cuclillas, pero no puede, le salen un par de gotas. Dice que no puede, estando tan excitada. Vuelvo a abofetearla y le doy tan fuerte en la cara que, como no puede sostenerse sin manos, cae de espaldas. Ahora, sin manos, le costará mucho levantarse. Y le cuesta. Tiene que ponerse primero de lado, empujarse con el hombro, pero no puede y se arrastra hasta la cama para conseguir encontrar un punto de apoyo en la cabeza y así volver a levantarse. Mientras, voy a por una jarra de agua y un vaso. Lo lleno y se lo doy en la boca hasta que lo acaba, luego le doy otro. Vuelve a ponerse en cuclillas y consigue que le salga un chorrito, poco más. Veo que se esfuerza, pero es difícil hacer pis con el clítoris hinchado. Como amenazo con darle más agua, se esfuerza de verdad: tiene la tripa llena. No tengo prisa, me siento a esperar tranquilamente y al final lo consigue. Cuando comienza a mear sobre el suelo y el pis resbala por sus muslos, yo me levanto y pongo la mano debajo; después con ella empapada me acaricio un poco y estoy lista.

Entonces sí, la arrastro hacia la cama, le hago levantar las piernas y cuando me meto en ella las pone sobre mis hombros. La folio con fuerza, porque cuanto más fuerte la empujo, más siento yo el arnés clavándose en mi clítoris. La tollo con tanta fuerza que su cabeza golpea contra la pared y gime en cada acometida. Cuando comienzo a correrme pongo mi boca sobre la suya para que mis gritos se queden dentro de ella. La beso con verdadero amor.

Al terminar, me quedo encima de ella, descansando, aprovechando este momento de paz para acariciarla, pero ella no tiene paz porque quiere su orgasmo y por eso ahora se mueve debajo de mí intentando frotarse contra cualquier cosa. Sus piernas abrazan mi cuerpo con fuerza —Cris tiene mucha fuerza ya que es deportista— y, si no estuviera atada, manejaría mi cuerpo con toda facilidad.

No estoy dispuesta a dejar que se corra a base de frotarse conmigo porque yo no he acabado, así que me levanto y vuelvo con un utensilio que me encanta porque estimula el punto g. Es de color morado y, desde que me hice con él, me encanta metérselo porque es como manejar un instrumento de precisión. Suelo hurgar en su interior hasta conseguir para ella un orgasmo enorme e intenso, que suele dejarla arrasada de placer. No lo uso siempre, sólo en las grandes ocasiones y hoy lo es, porque celebramos nuestro reencuentro. No quiero que se acostumbre. Pero cuando me ve empuñarlo suspira de puro placer adelantado.

Se lo introduzco lenta, muy lentamente, con cuidado, y cuando llego, comienzo a darle vueltas siguiendo las indicaciones de su respiración, de sus gemidos, de sus pequeños gritos, que me van diciendo cuándo he tocado un punto sensible. Entonces sí lo muevo más rápido, pero nunca demasiado porque le haría daño. Su tensión va creciendo, su cuerpo se arquea, su respiración se vuelve espasmódica y, finalmente, cuando comienza a gritar, suelta un enorme chorro de líquido que empapa la cama, mis piernas, sus piernas, todo. Veo que no ha perdido su capacidad para eyacular y veo que yo no he perdido la mía para tocarle allí donde le gusta.

Me tumbo junto a su espalda y la abrazo. Le suelto las manos y la beso en la base del cuello. La habitación huele a sexo y a orín. Me pego mucho a su espalda y le susurro que la quiero y que no vuelva a dejarme, que me muero sin ella. No me contesta, pero no la voy a sujetar: es completamente libre.

MANÍAS

El sexo anónimo y rápido estaría bien si pudieras repetir con la misma anónima varias veces, pero mi problema, y el de muchas mujeres, es que nuestros cuerpos no funcionan así, como una máquina hidráulica. Necesito follar varias veces con la misma persona para que la cosa funcione. En general las mujeres necesitamos «aprender» los cuerpos ajenos y enseñar cómo moverse por el nuestro para empezar a disfrutar verdaderamente. Vale, las hay muy todoterreno a las que lo mismo les da una teta talla S que XXL o que se manejan igual de bien con un arnés que con camisón de encaje, pero algunas necesitamos tiempo. O quizá es que yo soy una maniática. Pensándolo bien, es cierto que estoy llena de manías pero, a estas alturas de mi vida, tengo derecho a tenerlas. En el sexo hay cosas que odio y si me las hacen, o lo intentan, ya está, se estropeó el polvo. No puedo seguir. A veces he pensado que quizá no estaría mal editar un manual de instrucciones, como me dijo una amiga con la que me acosté y que terminó más bien enfadada conmigo.

Veamos que cosas tendrían que figurar en ese manual:

—No me gusta que me metan la lengua en la oreja. No lo soporto, me da repelús. ¡Qué manía tiene la gente con la oreja!

—No me gusta que me llenen el ombligo de saliva. Me hace cosquillas, pero en plan desagradable, y me da un poco de asco, para qué lo voy a negar.

—No me gusta que me succionen los pezones como si me estuvieran mamando. Ya tuve una hija y fue suficiente.

—No me gusta que me metan nada en la vagina. Yo, como Monique Wittig, no tengo vagina. Soy lesbiana para ahorrarme eso de la vagina; ya me cuesta hasta meterme un tampax.

—No me gusta que me toquen mucho las manos y los pies menos aún. Me hace cosquillas y me pone muy nerviosa.

—No me gusta hacer el 69; no sé a quién se le ocurrió dicha práctica infame. Lo cierto es que o se está a una cosa o a la otra: no se pueden hacer bien dos cosas a la vez.

Seguramente se me olvida algo. En todo caso, esto es lo más importante.

Pero, por el contrario, hay cosas que me gustan, faltaría más. Me gusta que me besen durante horas: pueden comerme la boca tiempo y tiempo, nunca me canso. Me gusta que me besen suave y que me besen fuerte. Me gusta que me muerdan los labios, que me llenen la boca de saliva, que me acaricien los labios con la lengua, que me succionen los labios, que me den la lengua; que me metan los dedos en la boca mientras me corro, que me perfilen los labios con los dedos llenos de mi saliva, todo eso me gusta. Y, claro, me gusta que toquen el clítoris con los dedos, no tanto con la lengua. Creo que comer el coño es un arte que no todo el mundo domina, pero al que todo el mundo se lanza con afán. Y no es fácil, hay que saber, y hay que escuchar lo que dice la que está con las piernas abiertas; hay que pedir que vaya dando indicaciones. Niñas, hay que hablar y escuchar. Yo no sé qué manía tienen algunas mujeres de estar calladas. Tener por primera vez el cuerpo de una mujer que no habla es como navegar a oscuras. No se sabe por dónde ir. Por eso lo mejor es ir dando indicaciones, porque lo cierto es que hay tantos gustos sexuales como cuerpos.

Yo he conocido de todo: la que quería que se lo mordieses, la que quería que se lo succionases como si fuera un chupete, la que quería que metieras la lengua entre los labios, la que le gustaba que usaras la lengua como si fuera un dedo, la que le gustaba que le dieras pequeños toques y muy continuados… En todo caso, creo que como un dedo no hay nada: controlas mucho mejor y, además, lo mejor de todo es que tú puedes estar arriba, junto a la boca. Eso es lo que me gusta y no me gustan las variaciones. Me gusta lo que me gusta, la boca en mi boca, la mano en mi coño. Comenzar despacio, bajando desde arriba o desde el culo, pero ir despacio, acariciando desde el principio, empezando por las ingles, metiendo después el dedo entre los labios mayores para llegar luego, muy suavemente, a la punta del clítoris y ahí sí, comenzar poco a poco a mover el dedo más rápido sobre el capuchón y mucho más rápido y un poco más fuerte cuando me vaya a correr. No se puede decir que sea una chica complicada. No sé por qué me dicen lo que me dicen: más fácil que yo, ninguna.

LOS PEZONES DE MARGA

Mi mujer, Marga, es una escritora conocida. Sale mucho en televisión. Es famosa, atractiva, simpática… y también tiene unos pezones saltones que no hace falta estimular porque siempre están erguidos como dos montañas. Me gusta pasar los labios por encima, aprisionarlos y tirar de ellos, me gusta lamerlos. Me gusta mojarlos con cualquier cosa: yogur, miel, mermelada… y chupar y chupar hasta dejárselos limpios y relucientes. Además, los tiene muy sensibles y es capaz de correrse simplemente con juntar las piernas mientras se los chupo.

Sus pezones son tan duros y tan grandes que me gustar restregar mis propios pezones sobre los suyos. Me tumbo encima de ella poniendo mis tetas encima de las suyas y me froto con sus pezones hasta que los míos crecen y se ponen duros y tirantes. Después, sube y me los mete en la boca, e incluso puede frotarme con ellos el clítoris, nunca he visto unos pezones tan duros. De hecho, siempre tiene problemas con la ropa y ni siquiera un sujetador a prueba de los deportes más duros consigue que los pezones no se le marquen de manera escandalosa. En verano tiene que ponerse dos camisetas porque, si no, todo el mundo termina con la vista puesta en sus pezones. A veces, cuando quiero que se ponga nerviosa, me divierte pasar mi mano por encima o agarrárselos en cualquier sitio, en la calle, en una tienda… ella se pone colorada, porque la gente la conoce y comienzan enseguida a murmurar. Yo me excito y la gente se queda entre asombrada y atónita; no se me ocurriría hacerlo en medio de una manifestación de la extrema derecha o en una misa, claro, pero sí me gusta rozárselos como sin querer y que la gente no sepa qué pensar.

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