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Authors: Jane Austen

Tags: #Clásico,Romántico

Sentido y Sensibilidad (17 page)

—También
yo
lo lamentaría —dijo Elinor, atónita—, si hubiera sido de alguna utilidad para
usted
conocer mi opinión sobre ella. Pero, en verdad, nunca pensé que tuviera usted relación alguna con esa familia y, por tanto, confieso que me sorprende algo que indague tanto sobre el carácter de la señora Ferrars.

—Supongo que sí le extraña, y debo decir que no me admira que así sea. Pero si osara explicarle, no estaría tan sorprendida. La señora Ferrars no es en realidad nada para mí en la actualidad…, pero
puede
que llegue el momento…, cuán pronto llegue, por fuerza depende de ella…, en que nuestra relación sea muy estrecha.

Bajó los ojos al decir esto, dulcemente pudibunda, con sólo una mirada de reojo a su compañera para observar el efecto que tenía sobre ella.

—¡Santo cielo! —exclamó Elinor—, ¿a qué se refiere? ¿Conoce usted al señor Robert Ferrars? ¿Lo conoce? —y no se sintió demasiado complacida con la idea de tal cuñada.

—No —replicó Lucy—, no al señor
Robert
Fernars…, no lo he visto en mi vida; pero sí agregó fijando su mirada en Elinor— a su hermano mayor.

¿Qué sintió Elinor en ese momento? Estupor, que habría sido tan doloroso como agudo era, si no hubiese estado acompañado de una inmediata duda respecto de la declaración que lo originaba. Se volvió hacia Lucy en un silencioso asombro, incapaz de adivinar el motivo o finalidad de tal afirmación; y aunque cambió el color de su rostro, se mantuvo firme en la incredulidad, fuera de todo peligro de un ataque histérico o un desvanecimiento.

—Es natural que se sienta sorprendida —continuó Lucy— , pues con toda seguridad no podría haberlo sabido antes; apostaría a que él nunca les dio ni el menor indicio de ello, ni a usted ni a su familia, ya que se suponía era un gran secreto, y puedo asegurar que de mí no ha salido ni una sola palabra hasta este momento. Ni una sola persona de mi familia lo sabe, a excepción de Anne, y jamás se lo habría mencionado a usted si no tuviera la mayor confianza del mundo en su discreción; pensaba que mi comportamiento al hacer tantas preguntas sobre la señora Ferrars debe haber parecido tan fuera de lugar que ameritaba una explicación. Y no creo que el señor Ferrars se sienta tan disgustado cuando sepa que he confiado en usted, porque me consta que tiene la mejor opinión del mundo respecto de toda su familia, y las considera a usted y a la otra señorita Dashwood como si fueran verdaderas hermanas —hizo una pausa.

Elinor permaneció en silencio durante algunos momentos. Su estupor ante lo que oía fue al comienzo demasiado grande para ser puesto en palabras; pero después de un rato, obligándose a hablar, y a hablar cautelosamente, dijo con un modo tranquilo que ocultaba de manera casi aceptable su sorpresa y ansiedad:

¿Puedo preguntarle si su compromiso es de larga data?

—Hemos estado comprometidos desde hace cuatro años.

—¡Cuatro años!

—Sí.

Aunque tales palabras la sacudieron profundamente, Elinor seguía sin poder creerlas.

—Hasta el otro día —dijo— ni siquiera sabía que se conocieran.

—Sin embargo, nos conocemos desde hace muchos años. El estuvo bajo la tutela de mi tío, sabe usted, bastante tiempo.

—¡Su tío!

—Sí, el señor Pratt. ¿Nunca le escuchó mencionar al señor Pratt?

—Creo que sí —respondió Elinor, haciendo un esfuerzo cuya intensidad aumentaba a la par de la intensidad de su emoción.

—Estuvo cuatro años con mi tío, que vive en Longstaple, cerca de Plymouth. Fue allí donde nos conocimos, porque mi hermana y yo a menudo nos quedábamos con mi tío, y fue allí que nos comprometimos, aunque no hasta un año después de que él había dejado de ser pupilo; pero después estaba casi siempre con nosotros. Como podrá imaginar, yo era bastante reacia a iniciar tal relación sin el conocimiento y aprobación de su madre; pero también era demasiado joven y lo amaba demasiado para haber actuado con la prudencia que debí tener… Aunque usted no lo conoce tan bien como yo, señorita Dashwood, debe haberlo visto lo suficiente para darse cuenta de que es muy capaz de despertar en una mujer un muy sincero afecto.

—Por cierto —respondió Elinor, sin saber lo que decía; pero tras un instante de reflexión, agregó con una renovada seguridad en el honor y amor de Edward, y en la falsedad de su compañera—: ¡Comprometida con el señor Ferrars! Me confieso tan absolutamente sorprendida frente a lo que dice, que en verdad… le ruego me disculpe; pero con toda seguridad debe haber algún equívoco en cuanto a la persona o el nombre. No podemos estar hablando del mismo señor Ferrars.

—No podemos estar hablando de ningún otro —exclamó Lucy sonriendo—. El señor Edward Ferrars, el hijo mayor de la señora Ferrars de Park Street, y hermano de su cuñada, la señora de John Dashwood, es la persona a la cual me refiero; debe concederme que es bastante poco probable que
yo
me equivoque respecto del nombre del hombre de quien depende toda mi felicidad.

—Es extraño —replicó Elinor, sumida en una dolorosa perplejidad— que nunca le haya escuchado ni siquiera mencionar su nombre.

—No; considerando nuestra situación, no es extraño. Nuestro principal cuidado ha sido mantener este asunto en secreto… Usted no sabía nada de mí o de mi familia, y por ello en
ningún
momento podía darse la oportunidad de mencionarle mi nombre; y como siempre él estaba tan temeroso de que su hermana sospechara algo,
tenía
motivo suficiente para no mencionarlo.

Guardó silencio. Zozobró la seguridad de Elinor, pero el dominio sobre sí misma no se hundió con ella.

—Cuatro años han estado comprometidos —dijo con voz firme.

—Sí; y sabe Dios cuánto tiempo más deberemos esperar. ¡Pobre Edward! Se siente bastante descorazonado —y sacando una pequeña miniatura de su bolsillo, agrega: Para evitar la posibilidad de error, tenga la bondad de mirar este rostro. Por cierto no le hace justicia, pero aun así pienso que no puede 'equivocarse respecto de la persona allí dibujada. Estos tres años lo he llevado encima.

Mientras decía lo anterior, puso la miniatura en manos de Elinor; y cuando ésta vio la pintura, si había podido seguir aferrándose a cualesquiera otras dudas por temor a una decisión demasiado apresurada o su deseo de detectar una falsedad, ahora no podía tener ninguna respecto de que si era el rostro de Edward. Devolvió la miniatura casi de inmediato, reconociendo el parecido.

—Nunca he podido —continuó Lucy— darle a cambio mi retrato, lo que me fastidia enormemente; ¡él siempre ha querido tanto tenerlo! Pero estoy decidida a que me lo hagan en la primera oportunidad que tenga.

—Tiene usted toda la razón —respondió Elinor tranquilamente. Avanzaron algunos pasos en silencio. Lucy habló primero.

—Estoy segura —dijo—, no me cabe ninguna duda en absoluto, de que guardará fielmente ese secreto, porque se imaginará cuán importante es para nosotros que no llegue a oídos de su madre, pues, debo decirlo, ella nunca lo aprobaría. Yo no recibiré fortuna alguna, y creo saber que es una mujer notablemente orgullosa.

—En ningún momento he buscado ser su confidente —dijo. Elinor—, pero usted no me hace sino justicia al imaginar que soy de confiar. Su secreto está a salvo conmigo; pero excúseme si manifiesto alguna sorpresa ante tan innecesaria revelación. Al menos debe haber sentido que el enterarme a mí de ese secreto no lo hacía estar más protegido.

Mientras decía esto, miraba a Lucy con gran fijeza, con la esperanza de descubrir algo en su semblante… quizá la falsedad de la mayor parte de lo que venía diciendo; pero el rostro de Lucy se mantuvo inmutable.

—Temía haberla hecho pensar que me estaba tomando grandes libertades con usted —le dijo— al contarle todo esto. Es cierto que no la conozco desde hace mucho, personalmente al menos, pero durante bastante tiempo he sabido de usted y de toda su familia por oídas; y tan pronto como la vi, sentí casi como si fuera una antigua conocida. Además, en el caso actual, realmente pensé que le debía alguna explicación tras haberla interrogado de manera tan detallada sobre la madre de Edward; y por desgracia no tengo un alma a quien pedir consejo. Anne es la única persona que está enterada de ello, y no tiene criterio en absoluto; en verdad, me hace mucho más daño que bien, porque vivo en el constante temor de que traicione mi secreto. No sabe mantener la boca cerrada, como se habrá dado cuenta; y no creo haber tenido jamás tanto pavor como el otro día, cuando sir John mencionó el nombre de Edward, de que fuera a contarlo todo. No puede imaginar por las cosas que paso con todo esto. Ya me sorprende seguir viva después de lo que he sufrido a causa de Edward estos cuatro años. Tanto suspenso e incertidumbre, y viéndolo tan poco… a duras penas nos podemos encontrar más de dos veces al año. No sé cómo no tengo destrozado el corazón.

En ese instante ' sacó su pañuelo; pero Elinor no se sentía demasiado compasiva.

—A veces —continuó Lucy tras enjugarse los ojos—, pienso si no sería mejor para nosotros dos terminar con todo el asunto por completo —al decir esto, miraba directamente a su compañera—. Pero, otras veces, no tengo la fuerza de voluntad suficiente para ello. No puedo soportar la idea de hacerlo tan desdichado, como sé que lo haría la sola mención de algo así. Y también por mi parte…, con lo querido que me es… no me creo capaz de ello. ¿Qué me aconsejaría hacer en un caso así, señorita Dashwood.? ¿Qué haría usted?

—Perdóneme —replicó Elinor, sobresaltada ante la pregunta—, pero no puedo darle consejo alguno en tales circunstancias. Es su propio juicio el que debe guiarla.

—Con toda seguridad —continuó Lucy tras unos minutos de silencio por ambas partes—, tarde o temprano su madre tendrá que proporcionarle medios de vida; ¡pero el pobre Edward se siente tan abatido con todo eso! ¿No le pareció terriblemente desanimado cuando estaba en Barton? Se sentía tan desdichado cuando se marchó de Longstaple para ir donde ustedes, que temí que lo creyeran muy enfermo.

—¿Venía de donde su tío cuando nos visitó?

—¡Oh, sí! Había estado quince días con nosotros. ¿Creyeron que venía directamente de la ciudad?

—No —respondió Elinor, dolorosamente sensible a cada nueva circunstancia que respaldaba la veracidad de Lucy—. Recuerdo que nos dijo haber estado quince días con unos amigos cerca de Plymouth.

Recordaba también su propia sorpresa en ese entonces, cuando él no agregó nada más sobre esos amigos y guardó silencio total incluso respecto de sus nombres.

¿No pensaron que estaba terriblemente desanimado? —repitió Lucy.

—En realidad sí, en especial cuando recién llegó.

—Le supliqué que hiciera un esfuerzo, temiendo que ustedes sospecharan lo que ocurría; pero le entristeció tanto no poder pasar más de quince días con nosotros, y viéndome tan afectada… ¡Pobre hombre! Temo le ocurra lo mismo ahora, pues sus cartas revelan un estado de ánimo tan desdichado. Supe de él justo antes de salir de Exeter —dijo, sacando de su bolsillo una carta y mostrándole la dirección a Elinor sin mayores miramientos—.

Usted conoce su letra, me imagino; una letra encantadora; pero no está tan bien hecha como acostumbra. Estaba cansado, me imagino, porque había llenado la hoja al máximo escribiéndome.

Elinor vio que

era su letra, y no pudo seguir dudando. El retrato, se había permitido creer, podía haber sido obtenido de manera fortuita; podía no haber sido regalo de Edward; pero una correspondencia epistolar entre ellos sólo podía existir dado un compromiso real; nada sino eso podía autorizarla. Durante algunos instantes se vio casi derrotada… el alma se le fue a los pies y apenas podía sostenerse; pero era obligatoriamente necesario sobreponerse, y luchó con tanta decisión contra la congoja de su espíritu que el éxito fue rápido y, por el momento, completo.

—Escribirnos —dijo Lucy, devolviendo la carta a su bolsillo— es nuestro único consuelo durante estas prolongadas separaciones. Sí,
yo
tengo otro consuelo en su retrato; pero el pobre Edward
ni siquiera
tiene eso. Si al menos tuviera mi retrato, dice que le sería más fácil. La última vez que estuvo en Longstaple le di un mechón de mis cabellos engarzado en un anillo, y eso le ha servido de algún consuelo, dice, pero no es lo mismo que un retrato. ¿Quizá le notó ese anillo cuando lo vio?

—Sí lo noté —dijo Elinor, con una voz serena tras la cual se ocultaba una emoción y una congoja mayores de cuanto hubiera sentido antes. Se sentía mortificada, turbada, confundida.

Por fortuna para ella habían llegado ya a su tea, y la conversación no pudo continuar. Tras Permanecer con ellas unos minutos, las señoritas Steele volvieron a la finca y Elinor quedó en libertad para pensar y sentirse desdichada.

CAPITULO XXIII

Por pequeña que fuese la confianza de Elinor en la veracidad de Lucy, le era imposible, pensándolo con seriedad, sospechar de ella en las circunstancias actuales, donde difícilmente algo podía inducir a inventar mentiras como las anteriores. Frente a lo que Lucy afirmaba ser verdad, por tanto, Elinor no podría, no osaría seguir dudando, respaldado como estaba de manera tan absoluta por tantas probabilidades y pruebas, e impugnado tan sólo por sus propios deseos. El haber tenido la oportunidad de conocerse en casa del señor Pratt era la base para todo lo demás, una base a la vez indiscutible y alarmante; y la visita de Edward a algún lugar cercano a Plymouth, su melancolía, su insatisfacción con las perspectivas que se le presentaban, el conocimiento íntimo que mostraban las señoritas Steele respecto de Norland y de sus relaciones familiares, que a menudo la habían sorprendido; el retrato, la carta, el anillo, sumados constituían un conjunto de pruebas tan sólido que anulaba todo temor a condenar a Edward injustamente y ratificaba como un hecho que ninguna parcialidad por él podía pasar por alto, su desconsideración hacia ella. Su resentimiento ante tal proceder, su indignación por haber sido víctima de él, durante un breve lapso la hicieron centrarse sólo en sus propios sentimientos; pero pronto se abrieron paso otros pensamientos, otras consideraciones. ¿La había estado engañando Edward intencionalmente? ¿Había fingido un afecto por ella que no sentía? ¿Era su compromiso con Lucy un compromiso de corazón? No; sin importar lo que alguna vez pudo haber sido, no podía creer tal cosa en la actualidad. El afecto de Edward le pertenecía a ella. No podía engañarse en eso. Su madre, sus hermanas, Fanny, todos se habían dado cuenta del interés que él había mostrado por ella en Norland; no era una ilusión de su propia vanidad. Con certeza, él la amaba. ¡Cómo apaciguó su corazón este convencimiento! ¡Cuántas cosas más la tentaba a perdonar! El había sido culpable, enormemente culpable de permanecer en Norland tras haber sentido por primera vez que la influencia que ella tenía sobre él era mayor que la debida. En eso, no se lo podía defender; pero si él la había herido, ¡cuánto más se había herido a sí mismo! Si el caso de ella era digno de compasión, el de él era sin esperanza. Si durante un tiempo la imprudencia de él la había hecho desdichada, a él parecía haberlo privado de toda posibilidad de ser de otra forma. A la larga, ella podría reconquistar la tranquilidad; pero
él
, ¿en qué podía colocar sus esperanzas? ¿Podría alguna vez alcanzar una pasable felicidad con Lucy Steele? Si el afecto por ella fuera imposible, ¿podría él, con su integridad, su delicadeza e inteligencia cultivada, sentirse satisfecho con una esposa como ésa: inculta, artera y egoísta?

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