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Authors: Claudia Gray

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Renacer (35 page)

—Eso parece. Pero, sí, estoy nervioso de todos modos. No es para menos.

Todavía dudaba de que Dana lo aceptara como vampiro. O tal vez no se veía capaz de contenerse y temía atacarla.

—Todo va a ir bien. Lo prometo.

Lucas compró una entrada y yo me deslicé, invisible, junto a él. Cuando subíamos la escalera que llevaba al anfiteatro sonrió.

—Desde luego no puedo decir que me salgas cara.

—Vamos, calla o luego tendrás que invitarme a cenar.

—Si ni siquiera comes.

—Da igual.

Nos sentamos justo cuando empezaba la película, con la caligrafía sinuosa y en cursiva de los créditos y la fabulosa banda sonora. Aunque en platea había otros espectadores, en el anfiteatro estábamos solos, así que decidí materializarme; Lucas me puso el broche de azabache en la mano, de modo que no me costó nada lograrlo. Me lo prendí en la camiseta, y él me ofreció su abrigo para que no fuera tan evidente que la chica que estaba a su lado iba en pijama.

Me resultaba extraño estar alejada del instituto mientras allí estaban ocurriendo tantas cosas. Mis padres vigilaban a la señora Bethany: si se marchaba esa noche, tendrían que descubrir hasta cuándo estaría ausente y, si no, tendrían que idear el modo de hacer que se ausentara por lo menos durante un día. Entretanto, todos los demás iban trasladando a escondidas las trampas al vestíbulo principal a fin de prepararlas para los acontecimientos de la noche siguiente. Me pareció que ir al cine —aun siendo uno de mis entretenimientos favoritos desde siempre—, era algo así como hacer novillos.

«Disfrútalo —me dije—. Todo está a punto de cambiar».

Cuando Vic Damone cantaba sobre una historia de amor, un par de personas entraron en el anfiteatro y se sentaron junto a nosotros: Raquel a mi lado y Dana al otro, junto a Lucas.

—He traído palomitas —dijo Raquel.

Ambas nos sonreímos y por un instante pareció que nada había ocurrido. «No —me corregí—, han ocurrido muchas cosas, pero las hemos superado».

A nuestro lado, Dana y Lucas no parecían capaces de encontrar palabras. Lucas se reclinó en su butaca, como si estuviera exhausto y no pudiera seguir; a pesar de la oscuridad del cine, me di cuenta de que Dana tenía los ojos anegados en lágrimas.

Entonces lo cogió de la mano, y me acordé del sobresalto que tuve la primera vez que toqué a Lucas y noté que carecía de calor y de pulso. Él había sido la persona más viva que conocía. Por muchos poderes y habilidades que ahora tuviera como vampiro, era imposible olvidar lo que había perdido.

—Hermanito, ¿qué te ha ocurrido? —preguntó ella, estremeciéndose.

—Sigo pensando que no es más que una pesadilla —respondió Lucas—. Pero no hay modo de despertar de ella. Es imposible.

—Y, aun así… sigues siendo tú —dijo Dana.

Lucas suspiró.

—Más o menos.

—Nunca nos contaron eso en la Cruz Negra. —Dana se secó las mejillas con el dorso de la mano—. ¿Por qué no nos lo contaron?

Lucas volvió el rostro hacia la pantalla, donde Cary Grant iba y venía por la cubierta del transatlántico. Yo sabía que no le importaba la película y que solo se esforzaba en no perder la compostura.

—Mamá decía siempre que, si ella se convertía, yo tenía que olvidar que había tenido madre alguna vez. Me imagino que ahora es ella la que ha olvidado que alguna vez tuvo un hijo, ¿no?

Raquel se tapó la boca con la mano. Aquel gesto de compasión hacia un vampiro me reveló lo mucho que ella había cambiado también.

—No importa —dijo Lucas, pero se corrigió—: Bueno, no, sí que importa, pero ya está hecho.

Dana envolvió a Lucas en un intenso abrazo, justo en el momento en que aumentaba el volumen de la banda sonora.

—Yo siempre te defendí, Lucas. Lo sabes, ¿verdad?

—Es bueno oírlo —dije—, porque necesitamos vuestra ayuda.

Mientras Deborah Kerr flirteaba con Cary en la pantalla, les expliqué lo que pretendíamos hacer. Ni Dana ni Raquel vacilaron un instante.

—Podemos sacaros de allí —se ofreció Raquel—. Os llevaremos a donde queráis ir.

—La Cruz Negra me enseñó a falsificar documentos de identidad de tal modo que nadie los detectará jamás —aseguró Dana—. Os podemos sacar de allí a todos sin problemas para lo que sea que queráis hacer luego. Por cierto, ¿qué será exactamente?

Lucas y yo nos miramos. No sabíamos qué responder.

Tras aquella pausa, que se prolongó unos segundos, Dana dijo:

—Bueno, ya os decidiréis más adelante. Decidles a los demás que nos esperen, ¿vale?

—Y a Balthazar decidle… —A Raquel le costaba terminar, pero lo consiguió—: Decidle que debería haber hecho algo más la última vez que lo vi. Debería haberlo ayudado como vosotros lo hicisteis.

—No habrá problemas por su parte —prometí—. Pero ya se lo dirás tú misma, ¿te parece? Seguro que le encantará oírlo.

Raquel asintió.

—Deberíamos irnos. Si alguien que estuvo el año pasado en Medianoche me viera por aquí, se haría preguntas.

—Gracias —dije.

—No tienes que agradecerme nada —me respondió ella con voz firme.

Nos sonreímos. Fue una sensación fabulosa sentir que habíamos encontrado un modo de volver a ser amigas.

Cuando se hubieron marchado, Lucas y yo nos quedamos sentados mirando el resto de la película. Por lo general, ello se habría debido a que no había modo de alejarme de una película de Cary Grant. Pero esa vez tuve la sensación de que las cuestiones pendientes entre nosotros nos abrumaban tanto que nos impedían movernos del asiento.

Al fin pregunté:

—¿Adónde quieres ir después de Medianoche?

—No lo sé —dijo él—. No he pasado mucho tiempo en la zona oeste. Tal vez podríamos probarlo.

—O Europa —sugerí—. Balthazar dice que, de hecho, resulta más sencillo atravesar una gran superficie de agua que un río.

Lucas hizo una mueca; pasar por encima del río de camino a la ciudad lo había puesto muy nervioso.

—Si él lo dice…

En la pantalla, Cary y Deborah se prometían encontrarse en lo alto del Empire State si seguían queriéndose. Tomé las manos de Lucas entre las mías.

—Sé que da miedo ir a un lugar nuevo…

—Eso no me da miedo. Jamás he vivido más de unos meses en ningún lugar, nunca, en toda mi vida. El problema es qué vamos a hacer. En Filadelfia no podíamos mantenernos por nuestra cuenta, y entonces tú podías trabajar.

Aunque no lo había pensado, el hecho de ser un espectro sin duda anulaba mis posibilidades de encontrar trabajo.

—Esta vez mamá y papá nos ayudarán. Tienen dinero y, por otra parte, saben cómo encajar en el mundo. Te enseñarán. No tenemos que preocuparnos por eso.

A Lucas no le gustaba la idea de pedir dinero prestado. Yo lo sabía, pero estaba claro que ese no era nuestro mayor problema.

—Mientras estaba aquí sentado, entre Dana y Raquel… sentía los latidos de sus corazones.

—Superarás esta ansiedad. Sabes que lo lograrás. Mira a Balthazar, a mis padres, o a Ranulf.

—Es más difícil para mí, los dos lo sabemos. Si no he mejorado después de este par de meses en Medianoche, difícilmente lo lograré más adelante.

—Tú no estás loco. Nunca serás un asesino como Charity.

—Si alguna vez en mi vida mato a alguien, si alguna vez me equivoco… y Dios, Bianca sé que lo haré… entonces preferiría estar muerto.

—No —insistí tomando su rostro entre mis manos—. Lucas, yo siempre estaré aquí. Nunca te dejaré. Tienes que prometerme no abandonarme. Tienes que ser fuerte.

Lucas clavó sus ojos en mí, y entonces supe que aquella promesa era la más solemne que había hecho en su vida.

—Jamás te abandonaré. Jamás. Ocurra lo que ocurra, estaremos juntos.

Aquello debería haberme hecho sentir feliz, porque sabía que Lucas lo decía desde el fondo de su corazón. Pero también me di cuenta de lo que yo le estaba pidiendo. Él odiaba ser vampiro y sufría de unas ansias de sangre tan poderosas que lo oprimían cada día, a cada momento. Para él, seguir así era una tortura, y el amor que sentíamos solo podía proporcionarle un consuelo provisional. Acababa de prometer soportar incontables siglos de esa existencia antes de dejarme sola. Yo podía lograr que Lucas siguiera, pero él no volvería a estar bien de verdad. En realidad, nada volvería a estar bien. Nuestra última oportunidad para alcanzar la auténtica felicidad se había escapado en cuanto Charity lo hubo transformado.

Lo abracé con fuerza y él me devolvió el gesto. Con la voz apagada contra mi hombro, musitó:

—Ojalá no me lo hubiera enseñado nunca. Es peor saber que existe una salida que no puedes tomar.

La señora Bethany le había enseñado cómo recuperar la vida. Ella había querido tenerlo de su parte, pero también se había dado cuenta de que, si él la rechazaba, esa posibilidad lo atormentaría para siempre.

Intenté convencerme de que todo iría bien mientras permaneciésemos juntos. Pero el mundo no era así de sencillo, y eso en ese momento ya lo sabía.

En la pantalla, Deborah Kerr intentaba llegar al Empire State, pero yo ya había visto la película. Sabía que no lo conseguiría.

Había planeado volver a introducirme en los sueños de Lucas esa noche. Con Charity expulsada de forma definitiva de su mente, pensé que por fin sería seguro estar juntos allí. Sin embargo, abrumada por el remordimiento ante lo que había comprendido esa misma noche, me pareció que todavía no era el momento de encontrarme con él. Así pues, me dediqué a deambular por los pasillos, inquieta. Por primera vez me sentí como un fantasma de verdad.

«Debería ponerme una sábana en la cabeza —me dije—, y empezar a decir “¡Uuuh!” cada vez que vea a alguien. Podría encantar el dormitorio de las chicas o el vestíbulo principal…».

Entonces caí en la cuenta de que, si nuestro plan surtía efecto, esa sería la última noche que pasaría en la Academia Medianoche.

A pesar de las cosas terribles que habían ocurrido, sentía mucho aprecio por aquel lugar. No podía imaginarme lo que supondría no volver a estar allí nunca. El internado se había convertido en una parte de mí, lo cual adquiría un significado prácticamente literal desde que era un espectro. Estaba unida a todas las piedras del lugar. Incluso si me marchara para siempre, una parte de Medianoche siempre podría atraerme de nuevo.

Así, vagué por todos los lugares que recordaba, oyendo palabras pronunciadas hacía tiempo, viendo a cada uno de nosotros tal como éramos entonces. A Raquel, en su primer día de clase, con el entrecejo fruncido, al fondo del vestíbulo principal, mientras la señora Bethany pronunciaba su discurso de bienvenida. A Balthazar, aprendiendo a hacer fotografías con el móvil en la clase de tecnología moderna. A Vic y a Ranulf, contemplando las estrellas conmigo en el jardín. A Patrice, haciéndome trenzas en el pelo para la primera cita de mi vida. A Courtney, chismorreando en la escalera. A mamá y a papá, sonriéndome cuando nos encontrábamos en los pasillos entre las clases. Y por todas partes, Lucas: hablándome entre susurros en la biblioteca, corriendo para rescatarme después del incendio del primer año, besándome por primera vez en el cenador.

Sin embargo, pensar en Lucas me hizo recordar el dilema al que se enfrentaba.

«¿Cómo puedo pedirle que acepte la inmortalidad si es la última cosa que desea en la vida?».

Entonces decidí que necesitaba adoptar una forma sólida por un instante. A menudo, eso me hacía sentir más firme, y era todo un consuelo poder abrazarme a mí misma. Por lo tanto, me desplacé hasta la sala de los archivos y empecé a materializarme.

A esas horas de la noche, toda la gente se había acostado ya, así que la habitación estaba vacía. Todas las trampas habían sido trasladadas a plantas más bajas de la escuela, escondidas en baúles; esa habitación volvía a ser nuestro lugar de encuentro. Los libros de alemán de Patrice estaban hundidos en el centro del puf, y Vic se había dejado allí una de sus corbatas con motivos hawaianos. Con una leve sonrisa, aparté el ladrillo de la pared tras el que habíamos ocultado mi pulsera de coral…

Y fui presa de una espantosa fuerza de atracción.

«¡Una trampa!». Intenté agarrarme con fuerza al alféizar de la ventana, a las piedras de la pared, a cualquier cosa, pero no logré que mis manos adquirieran solidez. Habían retirado mi pulsera de su escondite, y en su lugar encontré aquel cobre verdoso. Lucas tenía el broche de azabache, pero estaba profundamente dormido, muy lejos de allí. Traté de pensar en él como en mi ancla, y pensé también en algunos de los lugares a los que podía ir. Pero era demasiado tarde. La trampa estaba demasiado cerca, y yo prácticamente tenía la mano dentro. Mientras me escurría hacia el interior de aquel sumidero reluciente, intenté llamar a Lucas por última vez, pero apenas logré pensar su nombre, y todo se volvió negro.

Fue como si me precipitara en una masa de alquitrán caliente. No podía materializarme, ni tampoco desmaterializarme. No percibía nada del mundo a mi alrededor, ni sabía si me encontraba en el mundo de los mortales o en el de los espectros. Después de morir, había habido un momento como aquel, y también la primera vez que me trasladé a la tierra de los objetos perdidos; sin embargo, aquellos vacíos terribles y sin fondo solo habían durado un segundo. Este, en cambio, se prolongaba indefinidamente. Me asfixiaba el alma, y el terror empeoraba aún más aquella sensación.

«No me extraña que se vuelvan locos —pensé exasperada, recordando a los muchos espíritus que gritaban en las trampas de Medianoche—. También yo me volveré loca en cualquier momento, y solo llevo aquí unos minutos. ¿O tal vez más tiempo? ¿Lo sabré alguna vez? ¿Es esto la eternidad? ¿O acaso se trata de la muerte más allá de la muerte?».

«Haz que pare —había dicho Samuel—. Que pare». El fantasma que albergaba en su interior, el que había sido atrapado de este modo, había perdido la capacidad de pensar en otra cosa. A mí me ocurriría lo mismo. De hecho, ya me sentía reducida al instinto desesperado de escapar, solo a eso.

Luego, en aquel espacio sin forma, se abrió un suave rectángulo de luz. Me precipité hacia él, sin importarme qué era o lo que significaba: era algo en un mundo de nada, y eso era motivo suficiente.

Entonces, en el marco de ese rectángulo, mucho más grande, vi a la señora Bethany.

—Señorita Olivier. —Sonreía con la tranquilidad de siempre, pero el brillo ávido de sus ojos no llevaba a engaño—. Por fin. La estaba esperando.

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