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Authors: Paul Bajoria

Tags: #Infantil y juvenil, Intriga, Drama

Rastros de Tinta (19 page)

Cuando salimos de la tienda de Spintwice todavía me sentía bastante extraño; aunque por lo menos el mundo había dejado de expandirse y contraerse como un acordeón. Nick y el enano me habían levantado del suelo y me habían sentado en una silla, donde me hicieron beber té, y como medida extrema, brandy. Volví a declinar la invitación de quedarme a pasar la noche, en parte porque quería proteger a Spintwice y en parte porque tenía la dolorosa sensación de que cuanto más tiempo pasara en aquella casa extraordinaria y atractiva, menos ganas tendría de volver a la imprenta de Cramplock, ni para trabajar ni para dormir. En un gesto de valentía, Nick accedió a acompañarme.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó mientras subíamos por la calle a oscuras.

—Creo que sí —contesté un poco inseguro—. Nick, podemos fiarnos de Spintwice, ¿verdad?

—Claro que sí —respondió veloz—. Yo se lo explico todo, Mog. Siempre lo he hecho. No dirá nada a nadie.

El enano se había animado tremendamente con todo aquel asunto; pensaba que poder unirse a nuestra aventura era algo apasionante, pero yo estaba preocupado. El hombrecillo sería una presa fácil, en el caso de que algún asesino decidiera hacerle una visita con la intención de hacerse con el camello o con su contenido. Cuanto más pensaba en ello, menos seguro estaba de haber obrado correctamente. Esperaba que lo hubiésemos escondido bien, y que hubiésemos tenido suficiente cuidado para que nadie nos viera entrar ni salir.

—Mejor que no rondemos por los alrededores —advertí a Nick al llegar a la esquina en que nuestras rutas se separaban.

Nick levantó los ojos para mirar el cielo oscuro.

—Espero que mi papá no haya vuelto todavía —dijo—, y puestos a hacer, que mamá Muggerage tampoco. Entonces podré meterme en la cama sin que nadie me pegue. Mira, mañana volveré para asegurarme de que no le ha pasado nada a Spintwice.

—Pero yo no iré —repuse—. Si quien tú ya sabes me está vigilando, cuanto más lejos esté mejor.

Mientras me apresuraba hacia casa, pasando entre muros hostiles, cada rostro que aparecía entre las sombras al acercarme me dejaba paralizado; cada tos que oía tras las puertas, cada murmullo que venía de las ventanas con luz, cada crujido de la correa de
Lash
al intentar perseguir una rata me producía escalofríos. Y cuando llegué a la imprenta, corría tan deprisa que me había quedado sin aliento.

—Hoy tenemos trabajo, Mog —me informó Cramplock a la mañana siguiente—. Las tarjetas de invitación para la boda de la hija de lord Malmsey. Quiero que cortes las tarjetas mientras yo preparo el tampón para el escudo de armas.

Estaba examinando, a través de sus gafas de media luna, el dibujo que le habían dado como muestra; se trataba de un gran escudo de armas con unas banderas desplegadas y un lema en latín que no pude entender. Los símbolos que había dibujados en el escudo eran tres flores blancas y un león con una expresión particularmente ausente, como si le hubieran quitado el cerebro.

—Un león y tres rosas —le dije a Cramplock—. Entonces, ¿le gustan los leones, a lord Malmsey?

—No tienen por qué gustarle los leones —respondió Cramplock—. Es un símbolo de valentía. —Se fue al armario y sacó las herramientas para trabajar la madera—. Y las flores no son rosas, sino amapolas.

Sonó la campana de la puerta.

—Clientes, clientes —exclamó Cramplock, dejando el pincel que acababa de agarrar—. No debemos dejarlos escapar, supongo, aunque a veces pienso que realmente acabaría antes las cosas sin ellos.

—Y también sería mucho más pobre —bromeé, mientras Cramplock golpeaba contra la mesa los bordes de un grueso fajo de tarjetas de cartón para hacer una pila bien recta. Aquella mañana, no podía evitar sentir una ligera desconfianza hacia Cramplock. Las palabras de advertencia de Nick todavía me sonaban en la cabeza. Sabía mucho más de lo que decía, eso era seguro; si no, ¿qué explicación tenía aquella misteriosa nota? Cramplock dejó las tarjetas sobre la mesa y fue hacia la puerta, pero al ver quien lo esperaba en el mostrador, le cambió la expresión del rostro.

—Señor Glibstaff —dijo lentamente.

De repente tuve un mal presentimiento. Glibstaff era un personaje bien conocido en la ciudad: un hombrecillo engreído, antipático de pies a cabeza que trabajaba para los Tribunales de la Ciudad, y que consideraba que era su deber velar por la justicia y el orden público, lo que en la práctica quería decir que solía meter las narices en los asuntos de todo el mundo para decirles lo que debían hacer y lo que no. No había conocido a nadie que tuviera una palabra amable al hablar de él; por lo que sabía, no era en absoluto de fiar y solía amenazar a la gente con lo que llamaba pomposamente «el Misterioso Poder de la Ley», como si fuera una especie de agente divino. A quienes no hacían lo que él les ordenaba, o más a menudo, a quienes no le pagaban la cantidad de dinero que a él le placía a cambio de dejarles en paz, se los citaba a declarar ante el tribunal y siempre acababan pagando todavía más dinero en multas. Tanto si se le pagaba como si no, una visita del señor Glibstaff solía significar un gran gasto, y la gente lo recibía de la misma manera en que se recibe a alguien que ha venido a informarte de que tu casa ha sido declarada en ruina, o de que tus inversiones han perdido todo su valor.

Pero mi primera idea fue que alguien había dado un chivatazo a Glibstaff sobre mis últimas aventuras. Me quedé inmóvil tras la puerta, intentando oír la conversación. Pude ver a Glibstaff de pie, rígido y pomposo, hablando con Cramplock, que me daba la espalda. «Tenemos pruebas para creer —debía de estar diciéndole— que uno de sus empleados es un ladrón. ¡Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas sobre un camello!»

Me comía las uñas. Lo dos hombres parecían estar enfrascados en una conversación. ¿No podía haber sido el mismo Cramplock quien había hecho venir a Glibstaff? ¿El juego había llegado a su fin de una vez por todas? Cuanto más pensaba en ello, más me invadía el pánico. Seguramente había unos guardias esperándome en la puerta trasera, y si intentaba escapar, caería en la trampa. ¡Me querían atrapar acorralándome, como a un tejón! En un momento de locura, clavé los ojos en la hoja curva de la guillotina del papel y me puse a calcular si el cuello me cabría debajo.

Entonces oí como se cerraba la puerta. Después hubo un silencio. ¡Se había ido!

No podía creerlo.

Cramplock volvió a entrar.

—Otro trabajito —me comentó mientras leía un papel.

—¿Un qué? —le pregunté, como si me hubiese vuelto sordo del miedo.

Levantó los ojos del papel.

—El anuncio de un asesinato —me explicó—. Tenemos que hacer cincuenta copias para mañana. ¿Qué pasa, Mog? Tienes mala cara.

—Todo va bien, señor Cramplock —contesté, respirando aliviado—. Cuando vi que era Glibstaff, pensé… que… es decir, que…

Cramplock rió entre dientes.

—Bueno, por una vez su visita ha sido por negocios legítimos —repuso, dándome el pedazo de papel que le había entregado Glibstaff.

SE OFRECE

RECOMPENSA

A TODA PERSONA que ofrezca a LA CORONA

datos concernientes al último BRUTAL

ASESINATO

acontecido en la Ciudad de LONDRES
,

siendo la víctima un tal señor don W. Jiggs

proveedor de navíos, vecino de Foulds Walk

en Eastcheap, la noche del

20 de MAYO

Al leer estas líneas, todo se desvaneció a mi alrededor. Podría haberme quedado allí parado más de veinticuatro horas y no me habría enterado.

—¿Mog? Tienes peor cara que antes —dijo Cramplock al final.

—Oh —exclamé, despertando del trance—, no es nada, señor Cramplock.

—Me alegra oírlo. Y ahora, manos a la obra, tenemos trabajo que hacer.

La cara de Nick, cuando se lo expliqué, se puso más blanca que cualquiera de los papeles que teníamos en la imprenta. Era como si le hubieran abierto un grifo bajo la barbilla y se le hubiera escapado toda la sangre de la cabeza por ahí.

—¿Cuándo ocurrió? —musitó.

—Ayer por la noche —contesté—. Lo encontraron en un carruaje de alquiler, sin caballo y sin cochero. Sólo la cabina y Jiggs muerto dentro. Cerca del río, debajo de la boca norte del puente.

—¿Cómo murió?

—No lo dice. —Me metí la mano bajo la camisa y saqué el cartel que había traído.

Estábamos otra vez sentados en La Cabeza de la Muñeca; tras acabar el trabajo, había ido a la taberna con
Lash
y me había encontrado a Nick esperándome, sentado en una esquina. Nada más verme, supo que había pasado algo. En ese momento, estaba leyendo el gran cartel, recorriendo la hoja de arriba abajo con los ojos, igual que había hecho yo, como sí no pudiera creer lo que estaba viendo.

—Supongo —dijo despacio— que debe de haber sido Coben. Quizá Jiggs lo estaba amenazando con revelar su paradero, o algo así.

Pero era evidente que estaba pensando lo mismo que había pensado yo. El asesino más probable era alguien que recientemente había recibido una nota anónima, y que la noche anterior había salido a la calle hecho una furia, creyendo que Coben y Jiggs le habían robado su más preciado tesoro.

El contramaestre. Y todo era culpa nuestra.

—Ha sido nuestra nota —murmuré preocupado—, ojalá no la hubiésemos escrito, con ese ojo dibujado, pensando que éramos los más listos…

—No puedes culparte por eso —replicó Nick—. Habría sospechado de ellos de todas maneras. Lo querían recuperar, porque en primer lugar fue mi padre quien les quitó el camello a ellos.

Hubo un silencio. Nuestras mentes trabajaban, barajando más posibilidades.

—Coben pensará que yo he hablado más de la cuenta —dije—. ¿Quién más que yo puede haberse chivado? Además, ya me estaban buscando por haberme escapado del baúl.

—Pero él se piensa que tú eres yo —repuso Nick—. Simplemente debe de creer que le he estado haciendo a mi papá el trabajo sucio, como de costumbre, y que he sido yo quien le ha dicho dónde se escondían.

—Muy bien, pues entonces nos quieren matar a los dos —solté, nervioso—. ¿Y ahora qué hacemos, Nick?

—Mira, no pierdas la calma —me aconsejó, haciendo una pobre imitación de alguien que no ha perdido la calma.

—¿Hoy has visto a tu padre? —le pregunté.

—No. He oído como se iba muy temprano esta mañana.

—¿Lo oíste llegar anoche?

—Sí. Llegó con mamá Muggerage. Estaban borrachos. Me parece que se quedaron dormidos en seguida.

—Entonces la señora Muggerage debe de estar al corriente —supuse—. ¿No crees que lo pudieron hacer los dos? ¿Juntos? —Me imaginé a esa horrible pareja abalanzándose sobre el delgaducho y asustado Jiggs, acorralándolo contra una pared en un callejón oscuro, cerca del río, el brazo del contramaestre doblándose, empuñando el cuchillo de la señora Muggerage…

Un hombre en una mesa cercana metió la mano en su bolsa y sacó un periódico. Avisé a Nick de un codazo. Los dos nos quedamos mirándolo, e intentamos descubrir qué noticias salían en portada. Al final el hombre nos pilló alargando el cuello para ver los titulares.

—¿Qué queréis? —preguntó altivo—. Es de mala educación leer por encima del hombro de la gente.

—Lo siento —se disculpó Nick—. Mira, Mog —siguió en voz alta—, la primera letra es una D, después hay una A. No estoy seguro de cuál es la que viene después. —Su mirada se volvió a cruzar con la del hombre—. Estoy aprendiendo a leer, de verdad —le dijo al hombre con una expresión de orgullo en el rostro.

—Pues parece que progresas —replicó el hombre, sin sonreír ni una pizca, y volvió a la lectura.

—¿Por qué le has dicho eso? —le susurré.

—Para hacerle creer que no sabemos leer —contestó Nick casi sin mover la boca—. Para que no sospeche de nosotros. ¿Sabes quién es?

—No —susurré—. Nunca lo había visto antes.

—Pues por eso —exclamó Nick—, ¡podría ser cualquiera! Si le hacemos creer que no sabemos leer, quizá no estará tan… alerta.

Al final, el hombre dobló el periódico, se lo metió en el bolsillo y se levantó para irse. De camino hacia la puerta pasó por delante de nuestra mesa.

—Buenas tardes —dijo.

—Oh, buenas tardes —contestó Nick, con una sonrisa algo estúpida en los labios.

—Buenas tardes —añadí yo. Tras asegurarme de que ya se había ido, me levanté y fui a la barra para preguntarle a Tassie si conocía a ese hombre.

—Pues no sé qué decirle, señoriiito Mog —me respondió, con el ceño fruncido—. Lo he visto por aquí una o dos veces. Tiene asuntos en la calle Leadenhall, he oído decir.

—¿Y cómo lo sabe? —le pregunté intrigado.

—Vaya, es curioso que me pregunte esas cosas, porque hace unos días otro cliente me preguntó lo mismo. Como usted, señoriiito Mog. Empezó a hacerme preguntas justo después de que el hombre saliera de la taberna. Entonces la gente se puso a hablar, y un hombre dijo que lo había visto subir a un carruaje y que le había oído claramente darle al cochero la dirección de la calle Leadenhall. Pero sólo son suposiciones, señoriiito Mog.

Tassie era milagrosa, metomentodo, pero milagrosa.

—Debe de ser alguien importante —le dije en voz baja a Nick al sentarme—. ¿Has oído lo que ha dicho Tassie? Más gente ha preguntado por él.

—La calle Leadenhall está bastante lejos —comentó Nick—. Cerca de la tienda de Spintwice. Se lo veía demasiado elegante para vivir por el barrio. Entonces, ¿qué hacía aquí, en primer lugar?

Sólo podíamos hacer suposiciones, y me di cuenta de que Nick había tenido razón, al asegurarse de que pasáramos inadvertidos. Nervioso, intenté calcular qué podía haber oído aquel hombre de nuestra conversación antes de que nos diésemos cuenta de su presencia.

—Bueno —dijo Nick—, al menos ahora podremos leer el periódico en paz.

—No —repuse desconcertado—, se lo ha llevado consigo. He visto cómo se lo metía en el bolsillo antes de irse.

Nick puso sobre la mesa un periódico cuidadosamente doblado.

—Es impresionante la gran cantidad de ladrones que hay por aquí —bromeó.

Nos llevó un buen rato encontrar el artículo que nos interesaba. Le dedicaban una columna de un par de pulgadas en la página dos.

COCHEROS INTERROGADOS

Se encuentra un cadáver en un carruaje abandonado

Los cocheros de la ciudad de Londres han sido interrogados hoy tras el descubrimiento, ayer por la noche, del cuerpo de un hombre en un carruaje de alquiler abandonado en las inmediaciones de Swan Stairs. El difunto ha sido identificado como el señor William Jiggs, vecino de Foulds Walk, en Eastcheap. El señor Jiggs era soltero y trabajaba como proveedor de navíos, has autoridades piden la colaboración de testigos que hayan visto al señor Jiggs o hayan hablado con el la noche del 20 de mayo. Se busca urgentemente a un caballero con la cabeza vendada, quien fue visto acompañando al difunto a primera hora de la tarde, según testigos oculares. Se sabe que el señor Jiggs estuvo en la taberna has Tres Amigas, en Whitechapel, de la que salió por su propio pie. has causas de su muerte aún son confusas, ya que el cuerpo no presentaba signos evidentes de violencia.

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