Read Plataforma Online

Authors: Michel Houellebecq

Plataforma (13 page)

Sôn se levantó para dirigirse al grupo.

—Ahora acercar Koh Phi Phi. Allí ya dicho, imposible ir.

¿Poner bañador para ir? Ir a pie, no profundo, andar. Andar en agua. No maletas, maletas después.

El piloto dobló un cabo y paró el motor. El barco continuó su impulso hasta una pequeña cala que se curvaba entre los acantilados cubiertos por la selva. Las aguas, de un verde transparente, lamían una playa de arena de un blanco inmaculado, irreal. En medio del bosque, antes de las primeras laderas, se veían bungalows de madera, construidos sobre pilotes y con el techo cubierto de hojas de palmera. Todo el grupo se quedó callado un momento.

—El paraíso terrenal… —dijo Sylvie, en voz baja y estrangulada por una emoción real. No exageraba mucho. Aunque claro, ella no era Eva. Ni yo Adán.

Uno tras otro, los miembros del grupo se levantaron y salvaron a horcajadas el costado del barco. Yo ayudé a Josette a bajar a donde la esperaba su marido. Se había arremangado la falda hasta la cintura y le costaba un poco cruzar la borda, pero estaba encantada, estornudaba de entusiasmo. Yo miré hacia atrás; el marinero tailandés esperaba, apoyado en su remo, a que todos los pasajeros hubieran bajado. Valérie había cruzado las manos sobre las rodillas, me miró por encima de ellas y sonrió, incómoda.

—He olvidado ponerme el bañador… —dijo por fin.

Yo levanté despacio las manos en señal de incompetencia.

—Puedo irme… —dije yo, como un imbécil.

Ella se mordió los labios de pura irritación, se levantó y se quitó el pantalón de un tirón. Llevaba unas bragas de encaje muy fino, nada que ver con el espíritu del viaje. El vello púbico sobresalía por los lados, bastante espeso y muy negro.

Yo no volví la cabeza, habría sido estúpido, pero tampoco la miré con mucha insistencia. Bajé por el costado izquierdo del barco y le tendí los brazos para ayudarla; ella saltó a su vez. El agua nos llegaba a la cintura.

Antes de ir a la playa, Valérie volvió a mirar los collares de conchas que había comprado para sus sobrinas. Nada más licenciarse, su hermano había conseguido un trabajo como ingeniero científico en Elf. Tras unos cuantos meses de formación de empresa, se había ido a Venezuela: su primera misión. Un año después, se casó con una chica del país. Valérie tenía la impresión de que antes de casarse él no tenía mucha experiencia sexual; en cualquier caso, nunca había llevado a una chica a casa. Suele ocurrir con los jóvenes que estudian ingeniería; no tienen tiempo para salir y tener amigas. Dedican el tiempo libre a entretenimientos sin consecuencias, como los juegos de rol inteligentes o las partidas de ajedrez en Internet. Consiguen graduarse, encuentran su primer empleo y lo descubren todo a la vez: el dinero, las responsabilidades profesionales, el sexo; cuando los destinan a un país tropical, es raro que resistan. Bertrand se había casado con una mujer en la que se daban cita numerosos mestizajes y que tenía un cuerpo soberbio; muchas veces, cuando iban de vacaciones a casa de sus padres, en la playa de SaintQuay-Portrieux, Valérie había sentido un violento arrebato de deseo por su cuñada. Le costaba trabajo imaginar a su hermano haciendo el amor. Pero ya tenían dos hijos, y parecían formar una pareja feliz. Era fácil comprar regalos para Juana: le gustaban los adornos, y las conchas claras destacarían estupendamente sobre su piel morena. Eso sí, no había encontrado nada para Bertrand. Cuando los hombres no tienen vicios, se decía ella, es muy difícil adivinar lo que puede gustarles.

Estaba hojeando el
Phuket Weekly
, que había encontrado en uno de los salones del hotel, cuando vi a Valérie caminando por la orilla de la playa. Un poco más lejos había un grupo de alemanes que se estaban bañando desnudos. Ella vaciló un momento, y luego se dirigió hacia mí. El sol resplandecía; era casi mediodía. Yo tenía que entrar en el juego, costara lo que costase. Babette y Léa pasaron por delante de nosotros; llevaban bolsos en bandolera, pero aparte de eso también iban completamente desnudas. Registré la información sin reaccionar. Valérie, por el contrario, las siguió con la mirada un buen rato, sin disimular la curiosidad. Se instalaron no muy lejos de los alemanes.

—Creo que voy a bañarme… —dije.

—Yo iré más tarde —contestó ella.

Entré en el agua sin el menor esfuerzo. Estaba tibia, maravillosamente tranquila, y era transparente: grupos de pececillos plateados nadaban muy cerca de la superficie. El fondo se inclinaba muy suavemente, seguía haciendo pie a cien metros de la orilla. Me la saqué del bañador y cerré los ojos, imaginándome el sexo de Valérie tal y como lo había visto esa mañana, medio oculto por las bragas de encaje. Se me puso dura, lo cual ya era algo; podía ser una motivación.

Además hay que vivir, y tener relaciones humanas; en general, y desde hacía mucho tiempo, yo estaba demasiado tenso.

A lo mejor me habría venido bien hacer alguna actividad por las tardes, badminton, canto coral o lo que fuera. A pesar de todo, sólo conseguía acordarme de las mujeres con las que había follado. Y eso también era algo; acumulamos recuerdos para sentirnos menos solos en el momento de la muerte.

No, no tenía que pensar así.
Think positive,
me dije, descompuesto.
Think different
. Volví despacio a la orilla, parando cada diez brazadas, respirando profundamente para relajarme. Lo primero que vi cuando puse el pie en la arena, es que Valérie se había quitado la parte superior del traje de baño.

De momento estaba tumbada boca abajo, pero en algún momento se daría la vuelta; eso era tan inexorable como un movimiento planetario. ¿En qué estaba yo pensando, exactamente? Me senté en mi toalla, arqueando ligeramente la espalda.
Think different
, me repetía a mí mismo. Yo había visto otros pechos, los había acariciado y lamido; sin embargo, una vez más me quedé pasmado. No me cabía duda de que Valérie tenía unos pechos magníficos; pero era todavía peor de lo que me había imaginado. No conseguía apartar la mirada de los pezones, de las areolas; ella tenía que darse cuenta, pero no decía nada, y los segundos empezaron a parecerme largos. ¿Qué tienen las mujeres en la cabeza, exactamente? Aceptan con tanta facilidad los términos del juego…

A veces, cuando se miran desnudas, de pie, a un espejo, se ve en su mirada una especie de realismo, una fría evaluación de su capacidad de seducción, que ningún hombre podrá alcanzar jamás. Fui yo el primero que bajó los ojos.

Entonces pasó un lapso de tiempo que no sé definir; el sol seguía en la vertical, la luz era muy fuerte. Yo miraba fijamente la arena, blanca y fina como el polvo.

—Michel… —dijo ella en voz baja. Yo levanté la cabeza bruscamente, como si me hubieran golpeado. Sus ojos, muy oscuros, miraron directamente a los míos—. ¿Qué tienen las tailandesas que no tengan las occidentales? — preguntó con claridad.

Tampoco esta vez conseguí sostenerle la mirada; su pecho se movía al ritmo de su respiración; los pezones parecían haberse endurecido. Allí, en aquel preciso momento, me dieron ganas de contestarle: «Nada.» Y entonces tuve una idea, una idea no demasiado buena.

—Aquí hay un artículo, una especie de publirreportaje…

—le tendí el Phuket Weekly.

—«
Find your longlife companion… Well educated Thai ladies
…». ¿Es esto?

—Sí; un poco después hay una entrevista.

Cham Sawanasee, sonriente, con traje negro y corbata oscura, contestaba a las diez preguntas que nos podíamos hacer (
Ten questions you could ask
) sobre el funcionamiento de la agencia Heart to Heart, de la que era director.

«
There seems to be
», observaba el señor Sawanasee, «
a near perfect match between the Western men, who are unappreciated and get no respect in their own countries, and the Thai women, who would be happy to find someone who simply does his job and hopes to come home to a pleasant family life after work. Most Western women do not want such a boring husband
. («Parece existir un perfecto entendimiento entre los hombres occidentales, a quienes no se aprecia ni se respeta en sus propios países, y las mujeres tailandesas, que se sienten felices si encuentran a alguien que, simplemente, haga su trabajo y luego espere llegar a casa y disfrutar de una agradable vida familiar. La mayoría de las mujeres occidentales no quieren tener un marido tan aburrido»).

»
One easy way to see this
», continuaba, «
is to look at any publication containing “personal” ads. The Western women want someone who look a certain way, and who has certain “social skills”, such as dancing and clever conversation, someone who is interesting and exciting and seductive. Now go to my catalogue, and look at what the girls say they want. It’s all pretty simple, really. Over and over they state that they are happy to settle down FOREVER with a man who is willing to hold down a steady job and be a loving and understanding HUSBAND and FATHER. That will get you exactly nowhere with an American girl!
» (»Una manera fácil de comprobarlo es leer los anuncios personales de cualquier publicación. Las mujeres occidentales buscan a alguien con un aspecto determinado y ciertas “habilidades sociales”, como bailar y mantener conversaciones inteligentes; alguien interesante, excitante y seductor. Ahora, echen una ojeada a mi catálogo y lean lo que las chicas dicen que quieren. Es muy sencillo, en realidad. Insisten en que serían felices sentando la cabeza PARA SIEMPRE con un hombre que sea capaz de conservar un trabajo estable, un MARIDO y PADRE tierno y comprensivo. Con una chica norteamericana, eso no llevaría a ninguna parte. Las mujeres occidentales no aprecian a los hombres, como tampoco valoran la vida familiar tradicional. No están hechas para el matrimonio. Ayudo a las mujeres occidentales a evitar lo que desprecian.» (N. de la T.)

»
As Western women
», concluía con bastante descaro, «
do not appreciate men, as they do not value traditional family Ufe.

Marriage is not the right thing for them to do. I’m helping modern Western women to avoid what they despise.
».

—Lo que dice tiene sentido… —observó Valérie con tristeza—. Hay un mercado, no cabe duda…

Dejó la revista y se quedó pensativa. En ese momento Robert pasó por delante de nosotros; andaba por la orilla con las manos cruzadas a la espalda y la mirada sombría. Valérie se dio la vuelta bruscamente y miró en dirección contraria.

—No me gusta ese tipo… —Resopló con irritación.

—No es tonto… —Hice un gesto de indiferencia.

—No es tonto, pero no me gusta. Hace todo lo que puede para escandalizar a los demás, para resultar antipático; no me gusta eso. Usted, al menos, intenta adaptarse.

—¿Ah, sí? — La miré con sorpresa.

—Sí. Claro que se nota que le cuesta, que no está hecho para este tipo de vacaciones; pero por lo menos hace un esfuerzo. En el fondo, creo que es usted bastante simpático.

En ese momento podría haberla abrazado, y tendría que haberlo hecho; tendría que haberle acariciado los pechos, besado los labios; como un estúpido, no lo hice. La tarde siguió su curso, el sol avanzó sobre las palmeras; todo lo que nos dijimos a partir de ese momento fue insignificante.

Para la cena de Nochevieja, Valérie se puso un vestido largo de un tejido verde muy vaporoso, ligeramente transparente, con un corpiño muy escotado. Tras los postres, una orquesta empezó a tocar en la terraza, con un viejo cantante, bastante extravagante, que hacía versiones show-rock de Bob Dylan con voz nasal. Babette y Léa parecían haberse unido al grupo de alemanes; me llegaban exclamaciones de ese lado.

Josette y René bailaban juntos, tiernamente abrazados, como horteras simpáticos. La noche era cálida; las falenas se arremolinaban en torno a los farolillos multicolores que colgaban de la balaustrada. Yo estaba atormentado y bebía un whisky detrás de otro.

—Lo que decía ese tipo, la entrevista en el periódico…

—Sí… —Valérie alzó los ojos hacia mí; estábamos sentados uno junto a otro en un banco de mimbre. Sus pechos se redondeaban bajo el corpiño, como si se ofrecieran dentro de sus pequeñas conchas. Se había maquillado; el largo pelo negro flotaba suelto sobre sus hombros.

—Vale sobre todo para las norteamericanas, creo. Pero con las europeas no está tan claro.

Ella puso cara de duda y guardó silencio. No podía ser más obvio que habría hecho mejor invitándola a bailar. Me bebí otro whisky, pegué la espalda al asiento e inspiré profundamente.

Cuando me desperté, la sala estaba casi desierta. El cantante seguía tarareando en tailandés, acompañado por el sonido cansino de la batería; pero nadie le escuchaba. Los alemanes habían desaparecido, pero Babette y Léa estaban en mitad de una animada conversación con dos italianos salidos de quién sabe dónde. Valérie se había ido. Eran las tres de la madrugada, hora local; acababa de empezar el año 2001. En París faltaban tres horas para que llegara; en Teherán era exactamente medianoche, y las cinco de la madrugada en Tokio. Las distintas especies de la familia humana entraban en el tercer milenio; en lo que a mí respectaba, había malogrado mi entrada.

12

Volví a mi bungalow, abrumado de vergüenza; se oían risas en el jardín. En mitad del sendero arenoso tropecé con un pequeño sapo gris, inmóvil. No huyó, no tuvo ningún reflejo de defensa. Tarde o temprano alguien lo iba a pisar sin darse cuenta; le quebraría el espinazo, y su carne aplastada se mezclaría con la arena. El transeúnte sentiría algo blando bajo la suela, lanzaría un breve juramento, se limpiaría frotando los zapatos contra el suelo. Empujé al sapo con el pie: avanzó despacio hacia el borde del camino. Volví a empujarlo, y llegó al relativo refugio del césped; quizás había prolongado su vida unas cuantas horas. Yo me sentía en una posición apenas superior a la suya: no había crecido protegido por una familia ni por nada que pudiera preocuparse por mi suerte, apoyarme si me angustiaba, alegrarse con mis aventuras y mis éxitos. Y tampoco había fundado una entidad semejante: era soltero, no tenía hijos, a nadie se le habría ocurrido buscar mi apoyo. Vivía y moriría solo, como un animal. Durante unos minutos me revolqué a gusto en una conmiseración sin objeto.

Desde otro punto de vista, yo era un bloque resistente, compacto, de tamaño superior a la media de las especies animales; mi esperanza de vida era parecida a la de un elefante o un cuervo; y era mucho más difícil de destruir que un pequeño batracio.

Other books

The Captive by Victoria Holt
Taken by Adam Light
The Steampunk Detective by Darrell Pitt
How to Wrangle a Cowboy by Joanne Kennedy
A Christmas Beginning by Anne Perry
Thunder In Her Body by Stanton, C. B.


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024