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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha oído (4 page)

Sohlman se retiró el pelo de la frente y lanzó un suspiro.

—Tengo que seguir trabajando. Pasará un rato antes de que podáis entrar.

—¿Cuánto?

—Seguro que unas horas. Yo preferiría que pudierais esperar hasta mañana. Tenemos mucho que hacer aquí. Y con el apartamento pasa lo mismo.

—De acuerdo.

Knutas observó el reducido cuarto. El espacio se había aprovechado al máximo. Cubetas de plástico apiñadas junto a recipientes con productos químicos, tijeras, pinzas de la ropa, montones de fotografías, cajones y cajas. En un rincón estaba la ampliadora.

Habían tirado al suelo una de las cubetas y los productos químicos se habían mezclado con la sangre.

Cuando salieron del portal, Knutas aspiró profundamente el frío aire vespertino. Era la tarde del domingo 18 de noviembre, eran las ocho y cuarto y la lluvia que caía del cielo oscuro empezaba a convertirse en aguanieve.

Lunes 19 de Noviembre

L
a Brigada de Homicidios se reunió a la mañana siguiente en las dependencias policiales de la calle Norra Hansegatan. Habían terminado las costosas obras de renovación y a la sección criminal le habían asignado locales nuevos y relucientes. La sala de reuniones era luminosa, con el techo alto y el doble de grande que la que tenían antes.

La mayor parte de la decoración seguía un sencillo diseño escandinavo en tonos grises y blancos con los muebles de abedul. En el centro de la sala había una mesa ancha y larga con espacio para diez personas a cada lado. En uno de los extremos habían colocado una gran pizarra blanca y una pantalla. Todo olía a nuevo. La pintura clara de las paredes apenas había tenido tiempo de secarse.

Los dos muros alargados estaban ocupados por grandes ventanales. Una de las hileras tenía vistas a la calle, al aparcamiento del supermercado Obs y a la parte este de la muralla; más allá de ésta se veía el mar. La otra daba al pasillo, de manera que se podía ver quién pasaba. Si preferían una reunión más privada, podían correr unos ligeros visillos de algodón, las viejas cortinas amarillas habían sido sustituidas por otras blancas con un dibujo discreto.

Knutas, en contra de su costumbre, llegó a la reunión con unos minutos de retraso. Lo recibió un agradable murmullo cuando entró en la sala con la taza de café en una mano y una carpeta con papeles en la otra. Eran las ocho pasadas y todos habían llegado ya. Se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de la silla, se colocó como siempre en uno de los extremos de la mesa y bebió un sorbo del amargo café de la máquina. Observó a sus colegas mientras hablaban entre ellos.

A la derecha se sentaba su más inmediata colaboradora Karin Jacobsson: treinta y siete años, no muy alta, morena y con los ojos castaños. Profesionalmente era tenaz y atrevida, podía ser tan obstinada como un terrier. Era abierta y comunicativa, pero de su vida privada no sabía gran cosa, pese a que llevaban quince años trabajando juntos. Vivía sola y no tenía hijos. Knutas no sabía si tenía novio.

Había estado todo el otoño sin ella y la había echado mucho de menos. Karin Jacobsson había sido objeto de una investigación interna por un supuesto de prevaricación en relación con el caso de los asesinatos del verano anterior. La investigación fue sobreseída, pero a ella le afectó mucho todo aquello. Estuvo apartada del servicio durante el tiempo que duraron las indagaciones y después se tomó vacaciones inmediatamente. No tenía ni la más remota idea de lo que había hecho durante el tiempo que estuvo alejada.

Ahora conversaba en voz baja con el inspector Thomas Wittberg, el cual, con su abundante cabellera rubia y su cuerpo bien torneado, parecía más un surfista que un policía. Un juerguista de veintisiete años al que no le faltaban los ligues, pero que realizaba su trabajo de forma irreprochable. El talento de Wittberg para relacionarse con la gente le había sido de gran utilidad; al frente de un interrogatorio era difícil de superar.

Lars Norrby, al otro lado de la mesa, era el polo opuesto de Wittberg. Alto, moreno y meticuloso, casi prolijo. A Knutas podía volverlo loco con su manera de darle vueltas a las cosas. En el trabajo los dos conocían muy bien las manías del otro. Habían empezado al mismo tiempo en la policía y habían patrullado juntos muchas veces. Ahora ambos se acercaban a los cincuenta y estaban tan familiarizados con los delincuentes de la isla como con la manera de ser del otro.

El inspector Norrby era también el portavoz de prensa de la policía y el jefe adjunto de la Brigada de Homicidios, un nombramiento con el que Knutas no siempre estaba satisfecho.

El técnico del grupo, Erik Sohlman, era enérgico, temperamental e inquieto como un perro sabueso, al tiempo que era increíblemente metódico.

Se sentaba también a la mesa el fiscal jefe del juzgado de primera instancia de Gotland, Birger Smittenberg. Era de Estocolmo, pero se había casado con una mujer de Gotland. Knutas apreciaba sus conocimientos y su gran dedicación.

Knutas abrió la reunión:

—La víctima es Henry Dahlström,
el Flash
, nacido en 1943. Fue hallado en una habitación del sótano que utilizaba como cuarto oscuro ayer por la tarde, poco después de las seis. Por si alguno de vosotros aún no lo sabe, se trata de un alcohólico que había sido fotógrafo. Solía andar por la zona de Öster y se lo reconocía fácilmente porque siempre llevaba la cámara colgada.

El silencio era total alrededor de la mesa, todos escuchaban con atención.

—Dahlström presentaba graves contusiones en la parte posterior de la cabeza. Se trata sin duda alguna de un asesinato. El cuerpo será trasladado hoy a la Unidad de Medicina Forense del Hospital de Solna.

—¿Habéis encontrado el arma? —preguntó Norrby.

—De momento no. Hemos registrado el cuarto oscuro y el piso. Sólo hemos precintado esos dos sitios. No tiene sentido acordonar una zona más amplia puesto que el cuerpo ha permanecido allí una semana y sabe Dios cuántas personas habrán pasado por la escalera desde entonces. Dahlström vivía en el bajo, en un apartamento que hacía esquina. Justo fuera está el camino peatonal que va hasta Terra Nova. Hay que reconocer toda esa zona. La oscuridad dificultó ayer los trabajos, pero la búsqueda se ha reanudado esta mañana en cuanto se ha hecho de día. Bueno, claro, hace apenas un momento.

Knutas miró el reloj.

—¿Quién lo descubrió? —preguntó el fiscal.

—El cuerpo lo encontró uno de los porteros. Por lo visto hay cuatro. Éste vivía en el portal de enfrente. Se llama Ove Andersson. Ha contado que un hombre que se presentó como un buen amigo de la víctima llamó a su puerta ayer por la tarde, a eso de las seis. El hombre le explicó que llevaba varios días sin ver a Dahlström y que estaba preocupado por su paradero. Lo encontraron en el sótano, pero, cuando el portero subió a su casa para llamar a la policía, el amigo aprovechó para largarse de allí.

—Parece algo sospechoso que desapareciera. Puede que sea el asesino —sugirió Wittberg.

—En ese caso, ¿para qué iba a ponerse en contacto con el portero? —objetó Norrby.

—Tal vez quisiera entrar en el apartamento para buscar algo que se había dejado olvidado y no se atrevía a entrar por la fuerza —aventuró Karin.

—No, no se puede descartar, claro, aunque parece bastante improbable —contradijo Norrby—. ¿Por qué iba a esperar una semana entera? Siempre existía el riesgo de que alguien encontrara el cuerpo.

Knutas frunció el ceño.

—Otra posibilidad es que desapareciera porque tuvo miedo de que lo consideraran sospechoso. Tal vez participó en la fiesta, porque en el apartamento hubo una, eso está claro. De todos modos, tenemos que localizarlo cuanto antes.

—¿Tenemos su descripción? —preguntó Wittberg.

Knutas miró sus papeles.

—De mediana edad, alrededor de los cincuenta, según el portero. Alto y fuerte. Moreno, con bigote y con el pelo largo peinado hacia atrás y recogido en una coleta que le cae por la espalda. Jersey oscuro, pantalón oscuro. No se fijó en los zapatos. A mí me parece que se trata de Bengt Johnsson. Es el único de la cuadrilla de alcohólicos que coincide con esa descripción.

—Sí, tiene que ser Bengan. Ellos dos eran como uña y carne —afirmó Wittberg.

Knutas se volvió hacia el técnico.

—Erik, ¿expones tú las cuestiones técnicas?

Sohlman asintió.

—Hemos registrado el apartamento y el cuarto de revelado, pero aún nos queda mucho por hacer. Si empezamos con la víctima y las heridas, deberemos ver las fotos. Estad preparados porque son bastante desagradables.

Sohlman apagó la luz y mediante un ordenador proyectó las imágenes digitales en la pantalla grande que había en la pared de enfrente.

—Henry Dahlström yacía boca abajo en el suelo con importantes contusiones en la parte posterior del cráneo. El autor del crimen utilizó un objeto romo. Yo diría que un martillo, pero el forense podrá aportarnos más datos dentro de poco. El objeto golpeó la cabeza repetidas veces. Las abundantes salpicaduras de sangre se explican porque el asesino primero le rompió el cráneo y luego siguió dando golpes sobre la superficie ensangrentada. Cada vez que levantó el arma para asestar un nuevo golpe, la sangre salpicó alrededor.

Sohlman utilizó un puntero para mostrar las salpicaduras que se veían tanto en el suelo como en las paredes y en el techo.

—Probablemente el autor del crimen tiró a Dahlström al suelo y luego, inclinado sobre él, siguió golpeándolo. Por lo que se refiere a precisar cuándo se produjo el asesinato, yo calculo que fue hace cinco o seis días.

El rostro de la víctima presentaba un aspecto grisáceo tirando a verde con manchas amarillas; los ojos tenían un color marrón oscuro rojizo y los labios estaban negros y secos.

—El proceso de descomposición ya se había iniciado —continuó Sohlman impasible—. Podéis ver en el cuerpo esas pequeñas ampollas de color marrón con los líquidos del cadáver que han empezado a salir. Es lo mismo que aflora por los orificios nasales y la boca.

Alrededor de la mesa sus compañeros hicieron muecas de asco. Karin se preguntó para sus adentros cómo era capaz Sohlman de hablar siempre de víctimas sanguinolentas, de la rigidez de los cadáveres y de cuerpos putrefactos como si hablara del tiempo o de la declaración de la renta.

—Todos los muebles están volcados y han registrado los armarios y cajones que guardaban fotos. Evidentemente, el asesino buscaba algo. La víctima presenta también marcas en los antebrazos que sólo pudo hacerse tratando de defenderse. Aquí podéis ver los cardenales y los arañazos. Por lo tanto, opuso resistencia. El cardenal de la clavícula puede haber sido el resultado de un golpe fallido. Por supuesto, hemos tomado muestras de sangre. También hemos encontrado una colilla en el pasillo del sótano y cabellos que, al parecer, no proceden de la víctima. Todo ha sido enviado al SKL, pero, como ya sabéis, puede que pasen unos días antes de que tengamos los resultados.

Bebió un sorbo de café y suspiró. La respuesta del Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Linköping o SKL solía tardar como mínimo una semana, pero lo normal eran tres.

Sohlman prosiguió:

—En cuanto a las huellas, hemos encontrado pisadas de zapatos en el parterre que hay junto a la ventana del sótano. Lamentablemente, la lluvia ha hecho que sea imposible identificarlas. Sin embargo, hemos recogido huellas de zapatos en el pasillo, frente al cuarto de revelado, que, en el mejor de los casos, podrían aportar algo. Esas mismas huellas aparecen también en el apartamento, que por lo demás estaba lleno de botellas, ceniceros, latas de cerveza y otras inmundicias. Es evidente que allí hubo una fiesta, cosa que también han confirmado los testigos. Hemos obtenido gran cantidad de huellas dactilares y huellas del calzado de cuatro o cinco personas. Además, el piso también había sido registrado.

Las imágenes del desorden que reinaba en la casa de Dahlström no dejaban lugar a dudas; el apartamento estaba completamente patas arriba.

—Dahlström debía de tener en casa algo muy valioso, me pregunto qué podría ser —dijo Knutas—. Un alcohólico que vive de las ayudas sociales no suele tener pertenencias de valor. ¿Habéis encontrado su cámara?

—No.

Sohlman miró otra vez el reloj. Parecía que tenía prisa por marcharse.

—Has dicho que habéis hallado una colilla en el sótano. ¿Es posible que el asesino estuviera esperando fuera del cuarto de revelado a que Dahlström saliera? —preguntó Karin.

—Es muy posible.

Sohlman se disculpó y abandonó la sala.

—En ese caso, el autor del crimen sabía que Dahlström se encontraba en el cuarto —continuó Karin—. Puede que estuviera horas esperando en el portal. ¿Qué dicen los vecinos?

Knutas hojeó los informes de los interrogatorios.

—Las llamadas puerta a puerta se prolongaron ayer hasta última hora. Aún no hemos recibido todos los informes, pero los vecinos del portal confirman, como ya he dicho, que tuvieron fiesta en el apartamento el domingo anterior. Que hacia las nueve se presentó en el portal una cuadrilla que estaba de juerga. A un vecino, que se tropezó con ellos, le pareció que habían estado en las carreras porque oyó comentarios sobre distintos caballos.

—Ah, sí, claro, el pasado domingo fue el último día de competición de esta temporada —recordó Karin.

Knutas alzó la vista de sus papeles.

—¿No me digas? Sí, el hipódromo no está lejos de allí, así que podrían haber ido caminando o en bicicleta desde él hasta el piso. Bueno, el caso es que, según los vecinos, hubo mucho jaleo en el apartamento. Estuvieron de fiesta y armaron un gran alboroto, los vecinos oyeron voces tanto de hombres como de mujeres. La vecina de al lado contó que el hombre, posiblemente Bengt Johnsson, llamó primero a su casa y le preguntó si había visto a Dahlström. Fue ella quien le indicó que hablara con el portero.

—¿Coincide la descripción de ella con la del portero? —preguntó Norrby.

—A grandes rasgos. Le pareció un hombre muy gordo, más joven que Dahlström, en torno a los cincuenta. Bigote y cabello moreno peinado hacia atrás y recogido en una cola de caballo, como el de los jóvenes moteros, en palabras de la mujer. Vestido de manera andrajosa, también según sus palabras.

Knutas sonrió.

—Llevaba unos vaqueros sucios y caídos, y la tripa le colgaba por fuera. Un forro polar azul y, además, fumaba. Ella lo reconoció porque lo había visto unas cuantas veces con Dahlström.

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