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Authors: Charlaine Harris

Muerto hasta el anochecer (30 page)

—Así es.

Jason se agitó nervioso ante tan rotunda afirmación.

Desiree me dedicó un exhaustivo repaso.

—Tiene unos ojos muy raros —declaró al fin.

—Es mi hermana —advirtió Jason.

—Oh, lo siento.Tú eres mucho más... normal —Desiree sometió a Jason a un repaso similar y pareció bastante más complacida con lo que veía—. Eh, ¿cómo te apellidabas?

Jason la cogió de la mano y comenzó a llevarla hacia su camioneta.

—Stackhouse —le iba diciendo, sin dejar de mirarla, mientras se alejaban—. Por el camino ya me irás contando a qué te dedicas...

Me volví hacia Bill, preguntándome cuáles serían los motivos de Jason para realizar tan generoso acto, y me encontré con su mirada. Era como tropezarse con un muro de piedra.

—Tú dirás —le dije con voz áspera.

—Aquí no, ven a casa conmigo —removí la gravilla con el zapato.

—A tu casa no.

—Entonces a la tuya.

—Tampoco.

Levantó sus arqueadas cejas.

—¿Entonces adonde?

Buena pregunta.

—Al estanque de casa de mis padres —como Jason iba a llevar a casa a la Señorita Menuda y Morena, no estaría allí.

—Te sigo —contestó. Nos separamos para subir a nuestros respectivos coches.

La propiedad en que había pasado mis primeros años de vida estaba situada al oeste de Bon Temps. Recorrí la familiar entrada de grava y aparqué frente a la casa, un modesto rancho que Jason mantenía en bastante buen estado de conservación. Bill salió de su coche al tiempo que yo lo hacía del mío, y le indiqué que me siguiera. Rodeamos el edificio y bajamos la pendiente que, atravesada por un sendero empedrado, se extendía hasta el estanque artificial. Mi padre lo había construido y poblado de peces, con la esperanza de pescar junto a su hijo en esas aguas durante muchos años.

Desde una especie de patio de columnas se divisaban sus aguas, y, sobre una de las sillas metálicas que allí había, encontramos una manta doblada. Sin ningún comentario, Bill la cogió y la sacudió, para extenderla después sobre la ladera herbosa que rodeaba el patio. Me senté, algo reacia, considerando que la manta me transmitía tan poca seguridad como reunirme con él en una de nuestras casas. Cuando estaba cerca de Bill, sólo pensaba en acercarme aún más a él.

Me abracé las rodillas y miré a lo lejos, por encima del agua. Había una farola al otro lado del estanque. Se reflejaba sobre las mansas aguas. Bill se tumbó de espaldas junto a mí; sentí su mirada. Enlazó las manos sobre su pecho, manteniéndolas aparatosamente alejadas de mí.

—Anoche te asustaste —dijo con tono neutro.

—¿Acaso tú no estabas un poco asustado? —pregunté con más tranquilidad de la que me creía capaz.

—Por ti. Y un poco por mí.

Tenía ganas de tumbarme boca abajo, pero me preocupaba acercarme tanto a él. Cuando vi su piel resplandeciente a la luz de la luna, deseé tocarlo con todo mi ser.

—Me asustó saber que Eric puede controlar nuestras vidas mientras seamos pareja.

—¿Quieres que dejemos de serlo?

Me dolía tanto el corazón que tuve que apretarlo con mi mano por encima del pecho.

—¿Sookie? —estaba arrodillado junto a mí, rodeándome con un brazo. No podía responderle, me faltaba el aliento—. ¿Me quieres?

Asentí con la cabeza.

—Entonces, ¿por qué hablas de dejarme?

El dolor se abrió paso hasta llegar a mis ojos en forma de lágrimas.

—Me asustan mucho los otros vampiros y su forma de ser. ¿Qué será lo siguiente que me pida? Tratará de conseguir que haga algo más. Me dirá que de lo contrario te matará. O amenazará a Jason. Y él cumple sus amenazas.

La voz de Bill era tan leve como el sonido de un grillo sobre la hierba. Un mes atrás, sin duda, no habría podido oírla.

—No llores —me pidió—. Sookie, tengo que darte malas noticias.

No me extrañó. La única buena noticia que habría podido darme a esas alturas era que Eric se hubiera muerto.

—Eric se siente intrigado por ti —explicó—. Sabe que tienes un poder que la mayoría de los humanos no tienen, o que ignoran que poseen. Intuye que tu sangre resultará sabrosa y dulce —la voz de Bill enronqueció al decir eso, y me hizo temblar—. Y eres preciosa. Ahora, incluso más que nunca. El no se da cuenta de que ya has tomado nuestra sangre tres veces.

—¿Sabías que Sombra Larga sangró sobre mí?

—Sí, lo vi.

—¿Hay algo mágico en lo de las tres veces?

El rió, con esa risa oxidada y grave, que parecía retumbar bajo su pecho.

—No. Pero cuanta más sangre de vampiro bebas, más deseable te volverás para los de nuestra especie; y de hecho, para todos. ¡Y Desiree piensa que es un gran reserva! Me pregunto qué vampiro le contó eso.

—Alguno que quisiera meterse entre sus bragas —dije con sinceridad, provocando que él volviera a reírse. Adoraba escuchar su risa—. Con todo esto, ¿estás tratando de decirme que Eric me desea?

—Sí.

—¿Y qué le impide tomarme? Me dijiste que es más fuerte que tú.

—La cortesía y la tradición, entre otras cosas.

No bufé, pero poco me faltó.

—No lo desprecies. Nosotros, los vampiros, somos todos muy respetuosos con las tradiciones. Estamos obligados a convivir durante siglos.

—¿Algo más?

—No soy tan fuerte como Eric, pero no soy un vampiro novato. Podría herirlo de gravedad en una pelea. E incluso podría ganarle si tengo suerte.

—¿Algo más? —repetí.

—Tal vez —dijo Bill—, tú misma.

—¿Cómo?

—Si puedes serle valiosa de otro modo, puede que te deje en paz... Si comprende que es lo que deseas en realidad.

—Pero ¡es que no quiero resultarle valiosa! ¡No quiero volver a verlo en toda mi vida!

—Prometiste que lo ayudarías cuando te lo pidiese —me recordó Bill.

—Si entregaba el ladrón a la policía —repuse—. ¿Y qué hizo Eric? ¡Lo atravesó con una estaca!

—Con lo cual, posiblemente, te salvó la vida.

—Bueno, también yo le había encontrado a su ladrón.

—Sookie, no sabes nada del mundo.

Lo miré, sorprendida.

—Supongo que tienes razón.

—Estas cosas... no se compensan unas con otras —Bill miró hacia la oscuridad—. Incluso yo mismo pienso a veces que ya no entiendo casi nada —otra pausa lúgubre—. Sólo en otra ocasión había visto que un vampiro le clavase una estaca a otro; Eric está cruzando los límites de nuestra comunidad.

—Así que no es muy probable que vaya a respetar esas tradiciones con las que antes se te llenaba la boca...

—Puede que Pam logre mantenerlo dentro de esos límites.

—¿Qué es Pam para él?

—El la hizo. Es decir, la convirtió en vampira, hace ya siglos. De vez en cuando, ella regresa junto a él y lo ayuda con lo que sea que él esté haciendo en ese momento. Eric siempre ha sido algo problemático, y cuanto más envejece, más malintencionado se vuelve —llamar malintencionado a Eric era, en mi opinión, quedarse muy corto.

—Así que se trata de un círculo vicioso —le dije.

Bill pareció estar considerando su respuesta.

—Me temo que sí —confirmó, con un deje de pesar en su voz—. A ti no te gusta asociarte con otros vampiros distintos a mí, y yo te estoy diciendo que no nos queda elección.

—¿Y todo este asunto de Desiree?

—Eric ha hecho que alguien la deje a mi puerta, con la esperanza de halagarme enviándome un bonito regalo. Además, era una forma de poner a prueba mi devoción hacia ti. Tal vez hubiera envenenado su sangre de alguna manera, de modo que me habría debilitado al tomarla. Quizá no fuera más que un intento de agrietar mis defensas —se encogió de hombros—. ¿Pensaste que tenía una cita?

—Sí —sentí que mi expresión se endurecía al recordar a Bill entrando en el bar con la chica.

—No estabas en casa, y tenía que localizarte —su tono no resultaba acusador, pero tampoco neutro.

—Trataba de ayudar a Jason «escuchando» a la gente. Y aún estaba triste por lo de anoche.

—¿Y ya estamos bien?

—No, pero esto es todo lo bien que podemos estar —respondí—. Supongo que quisiese a quien quisiese, las cosas no irían siempre sobre ruedas. Pero no había contado con obstáculos tan insalvables. Imagino que no hay modo de que puedas adelantar en la jerarquía a Eric, ya que el rango se establece por edad.

—No —explicó Bill—. Adelantarlo en la jerarquía no... —y, de repente, pareció pensativo—. Aunque podría hacer algo en esa línea. No es algo que me guste, va en contra de mi naturaleza, pero estaríamos más seguros.

Lo dejé pensar.

—Sí —dijo, poniendo fin a su larga meditación. No intentó explicármelo, y yo no hice preguntas—. Te quiero —añadió, como si eso fuera el trasfondo común a cualquier curso de acción que estuviera considerando. Su rostro se cernió sobre mí, luminoso y bello, en la penumbra.

—Yo siento lo mismo por ti —le dije, poniendo las manos sobre su pecho para no caer en la tentación—, pero ahora mismo tenemos tantas cosas en contra... Ayudaría mucho quitarnos a Eric de encima. Y hay otra cosa. Tenemos que detener esa investigación de los asesinatos. Así nos libraríamos de otro problema serio. Sobre el asesino recaen las muertes de tus amigos y las de Maudette y Dawn —hice una pausa para respirar hondo—. Y la de mi abuela —apreté los párpados para contener las lágrimas; me había acostumbrado a que la abuela no estuviera en casa cuando regresaba, y empezaba a adaptarme a no hablar ni poder compartir mis problemas con ella, pero de vez en cuando me asaltaba un sentimiento de tristeza tan intenso que me cortaba la respiración.

—¿Por qué crees que el mismo asesino es el responsable de que quemaran a los vampiros de Monroe?

—Creo que fue el asesino el que sembró esa idea, el que alentó ese espíritu de patrulla ciudadana en los hombres que estaban en el bar aquella noche. Creo que fue él quien marchó de grupo en grupo, incitando a la venganza. He pasado aquí toda mi vida y nunca había visto a la gente actuar de ese modo. Tiene que haber una razón para que esta vez sí lo hicieran.

—¿Los agitó? ¿Provocó el incendio?

—Eso creo.

—¿Y no has descubierto nada?

—No —tuve que admitir, apesadumbrada—. Pero eso no quiere decir que mañana tampoco consiga nada.

—Eres una optimista, Sookie.

—Sí, lo soy. Tengo que serlo.

Le acaricié la mejilla, considerando hasta qué punto había estado justificado mi optimismo desde que él entró en mi vida.

—Sigue «escuchando» si crees que puede servir de algo —me dijo—. De momento, yo probaré con otra cosa. Nos vemos mañana por la noche en tu casa, ¿te parece? Puede que... Bueno, mejor te lo explico entonces.

—Vale —sentía curiosidad, pero era obvio que Bill aún no estaba dispuesto a contármelo.

De camino a casa, mientras seguía las luces de posición de su coche hasta llegar a la entrada, pensaba en lo aterradoras que habrían resultado las últimas semanas si no hubiera contado con su presencia. Al desviarme de la carretera, deseé que Bill no hubiera decidido irse a su casa a realizar algunas llamadas de teléfono que consideraba necesarias. No se puede decir que las pocas noches que habíamos pasado separados hubiera estado encogida de miedo, pero sí que me había sentido sobresaltada y nerviosa. Siempre que me quedaba sola, dedicaba mucho tiempo a asegurarme de que las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas, y no estaba acostumbrada a vivir así. Me sentía desalentada al pensar en la noche que me esperaba.

Antes de salir del coche, eché un vistazo al jardín. Me alegré de haber dejado encendidas las farolas antes de salir. No se movía nada. Lo normal era que
Tina
se acercase corriendo a mí en cuanto me sentía regresar a casa, ansiosa por entrar y que le echara de comer; pero aquella noche debía de estar cazando en el bosque.

Separé la llave de la entrada de las del resto del llavero. Salí corriendo desde el coche hasta la puerta delantera, introduje y giré la llave en tiempo récord. Luego, di un portazo tras de mí y eché el cerrojo. Esa no era forma de vivir, pensé, sacudiendo la cabeza con desesperación. Y justo cuando terminaba de pensarlo, algo chocó contra la puerta con un golpe sordo. Solté un chillido antes de poder controlarme.

Corrí hacia el teléfono portátil, que estaba junto al sofá. Marqué el número de Bill mientras me apresuraba a bajar las persianas del salón. ¿Y si la línea estaba comunicando? ¡Bill había dicho que se iba a casa precisamente para llamar por teléfono!

Por suerte, escuchó el teléfono nada más entrar. Respondió casi sin aliento.

—¿Sí? —dijo. Siempre sonaba receloso.

—¡Bill —dije con dificultad—, hay alguien afuera!

Colgó el teléfono de inmediato; todo un vampiro de acción.

Se presentó allí en dos minutos. Lo vi llegar a través de una rendija de la persiana; salió de entre los árboles, moviéndose con una velocidad y un silencio que un humano jamás podría igualar. El alivio que sentí al verlo fue abrumador. Durante un segundo me sentí avergonzada de haberlo llamado para que viniera a rescatarme. Debería haberme encargado de la situación yo misma. Entonces me pregunté: «¿Por qué?». Cuando conoces a una criatura prácticamente invencible que asegura adorarte; alguien tan difícil de matar que podría considerarse inmortal; un ser de fuerza sobrehumana, es a él precisamente a quien tienes que llamar.

Bill examinó el jardín y la linde del bosque, desplazándose con una seguridad elegante y silenciosa. Finalmente, subió con agilidad los escalones del porche y se inclinó sobre algo que había allí en el suelo. El ángulo resultaba demasiado agudo y no pude ver de qué se trataba. Cuando volvió a erguirse llevaba algo entre las manos, y mostraba una apariencia absolutamente... inexpresiva.

Mala noticia.

Intranquila, me acerqué a la puerta delantera y descorrí el cerrojo. Aparté la contrapuerta de mosquitera.

Bill sostenía en sus manos el cuerpo de mi gata.

—¿Tina?
—dije con voz temblorosa—. ¿Está muerta?

Bill asintió con un leve gesto de la cabeza.

—Pero... ¿cómo?

—Estrangulada, creo.

Sentí que me derrumbaba. Bill se mantuvo allí en pie, sosteniendo el cadáver, mientras yo lloraba a mares.

—No he llegado a plantar aquel roble —dije cuando empecé a calmarme—. Podríamos enterrarla en ese hoyo.

Nos dirigimos al jardín trasero; el pobre Bill, todavía sosteniendo a
Tina
y tratando de no parecer molesto; y yo, esforzándome por no perder los nervios de nuevo. Bill se arrodilló y depositó el pequeño bulto de pelo negro en el fondo del hueco que yo había excavado. Cogí la pala y comencé a taparlo, pero en cuanto vi cómo la tierra empezaba a cubrir a mi gata volví a sentirme destrozada. Sin decir palabra, Bill tomó la pala. Yo me volví de espaldas y él terminó la terrible tarea.

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